Utopía angelical

Nov 29 • destacamos, Miradas, principales, Visiones • 3168 Views • No hay comentarios en Utopía angelical

 

POR ANTONIO ESPINOZA

 

A la entrada del Antiguo Colegio de San Ildefonso se encuentra un ángel gigante que yace muerto. Se trata de la instalación: El ángel caído (2002) de Ilya y Emilia Kabakov, quienes concibieron la obra como un símbolo del fin del régimen soviético. La pareja artística ucraniana —el primero nacido en 1933 y la segunda en 1945— presenta en el recinto universitario la exposición Angelología: utopía y ángeles, cuyo discurso se centra en el cuestionamiento de un gobierno totalitario que acabó con la libertad creativa en la Unión Soviética al imponer una doctrina artística oficial (el realismo socialista) y la reivindicación de la utopía como una aspiración humana legítima en la construcción de un mundo más justo, sin imposiciones dogmáticas y respetando la diversidad individual. Bajo la curaduría del crítico José Manuel Springer, la muestra incluye un total de 41 obras en distintos formatos: pintura, escultura, fotografía, instalación, maquetas. Los Kabakov, que vivieron en carne propia la utopía comunista en la Unión Soviética, nos ofrecen una muestra en la que los ángeles son a un tiempo metáforas y símbolos de los valores más caros del ser humano.

 

No es la primera vez que se presenta arte postsoviético en México. Recordemos que en 1991 el Museo de Arte Moderno albergó la exposición Jóvenes artistas de Leningrado, 1986-1991. El problema del cuerpo individual al fin de la era del totalitarismo tardío. Participaron en la exposición diez artistas jóvenes, con lenguajes claramente diferenciados, ya sin el peso del realismo oficialista que durante mucho tiempo impidió la libertad creativa y que afortunadamente desapareció con las políticas libertarias implementadas por Mijail Gorbachov en 1985. La muestra se realizó en un momento sumamente difícil para la Unión Soviética, no sólo por la intentona golpista del 18 de agosto, sino también por las pugnas interétnicas y los nacionalismos emergentes. Por su parte, la exposición de los Kabakov coincide con los 25 años de la caída del Muro de Berlín, símbolo del comunismo totalitario. A propósito de la exposición de San Ildefonso y de la ya lejana muestra del MAM, vale recordar lo que fue el realismo socialista…

 

Propaganda con monumentos

 

Anatoly Lunacharsky (1875-1933), el responsable de la política cultural del régimen soviético durante doce años, contó en un artículo una anécdota reveladora: “En 1918 me llamó Vladimir Ilich [Lenin] y me comunicó que era preciso desarrollar el arte como medio de propaganda” (“Lenin y el arte”, en Las artes plásticas y la política artística en la Rusia revolucionaria, Seix Barral, Barcelona, 1969, p. 9). Ahí mismo, Lunacharsky sostiene que el fundador del Estado soviético le propuso dos proyectos. Uno era “adornar” muros y edificios con grandes carteles que llevaran inscripciones revolucionarias, y el otro se refería a la erección, en gran escala, de monumentos dedicados a los grandes revolucionarios. Fue lo que Lenin llamó, según Lunacharsky, “propaganda con monumentos”. Así, poco a poco, en la Unión Soviética se fueron construyendo grandes estatuas de Marx, Engels, Lenin, Stalin… En la petición de Lenin a Lunacharsky se encuentra el origen del “culto a la personalidad” y el arte propagandístico llamado “realismo socialista”.

 

A favor de Lunacharsky, debe señalarse que él siempre se pronunció por la libertad creativa. En un artículo de 1920, señaló: “Para un Estado revolucionario, tal como el gobierno de los soviets, la cuestión del arte se plantea del modo siguiente: ¿puede o no la revolución aportar algo al arte y, a su vez, puede el arte o no dar algo a la revolución? Obviamente, el Estado no tiene la intención de imponer por la fuerza ideas y gustos revolucionarios a los artistas. Semejante violencia únicamente podría dar lugar a un falso arte revolucionario, debido a que la primera cualidad del verdadero arte radica en la sinceridad del artista” (“Arte y revolución”, en Adolfo Sánchez Vázquez, Estética y marxismo, Era, México, 1984, II, p. 199). Bien sabido es que el poder soviético no le hizo caso a Lunacharsky y finalmente el estalinismo impuso por la fuerza una doctrina estética dogmática que acabó de golpe con las corrientes vanguardistas que florecieron durante los años veinte y asfixió la libertad creativa en el país durante cinco décadas: el realismo socialista, una “teoría reaccionaria” (José Revueltas dixit).

 

El realismo socialista tiene su origen en la teoría del reflejo que sustenta Lenin en Materialismo y empiriocriticismo (1909). Los estéticos soviéticos trasplantaron una teoría leninista —que fue elaborada para el conocimiento científico— al campo del arte, como una ley inmutable. El arte tenía que ser un reflejo de la realidad. Y como la realidad soviética era supuestamente una realidad socialista (un estadio de civilización superior, consecuencia de las “leyes” que rigen el desarrollo histórico), el arte tenía que reflejar las virtudes de esa sociedad igualitaria. Luego de años de disputas entre distintas tendencias artísticas, en las que participaron autores tan destacados como Chagall, Kandinsky y Malevich, sobrevino la imposición autoritaria del “falso arte revolucionario” que rechazara Lunacharsky. En el Primer Congreso de Escritores Soviéticos (1934) se impuso el realismo socialista como el único método creador, se condenaron las tendencias no realistas como formalistas y decadentes y se proclamó la superioridad del arte de la sociedad socialista por ser el de la sociedad supuestamente más avanzada y progresista, ignorando con ello la idea del desarrollo desigual del arte y la sociedad que formulara Marx.

 

La temática realista socialista era tan limitada como monótona: retratos y estatuas de los líderes revolucionarios, escenas idílicas del trabajo, vida cotidiana —forzosamente feliz— de los campesinos y de los obreros, valor de los soldados del ejército rojo… Sí, fue una “propaganda con monumentos”, como dijo el camarada Lenin. De ahí que Sir Herbert Read, el historiador y crítico de arte inglés, en su libro Modern Painting (1959), calificara a esta corriente como antimoderna, porque se encontraba fuera de la evolución estilística del arte. Por ser un arte de Estado, un arte político que sirve como instrumento ideológico del poder, era un movimiento que se desarrollaba a contracorriente de la modernidad artística representada por las vanguardias.

 

*Fotografía: Los Kabakov ofrecen una perspectiva postsoviética del arte plástico que se desarrolló con los cánones del realismo socialista / Especial.

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