Variaciones sobre Roth y Cozarinsky

Jun 10 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 1322 Views • No hay comentarios en Variaciones sobre Roth y Cozarinsky

 

Clásicos y comerciales

 

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
No he agotado las novelas, cuentos y ensayos de Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) y en vez de saciar esa malsana pasión omnívora, prefiero comentar, hoy, la obra del argentino a través de un libro suyo. Es breve, conmovedor y muy representativo. Se trata de las Variaciones Joseph Roth (UDP, Santiago de Chile, 2022), donde gracias a su devoción por el judío galitziano Joseph Roth (1894–1939), Cozarinsky —el ya también legendario autor de Vudú urbano (1984) en su día exaltado por Susan Sontag y Guillermo Cabrera Infante— se muestra ante el espejo.

 

Tan canallas —para usar el adjetivo de W.H. Auden— fueron, en el siglo pasado, los años treinta y los años setenta. En Europa, Roth, el autor de A diestra y siniestra (1929) —entre sus novelas una de mis preferidas— más que convertirse al catolicismo refrendó, en su condición de antiguo combatiente de la Gran Guerra, su pertenencia al Imperio austrohúngaro y desde esa atalaya, tan incómodo en su piel, sufrió la pestilencia nazi hasta que se dejó morir, víctima del alcoholismo, en París. A su vez, en 1973, Cozarinsky abandonó la Argentina, temeroso de ser otra más de las “víctimas equivocadas” del fuego cruzado entre “los guerrilleros dementes” y “las fuerzas parapoliciales” que antes de la dictadura militar, “estaban ocupándose de asesinarlos”, tras el “regreso de Perón, acompañado por una zombi que se pretendía doble de Eva y por un brujo estafador”, según leemos al empezar Disparos en la oscuridad (UDP, 2015), bajo cuyo bien escogido título están reunidos los ensayos y artículos de Cozarinsky.

 

Si Roth es el errabundo ejemplar, nacido en una tierra que los imperios combatientes volvieron tierra de nadie y tierra de sangre, a Cozarinsky –como a pocos escritores latinoamericanos– le ha tocado cerrar la parábola y contar la vida de los hijos de los inmigrantes, sobre todo judíos (pero no sólo ellos), quienes huyeron de idénticos demonios totalitarios, como habían escapado sus padres, treinta, cincuenta años antes. Léase sino esa hermosa novela circular de Cozarinsky (Lejos de dónde, 2009), en la cual una empleada austríaca de los campos de concentración logra refugiarse en la Argentina, merced a la red internacional de la Iglesia católica y con una identidad baladí pero eficaz. Inverosímilmente, sus hijos acabarán por encontrarse, muchos años después, en Europa, ignorantes de casi todo, como marionetas de Sófocles. Cozarinsky conoce bien la inverosimilitud porque también es cineasta. No es obvio decir que lo suyo, como narrador, es el poder visual. Su prosa parece realista. Sólo lo parece. En el fondo de la narración impecable, la vida es sueño: párrafos abandonados, sintaxis caprichosas, trampantojos, cuentos escritos en un inglés aproximativo para ser retraducidos por el propio Cozarinsky al español, como ocurre en Vudú urbano.

 

En las Variaciones Joseph Roth se toma nota de las mujeres que amaron y toleraron a Roth –es imposible no imaginar a la fatalmente exótica Manga Bell– y Cozarinsky mismo, en Disparos en la oscuridad, cuenta cómo, enterado en su exilio parisién (él prefiere ese viejo gentilicio) de la muerte de su adorada Silvina Ocampo, sólo encontró manera de tolerar ese duelo, con el auxilio del vodka, rompiendo, pocas horas después, con una relación amorosa. Como para escribir otra Leyenda del Santo Bebedor (1939), el más famoso de los relatos de Roth, a quien Cozarinsky presume superior a Philip Roth, su tocayo de apellido.

