Una visión estrechísima sobre la Cultura en la alcaldía Cuauhtémoc
En un acto unilateral, Sandra Cuevas busca reemplazar expresiones populares en una ignorancia institucionalizada
POR OMAR ESPINOSA SEVERINO
El más reciente de los conflictos por los espacios públicos y expresiones culturales en la alcaldía Cuauhtémoc me dejó una pregunta contradictoria en la cabeza: ¿los derechos son un privilegio?
Es una pregunta que se da por hecho porque los dos conceptos expuestos se contraponen: los derechos son garantías reconocidas para un individuo o colectivo, muchas veces obtenidas con base en largas luchas sociales, que establecen libertades fundamentales para el desarrollo, convivencia y pleno desenvolvimiento de todos los grupos sociales. Han sido, son y serán victorias sociales y culturales asentadas en cartas magnas junto a una serie de protocolos y sistemáticas normativas en varios niveles jurídicos.
Mientras que los privilegios son ventajas que funcionan de manera exclusiva sólo para individuos en un grupo social. Son concesiones especiales que tienen un sentido totalmente contrario a los derechos y por eso sorprende escuchar ambas nociones en la misma oración, pero eso fue algo que sucedió el pasado 19 de febrero en palabras de la alcaldesa de Cuauhtémoc, Sandra Cuevas: “La decisión está tomada. No vamos a permitir que regrese ningún sonidero a Santa María la Ribera, es por proteger los derechos humanos de todos los que viven alrededor del kiosco Morisco. Si bien eran 20 personas las que se manifestaron, no se puede privilegiar el derecho de unos, para violentar el derecho de miles de personas.
De ahí se desenvuelve mi profunda preocupación, por varias razones. Los dichos escuchados como determinación del conflicto en la Alameda de Santa María la Ribera y su kiosco Morisco requieren una reflexión de fondo. Las declaraciones que aquí se expresan coronan una serie de acciones y aplicación de una política para “poner orden y disciplina” y así “mejorar la imagen urbana” de la Cuauhtémoc, cuyo objetivo final es recuperar los espacios públicos. Pero eso nos lleva a otras preguntas e implicaciones: ¿recuperar a qué condición? ¿a quiénes se les retribuirá esa recuperación y mejoramiento de la demarcación? ¿cómo es que esas acciones defienden los derechos?
Se van juntando los ecos de una pregunta inicial y hay muchos argumentos que traspasan los dichos y contradichos que hemos conocido desde marzo de 2021. Y aunque no es un caso único, se ha agudizado en 2023 y vale la pena hacer un recuento de daños y datos para recordar que los derechos culturales están ahí y que son garante de la ciudadanía mexicana, de las personas que habitan la Ciudad de México y la Cuauhtémoc.
La Cultura es un eje transversal humano, es el centro y estructura de muchas de nuestras conductas y por su importancia inherente se le ha considerado en el artículo 27 de la Declaratoria Universal de Derechos Humanos; asimismo, la cultura es un derecho constitucional en México, adicionado y reforzado por la Ley General de Cultura y Derechos Culturales y por normativas en la Constitución capitalina. Sin embargo, del plato a la boca se cae la sopa: la cultura casi nunca está en el centro de las políticas públicas en México y mucho menos en la Cuauhtémoc.
La poca o nula aplicación y ejecución de acciones culturales desde la administración pública tiene que ver con varios factores que van desde el propio desconocimiento y malas concepciones de las expresiones culturales y de los derechos culturales, pasando por malas administraciones, planeaciones y prácticas; poca asignación de recursos financieros y humanos condimentados con recortes presupuestales, infraestructura inadecuada y malas condiciones laborales. Lo que aquí nos tiene con complicaciones mentales y reales es la percepción de lo cultural por parte de la Cuauhtémoc. Esa imagen de lo cultural y el entendimiento del cuerpo gubernamental local se articuló con tres acciones.
El primer acto de este relato se remite a marzo 2021, cuando se borró el mural en el Mercado Juárez, seguido por la sustitución de esa superficie pintada por otro mural en septiembre de 2022; pero la eliminación de la obra Mujer en diálogo con el progreso, del artista Sego Ovbal, no fue una acción aislada, ya se habían borrado murales en el Parque España y en Martínez de la Torre, rematando en septiembre de 2022 también borrando otros murales en Tepito, entre ellos uno de Daniel Manrique, fundador de Tepito Arte Acá y otra obra del colectivo Tepito Zona de Arte. El segundo acto, más escandaloso que el anterior fue lo acontecido en mayo de 2022, cuando se aplicó “orden y disciplina” a los rótulos de puestos en la vía pública, uniformando el formato con una paleta de colores inertes y resaltando la imagen institucional de la alcaldía. Finalizamos con la lucha por espacios públicos en la alameda de Santa María la Ribera y su kiosko Morisco, el pasado febrero se prohibió la instalación de sonideros y el uso de la plaza pública para bailar cada semana, en un horario acotado, por causar mucho ruido.
Estos atropellos han generado movimientos de protesta, resistencia social y cultural con mucha razón. ¿Cuál es la razón de estas decisiones unilaterales? Sencillo: todas chocan con los derechos culturales, y no sólo eso, en algunos puntos complementan conflictos con el derecho al trabajo, de autor, a la Ciudad y hasta con las leyes de patrimonio cultural —eje transversal humano—.
