Viaje a la nostalgia en un pantallazo

Dic 23 • destacamos, principales, Reflexiones • 1469 Views • No hay comentarios en Viaje a la nostalgia en un pantallazo

 

A propósito de la Navidad, publicamos este texto que propone un recorrido por filmes que, para bien y para mal, se han convertido en clásicos de la temporada para toda una generación: desde las aventuras invernales de Macaulay Culkin en Mi pobre angelito hasta el feminismo chocarrero de Renée Zellweger en El diario de Bridget Jones

 

POR LAURA BAEZA
Hace poco bromeaba con unos amigos sobre que no importa en qué momento del día pero si enciendes la televisión, seguramente en algún canal estarán dando una de las películas de Harry Potter, sobre todo ahora que se han convertido en el clásico navideño. Más allá de contarnos la historia (muy al estilo bíblico o de otro libro sagrado) de un elegido que cambiará el rumbo de la humanidad a pesar de rechazar su encomienda al inicio de la aventura y luego seguir el camino del héroe, no es en vano que tenga tanta relevancia en esta época. Y sí, cuenta mucho que varias de sus escenas más significativas sucedan en un ambiente navideño y de reconciliación, (que ha reconfigurado nuestra concepción sobre cómo debería verse un enorme salón con luces y banquetes) principalmente en la primera entrega, pero el crecimiento de sus personajes se da después de vencer el mal y aprender varias lecciones, como el valor de la amistad, la valentía y el coraje. Por eso queda muy bien que la Navidad marque el inicio de un nuevo ciclo. Estamos ante un nuevo clásico navideño que no lo es explícitamente como otras tantas películas hechas para la temporada, pero que sin lugar a dudas ha conseguido colocarse como sonido e imagen de fondo mientras se preparan los alimentos para la cena de Nochebuena o uno come el delicioso recalentado al día siguiente en pijama. Y si dudan al respecto, enciendan la televisión en este momento (en caso de tener servicio de cable) y busquen cuál de las tantas entregas están transmitiendo.

 

Mi vida siempre ha estado marcada por la nostalgia de los años 90: el ambiente en las historias que escribo, la música que escucho, mis referentes en cine y televisión, la persona que soy hoy es por la infancia que viví, y particularmente las películas que algunos canales abiertos y otros de paga transmitían en esta época, cuando ya estaba de vacaciones y podía quedarme horas maratoneando porque, quizá, ya era muy grande para jugar con juguetes viejos o fantasear con los que claramente no iba a recibir, pero ni tan mayor para dedicarme a la planeación de la cena de Nochebuena. Un niño puede ser un espectador de su propia vida y reunir memorias que le servirán para el álbum de la nostalgia a mediados de sus 30, y esa ha sido mi labor desde que tengo memoria. También tiene mucho que ver que quienes crecimos en los 90 buscamos identificación con títulos anglosajones a pesar de que la televisión nacional nos daba durante las mañanas de sábados y domingos películas de manufactura mexicana, esas las tenemos en el acervo muy a nuestro pesar, y si rechazamos que las hemos visto tantísimas veces, caemos en la soberbia que tíos y abuelos tanto critican, pero esto es lo que es: la cultura de masas siempre es dictada por el vecino más poderoso. Nosotros, a excepción de quienes pasaron frías navidades en los estados del norte, no asociamos la época con la nieve, pero sí con una ligera baja en la temperatura y con estas películas del Videocentro que después quedaron en la televisión y ahora, la mayoría, en las plataformas.

 

Conforme fui creciendo tuve la impresión de que antes las películas tardaban menos tiempo en llegar a la tele, pero siendo niño la memoria tiene otras reglas. Además de los especiales navideños de las caricaturas, como las aventuras de la pandilla de Charlie Brown y Los Simpson, desde pequeña veía la selección que había para la época. Evidentemente, en mi primer recuerdo está Mi pobre angelito (1990), como se llamó en México. Un pequeño y ya muy talentoso Macaulay Culkin era olvidado por su familia en vísperas de Navidad, entonces tenía que ingeniárselas para no ser víctima de un par de ladrones y defender a toda costa su inmensa casa. Lo que más me llamaba la atención eran las posibilidades de pasar un tiempo a solas siendo niño, con tantas cosas al alcance. Esa fantasía explotó cuando vi la secuela: Kevin estaba perdido en la ciudad que quizá sea la más representada en el imaginario popular durante estas fiestas, Nueva York. Con los años, un niño comprende que estar solo en cualquier lugar es un riesgo absoluto y comienza a ponerse en el lugar de la desesperada madre de Kevin. La realidad, sobre todo por la que atravesamos en México, elimina toda posibilidad de fantasía.

