Yann Gonzalez y la identidad homocida

May 25 • Miradas, Pantallas • 3686 Views • No hay comentarios en Yann Gonzalez y la identidad homocida

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Anne es una productora de cine porno gay en la Francia de 1979, y a su crisis amorosa se sumará la muerte de algunos de sus actores

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POR JORGE AYALA BLANCO

En La daga en el corazón (Un couteau dans le coeur, Francia-Suiza-México, 2018), extremo opus 2 del hispánico nicense orgiástico de 41 años Yann Gonzalez (primer largo: Encuentros de medianoche 13), sobre un guión suyo y del transalpino Cristiano Mangione, la bella envejeciente ya enjuta alcoholoproductora lésbica de películas pornográficas de quinta Anne (la legendaria actriz-cantante Vanessa Paradis aún tan perturbadora como su adolescente sexocínica en Boda blanca de Brisseau 89) acomete por cualquier chantajista medio a su alcance, aunque sin demasiado éxito, la reconquista de su exdevota amante-montajista que la repudia luego de un decenio de apasionada relación tóxica Loïs (Kate Norman toda serenidad), pero consigue que acepte editar un último porno gay para ella, ése que pronto cambiará su convencionalísimo título de Furia anal por el de El homocida (literal: el homicida de homosexuales), pues de la inesperada manera más heterodoxa y peligrosa la trama que ella escribe sobre la marcha y dirige su archisometido realizador gay Archibald (un Nicolas Maury desarticulado), irá modificando su contenido e incrementando sus ambiciones expresivas al nutrirse confesional, mórbida y transferencialmente con las intensas experiencias de la propia Anne, más desquiciada que nunca al padecer, además del desgarramiento íntimo por su abandono amoroso, el progresivo exterminio brutal de sus desatados actorcitos gays y drogos extremos por un enigmático asesino enmascarado que va liquidándolos uno a uno mediante una daga-falo, desafiando el acoso policial y coronado siempre de un pájaro negro, pero cuya identificación semifantástica (siguiendo la pista del ave de mal agüero) y violenta eliminación logrará la avezada mujer durante el estreno de su cinta antes en proceso, tras sufrir la pérdida de su amada y sentir extraviarse ella misma en los laberintos mentales de una inasumible identidad homocida.

 

La identidad homocida ubica su fantasiosa y descabellada pero brillante y concertadísima acción violenta a finales de los 70s (justo en 1979) para mejor situarse y moverse entre la resurrección, el homenaje retro, la explicitación ahora abiertamente homoerótica y la relectura de un género como el thriller excitante y vistosamente criminal a la italiana conocido como giallo (llamado así porque amarillo es el color del placer del miedo), trabajado con plenitud autoconsciente en cada una de sus reconversiones y monocromías grisazulosas/rojizas/verdosas chillantes-chirriantes deliberadamente hediondas, cual si se tratara de un collage genérico de misterio-thriller-perversion story-horror-slasher, a modo de una construcción en abismo y denunciando una estructura por capas infinitas y frustrantes a la vez, como las de la cebolla de un género, que se suceden cual fantasía desorbitada tras fantasía alucinada, o subfantasía superjalada tras subfantasía vertiginosa, muy por encima de los seductores manierismos danzantes interminables de la reciente Suspiria (Guadagnino 18), pues liquida delirio tras delirio, sin preocuparse por si la autorreferencialidad obtenida puede ir más allá de los fanáticos del género y de sus obras maestras (El pájaro de las plumas de cristal y Tenebrae de Argento 82, El descuartizador de Nueva York de Fulci 82), en cuanto a la pomposa carnicería con arma blanca (esa larga daga-falo rugosa color sangre), generosas dosis de gratuito sadismo crispado y derroche de erotismo quasi místico, merced al virtuosismo desatado, tanto de la fotografía desvaída-anémica de Simon Beauflis como de la luctuosa música electrónica-acariciante de M83 y la gozosa edición hiperelíptica de Raphaël Lefèvre y del propio realizador.

 

La identidad homocida planta como instantes clave y puntos de intolerable regocijo insólito aquellos que va aportando la paulatina conversión del rodaje de un flácido porno gay rutinario de bajísimo presupuesto en una delirante fantasía de macabrofantasías sucesivas sin término que reflejan tanto los tormentos íntimos de su ruptura-desintegración emocional como los avances de su vengadora indagación supradetectivesca del homocida, trátese de los flashes onírico-recónditos en blanco/negro y en negativo de película virgen, las lamidas y chupadas ad libitum de un jubilosamente ridículo soft-porno sin mostraciones genitales ni penetraciones (en un mundo de pornografía ultradiversificada al bárbaro alcance trivializante de un enter de internet), el obsequio policial de una inquietante pluma negra en elegante estuche, el extraño monumento piramidal del encuentro revelador con los domesticadores de aves, la supertruculenta leyenda del zanate ciego, la presencia seráfica de un guapo mutante con garra de águila, la variopinta miríada de personajes secundarios más plástica-pictórica (del neón al Manet al Munch) que sintéticamente caracterizados o reencarnados, y esa breve pero decisivamente grotesca aparición del padre represor mexicano hacedor de monstruos morales (¡Noé Hernández!).

 

La identidad homocida hurga así en el mundo de la factura del cine porno gay, el cine como reflejo calculado y progresivo del rejuego interno de las identidades en su amargura irónica y el franco humor tonificante, el cine enamorado de su propio caos imaginativo y de las posibilidades de ordenarlo remitiéndose a las reconversiones de su identidad y de su imaginería detonante, el cine potencial sin significado claro como ese juego de las linternas en el vestíbulo de una sala cual territorio de los deseos de las parejas intocadas e intocables entre ellas.

 

Y la identidad homocida ha hecho la crónica desde adentro de una película para definir y atrapar al cine como impostura magnífica, árbitro de la paradigmática oscilación devastadora entre los dos polos deleuziano-guattarianos del deseo (el paranoico, el esquizofrénico) y su ideal campo de batalla, con su refinamiento y su sofisticación, sus gruesos efectos socavadores y su posmoderna ronda de las apariencias infestadas.

 

 

FOTO: La daga en el corazón se nutre del género conocido como giallo, que reúne aspectos de las historias de detectives y terror psicológico. / Especial

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