Viejos y nuevos iconoclastas
POR ANTONIO ESPINOZA
“Perdónalos Señor: no saben lo que hacen”. La reciente censura por parte del Museo Jumex al célebre artista austriaco Hermann Nitsch quedará para la historia como una aberración. Programada para inaugurarse el 27 de febrero, la exposición fue cancelada sorpresivamente, sin una explicación por parte de la institución. Las declaraciones del director del recinto, poco antes de renunciar, de que el país vive un momento histórico difícil y de que la sociedad está muy “sensible” a cualquier expresión de violencia, son más que desafortunadas (El Universal, 26 de febrero). A los jerarcas de Jumex, sin duda, les dio miedo la campaña de protesta de grupos ecologistas que rechazaban la exhibición de animales muertos y ritos sangrientos –característicos del arte del maestro vienés– en el museo. Pero los ecologistas no son toda la sociedad… ni tampoco son los ciudadanos más informados. Si los jerarcas de Jumex conocían tanto el arte polémico de Nitsch como la situación violenta del país, ¿por qué se decidieron por la exposición? En palabras coloquiales: si conocían a Nitsch, ¿para qué lo invitaron?
Hermann Nitsch (Viena, Austria, 1938) fue uno de los accionistas vieneses (wiener aktionimus) que en los años sesenta del siglo pasado llevaron el Body Art a niveles insospechados de agresividad y violencia. Artistas de lo abyecto, los accionistas vieneses realizaron representaciones rituales sangrientas, utilizando su propio cuerpo y también cadáveres de corderos. Buscaban con ello sacudir la conciencia de la gente, sacar al espectador de su actitud contemplativa y liberarlo de su papel limitado de voyeur. Disuelto el grupo, muerto uno de sus integrantes (Rudolf Schwarzkogler), Nitsch siguió su carrera en solitario, realizando numerosas acciones por todo el mundo. Artista iconoclasta y transgresor, Nitsch en su Teatro Misterioso y Orgiástico explora la realidad con armas místicas y rituales; se revuelca en vísceras de animales, se convierte en un sacerdote que sacrifica simbólicamente corderos y hasta subvierte la idea cristiana del nacimiento, la crucifixión y la resurrección de Jesús (Aktion 135, XI Bienal de La Habana, 2012).
Iconoclastia
En los primeros tiempos del cristianismo estuvieron ausentes las imágenes, pues se consideraba que su creación podía favorecer la idolatría propia de los cultos paganos. Esta idea propició la aparición en distintos momentos de la historia de movimientos iconoclastas dirigidos contra el empleo de imágenes. Sin embargo, nada pudo evitar la proliferación de la vasta iconografía cristiana. En dos mil años de cristianismo los artistas han creado innumerables representaciones de santos, vírgenes y el mismo Jesucristo. Al Hijo de Dios se le ha representado de las más diversas formas: como el Buen Pastor, el Pantocrátor, el justo Crucificado por la maldad humana, el hombre Resucitado por voluntad divina… Las imágenes cristológicas revelan no sólo los datos que los evangelios y la tradición nos proporcionan sobre Jesucristo, sino también el espíritu de la época en que vive el artista, sus ideas y sentimientos, su manera de ver el mundo y la vida, su fe y su inspiración personal.
Dentro de la vastedad iconográfica cristológica, hay obras que se salen de los patrones convencionales y que subvierten la tradición. Son obras realizadas por artistas “iconoclastas” que desafiaron a la sociedad y bien pudieron pagar por su atrevimiento. Uno de los primeros fue Andrea Mantenga (1457-1506), el maestro cuatrocentista italiano, autor de Lamentación sobre Cristo muerto (temple sobre tela, 1480-1490). El cuadro nos muestra a un Cristo muerto, visto en perspectiva, en uno de los escorzos más audaces de la historia de la pintura. La figura de Cristo, tendida sobre una losa de mármol, es dramática por la violenta perspectiva y la distorsión anatómica. No hay idealismo en Mantegna: los estigmas en las manos y en los pies, los genitales en el centro geométrico del cuadro, humanizan de tal manera al personaje que parece imposible el milagro de la resurrección.
Tres maestros alemanes renacentistas: Alberto Durero (1471-1528), Mathias Grünewald (1470-1528) y Hans Holbein El Joven (1497-1543) también subvirtieron la figura de Jesucristo. El primero se atrevió a autorretratarse como el personaje (Autorretrato, óleo sobre madera, 1500), equiparando la figura del artista a la divinidad. El segundo es autor del célebre Retablo de Isenheim (óleo y temple sobre madera, 1512-1516), cuyo panel central nos muestra a un Jesús crucificado con rasgos crudamente “expresionistas” que acentúan el dramatismo de la escena. El tercero pintó El cuerpo de Cristo muerto en la tumba (óleo sobre madera, 1521), la imagen de un cadáver que difícilmente se puede identificar con el Mesías. Otro gran maestro de la época, Miguel Ángel (1475-1564), subvirtió también la figura de Cristo al darle un carácter apolíneo en El Juicio final (mural al fresco, 1536-1541). Décadas más tarde, Caravaggio (1571-1610) retomó esta idea en su cuadro La cena de Emaús (óleo sobre tela, 1596-1602), con un Cristo sin barba que provocó mucho rechazo.
Más adelante en la historia, otros artistas continuaron subvirtiendo la imagen de Jesucristo. Uno de los cuadros más conocidos de Paul Gauguin (1848-1903) es El Cristo amarillo (óleo sobre tela, 1889), un Cristo fauvista que fue inspirado en una talla policromada del siglo XVII. Ya en el siglo XX Salvador Dalí (1904-1989) imaginará a un Jesucristo en perspectiva y en vuelo onírico: Cristo de San Juan de la Cruz (óleo sobre tela, 1951), mientras que José Clemente Orozco (1883-1949) pintará un Cristo que se rebela contra su calvario y la humanidad entera: Cristo destruye su cruz (óleo sobre tela, 1943). Por su parte, Arturo Rivera (Ciudad de México, 1945) pintó La última cena (óleo sobre tela, 1994) para desmitificar el pasaje evangélico. En la misma línea desmitificadora se encuentra el fotógrafo Raúl Eduardo Stolkiner (Córdova, Argentina, 1957), conocido como RES, quien se inspiró en el Cristo (óleo sobre tela, 1632) de Velázquez para crear su obra Crista (2004), sustituyendo la imagen masculina por una femenina. Por último, Andrés Serrano (Nueva York, 1950) realizó en 1987 su obra abyecta más celebrada y polémica: Piss Christ, la imagen fotográfica de un Cristo sumergido en orina.
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