Wes Anderson y el diarismo vivificador
La película transcurre durante la preparación de un obituario sobre un magnate del periodismo, al mismo tiempo que se cuentan tres reportajes delirantes que completarán la edición del diario
POR JORGE AYALA BLANCO
En La crónica francesa (The French Dispatch, EU, 2021), inabarcable opus 10 del retrovanguardista texano de culto duro a sus 51 años Wes Anderson (Los excéntricos Tenenbaum 01, Un reino bajo la luna 12), sobre un guion suyo con Roman Coppola y Jason Schwartzman más el literato Hugo Guinness tan crucial aquí como para el tributo a Stefan Zweig en El Gran Hotel Budapest (Anderson 14), el tiránico magnate self-made del periodismo gringo snobista europeizante Arthur Howitzer Jr. (Bill Murray estoico pese a sí mismo) fallece sin aspavientos de Ciudadano Kane y en la edición memorial de su diario deben caber por orden expresa: el obligado obituario, una guía de viaje por la ciudad francesa donde se había afincado (hasta en su ínfimo rincón cruzada por una lírica corriente espectral) y tres reportajes de fondo o historias ejemplares: (1) “La obra maestra de concreto”, donde la veterana reportera J.K.L. Berensen (Tilda Swinton) se involucra incluso sexualmente con la crónica a lo Truman Capote del pintor homicida en prisión Moses Rosenthaler (Benicio del Toro gruñendo cual bestia) que siente una malsana atracción por su frígida modelo-carcelera-musa-portera de noche-vulgar exploradora Simone (Léa Seydoux) y acaba defraudando al dealer inescrupuloso Julien Cadazio (Adrien Brody) con un imposible mural elaborado sobre una pared, antes de salir libre por sofocar un motín de artistas en demanda de material pictórico; (2) “Revisiones de un manifiesto”, donde la cerebral reportera Lucinda Krementz (Frances McDormand) manipula con distanciamiento a lo Bertold Brecht su crónica del incendiario líder estudiantil en el fondo un edipizado pobre diablo Zeffirelli (Timothée Chalamet) hasta desviar saboteadoramente la mundial subversión ajedrecística y mortal que lo convertirá en símbolo revolucionario; (3) “El comedor privado de un comisario de policía”, donde el reportero afrodescendiente Roebuck Wright (Jeffrey Wright) vuelca su sagrado resentimiento racial a lo James Baldwin al hacer la crónica sociocarcelaria que involucra la cocina con el nefasto teniente jefe de la prisión (Steve Park), su hijo púber secuestrado y rocambolescas peripecias de thriller violento mordiéndose la cola, tanto como lo hace en su conjunto este quintaesenciado panorama-revisión-homenaje-adiós al diarismo vivificador.
El diarismo vivificador establece una extraña y ambigua relación con la prensa escrita o recitada en la conferencia-show micrófono en mano, en la reacción-confesionario o en el banquete neoplatónico, un inasible nexo dinámico e inestable que significa a la vez un delirio de amor loco surrealista y una semifantasía de inevitable amor/odio que es una deturpación y una burla sangrienta, pues se trata de repertoriar tres casos límite que pueden considerarse representativos de las tres secciones principales de chismes excéntricos o casos de la vida real de un periódico, la Sección de Arte y Artistas (centrada en la obra innegociable de un excéntrico psicotizado por completo), la Sección de Política y Poesía (centrada en la rehechura del manifiesto de un caricaturesco radicalismo estudiantil global), y la Sección de Sabores y Ofensas (centrada en una explosiva mezcla de cine carcelario y cocina más secuestros), para arribar adonde ni las más acres sátiras de Sturges y Waters o Allen y el Greenaway de El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante (89) habían soñado con llegar jamás.
El diarismo vivificador se agita muy bien, e incluso de erotómano modo extremo en esa imaginaria urbe Ennui-sur-Blasé (literalmente: Tedio-sobre-hastío) donde ocurren unas acciones que sólo sirven para ponerse a la altura de las más prejuiciadas lectoras y parroquiales lectores de cualquier pueblaco llamado Liberty en una Kansas del retrógrada Medio Oeste estadounidense, fortaleciendo sarcástica y cervantinamente los inconfesables aunque posibles nexos irónicos entre la rusticidad más áspera y la ultrasofisticación de las vanguardias europeas, en una Francia de opereta culterana porque se le ve como cumbre de las redituables corrientes innovadoras y la mezquindad onanista de las meninges.
El diarismo vivificador no tiene miedo a la utilización-invención postIsla de Perros (Anderson 18) de una suerte de estética del glitter fílmico, en todas sus capas descriptivo-intelectuales, ese abrillantamiento en exceso dentro de su guion literariamente sobretrabajado, sus episodios en vertiginosa sucesión casi enumerativos, su megaespectacularidad, su ritmo trepidante de película de superhéroes a lo series Marvel, su profusión de efectos visuales, sus cambios de rumbo a mil por hora, sus arborescencias inaguantables de loco furioso posMiike o policial coreano a mil por hora, su abrazo de la peste críptica, su lujuria voyerista de escenarios nuevos en exteriores o interiores estilizadísimos, y su empleo ad nauseam tanto de escenografías recorridas con travellings laterales como los abalanzamientos de cámara hacia adelante tirando los cubiertos de la mesa o cualquier objeto que encuentre a su paso, para dar la impresión a un tiempo fascinante y desilusionada de inseguridad argumental y omnidepredadora perversión hostil hacia todo lo que toca la mirada del cineasta de pronto encantadoramente ingenuo como en el injerto de una deliciosa animación primitivista o quasi infantil la apoteosis persecutoria del tercer cuento.
El diarismo vivificador dicta en suma un humorístico torbellino de hechos desquiciantemente precisos con fotografía artificial de Robert Yeoman y una reiteración de incidentes desorbitados tan pronto enunciados cuanto ilustradísimos y desbordados mediante el acostumbrado carnaval a lo Wes de planos frontales o de perfil, pero que ahora admiten giros circulares y reenfoques en esfera o en cámara rápida que contrastan con el estatismo naïf dominante.
Y el diarismo vivificador cierra una etapa del periodismo con su prometida edición manteniendo siempre su prohibición de llorar así sea por sí mismo.
FOTO: Owen Wilson, Tilda Swinton y Bill Murray forman parte del elenco de superestrellas de La crónica francesa/ Especial
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