Vayamos por pasos, porque ahí es donde el asunto se pone ríspido y colisionan las visiones de derechos, privilegios, hasta la propia concepción de Cultura. El problema parece ser una visión estrecha sobre la cultura, la justificación de las acciones realizadas parte de una postura de poder vertical que replica cánones atrasados, desactualizados y sin criterio rayando en la condescendencia: Sandra Cuevas ha dicho que la limitación o prohibiciones y sus subsecuentes imposiciones no son por el desinterés de su gobierno a la Cultura y las artes, sino simplemente es porque “no son arte” sino “usos y costumbres” —en referencia a los rótulos borrados— y que esa es la manera de “proteger los derechos humanos” —hablando del exceso de ruido de los sonideros en Santa María la Ribera—.
Claramente hay un desfase de lo que es la Cultura como fenómeno social, los derechos culturales y la política cultural. La mayor confusión radica en entender a lo cultural como bellas artes, como acciones grandilocuentes y de estéticas enaltecidas. Hay que comentar que esto no es un desfase aislado, pues hacer política pública sobre Cultura en México suele confundirse con la realización de actividades artísticas y/o deportivas, turísticas y eventos de entretenimiento sin un trasfondo social de manera unilateral y dejando de lado la propia colectividad o el sentido de comunidad. Pero déjenme ser mucho más claro: no sólo es arte, sino que por su propia condición de usos y costumbres los rótulos y otras apropiaciones del espacio urbano son Cultura.
Y no sólo eso, parece haber una reconversión de esa “recuperación” de espacios públicos y “mejoramiento” de imagen urbana, el caso de los murales y rótulos es sintomático: se impone una sustitución de gráficas comunales por una institucionalización que bien podría ser equivalente a borrar identidades. En el caso de los murales hubo una sustitución impuesta de otras identidades gráficas, donde incluso hay una “réplica no exacta de la obra Dualidad, de Rufino Tamayo” que se antoja como declaración de que hay artes autorizadas y otras, no.
Siguiendo la pauta de lo descrito, hay una frase que remata y genera contrariedades, a propósito de la sustitución del mural del Mercado Juárez: “El arte no es para hacer política, el arte es para disfrutarlo, el arte es para transformar vidas”. ¿Entonces negamos la transformación vital de las personas con imposiciones?
Y aquí regresamos a la pregunta inicial, parece que me repito una y otra vez, pero el tema ya tiene encima de mí un eco que no me puedo quitar. Lo que vemos es un ejercicio de poder por medio de la propia Cultura, lo que en muchos sentidos preocupa y hasta es peligroso, hablamos de dinámicas impositivas y de una relación inflexible ante usos y costumbres, diversidades y núcleos sociales. Simplemente hay que recordar que dentro de las múltiples protestas acontecidas por estas tres acciones se han dado peticiones conscientes y prudentes, por ejemplo: los integrantes del Comité de Participación Ciudadana Morelos II pidieron a la alcaldía que se permitiera repintar murales borrados en Tepito, con autoorganización por parte de los propios habitantes, las autoridades se negaron. Y ya que estoy en las contracciones del borrado de murales, me parece pertinente mencionar que el pasado 22 de febrero se levantó una queja ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos por el mural Mujer en diálogo con el progreso con base en la limitación del derecho al acceso a la Cultura de los ciudadanos, al ejercicio de los derechos culturales del autor y daños morales del mismo, así que veremos como progresa la causa.
En el conflicto aún vigente de los sonideros y personas aficionadas a bailar cada fin de semana en Santa María la Ribera sucede algo similar: se niega el acceso a un parque público para la realización de actividades por parte de la gente que habita ese mismo espacio —y otros grupos de la Ciudad de México que llegan ante la convocatoria musical— a pesar de que ha sido una tradición positiva, se ha hecho una reapropiación y saneamiento comunitario¹. Ante el conflicto, la alcaldesa Cuevas ha intentado reposicionar el movimiento sonidero mediante una convocatoria en la explanada de la alcaldía, el 4 de marzo, con grandes exponentes de los sonideros, que ya ha generado controversias, pues algunos de los nombres en el cartel han hecho pronunciamientos públicos contra el evento.
Me queda la pregunta: ¿se recuperan espacios para quién si sólo hay un juez y parte en la demarcación y ese agente parece tener claro que hay derechos que son privilegios? Parecería que la alcaldía responde a intereses particulares apoyado la gentrificación de zonas particulares dando concesiones a negocios en zonas conflictivas con múltiples denuncias de alteración de orden, pero no así para otras expresiones y donde hay lugar para la represión. ¿Será, como dice el periodista, Pablo Pérez que a Sandra Cuevas le molesta la cultura popular?
Nota 1. Ver el extraordinario trabajo de Corriente Alterna de Cultura UNAM con el artículo Sonido Sincelejo
FOTO: El mural Mujer en diálogo con el progreso, del artista Sego Ovbal, en el Mercado Juárez, fue borrado por la alcaldía Cuauhtémoc en marzo de 2022. Crédito de imagen Instagram / @Segoobval
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