Vacío creativo en el premio nacional de danza
POR JUAN HERNÁNDEZ
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El año pasado, el jurado decidió declarar desierto el Premio Nacional de Danza Guillermo Arriaga, Concurso de Creación Coreográfica Contemporánea INBA-UAM. Los artistas de la danza expresaron su rechazo a la resolución, en sendas declaraciones en redes sociales (Facebook, básicamente), en la que faltó una actitud autocrítica en relación con la crisis creativa en el arte del movimiento. El descontento fue, básicamente, por la cantidad en dinero que no fue entregada a ninguno de los miembros de la comunidad dancística mexicana.
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La oportunidad de reflexionar respecto al quehacer coreográfico, como una actividad para pensar el mundo contemporáneo y dialogar con los públicos a quienes se les habla desde la escena, se dejó pasar. Este año, el jurado decidió hacer entrega del premio y además otorgar menciones especiales, quizá para evitar una polémica similar a la vivida en el 2015.
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Recientemente se abrió el escenario del Palacio de Bellas Artes para ofrecer la Gala del Premio Nacional de Danza Guillermo Arriaga, en la cual se presentó la obra ganadora El mágico teatro de la muerte, de Raúl Tamez; Teorías duplicadas, de Erika Méndez (finalista) e Itaca-equis y no X, de Laura Vera (mención especial), obras que pretendieron ser una muestra de la edición reciente del certamen, al menos, desde la perspectiva institucional.
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Cabe resaltar que el Premio Nacional de Danza ha dejado de ser, desde hace varios años, el espacio de la revuelta coreográfica. Atrás quedó la época de los 80, cuando aquel concurso fue una vitrina para ver las osadías, los experimentos y la consolidación de coreógrafos con algo sustancioso que sumar al mundo. En la actualidad, el alicaído certamen dancístico se mantiene como un instrumento retórico de la política cultural y, para los creadores, una manera de legitimar su quehacer y obtener el estímulo económico.
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Triste situación la del Premio Nacional de Danza, convertido, básicamente, en el escaparate para ver trabajos incompletos, desarticulados y, sobre todo, el vacío discursivo en la mayoría de las propuestas de las propuestas de los coreógrafos concursantes.
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Ahora se premia a artistas que están lejos de realizar composiciones coreográficas sólidas, tal es el caso de Teorías duplicadas, de Erika Méndez, la cual se quedó en el esbozo y quizá en la modalidad, mal entendida, del denominado “work in progress”, utilizado últimamente para justificar la presentación de obras inacabadas. La pieza de la coreógrafa, con 20 años de trayectoria, apuesta por lo conceptual, sin comprender totalmente que el arte conceptual es producto de una síntesis virtuosa de las ideas, expresadas a través del quehacer creativo. Es decir: pensamiento decantado en una obra que permite comprender mejor el mundo.
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A Ítaca-equis y no X, de Laura Vera, se le aplaude −al menos− la búsqueda de un código de movimiento renovador, producto de las necesidades expresivas de los intérpretes. Bailarines que no se atienen a las formas probadas, sino que buscan en su interior los impulsos que dan origen a las dinámicas corporales, con base en el desarrollo de sus identidades. Lo que falta aquí es la mano del coreógrafo que ordene esos códigos en el espacio para dar nacimiento a la obra artística.
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No hay mucho qué decir de El mágico teatro de la muerte, de Raúl Tamez, pues a diferencia de las obras mencionadas, se trata de una pieza que cae en la fórmula superficial tanto en el ámbito compositivo como discursivo. El joven coreógrafo y bailarín recurre a la música electrónica, un candil utilizado como lámpara de techo, que baja y se convierte en péndulo, y la delimitación del espacio por unas telas rojas.
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A nivel de movimiento, la obra de Tamez se engolosina con el virtuosismo técnico, sin permitir la reflexión profunda que requiere el intérprete para pensar y preguntarse porqué y para qué se mueve, en correspondencia a la alta responsabilidad que implica estar en un escenario.
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La capacidad de los bailarines en las tres obras es inobjetable; cuerpos entrenados y versátiles técnicamente. Lo que falta son coreógrafos que ordenen las piezas en el espacio, para expresar ideas claras: pensadores, cuya experiencia de vida se traduzca revelaciones esenciales en relación con el misterios de la condición humana, así como para entender de mejor manera la complejidad del mundo.
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El Premio Nacional de Danza Guillermo Arriaga, Concurso de Creación Coreográfica Contemporánea INBA-UAM, que se realiza en el marco del Encuentro Nacional de Danza, organizado anualmente por la Coordinación Nacional de Danza, actualmente a cargo de Cuauhtémoc Nájera, requiere de una revisión urgente, para que la convocatoria sea puntual en relación con los criterios artísticos que se evalúan, claridad en las categorías de los concursantes y, en general, el objetivo de dicho certamen.
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Es lamentable que el Palacio de Bellas Artes, que debería ser el espacio de la excelencia artística, se ponga al servicio de obras menores, así como de creadores no consolidados, en perjuicio del prestigio del máximo recinto artístico del país. Una reflexión que sería pertinente hacer, a propósito de lo presentado en la Gala del Premio Nacional de Danza Guillermo Arriaga INBA-UAM 2016.
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FOTO: La Gala del Premio Guillermo Arriaga XXXV Concurso de Creación Coreográfica Contemporánea INBA-UAM 2016, programada por la Coordinación Nacional de Danza, se presentó en el Palacio de Bellas Artes, el 5 de diciembre. En la imagen, El mágico teatro de la muerte, de Raúl Tamez. / Cortesía INBA