 

Del mismo año es El joven manos de tijera, con cuyo nombre fue conocida en Latinoamérica y para nosotros a través del Canal 5. Hace más de tres décadas un jovensísimo Johnny Depp representaba la creación de un científico descabellado pero con un enorme corazón, quizá se trataba de un hombre que siempre quiso tener un hijo y este crecimiento se hizo más fuerte en los últimos años de su vida. ¿Qué puede ser más triste que esa premisa? En realidad, toda la película, que no sabemos si colocar en las listas de Halloween, Día de los enamorados o Navidad, pero a mí me gusta en esta última porque explica de una forma muy romántica la creación de la nieve. Tim Burton nunca me ha parecido un director para niños aunque ahora tenga películas dirigidas a ese público. ¿Y qué hacía una niña de menos de ocho años viendo El joven manos de tijera? Lo mismo que todo mundo, aunque sin intelectualizarla como ahora, tan sólo por el gusto de tener una televisión al alcance. Hay una nostalgia fascinante en la oscuridad de los personajes fuera de lugar, los freaks, la música de Danny Elfman, todo lo roto que parece tener por fin la pequeña oportunidad de alcanzar la felicidad. Como la gente de mi edad que ahora parecemos los que más nos quejamos del paso del tiempo: extraño al Tim Burton de esa época. Y en un salto en el tiempo, en mi caso fue cuando la moda emo llegó a México. El extraño mundo de Jack también se ancló en el imaginario colectivo, un poco más por la simpatía del personaje principal, Jack Skellington, que por ser una película de la época.

 

Con Burton las películas animadas dejaron de ser sólo para niños, y no es que alguna vez lo hayan sido al 100%, pero la representación de todos nuestros estados de ánimo se amplió. El Grinch, del 2000 y dirigida por Ron Howard, vino a ponerle nombre a las personas que, por el motivo que sea, no disfrutan esta época y menos la cena de Nochebuena, a la que con frecuencia asisten. Negar la importancia de la celebración se convierte en deporte, uno se esfuerza en ser un Grinch aunque no haya visto la película y eso sólo da cuenta de lo relevante que se convierte un personaje (de libro y ahora audiovisual) cuando toca las sensibilidades de la humanidad.

 

El año de mi nacimiento (1988) se estrenó Duro de matar, pero obviamente llegué a ella después, en la adolescencia. Ahora con algunas personas siempre sale el tema de si es o no una película navideña y varios hemos concluido que sí. Los servicios de streaming lo confirman. Como la historia se desarrolla en tan poco tiempo, Nochebuena y Navidad, siempre hay luces por todas partes, arbolitos navideños, villancicos, gorros, pero se trata de cómo un hombre busca la reconciliación con su esposa y en lugar de eso debe enfrentarse a una banda criminal. Romántico, desastroso y muy ad hoc para las fechas. Un dato curioso es que Alan Rickman es el villano de la historia, y sale en otras películas mencionadas aquí, la casi navideña Harry Potter y la que tiene el sello “consumo millennial”, Love Actually. Pero lo que me gusta de esta película, más allá de todo cuanto hace Bruce Willis en pantalla, es que cada año genera la misma discusión entre quienes sólo la han visto una vez y quieren negar que se puede ser un exagente violento o redentor con villancicos como música de fondo.

 

Muchas de estas películas claramente tienen consigo una moraleja, como El regalo prometido (1996). En ella lo más divertido es ver a Arnold Schwarzenegger fuera del papel de exterminador del futuro; es un padre de familia colapsado por las obligaciones en el trabajo que se ve obligado a conseguir un muñeco de acción para su hijo por el simple hecho de que lo ha decepcionado en todo y ésta era su promesa para una reconciliación. Hablamos de mediados de los 90, nosotros también fuimos la generación que anhelaba el microhornito o la avalancha, incluso juguetes que sólo veíamos por televisión porque, con todo y el TLC, eso era inaccesible. No sé si esta película actualmente sería revisada con lupa por fomentar el consumismo y los caprichos de un niño, además de la obstinación peligrosa del padre, eso sería ir demasiado lejos e invertir mucha energía en censurar algo que, en estas fechas de consumo absoluto, sería absurdo. Lo que me saca una risa de esta película es pensar en Schwarzenegger más cercano a Hall, el papá de Malcolm, que a uno normal, porque a todos nos hubiera encantado tener en casa a alguien así de genial. Y claro, parece broma pero cuando buscas con empeño el regalo perfecto, este no aparece y la ciudad completa se pone de acuerdo para que termines pidiéndolo en una aplicación de moda. Somos esa generación, la de las soluciones al alcance de una tarjeta con fondos suficientes.

