William Godwin, el filósofo anarquista
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Precursor del anarquismo moderno, las ideas de este pensador y periodista inglés se centraron en las diferencias de clase surgidas de la Revolución industrial, a la que opuso una utopía igualitaria basada en la educación, la virtud y el apoyo mutuo
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POR RAÚL ROJAS
El filósofo William Godwin (1756-1836) ha sido llamado el padre del anarquismo filosófico. En su célebre Investigación sobre la Justicia Política y su Influencia en la Moral y la Felicidad, publicada cuatro años después del asalto a la Bastilla en Francia, en 1793, Godwin propone nada menos que la abolición progresiva pero completa del Estado: “qué gran deleite debe sentir cualquier amigo de la humanidad al contemplar ese período auspicioso de disolución del gobierno político, de aquella máquina brutal que ha sido la fuente perenne de los vicios de la humanidad”.
Sin embargo, a pesar de difundir tesis tan radicales, a William Godwin todos lo han reivindicado. Los comunistas, porque han visto en sus ideas el germen de la necesaria abolición de la propiedad privada. Los conservadores, porque Godwin estaba en contra de las revoluciones y el tiranicidio, así como de cualquier tipo de violencia con motivaciones políticas. Se le cataloga como uno de los filósofos de la llamada Ilustración por la confianza ilimitada que tenía en el poder de la razón y de la educación. Al mismo tiempo se le incluye entre los primeros filósofos del Romanticismo por su énfasis en el compromiso individual y por su asociación con el poeta Shelley. Los anarquistas, claro, hacen énfasis en su rechazo del Estado y su confianza en que se hará obsoleto como consecuencia del progreso social. Se le considera incluso como uno de los primeros escritores de novelas de misterio. Hay un Godwin para todos.
El filósofo y periodista se hizo muy conocido en Inglaterra con la publicación de la Investigación y algunas novelas basadas en la misma ideología. La obra está dividida en 8 secciones o libros, abarca más de 400 páginas en la edición original, y salió a la venta a un precio tan alto que el primer ministro William Pitt alguna vez bromeó que no era necesario censurarla ya que pocos la podrían comprar. Con los problemas económicos crónicos que Godwin siempre tuvo, entregaba sus manuscritos a la imprenta al ritmo que los iba escribiendo, para así acelerar la venta. En el prefacio de la obra, Godwin advierte al lector que hay contradicciones entre el principio y el final del texto, ya que diversas ideas maduraron sólo progresivamente.
Para William Godwin la historia de la humanidad es la historia de múltiples formas de gobierno fallidas, es “la historia de crímenes”. El problema para la sociedad es que la moralidad del individuo está determinada por lo que vive y percibe cotidianamente. La influencia más poderosa en ese sentido son las prácticas de gobierno. Sin embargo, 90% de la humanidad, afirma, está gobernada de manera despótica. El resultado son individuos cuya moral se ha degradado. Pero aun así hay esperanza, ya que lo más importante, lo definitorio para la raza humana, es su “perfectibilidad”. Para mejorar a los ciudadanos hay tres caminos: la literatura (como el libro en las manos del lector), la educación universal de todos los ciudadanos y la “justicia política”. A pesar de que los gobiernos logren que los vicios perduren, a pesar de que la iglesia católica se apoye en supersticiones, la injusticia no podrá ser eterna, ya que está permanentemente expuesta a la crítica de la razón. Nuestra inteligencia, siempre en búsqueda de la verdad, será capaz de denunciar y abolir la injusticia – eventualmente.
Todos los humanos comparten el mismo sistema sensorial y la misma propensión al comportamiento moral, afirma Godwin, y polemiza contra aquellos que quieren basar la desigualdad social en diferentes capacidades físicas y mentales. Al contrario, la igualdad debería estar basada en consideraciones basadas no en la clase social, sino en “méritos y virtudes”, lo que conducirá a “la emulación de la excelencia”. Todos deben tener las “mismas oportunidades y los mismos alicientes para que así la justicia se convierta en interés y comportamiento común”.
Un capítulo que resume muy bien las concepciones políticas de Godwin es el dedicado a los “Derechos del Hombre” (recordemos que cuatro años antes la Asamblea Constituyente en Francia había adoptado la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”). Godwin explica ahí que toda persona debe actuar siempre de acuerdo con ciertos principios y por eso “los hombres no tienen derechos”. Esta sorprendente afirmación está basada en la idea de que hasta ese momento los derechos han sido entendidos como “poder discrecional”, es decir el poder para quizás dañar o no a una persona con una decisión individual. Incluso el derecho a la propiedad no es uno irrestricto. Godwin no argumenta que se deba expropiar a los ricos, pero sí que estos deben comportarse con respecto a su patrimonio como sí sólo se les hubiera asignado su administración. Deben siempre utilizarlo para expandir el bien social. Un indigente tiene más derecho a una pieza de pan que aquel que puede adquirir diez piezas con su dinero. En realidad, en vez de derechos, los humanos tenemos obligaciones y la mayor de ellas es actuar en consonancia con la virtud. Pero todo esto es una decisión individual y nadie debe interferir: ni el gobierno al quererme forzar a actuar de una cierta manera, ni una asamblea que quisiera imponer la decisión de un grupo. Un agregado de individuos “no tiene la prerrogativa de ser un juez infalible”. A lo que Godwin aspira entonces es a la asociación voluntaria de personas libres, en pequeñas comunidades, donde no habrá representantes electos ni gobierno, porque todos actúan persiguiendo la virtud y ultimadamente el bien común.