 

Descree el narrador argentino que El profeta mudo, la novela de Roth publicada póstumamente en 1966, sea, en verdad, sobre Trotski. Habrá que leer la nueva biografía de Roth (Endless Flight. The Life of Joseph Roth de Keiron Pim) en búsqueda, si las hay, de mayores precisiones. Como sea, cierta izquierda heterodoxa —no siempre estoy de acuerdo con las simetrías propias de ese nicho dibujadas por Cozarinsky— es para él lo que el Imperio austrohúngaro fue para Roth, un mundo moral, aunque el argentino esté más allá del llamado “trotskismo ético”. Por ello, en Disparos en la oscuridad, es buen lector de las “derechas”, atento a los diarios de guerra y ocupación de Jünger (rechaza, en cambio, sus pretensiones alegóricas), o al “tema del infame y del mártir” en el archicolaboracionista francés Robert Brasillach, fusilado en febrero de 1945. Es sensible, también, a la prosa castiza de la más rancia derecha católica argentina: Marcelo Sánchez Sorondo o Julio Irazusta.

 

Es extraño que a Cozarinsky le interese el destino de Severo Sarduy, su coétaneo en París y tan distante, en casi todo, a él. Lo ve, al cubano, con una mirada excéntrica. A Sarduy, por soledad, lo secuestraron los pedantes de Tel Quel, a quienes les trajo lo más insólito, “polifanía y carnaval”, a cambio de trasmitir en su onda larga. Pero el autor de Cocuyo se salvó porque esa “empresa antindividualista, antihumanista, antiliteraria”, la del postestructuralismo según Cozarinsky, “no dejó víctimas en el campo de batalla intelectual parisién: signo, tal vez de que en el fondo nadie nunca lo tomó en serio”. Sobre aquellas ruinas volvieron a florecer Jane Austen, Arthur Schnitzler, Edith Wharton, Leo Perutz, Mario Praz y, por qué no, el propio Roth. Igual que el galitziano, el escritor cubano fue un apátrida sin presente que apostó por un “porvenir sumamente incierto”. A Sarduy lo vampirizaron sus amigos, dice en Disparos en la oscuridad, quizás tanto como Roth sufrió en el potro del periodismo en lengua alemana, del cual fue desesperado artífice, desde el Der Neue Tag de su juventud, hasta el Parisier Tangeszeitung del último exilio. Sarduy y Roth, muy enfermos, no murieron solos, sino rodeados por el amor de tirios y troyanos.

 

Siempre está de ida y vuelta Cozarinsky, sacando provecho de lo inverosímil, calculado como una coartada de lo probable. En “El viaje sentimental”, el cuento más leído de Vudú urbano, el héroe descubre que su regreso al aeropuerto de Ezeiza nunca se verificó, varado en París a pesar de haber pagado el boleto completo. Ese regreso plagado de ambigüedad es una pesadilla que al exiliado aterra y seduce, como le ocurre a la moribunda proxeneta de Roth, en La noche mil dos (1939), testando “unas miserables sumas para sus allegados, rechazando la presencia de un cura, luego reclamándola, perdiendo el aliento, recuperándolo, de pronto muerta”, según leemos en las Variaciones Joseph Roth. Así, su héroe en “El viaje sentimental”, en ese Buenos Aires fantasmagórico del año 76, del Mundial de futbol o de la guerra de las Malvinas, transpira signado “por el insidioso respeto de la víctima por el verdugo”, entre los cómplices, los indiferentes y los aterrados.

 

Cozarinsky fue al Café de Tournon, en Saint-Germain-des-Prés, a hacerse un autorretrato fotográfico, “gracias al espejo y a un afiche”, junto a Joseph Roth,”mi escritor querido”, allí “donde él vivió, bebió y escribió en sus últimos meses de vida”. Si yo hiciera eso, sería una bagatela de turista. Tratándose de Edgardo Cozarinsky, el excelente escritor argentino quien es algo más que nuestro hombre en “Mitteleuropa-am-Plata”, estamos ante un legítimo trato de ultratumba, notorio por su familiaridad.

 

 

FOTO: El argentino Edgardo Cozarinsky también ha dirigido películas como Carta a un padre. Crédito de imagen: Casa de la Cultura del Fondo Nacional de Arte

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