….Y la guitarra seguía ahí
POR LUIS PÉREZ SANTOJA
Después de tantos meses de ocuparnos de música intensa y compleja (vanguardistas
geniales, trueques barrocos, danzas petrificadas, leyendas de Gurre y sublimes armonías
wagnerianas) se me antojaba terminar el año con un desahogo de profunda ligereza,
partiendo de la música popular, a veces raíz, a veces musa, pero siempre feliz y lúdica. Para
ello quise recurrir a un instrumento que siempre está ahí, que me llega de cerca por una
entrañable razón filial: la guitarra. Y entonces se acercaron discos de aparición reciente,
basados todos en fuentes vernáculas y ritmos del pueblo.
El primero nos reserva dos enormes sorpresas: los arreglos de Toru Takemitsu a doce
canciones populares y ¡una impensable versión guitarrística de La internacional!, el
himno por excelencia de las organizaciones socialistas obreras. Takemitsu, el compositor
japonés más importante del siglo XX, se distinguió por su originalidad, con una
singular asimilación del contexto musical de su propia cultura (escalas pentafónicas, los
instrumentos tradicionales) y la música occidental de sus contemporáneos (armonías y
texturas sonoras cercanas a Debussy y a Messiaen y la aleatoriedad de Cage), pero además
estableció una voz propia, identificada por su carácter introspectivo, sus austeras y sutiles
texturas y el uso del silencio como parte de la evolución de la música, en la que siempre
he sentido una sensación onírica. Su música también acompañó varias de las épicas obras
maestras de Akira Kurosawa (Ran), las de otros cineastas japoneses (La mujer de la arena
de Hiroshi Teshigahara, por ejemplo) y casi un centenar de filmes que musicalizó.
Nadie habría supuesto que por gusto propio Takemitsu realizara estos arreglos de canciones
populares occidentales y alguna japonesa. El compositor decía que la guitarra era un
instrumento “grandilocuente” y la usó con gran inteligencia y sentido; sus transcripciones
son mucho más que eso, pues Takemitsu enriquece las sencillas melodías con un colorido
especial y pequeños e ingeniosos contrapuntos.
El disco fue grabado en Milán por el guitarrista y laudista italiano Claudio Tumeo pero ahora
es editado en México por Tempus. El espectro elegido por el autor es muy curioso: no debe
extrañar que destaquen las cuatro canciones de The Beatles (como Leo Brouwer, antes
trascendental guitarrista, quien compuso From Yesterday to Penny Lane), y también están
presentes Gershwin y Kosma y Harold Arlen (Over the Rainbow), entre otros autores,
además de una canción japonesa… y la ya mencionada, La internacional.
Tumeo complementa el disco con un contenido muy distinto, también una docena de
las Children’s Songs del famoso y versátil pianista de jazz Chick Corea, escritas para
piano con el deseo de sugerir el mundo infantil con sus cantos y juegos, y también la nada
superficial y compleja introspección y sensibilidad de los niños, nada superficiales. Todo
eso capturó Corea en sus emblemáticas piezas, que ahora Tumeo transcribe para guitarra
(esa pequeña orquesta, según Berlioz, quien la tocaba para componer sus monumentales
obras).
Desde Brasil, también por medio de Tempus, llega una formidable antología de algunos
de sus más importantes compositores, todos con arraigo en el folclor. En este caso, Cyro
Delvizio —alumno del gran Turibio Santos— graba un rico material en el que, si bien
no está Heitor Villa-Lobos, el más famoso y grabado, sí están Camargo Guarnieri, su
sucesor (toda proporción guardada), y Radamés Gnattali y su mezcla de vanguardia, jazz
y clásica brasileña. Edino Krieger y Ricardo Tacuchian, son, en cambio, de generaciones
intermedias, Krieger el primer vanguardista brasileño para la guitarra, quien aun en la
atonalidad no pierde la compostura rítmica, y Tacuchian, apegado a las formas folklóricas.
Algunos grandes de la segunda mitad del siglo XX fueron Fred Schneider, Marcos Alan,
uno de los músicos más malogrados de la historia, muerto a los 17 años, y Marco Pereira,
quien recupera algunas danzas típicas de los carnavales. A la inversa, el gran creador del
Bossa Nova, Antônio Carlos Jobim, sorprende con el lenguaje clásico de Amparo, original
para piano, con trémolos que en guitarra traen reminiscencias de Tárrega.
Poseedora de un lenguaje común e identificable, la música brasileña para guitarra se
identifica con un mismo espíritu, que hermana a la auténtica música popular y a la clásica
de concierto que, finalmente y más allá de los formalismos académicos, abrevan en aquella.
Así pasan sofisticadamente varios ejemplos de vals-choro, el típico vals brasileño, la
modinha y la maxixe y hasta la samba carnavalesca. Un disco divulgador y disfrutable.
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