 

Más tarde sonó mucho entre las novedades navideñas Hombre de familia (2000). con Nicolas Gage. A él puede discutírsele lo que sea, menos que se haya quedado sin hacer una película de cada género sólo porque quiso. En ella, Cage interpreta a un hombre de negocios, un tipo presentado como egoísta, solitario, alguien ambicioso capaz de cualquier cosa con tal de ganar, alejado de todo mundo y sin preocuparse por nadie. Pero fue hace 20 años, antes de que esas características se convirtieran en una aspiración para la mayoría. El golpe de timón se da cuando despierta y tiene la vida que nunca quiso, a la que estaba destinado pero renunció, sólo que aquí posee el amor de su familia, una hermosa esposa que fue su novia en su pueblo natal y dos hijos. El espíritu de las navidades pasadas puede ser cruel cuando te muestra de lo que te perdiste, y sabemos que conforme pasan los años cada vez que se cumple un ciclo, cumpleaños o Navidad, el riesgo de sentirse insatisfecho está en preguntarnos qué hubiera sucedido si hubiésemos hecho esto o aquello. A veces es como si tuviéramos que arrepentirnos por cada día que no hicimos algo extraordinario porque en estas fechas la presión es mayor, ni qué decir de los propósitos que nadie cumple o que cuando sí, son minimizados por otros. Una película de este tipo no es satisfactoria, es algo cruel porque es lo que más se acerca a la forma en que vivimos, en ansiedad por lo que viene y en negación por lo que ha sucedido. Además de hacernos sentir mal si escogemos la vida egoísta y de placeres mundanos del Cage rico.

 

Una constante entre las películas anteriores es que la familia es lo principal, quizá sea el motor para sacar adelante cualquier situación adversa y llevar al protagonista a hacer todo lo posible y hasta lo que no con tal de llegar a casa y estar con la gente que ama. Era el modelo de familia hegemónica que consumíamos en muchos productos masivos, como lo ha sido nuestra enorme (y eso no significa que buena) tradición en cine y televisión nacional. Los niños que no veníamos de ese modelo comprendíamos que otros sí, pensábamos que eran la mayoría, tan sólo por esa representación anglosajona, pero ni la nieve en diciembre era nuestra realidad, ni los villancicos donde el triunfo del amor era por lo que valía la pena enfrentar cualquier peligro. Con el paso del tiempo aprenderíamos a ser menos obvios con las metáforas del viejo Scrooge.

 

Tienes un e-mail (1998), película dirigida por Nora Ephron, se convirtió en la comedia romántica para cerrar el año. Antes, Ephron, Meg Ryan y Tom Hanks habían trabajado juntos en Sintonía de amor (1993), una película romantiquísima en toda la extensión de la palabra, en la que una mujer escucha por radio la historia de un viudo y decide viajar a Seattle para conocerlo. Ambas tienen puntos culminantes en las fiestas decembrinas y las dos son interesantes a su modo, pero Tienes un e-mail nos acercaba un poco a la forma en que conectaríamos con otras personas unos años después, a través de redes sociales y aplicaciones, aunque aquí es un poco más arcaico. La manera en que viviríamos las interacciones tendría que verse reflejado en pantalla, para empezar, Nueva York tendría que ser el epicentro de ese cambio. Bastaron pocos años para que la ilusión que produjo la premisa cambiara: Meg interpreta a Kathleen, una feliz librera que se dedica de corazón a atender la librería infantil que le dejó su madre, pero conoce a Joe (el personaje de Hanks), el heredero de una cadena de librerías, quien la lleva a la quiebra. A pesar de ser rivales en los negocios, el amor parece compensar ese no detalle no tan menor y todo termina en un feliz romance.

