Ver un musical tres veces… y contando: The Prom

Dic 11 • Miradas, Música • 2009 Views • No hay comentarios en Ver un musical tres veces… y contando: The Prom

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The Prom es un musical pop que cuenta la historia de cuatro “estrellas de teatro musical” en desgracia que, buscando buena prensa, viajan a Salamanca para ayudar a una lesbiana adolescente a quien se le ha impedido acudir al tradicional baile escolar. Actualmente se presenta en Centro Cultural Teatro 2

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POR IVÁN MARTÍNEZ
A veces la gente me pregunta por qué regreso a ciertas obras. Con música no tanto: suele suponerse que todos son clásicos que siempre dicen algo nuevo, que Beethoven es tan profundo que cada escucha de un cuarteto con cada nuevo ensamble propone nuevas conclusiones (sí lo es casi siempre). Quizá quienes preguntan suponen que, al ser un discurso abstracto, da más oportunidades de relectura como oyente que una obra de teatro, una de teatro musical, como espectador (y no necesariamente, y no tienen nada qué ver la sofisticación de los lenguajes).

 

Sobre todo en teatro, la gente supone que la mente, el alma o la sensibilidad se agotan. Ya te la sabes, ya sabes en qué termina, ya sabes cómo transitan los personajes para llegar a esos lugares. Y vista la cantidad de veces que he visto algunos musicales, hasta en qué momento van a flaquear ciertos actores; o en qué pasaje va a desafinar el mismo clarinetista desde el foso.

 

Por supuesto hay obras que agotan, las hay desde la primera escena. Pero no es cliché lo que se dice: con las artes vivas siempre es diferente. Porque uno es diferente cada vez. Y los actores también. Y el público con quien se comparte la función. Igual una producción que revive con la aparente misma dirección, ese director no es el mismo creador que fue la vez anterior. Ni hablar de regresar a una obra con una concepción escénica diferente, como en música cuando volvemos a una sinfonía con diferentes batutas. Si la obra (o la cierta producción de ella) tiene elementos sólidos, casi siempre se pueden encontrar temas o ángulos de diferentes calibre y profundidad cada vez.

 

 

Incluso desde la misma butaca asignada al crítico. Un gesto, una luz, una inflexión diferente. Que luego resignifica todo.

 

Hablando de musicales, recuerdo haber visto únicamente la versión fílmica de El violinista en el tejado, que me parecía simpática, buenita, y hasta ahí. Y que fue hasta que la vi escenificada en yiddish, que me removió hasta lo más profundo.

 

Ahora en la Ciudad de México se presenta el musical The Prom, que no es un clásico ni se acerca, pero que ya había disfrutado mucho en un teatro de Nueva York como en la versión fílmica de Ryan Murphy.

 

Es una comedia musical pura. El libreto de Bob Martin cuenta la historia de cuatro “estrellas de teatro musical” en desgracia que, buscando buena prensa, viajan a un pueblito (Edgewater, Indiana; Salamanca en esta adaptación) para ayudar a una lesbiana adolescente a quien se le ha impedido acudir al tradicional baile escolar. Y tiene música de Matthew Sklar, que funciona perfectamente para las razones que debe servir la música en teatro musical (cada canción ayuda a contar la historia y se inserta en ella instintivamente, sirviéndole de medio y no de prenda): no es provocadora ni pretenciosa, pero sí muy auténtica y se mantiene en el espíritu festivo del objetivo de la trama incluso en sus momentos de tensión; y hasta tiene sus momentos melódicos y rítmicos memorables. Es pop teatral en su máxima expresión y por eso lo tiene todo para mí.

 

 

Para cuando escribo esto, ya la vi tres veces. Me interesó cuando la anunciaron porque el elenco era un sueño para todo entusiasta del teatro musical: Anahí Allué, Gerardo González, Mauricio Salas y Majo Pérez en los roles principales, con Beto Torres y Samantha Salgado en otros dos.

 

Ha sucedido en el teatro mexicano un fenómeno que no termino de comprender y es el de poner a diferentes actores a alternar un personaje; no de tener un suplente o standby como sucede en otros lugares (o en la ópera), sino rotar elencos. Retomaron aquí la fórmula y luego del estreno con Allué, volví para ver a Susana Zabaleta; en la primera no vi a Salas, pero vi a Luis Rodríguez, “El Guana”; y a Majo Pérez la vi hasta la tercera. (Ni tiktok tiene ese algoritmo.)

 

Y aunque no lo comprendo, a mí me ha servido para aquilatar talentos y habilidades (o para reforzar prejuicios, principal arma del crítico), y, sobre todo, seguir disfrutando de una puesta que lo tiene casi todo y la que, cada vez, me sorprende o conmueve desde un ángulo distinto.

 

 

Si un día es la joven protagonista, al otro es el trasfondo de alguna de las historias secundarias, y a veces es sólo la música, o el montón de anécdotas que conozco o he vivido y que se reconocen en cualquiera de sus detalles mínimos; ésta es una obra de muchos detalles.

 

A estas alturas, ya me aseguré que la orquesta que dirige Alberto Albarrán está enérgica e impecable siempre. Y ya no me sorprende que Gerardo González se lleve cada función: es el actor más simpático de nuestro teatro y musicalmente, se encuentra quizás en el mejor papel de su carrera; su Benny es el mayor acierto escénico del año. Anahí Allué es una reina de la escena, sin más adjetivos. El personaje que comparten Mauricio Salas y El Guana y Esteban Provenzano, es un lujo, pues tiene tres actuaciones distantes pero placenteras y precisas en igual medida. Y Majo Pérez, como he escrito en otras ocasiones, está aquí para marcar el musical con su nombre como ha marcado cada uno de los títulos en los que aparece: es una de las voces jóvenes más importantes del teatro mexicano y una actriz fuerte y eficaz; su Angie es un sueño. A la par, Torres, quizás el actor más infalible del teatro musical mexicano, junto a Salgado, Dai Liparoti y la debutante Brenda Santabalbina ofrecen una solidez que podría mantener la obra incluso sin sus cuatro estrellas principales.

He escuchado que la producción sufre y que no ha tenido el éxito esperado. No soy experto en relaciones públicas o en planeación estratégica, así que mis elucubraciones ante el caso sobrarían, pero parecen ser de tesis. Y aunque hay errores que sí se ven: un ensamble bastante dispar, pocos pero notables vicios en la traducción y adaptación o el algoritmo de los actores; sé que ninguno la agota, que la apuesta sigue siendo suficiente para regresar, para volver a conmoverse, y saber que, como ya se ha establecido entre la gente de teatro, su éxito no es todavía el merecido.

 

FOTO: Escena del musical The prom/ Crédito: Cortesía de la producción The Prom

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