Historia de tres amigos

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GERARDO OCHOA SANDY

 

Periodista y diplomático

 

José Revueltas, Efraín Huerta y Octavio Paz compartieron episodios cruciales de la historia del siglo XX, que los confrontaron y definieron como escritores e intelectuales. Tales sucesos los llevaron a deslindes, literarios e ideológicos, pero los tres perseveraron en la amistad.

 

De Silao, Guanajuato, Huerta es hijo de José M. Huerta, abogado, juez civil y amante de las letras, y Sara Romo. Durante su infancia vive en Irapuato, Guanajuato y León y se afanó en oficios varios para la manutención: vende pan y periódicos, es campanero en una iglesia y tipógrafo, pero su pasión es el futbol. En la capital del país cursa estudios de derecho que abandona, y se arroja al periodismo y la poesía.

 

De la ciudad de México, e hijo del periodista Octavio Paz Solórzano y Josefina Lozano, Paz crece en el barrio de Mixcoac. El abuelo Ireneo, cuya biblioteca frecuentaba con asiduidad, es central en su formación literaria e intelectual. Estudia derecho y letras, es diplomático por cuatro décadas, alcanza lustre en la vida intelectual de México y el mundo, funda Plural y Vuelta, obtiene el Premio Nobel de Literatura.

 

De Santiago Papasquiaro, Durango, Revueltas habita su infancia bajo la atmósfera cultural de sus hermanos, Silvestre el músico, Efraín el pintor y Rosaura, actriz, bailarina y escritora. A los seis años llega a la capital, deja trunca la secundaria y se vuelve autodidacta, frecuenta la Biblioteca Nacional. La militancia lo lleva varias veces a la cárcel, escribe una narrativa perturbadora e irrepetible, se convierte en un autor de culto.

 

Un fragmentario.

 

Huerta y Paz, la guerra civil española

 

El primer vínculo sucede durante la juventud.

 

En la preparatoria, en el antiguo Colegio de San Ildefonso, Huerta coincide con Paz, quien coedita Barandal, publicada entre 1931 y 1932. Es la época en la que Revueltas es llevado por primera vez a las Islas Marías, a donde volvería en 1934, sometido a diez meses de trabajos forzados. Paz y Huerta luchan por su liberación.

 

En 1937 Huerta y Paz participan como maestros rurales en Yucatán, dentro de las misiones educativas de Lázaro Cárdenas. Llegó primero Huerta, quien escribía en El Diario del Sureste, y facilitó la de Paz, quien sería secretario de la Escuela Secundaria Federal. En el diario, Huerta le publica el célebre poema “Elegía a José Bosch, muerto en el frente de Aragón”.

 

La Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) organiza en Valencia el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, en solidaridad con la República española y rechazo al fascismo. La invitación de Paz llega a México pero, como no militaba ni en la LEAR ni el Partido Comunista, se conspira para que no la reciba a tiempo. Huerta se entera y pone al tanto a Elena Garro, la futura esposa de Paz. Huerta no asiste pero en su conferencia “Noticia de la poesía mexicana contemporánea” del Ateneo Valenciano, Paz lee poemas de sus compatriotas, Huerta entre ellos.

 

En diciembre de 1938 nace Taller, fundada por Paz, Huerta, Rafael Solana y Alberto Quintero Álvarez y se fortalecen los lazos, pero en 1939 el pacto germano-soviético que precedió a la invasión nazi a Polonia los distancia. Huerta apoyaba a Stalin, Paz era suspicaz. Huerta, así, deja la publicación.

 

Huerta y Paz: El quebranto de Revueltas

 

En Taller Paz difunde un adelanto de la novela El quebranto de Revueltas y le busca sin suerte un editor. Poco antes, el 16 de mayo de 1938, Huerta publica “El mundo del quebranto” en El Nacional, la primera crítica literaria sobre el novelista:

 

“Revueltas nos obliga a entrar en el mundo más doloroso y terrible que existe […] un reformatorio para varones […] En los reformatorios el joven queda partido por la mitad, para toda la vida incompleto, con un trozo mínimo de espíritu […] Conózcase la obra y, sobre todo, conózcase al autor. Una y otro son la verdad con la pura piel sobre la carne, los huesos y la red arterial”.

