Woody Allen y el snobismo épico

Dic 7 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 5122 Views • No hay comentarios en Woody Allen y el snobismo épico

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POR JORGE AYALA BLANCO

 

En Un día lluvioso en Nueva York (A Rainy Day in New York, EU, 2019), suntuoso opus intimista 48 del vigoroso estilista total neoyorquino debatiéndose contra el feroz repudio feminista a sus 83 años Woody Allen (retomando los ensayos sobre la veleidad del amor frágil que van de Manhattan 79 a Café Society 16), el displicente joven miembro de la realeza snob neoyorquina y afortunado jugador nato de póker Gatsby Welles (Timothée Chalamet ya carismático) tolera asistir a la deleznable Universidad de Yardley porque adora a su noviecita provinciana estudiante de comunicación Ashleigh (Elle Fanning modosa), con quien, so pretexto de una suertuda entrevista de la ingenuota chava trepadora precoz al admirado cineasta de culto clandestino Pollard (Liev Schreiber), se traslada a su NY originario para pasar un colosal fin de semana compartiendo sus románticos lugares snobs favoritos, lo que resulta un fiasco para ambos, pues van a caerles aguaceros imparables y, mientras la linda Ashleigh se convierte en musa instantánea del mencionado tormentoso cinerrealizador alcoholicazo Pollard a quien hay que perseguir rescatadoramente a través de la ciudad, debe también consolar al llorón guionista judío Ted Davidoff (Jude Law) al sorprender éste a su esposa infielmente in fraganti con un gran amigo, y por último la chava linda deviene en obsesiva presa fácil del narcisista superstar fílmico latino Francisco Vega (Diego Luna autorrisorio) a quien secunda fumando mota y acompañándolo a una fiesta ultrasofisticada, nuestro buen Gatsby vaga a su vez solitario por la urbe, se topa con algún humillador excondiscípulo, es convencido por otro para actuar sin moverse ni hablar en una película solo besando apasionadamente (sin conseguirlo) a la lanzadísima hermanita crecida de una exnovia Shannon (Selena Gomez) con quien se topará varias involuntariamente románticas veces hasta en la opulenta mansión de ella donde seductoramente él le canta Todo me pasa a mí de Frank Sinatra o frente a portentosos cuadros impresionistas del Museo Metropolitano, va a descubrir con horror en la tele a su bienamada Ashleigh como nueva conquista del vulgar actor playboy Vega, gana una fortuna en una subrepticia partida de póker y contrata a la monumental escort de lujo Terry (Kelly Rohrbach) para presentarla como su novia en una elegantísima reunión de su madre, la inaccesible Señora Welles (Cherry Jones), quien corre de su casa a la prostituta, tras identificarla de inmediato como lo que es, porque ella también lo fue, según le revela de inusitada manera confidencial-shocking a su atónito hijo Gatsby, impeliéndolo a una extraña toma de conciencia que acabará devastando aún más su relación amorosa con esa cándida Ashleigh sin embargo ya presa de un arribista e inextirpable snobismo épico.

 

El snobismo épico despliega y domestica una hipersintética estructura de cuento vertiginoso, a lo Margaret Atwood o primer Scorsese intracitadino (Después de hora 85), para consumar un verdadero tratado de snobismo tipo Scott Fitzgerald, del nefando snobismo imperante en NY y EU en general, con cien hilarantes ilustraciones satíricas, y un documentadísimo repertorio de todas las formas y modalidades que hoy reviste, alucinantes hasta la gozosa profusión demencial, diseminando más y más referencias elitista-sarcásticas y referencias autoexcitadamente desbocadas (“Se cree Norma Desmond”), sobre el snobismo regional (provenir de Arizona condena a Ashleigh a ser sospechosa de tara congénita e ignorancia de ganadero bestial), el snobismo escolar (no es lo mismo estudiar en un college de la periferia citadina o estatal que en universidades exclusivas como Harvard o la Vassar para niñas bien), el snobismo clasista (ni siquiera ser abogado millonario salva de la inferioridad y un origen abominable), el snobismo artístico creador (aunque se elogie talento ajeno comparándolo con el de suicidas como Virginia Woolf o Mark Rothko), el snobismo cultural (aquel que confunde la erudición con la cultura lamenombres y el dropping names desenfrenado), el snobismo autodiscriminador velado (la verdadera sensibilidad se compara con la del europeo Bergman o la un Kurosawa que “no es europeo pero merecería serlo”), el snobismo de las oportunidades (pescar un primacía periodística será lo máximo alcanzable) y así.

 

El snobismo épico dicta una señorial belleza visionaria y sensualista al máximo, a través del desatado arte fotográfico del manierista-esteticista italiano Vittorio Storaro, para morderse la cola como denuncia a la sociedad del espectáculo, con esas imágenes magníficas ya no por refinamientos orientales (Interiores 78), sino por sus monocromías rutilantes a lo show Flamenco de Saura y reventados resplandores.

 

El snobismo épico presenta al flagrante snobismo omnipresente cual compulsivo fingimiento incontrolable y acaba redefiniéndolo como un pobrediablismo disfrazado de seda, y al snob como el ser espurio por excelencia supuesta, centro y súmmum de la sociedad del espectáculo y sus enajenadas mediaciones suplantadoras y tragantes-estragantes, con esa ambigua y desdeñosa gran señora Welles como la abeja reina del snobismo avasallador si bien ocultamente lastrada por su origen y finalidades innobles, pues todo snobismo funge además como inagotable fuente de discriminaciones y del desprecio que conducen expresamente y sin remedio a la fascinación por las conformaciones injustas, por la naturaleza del prejuicio y por el ejercicio de los poderes autoritarios (“El fascismo es una política del desprecio”: Stéphane), y brechtianamente podría afirmarse que sólo el snobismo violento ayuda donde el snobismo violento domina.

 

Y el snobismo épico parte del interruptus amoroso para remendar la urgente e intempestiva ruptura ético-afectiva con una espontánea cita sin cita con su nueva Maga cortazariana a la hora y el lugar más románticos de NY: bajo el reloj Delacorte del Zoo del Central Park a las melancólicas 6 en sombra de la tarde.

 

FOTO: Un día lluvioso en Nueva York está protagonizado por Timothée Chalamet, Selena Gomez y Elle Fanning./ Especial/ Pie de foto: (Pendiente)

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