Unomásuno y sábado

Sep 16 • Conexiones, destacamos, principales • 7390 Views • No hay comentarios en Unomásuno y sábado

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El periodista recuerda cómo en los años 70, las mesas de redacción se convirtieron en espacios de debate entre reporteros y lectores, una dinámica que era promovida por su director, Manuel Becerra Acosta

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POR HUBERTO BATIS

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De mi taller de crónica urbana en el Museo Carrillo Gil surgieron muy buenos escritores; además de los ya mencionados en mi anterior artículo, debo agregar a Gonzalo Vélez, Plinio Garrido Enciso y Eloy Urroz. Todos ellos trabajaban sus temas por su lado y, cuando llegaban a las sesiones, comentábamos y corregíamos los textos. Eran muy buenas crónicas, descripciones de sus barrios con una escritura muy amena. Puedo decir que, más que vivencias de la ciudad, eran verdaderos reportajes. Sin proponérnoslo estábamos retomando una tradición que habían iniciado los escritores del siglo XIX con sus crónicas de fiestas, ritos y costumbres, un tema que yo había estudiado y del que tomé la semilla para sembrarla en mis talleristas.

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El trabajo de estas reuniones dio buenos frutos y publicamos varias de estas crónicas en el diario y también en el suplemento sábado. Por mi parte, yo trataba reflejar la época que me había tocado vivir desde mi columna “Los compadres”, un espacio que me encargó Luis Gutiérrez, director del unomásuno durante los años 90.

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Hoy muchos con los que coincidí en esos primeros años en el periódico ya han muerto: entre ellos el rector Jorge Carpizo, con quien iba a comer junto con nuestro primer director, Manuel Becerra Acosta. También recuerdo a Roberto Vallarino (quien falleció muy joven), Fernando Benítez, Jorge Hernández Campos… Ya he contado sobre las peleas que tenían Becerra Acosta y Benítez durante sus comidas. Eran tan incómodas que el rector Carpizo y yo nos levantábamos para dar una vuelta a la manzana. Ahí los dejábamos y al regreso los encontrábamos peleando todavía.

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El periódico unomásuno se fundó con la intención de que uno fuera el reportero, el periodista, y el otro uno, fuera el lector. De ahí surgió su nombre: unomásuno. Se buscaba tener correspondencia, algo que se logró repetidas veces. En sus páginas se dieron verdaderos matches, como peleas de ring. Ahora veo que la correspondencia que publican los periódicos siempre es muy gris, repetitiva y llena de elogios mutuos entre el lectores y periodistas.

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Todos los días en la tarde teníamos juntas con el director. Entonces les daba órdenes de trabajo a los editores o veía el material que llegaba. Los editores también presentaban sus avances. Ahí se jerarquizaba la información y las páginas de las distintas secciones. Este periódico se caracterizó por publicar muchas fotografías y caricaturas. Estas juntas no eran muy distintas a las de cualquier periódico: el director preguntaba a los distintos editores qué llevaban. Empezaba por Espectáculos y Deportes, después seguía con la sección Nacional y luego las demás. Se decidía el orden que tendría cada información en las secciones y todo mundo se iba a coordinar sus planas y a ver qué más traían sus reporteros.

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En un principio Becerra Acosta soñó con publicar un periódico que saliera por la noche. Hoy los periódicos dan las noticias que ya se vieron en la televisión una noche antes. Eso ocasiona que cada vez menos personas lean el periódico. Ésta ya es información digerida y dirigida hacia diferentes tendencias. Becerra creía en la función de la información diaria de un periódico y siempre tuvo una capacidad de previsión. A menudo sabía lo que ocurriría al día siguiente y trataba de adelantar la nota. Muchas veces estaba en su casa y si veía algo importante en la televisión, llamaba a alguna de las secciones y ordenaba escribir sobre el tema. Tenían que cambiar la edición. A veces también hacía llamar al periodista que era confrontado por algún lector y le ordenaba contestarle para que aparecieran al mismo tiempo el ataque y la defensa. Era un promotor de la polémica.

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En el suplemento sábado se me ocurrió publicar una sección de correspondencia nutrida que se llamó “El desolladero”. La idea me surgió leyendo unas páginas del siglo XIX en las que los literatos se reunían en una librería los domingos a mediodía y nadie se quería ir porque quien se iba era despellejado. Inicialmente quise llamarle “El despellejadero”, pero mi secretaria de redacción, Pura López Colomé, me dijo que era una palabra muy fuerte y le pusimos “El desolladero”. En la tradición indígena mexicana, el guerrero despellejaba a su enemigo y se vestía con su piel. Hay representaciones en códices indígenas en las que los guerreros aparecen con cuatro manos y cuatro pies.

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El doctor psiquiatra Manuel Aceves, colaborador de sábado, desolló a Octavio Paz. Fernando Tola de Habich también fue un colaborador asiduo del desolladero y dedicó una larga serie de cartas contra los galeristas de arte, de pintura, ridiculizando sus abusos con los clientes y con los pintores mismos. “El desolladero” era lo primero que se leía, es decir, empezando por las últimas páginas, de atrás para adelante. Incluso llegó a haber desolladero contra mí por lo que consideraban mala calidad del suplemento.

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Creo que como lector debes buscar a tus autores predilectos. Por ejemplo, para informarme de cine, busco el trabajo de Jorge Ayala Blanco y José de la Colina. Ambos son dos grandes comentaristas, al igual que Emilio García Riera, quien falleció hace tiempo. Otro a quien leía, hasta que murió, fue a Gustavo García.

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Hoy el periodismo impreso está muriendo. Mucha gente se suscribe a los periódicos y los guarda para leerlos cuando tengan tiempo el fin de semana, cosa que nunca ocurre. De repente, tienes alteros de periódicos (como yo). Hoy, en las redes sociales es tan abundante el trasiego de información que las polémicas bien pensadas y bien escritas se están perdiendo para terminar, en muchos casos, en insultos o comentarios triviales, aunque, sin duda, también hay comentarios valiosos. Hacer y leer un periódico son dos cosas que van de la mano.

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FOTO: El periodista Manuel Becerra Acosta, entre Porfirio Muñoz Ledo y Carlos Tello Macías, a finales de los años setenta. / Cuartoscuro.

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