 

Revueltas expresó su conmovedora gratitud por la bienvenida literaria de Huerta. En su correspondencia, incluida en Las evocaciones requeridas I y II, Revueltas lo saca a colación con frecuencia, con motivo de esto o de aquello, en un tono que verifica la hermandad. La conversación perduraría durante décadas.

 

En tanto, Paz en 1943 da un viraje y apalea en la revista Sur la novela de Revueltas El luto humano: “está contaminada de sociología, religión e historia antigua y presente de México. Otro tanto ocurre con su lenguaje, a ratos brillante, a ratos extrañamente torpe […] Le reprocho —y ahora me doy cuenta— su juventud: pues todos sus defectos, esa falta de sobriedad en el lenguaje, ese deseo de decirlo todo de una vez, esa dispersión y esa pereza para cortar las alas inútiles a las palabras, las ideas y las situaciones, esa ausencia de disciplina —interior y exterior—, no son sino defectos de juventud”.

 

En contrapunto, un año después Huerta publica Los hombres del alba y refrenda la amistad con Revueltas dedicándole “Recuerdo del amor”:

 

En el oscuro cielo mi recuerdo.

Hombre desnudo y luz:

sabiduría y letargo,

tardanza y prisa muerta.

Recuerdo inagotable como fatiga sorda

o dolor del crepúsculo.

Recuerdo: imagen larga y cruel.

 

A mediados de los cuarenta, en “Réplica sobre la novela: del cascabel al gato”, llega la respuesta de Revueltas: se lanza contra los escritores mexicanos “helenizantes”—Alfonso Reyes—, los “europeizantes” —Xavier Villaurrutia y Octavio Paz— y los “revolucionarios” —Mariano Azuela, Gregorio López y Fuentes, Jorge Ferretis—, y sólo absuelve a los de orientación marxista —Huerta, entre ellos.

 

No será hasta 1979, tres años después de la muerte de Revueltas, que Paz corrija sus dichos sobre El luto humano:

 

“Es la crítica de un principiante a otro principiante; además, es demasiado tajante y categórica. Mi disculpa es que esos defectos son frecuentes entre los jóvenes. Al final le reprocho a Revueltas su juventud y esa censura es perfectamente aplicable a mis opiniones de entonces”.

 

En su segundo asedio al tema, Paz afirmará que El luto humano implica “una ruptura y un comienzo” en la narrativa mexicana y escribe un elogio ético y literario:

 

“Vivió con lealtad su contradicción interior: su cristianismo ateo, su marxismo agónico. Muchos elogian la entereza con que padeció cárceles y estrecheces por sus ideas. Es verdad, pero hay que recordar, además, que Revueltas practicó otro heroísmo, no menos difícil y austero: el heroísmo intelectual […] Algunas de sus páginas parecen, más que textos definitivos, borradores; otras son notables y le otorgan un sitio aparte y único en la literatura mexicana: Los días terrenales, Los errores, El Apando y, sobre todo, los cuentos de Dios en la tierra y Dormir en tierra, muchos de ellos admirables”.

 

Paz sobre Huerta: “la poesía se volvió callejera

 

En 1941, Paz expresa su afinidad de “espíritu” con Huerta: “Algo de su espíritu está cerca del mío: el total desengaño que sólo pide ya un engaño total: el engaño de la eternidad; el frenesí estéril del dolor y de la alegría; el deseo de apresar de un modo lúcido, pero no helado, el estado más puro del hombre, el estado amoroso, el instante de la total comunión con la mujer. Al leer sus poemas, que no me seducen por su forma ni por su tono general, sino por sus involuntarios aciertos, desgarradoras revelaciones no buscadas, he recobrado la fe y la alegría”.

 

A finales de los cuarenta, en una nota a sus poemínimos incluida en Poemas prohibidos y de amor V, Huerta alienta la amistad con sentido del humor: “durante mucho tiempo, supuse con ingenuidad que estos breves poemas podrían ser algo así como unos epigramas frustrados. Error. Mi Raquel (8 años), al leer algunos, declaró lo siguiente: ‘Son cosas para reír’. Poco después, en la casa de un famoso pintor, Octavio Paz (58 años), los definió de esta manera: ‘Son chistes’. Me alegro en extremo que, separados por medio siglo de experiencia y cultura, Raquelito y Octavio hubieran coincidido”.