 

De una gran aceptación hacia el amor romántico con Tienes un e-mail (a mí me gustó mucho cuando la vi siendo puberta), pasamos a cuestionar los roles de género. Y aquí es cuando la realidad alcanzó a la ficción porque la representación de las relaciones interpersonales también dio un giro empezando el nuevo milenio. Aunque tal vez tardó un poco en que ese giro fuera más evidente. La gran heroína femenina de la década (porque el término feminista todavía se discute en ella) fue la protagonista de El diario de Bridget Jones, película del 2001. En 20 años también se ha dicho lo suficiente sobre el ideal de belleza del personaje (así como se mide con la regla del 2 mil veintitantos la pertinencia o cancelación de Sex and the city) y su necesidad de sentirse amada. Pero las preocupaciones de Bridget, al igual que las de muchas de nosotras que ahora tenemos su edad, son totalmente válidas. Sus propósitos de Año Nuevo también han sido los de muchas de la generación, la importancia que le da a su círculo de amigos, el distanciamiento con algunos miembros incómodos de su familia, la complicidad con uno de los progenitores, el extraño sentimiento de sentirse bien con un drama que simplemente se quedará en eso. Algunos pensamos que si todo mundo hubiera visto más de una vez la primera de las tres películas de Bridget, entendería que está bien meter la pata con todo mundo de vez en cuando y que la realidad también se alimenta de la ficción, y si no, que los fabricantes de suéteres navideños feos digan lo contrario.

 

También, desde Londres, otra película que marcó la tendencia de las historias simultáneas, lejos de las tramas de acción, fue Love Actually (2003), otra comedia romántica con un elenco sobresaliente. Quizás haya tenido que ver con la velocidad con que planeábamos vivir al empezar el milenio, pese a que esa idea tardó unos años más en cuajar y ahora sí que queremos consumir cualquier historia en unos cuantos segundos. Hoy reprobamos al mejor amigo de Juliet, o sea, Keyra Knightley, un stalker que documentó cada movimiento suyo por padecer un enamoramiento enfermizo, pero hace 20 años podría resultar un gesto tierno; tampoco nos gusta la conducta tan misógina de Colin, el joven que viaja a Estados Unidos convencido de que ahí puede convertirse en un dios del sexo sólo por ser un británico con un acento marcado. Cuando esta película se estrenó tuvo un pico de aceptación muy elevado porque presentar nueve historias así, al estilo Pulp Fiction, parecía algo moderno, luego comprendimos que muchas, casi todas, eran algo inverosímiles y después se convirtió en el ugly sweater de cada año: podemos quejarnos de él pero siempre, siempre, termina siendo la compañía navideña. Y es que en los dosmiles todo era novedad, pensábamos que le dábamos un nuevo enfoque a una de las fiestas occidentales más antiguas.

 

Mientras mi generación comenzaba a ser protagonista de sucesos nacionales, porque ya teníamos credencial para votar, también queríamos hacer todo a un lado y echarnos a ver los maratones de películas viejas y una nueva, The Holiday (2006), que Warner nos presentó como El descanso. Aquí dos mujeres que no tienen nada en común, excepto que viven en lugares fabulosos, una en Los Ángeles y la otra en un pueblito en Inglaterra, intercambian estancias durante dos semanas. La fantasía que me produjo esta película me duró poco: hay que recorrer medio mundo para encontrar el amor; el problema es tener las condiciones económicas para hacerlo. Sin embargo, había cambiado el paradigma de la celebración navideña: ya no era con la familia donde uno nació, sino idealmente donde se sintiera bien, con amigos, un romance, eso es lo de menos, al final, también era con una misma y en reconciliación con sus traumas.

 

Cada año hay rankins de las películas que hay que ver sí o sí, se suman unas, salen otras que ya no se ajustan a la época en que vivimos o estamos en una constante revisión de ellas. El género “comedia romántica navideña” tiene sus apuestas en la misma premisa, una reflexión sobre la importancia del amor en esta época, pero el amor puede tener más de una faceta, no sólo el familiar o el de pareja, va más allá como tantos modelos reales. Después de The Holiday, hasta hoy hay cientos de películas registradas en los acervos fílmicos y decenas que se disputan el horario estelar en canales de paga y televisión abierta, porque las plataformas son otra cosa, nuestra realidad.

 

El sonido y las imágenes de fondo varían de acuerdo al lugar donde uno se encuentra. Macaulay siendo el niño más simpático de Hollywood hace 30 años, Reneé Zellweger jurando que fumará menos, Bruce Willis salvando al mundo, todas las actrices y actores que no mencioné porque están en otra lista, también de mis recuerdos, 30 años de las películas que se repiten en loop porque nosotros seguimos siendo su audiencia, aunque estén pasadas de moda. Las que vemos mientras cocinamos y no nos ponemos de acuerdo con qué hará cada quién, las que veo en soledad con una pizza, y las veremos al día siguiente, cuando toque recoger un poco la huella de la celebración anterior. De lo que sí estoy segura es que en este momento puedo encender la tele y en algún canal estará Daniel Radcliffe celebrando con los Weasley.

 

 

 

ILUSTRACIÓN: Iván Vargas /EL UNIVERSAL

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