Variaciones sobre unos temas de Radiohead
POR JOSÉ FILADELFO
I
Aterrada
por una voz
que, sin preguntas,
la persigue,
el alma
—si existiera—
se separa del cuerpo
y viaja ficcional
en la tullida atmósfera
del pensamiento que,
como los cántaros saciados,
se vacía
—un momento detenido—
hasta que el salón,
donde los instrumentos vuelan
sin materia,
despide su orquesta conmovida
por la tibia penumbra
del arbusto esquizofrénico,
mapa mental en solitario
que, sin custodios,
expulsa la tierna
ambigüedad
del extraviado
en un día desesperado,
torero de tres cabezas
y el toro se confunde,
furia que pierde sus alas,
niño que nace sin madre
pero que encuentra, raíz,
la exhausta idea
del precipicio infinito,
hablar en lenguas
como quien viaja
sin Dios
y ser su pordiosero,
hundirse en la nada
y a punto de cocción
quejarse, esa es la lira,
poetas asonantes,
ir en descenso para descubrir,
oh paradoja;
alturas ignorantes
que adoran
de los platos limpios
su blancura esnob que,
pulcra,
se marchita
en los dientes negros
de los comensales;
descender, pues,
no por soltar
al perro ciego
del instinto,
sino sorber
de lo invisible
prudente indiferencia,
ser don nada por las calles,
ir fantasma ignorado
por discreto
y luego aparecer,
gozoso y descifrado
en las floridas guitarras
de un entierro;
en el cenit paciente
diluirse
como polvo silencioso
en la obra que es astro
y hunde,
hipnotiza las horas,
nos contempla.
II
En las rodillas
de los presos
una gota de oro
empañada
por el lodo;
confundido
en la desolación
de un aliento
sin fortuna,
el vago, enamorado,
escupe hierbas
como entre nosotros
el concreto,
larga vida
—ternura liberada—
a la quieta bebida
de la noche,
cuando se espera,
con las manos
sudadas,
la llamada
de un ángel
que duda en amarnos
al ser fotosensible
a la víscera de arándano
que, enferma y declarada,
ata sus nupcias remotas,
y la pequeña virgen
en plumas,
amada y sonrojada,
opone tibia resistencia,
oh noche sin guarida,
fui por vino
dispuesto a abandonarme
y salió, con su cetro,
la mañana,
y en la mano solícita
que cubre
mi fantasmal soledad
para hidratarla
se abrió, de súbito,
el presidio,
y sin dormir contigo,
me fugué, a rastras,
en el insomnio;
en los ojos oscuros
de las aves rapaces
una estrella se consume,
y al provocar la gloria
de una eterna espera,
volví sonriente
y desnutrido,
con las semillas reventadas
y jugosas
pero durmientes,
árbol hueco,
tras la invariable reja
de su celda,
muerto no, pues,
pero sí, por casto,
demolido,
maroma brava
que en tu nombre
hiede a gracia
por los colores
cerebrales
que hoy son sombras,
y sin mentir,
entre oro y lodo,
ya nada me transmuta,
voy por el presente
aunque distante
como columna rota,
que en el primer destello
del sol eléctrico
vibra un momento,
y calma,
prisionera,
se detiene.
Fotografía: Thom Yorke, vocalista de Radiohead, durante una presentación de 2017 en el Festival Coachella / Crédito: Amy Harris/Invision/AP
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