Con más de 225 años adicionales de experiencia social e histórica de los que Godwin tenía al momento de escribir la Investigación, podemos reaccionar con informado escepticismo. William: no va a pasar. Pero hay que considerar la época en que Godwin escribe todo esto, en el siglo posterior a Descartes y Newton, en un momento de progreso vertiginoso de la sociedad europea, con la Revolución Industrial avanzando, ahora sí, que a toda máquina. En cierto modo todo este entorno nutre la ilusión de que se habría llegado a un punto de bifurcación histórica. De ahí para adelante serían la razón, la ciencia y el progreso los que dictarían futuras formas sociales, las que se impondrán prácticamente de manera automática. Por eso, aunque Godwin crítica todas las formas de gobierno hasta entonces habidas, no está de acuerdo con derrocarlas violentamente y ni siquiera con formar partidos políticos, que buscarían imponerle su voluntad no sólo al resto de la sociedad sino también a sus militantes. El liberalismo de Godwin es extremo: una sociedad imperfecta no le puede dictar sus preferencias a ningún individuo.
Godwin fustiga en la Investigación la teoría del contrato social popularizada por Locke y Rousseau. Según ésta, ser miembro de una sociedad se deriva de una aceptación explícita o tácita de las leyes que la rigen. Pero Godwin piensa que una persona no puede delegar su responsabilidad en leyes que son externas a su “capacidad moral”. Ésta es un tipo de facultad individual a la que no se puede renunciar y por eso “es imposible que un gobierno derive su autoridad de un contrato originario”.
Mientras que el libro V es una crítica puntual de las monarquías y aristocracias europeas y de las muchas guerras que han originado, el libro VI considera lo que hoy llamaríamos la libertad de expresión. Ésta debe ser ilimitada, según Godwin, porque ese es precisamente el camino por el que la verdad se puede abrir paso. A aquellos que defienden la necesidad de castigar a calumniadores y a los que difunden falsedades, Godwin les responde que las leyes que proponen “limitarían la práctica de la sinceridad”. Al final de cuentas todas las personas aprenderían a encarar “la mentira” con “su antídoto, la verdad”. Los calumniados podrán retar a sus acusadores diciéndoles: “publica lo que quieras… tengo la verdad de mi lado”. Será imposible oscurecer la verdad “sabiendo que es hermética… y tan duradera como el mundo”. ¡Qué diría Godwin hoy, confrontado con nuestro mundo internetizado!
Habría que añadir que Godwin extendió su anarquismo filosófico también al ámbito de lo privado. Estaba tan seguro del progreso científico que pensaba que la razón podría gobernar sobre la materia y se podría extender ilimitadamente la longevidad humana (esa sección la eliminó de su libro en ediciones posteriores). Del matrimonio opinaba que era innecesario y una imposición absurda, ya que no se podía esperar que dos personas pudieran vivir juntas permanentemente. A pesar de eso, Godwin contrajo matrimonio con Mary Wollstonecraft, la conocida feminista, cuando quedó embarazada. Desgraciadamente, Wollstonecraft falleció durante el parto. La hija común, Mary Godwin, tenía 17 años cuando sucumbió a los encantos de Percy Shelley, uno de los más famosos poetas ingleses, con quien se fugó a Europa continental. Shelley abandonó a su esposa por Mary y seguramente no se esperaba la reacción airada del defensor del amor libre, que por esa vez decidió olvidarse del anarquismo filosófico para resguardar a su hija. Eventualmente Shelley se unió en matrimonio con Mary. Por su parte, William Godwin se había casado por segunda vez años antes, sobre todo para que su segunda esposa se ocupara de la crianza de Mary y de la primera hija de Wollstonecraft, la que quedó huérfana. Que no es lo mismo andar filosofando que la vida cotidiana, eso es evidente en la biografía de Godwin que tiene sus claroscuros.
Hay mucho que se podría todavía comentar acerca de la Investigación, como la idea de que las sanciones penales y las prisiones no deben tener por objeto castigar, sino sobre todo ayudar al preso a reformarse. La prosa de Godwin es emotiva y sumerge al lector en un sinnúmero de temas y tesis que inspirarían posteriormente a liberales y socialistas de todos los colores, y claro, a los anarquistas, incluso a los que ponen bombas. Se dice que Robert Owen, uno de los primeros socialistas utópicos, fue inspirado por la Investigación. La idea marxista “de cada quien, según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades” ya está presente en la Investigación, donde Godwin no acepta que pueda existir acumulación de la riqueza mientras existan personas viviendo en la miseria.
La Investigación desborda de optimismo: al final de cuentas toda nuestra atención se dirigirá “al amor por la libertad, el amor por la igualdad, el ejercicio de las artes y el deseo de saber más… El progreso será de todos. Todas las personas verán sus sentimientos de justicia y rectitud estimulados y fortalecidos por los sentimientos de sus vecinos. La traición será improbable, porque los apostatas sufrirán su propia censura y la censura de los demás”. Algún día todas “las instituciones públicas serán innecesarias”. No habrá representantes electos porque el razonamiento de cualquiera será tan poderoso como el de “varios jueces”. La razón de ser de los vicios humanos, la existencia de gobiernos, “será aniquilada” por la razón triunfante: “Al hacer a los hombres sabios, los haremos libres”.
Sólo habían pasado cinco años cuando el optimismo desbordado de Godwin recibió el ataque despiadado del clérigo Thomas Malthus, el pesimista y ogro social por excelencia, quien argüía la inevitabilidad de la desigualdad y la miseria humana basada en inexorables leyes naturales.
Pero esa es otra historia.
FOTO: Poco después de la muerte de Godwin, las condiciones de vida de los obreros ingleses fueron narradas en Oliver Tiwst (1837-1839), de Charles Dickens. Ilustración del pintor y grabador inglés George Cruikshank.
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