Zárraga, ¿muralista alterno?

May 24 • Miradas, Visiones • 3642 Views • No hay comentarios en Zárraga, ¿muralista alterno?

 

BLANCA VILLEDA

 

Si bien es cierto que Ángel Zárraga nació en México (el mismo año que Diego Rivera), pasó la mayor parte de su vida en Europa: su formación y sus años productivos transcurrieron en el viejo continente, con lo cual su carrera tomó un sentido bastante distinto al del arte mexicano posrevolucionario más conocido, alabado y criticado.

 

Zárraga forma parte de ese bloque de pintores de vida artística paralela al movimiento muralista que, sin embargo, trascendió la historia por su calidad y técnica. En atención a sus virtudes pictóricas y a su discurso, el Museo del Palacio de Bellas Artes (MPBA), en la ciudad de México está presentando la muestra Ángel Zárraga: el sentido de la creación, para revisar sus transiciones, temas principales y, en síntesis, una revisión de su trayectoria pictórica.

 

Nacido en Durango, Zárraga (1886-1946) tuvo clara su vocación desde temprana edad y contó con el pleno apoyo de sus padres. Gracias a una beca, partió a los 18 años a Europa para encontrarse con el gran arte europeo antiguo (italiano, español, flamenco) y, por supuesto, con el impresionismo. De muy joven tuvo una fuerte tendencia a realizar retratos de ambientes oscuros, con ancianos de gesto adusto, mirada intensa y fondos austeros. Un buen ejemplo es El viejo del escapulario (ca. 1905, colección Munal), cuadro de una manufactura notable y gran perspicacia psicológica. Pero con el transcurso de los años el pintor fue relajando los gestos de los retratados y su atención se volcó hacia el cuerpo, la religiosidad, el género mismo del retrato y temas como el encuentro cultural entre Europa y América y su admiración por la técnica, en lo que con cierta simplificación en Occidente se llama progreso.

 

Los cambios empezaron a ocurrir tan pronto entró en contacto con otras formas de manejar la luz. Por esta razón la curaduría sumó ejemplos de resplandeciente luminosidad (La preparación de la pasa, 1905, de Joaquín Sorolla, entró al quite) y otros testimonios de algunos experimentos cubistas del mismo Zárraga e incluso de Diego Rivera o Juan Gris procedentes del París de la segunda década del siglo XX. Un poco más anterior, y no por ello menos aleccionador: el Retrato de mi tío y mis dos primas (1898), de Ignacio Zuloaga.

 

En esta revisión salta a la vista la delicadeza del trabajo con los pinceles y el gusto de Zárraga por reflejar la figura humana desde el punto de vista clásico, con trazos contundentes, sin vaivenes. Hay un conjunto de desnudos femeninos que aparecen de espalda, dignos de admirarse. Zárraga usó el color pero con discreción, sin estridencias, y observó el volumen como un elemento cualitativo. La adoración de los Reyes Magos (1911), tiene la delicadeza y maestría de su manufactura, pero desde un punto de vista personal, donde dos de los personajes no obedecen a la prototípica santificación, sino que son la oportunidad para concentrar la atención en la belleza del cuerpo humano de raigambre grecolatina.

 

En un apartado especial se muestra la fase en que Zárraga desarrolló la técnica del fresco, con la cual entró en contacto en Italia. El equipo curatorial del MPBA (Mireida Velázquez y Claudia Garay) lo llamó El otro muralismo: más allá de la perspectiva nacionalista. Por ello la prensa ha reportado esta exposición como una revisión de Zárraga en tanto muralista, cuando básicamente su producción se contrapone con el movimiento desplegado en las calles y edificios mexicanos. Por lo menos, hay más diferencias que coincidencias.

 

A través de su amistad con el influyente diplomático Alberto J. Pani, Zárraga consiguió la entrega de 18 paneles para la Embajada de México en Francia, pero no son obras de carácter público ni existe la nutrida narrativa de los muralistas que produjeron aquí. Sólo es cuestión de cruzar la puerta hacia los pasillos del Palacio de Bellas Artes para notar estas diferencias. Desde luego que hay un discurso, pero con enfoques distintos: en el nacionalismo se exaltaron las forma indígenas como un modo de dignificar la mezcla racial entre indígenas y europeos, y Zárraga lo veía como el cobijo occidental (La civilización cristiana acogiendo a un joven aborigen, 1927; Dolores del Río, 1927 y Nungessen y Coli, donde los indios aparecen con humildad ante los aviadores).

 

La otra arista en esta técnica del fresco es su cariz religioso, con títulos como: La anunciación, s/f; Anunciación, Asunción, Coronación, s/f y otros sobre San Jorge, San Miguel y Juana de Arco. Es decir, podemos hablar de un artista de gran manufactura que logró conmover a su público dentro de su  perfil conservador, muy lejano a la ideología política de sus colegas paisanos.

 

Quizá no haya sido muy afortunada la decisión de equipararlo con los muralistas que trabajaron en México. Es importante rescatar la figura de Zárraga por sus cualidades técnicas y por su momento histórico. Más allá de la creación, más allá del museo: se le necesita en libros y en conocimiento sobre él, que hoy es tan escaso.

 

Ángel Zárraga regresó y vivió en la ciudad de México poco antes de morir en 1946.

 

*Imagen:  La Dádiva (1910).

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