Vasto mundo por fin redondo
POR ALEJANDRO DE LA GARZA
El crítico ambiciona el sacudimiento. Una escritura capaz de sacarlo de lugar, desafiar su perspectiva rutinaria de reseñista literario y perturbar sus certidumbres para orillarlo hacia un territorio distinto, oscilante y móvil, exigente de mejores esfuerzos de equilibrio y comprensión para desentrañar un texto inquietante.
Festejo la novela Muerte súbita, de Álvaro Enrigue (México, 1969), porque al ofrecer un orden por descifrar ensancha la visión, empuja por sendas inexploradas y provoca erigir desde un terreno movedizo, cambiante y vasto, un escrito estimulante para el lector, justo con la obra y veraz con su autor. Acudo a mis subrayados, notas al margen, apuntes y relecturas de los capítulos, párrafos y escenas más estimulantes en tanto alientan inteligencia, emoción y voluntad de claridad en la escritura propia.
En apenas 250 páginas, Enrigue noveliza el trastocamiento vivido por las sociedades europeas y americanas indígenas en el siglo XVI, cuando el mundo aprehendió por fin sus dos orillas. En la del viejo continente ocurren las guerras religiosas, la inquisitorial y sangrienta Contrarreforma y da inicio el arte barroco, y en la no menos sangrienta y épica orilla del nuevo mundo acaecen el desembarco de Cortés, la conquista de Tenochtitlán, la caída de un imperio indígena y la fundación de la Nueva España. De un extremo a otro, este vasto relato está urdido con saberes de varia índole: lecturas, consulta de archivos, estudio de documentos, visitas a bibliotecas y museos, reconstrucciones de época y retratos de personajes históricos. Revisa el curso de los reinos de la fragmentada Italia, las sucesiones papales y la expansión de la potente España colonial, tal la circunstancia de los cacicazgos sometidos al imperio mexica y la fundación violenta o utópica de los pueblos de indios; comprende historia religiosa y vaticana, de las mentalidades y del arte, de la conquista y la cristianización, más la indagación en las primeras noticias sobre la práctica del popular juego de pellas o pelota, raqueta o tenis, y su contraste con el cósmico juego de pelota prehispánico; registra aspectos de las condiciones materiales de la vida cotidiana y las costumbres en ambos extremos de ese orbe, vasto mundo por fin redondo, recobrado y puesto al día mediante la imaginación desplegada en esta aventura literaria reconocida con el Premio Herralde de Novela.
Mas el relato por fortuna no es un novelón histórico insufrible, no reivindica causas, movimientos o personajes tal como insisten en hacer al punto del fastidio tantos escritores de best-sellers y “novela histórica” oportunista, y aun toma distancia de la idea de “la novela total”, magisterial y abarcadora. No, la propuesta de Enrigue es estética y artística, no ejemplarizante o aleccionadora; su ambición es literaria, no hagiográfica o didáctica. Eleva su apuesta el magnetismo y disfrute de esa prosa suya de trabajadas intensidades emocionales, matices y giros verbales deslumbrantes. Prosa de orden único característica en el autor y aun decantada aquí.
El escenario de confluencia e irradiación de los relatos y correlatos de este mundo ya esférico es un juego de pellas o de tenis en la romana Plaza Navona, en octubre de 1599, entre un treintón Michelangelo Merisi de Caravaggio y un apenas veinteañero Francisco de Quevedo, ambos ya medio criminales de armas temer, reunidos ahí para una disputa de honor por razones tan jocosas como violentas, ocurridas la madrugada anterior y resumibles en trasnochada, borrachera, discusión, manoseos homosexuales y pleito de puñal entre los bandos (delincuentes romanos en apoyo del artista lombardo contra nobles españoles encabezados por el duque de Osuna, su guardia y el propio Quevedo, en periplo de juerga y huida por Italia).
Esta partida cruza como eje la novela y mientras cursa su trámite (tres juegos con varios parciales) se despliegan los correlatos asintóticos de ese mundo esfera. Seguimos a Merisi en su revolucionario trayecto artístico mientras vive, pinta, se embriaga y coge entre pontífices brutales, obispos asesinos, cardenales pederastas, putas e indigentes; hay incendios romanos, verídicas pellas de tenis fabricadas con el cabello de Ana Bolena, cortes irrisorias cruzando con ridícula pompa Los Pirineos; aquí va Quevedo perseguido como criminal al amparo del duque (marido de la nieta de Cortés); allá, el capitán Hernán, tan conquistador de medio orbe como menospreciado en España y el Vaticano, le acaricia lujurioso a Malintzin “el clítoris que cambió al mundo”; fluyen las trágicas derivas por la derrota mexica, arrasamiento, matanzas, violaciones, la muerte de Cuauhtémoc, la fundación novohispana; asistimos a la floración de la Utopía de Moro en la mente de Vasco de Quiroga y en la realidad purépecha de Pátzcuaro, alucinamos con el esotérico arte plumario del noble náhuatl don Diego Huanintzin, amatequía potenciada por los hongos (“pajaritos y derrumbes”) que Vasco también se zampa para “ver las instrucciones de Dios” en el entramado maravilloso de esos plumajes vivos, mientras el amateca le insiste: “no se clave obispo”.
Enrigue vislumbra los resortes de la historia, la violencia y la guerra en pleno cerrojazo final del XVI, y transmite, sin mediaciones de historiógrafo ni novelería de ocasión, la abigarrada riqueza del latir de la vida humana, contradictoria y azarosa, en un momento histórico clave y monumental. Muerte súbita es, mediante una inusitada suerte combinatoria de ficción, historia, y ficción de la historia, un fresco literario inolvidable de tintes clásicos, humanistas y modernos.
Álvaro Enrigue, Muerte súbita, Anagrama, Barcelona, 2013, 258 pp.
*Fotografía: El escritor Alvaro Enrigue habla durante una entrevista en Ciudad de México/EFE
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