 

El reconocimiento explícito a las aportaciones de Huerta a las letras mexicanas figuraría en el prólogo a Poesía en movimiento. Muerte sin fin de José Gorostiza concluyó una tradición, apuntaría Paz. La poesía, entonces, “se volvió callejera”:

 

“El primero en sacar partido de esta situación fue Efraín Huerta. Muy joven aún publicó una serie de poemas en los que, cegados por la literatura, sus amigos no vimos sino unas imágenes sorprendentes mezcladas a otras que prolongaban el surrealismo hispanoamericano y español. Ciegos y también sordos pues no oímos la voz que hablaba por la boca de Huerta —la otra voz, blasfema, anónima, la voz maravillosa de la transeúnte desconocida, la voz de la calle. Después, Huerta escribió desafortunados poemas ‘políticos’. Ahora, en una milagrosa vuelta a su juventud, ha publicado varios poemas que continúan, ahondan y ensanchan sus primeros poemas”.

 

Huerta: Paz, el primer Nobel

 

Huerta elogió la obra de Paz y más allá de las diferencias políticas defendió su derecho a voz.

 

En la conferencia de 1965 en el Instituto Cultural Hispano Mexicano, “La hora de Octavio Paz”, sopesa a sus críticos —José Moreno Villa, Jesús Arellano, Margarita Michelena, Ermilo Abreu Gómez, Rubén Salazar Mallén— y concluye que será el primer Nobel de Literatura mexicano. Lo señala en alusión a un apunte de Abreu Gómez: “es una nota crítica que hoy sería el orgullo de una solapa en las Obras completas de Octavio Paz (Fondo de Cultura Económica, 1967, o sea cuando ya Octavio sea el primer Premio Nobel mexicano)”.

 

Ese 1965 es también el año en el que Huerta fecha su poema “Borrador para un testamento”, incluido en Responsos (1968), dedicado a Paz.

 

Y en 1977, en una lectura de poesía en el Palacio de Minería, Huerta sin voz a causa del cáncer en la garganta, ante los abucheos al inicio de la lectura de Paz, se pone en pie y encara los rijosos, evoca Guillermo Sheridan:

 

“Recuerdo la tarde del 9 de octubre de 1977 en el Palacio de Minería en que leerían poesía Paz, Huerta y otros poetas. Los mayores se saludaron con un buen abrazo. Alguien leyó los versos de Huerta, ya silenciado por su enfermedad. Cuando llegó el turno de Paz, el infaltable simplón lanzó el predecible abucheo. Efraín, poniéndose de pie, lo aplacó de inmediato con una retadora mirada fulminante. El público ovacionó el gesto y continuó la lectura. Paz miró a su amigo con una sonrisa: volvía a ser el ‘Efraín de nuestra adolescencia’”.

 

Revueltas: Paz, “siempre magnífico, limpio, honrado”

 

Al margen de diferencias ideológicas, Paz y Revueltas convergieron en la admiración mutua.

 

En los treinta, con Revueltas en la cárcel, Paz fue el conducto para hacer llegar sus artículos a El Popular. En 1969, otra vez preso, a causa de la represión al movimiento estudiantil de 1968, Revueltas, expresa su gratitud y lo llama “gran prisionero en libertad, en libertad bajo poesía”.

 

Desde su celda, Revueltas:

—¿Cómo se han portado sus amigos?

—Inmejorablemente; hay un grupo permanente que no me ha abandonado.

—¿Cuál es su opinión sobre Octavio Paz?

—Que ha actuado a la altura de lo que él es.

 

En 1970 Paz en Posdata alude a los presos políticos del movimiento estudiantil de 1968 y le brinda un elogio entrañable: “Todavía están en la cárcel 200 estudiantes, varios profesores universitarios y José Revueltas, uno de los mejores escritores de mi generación y uno de los hombres más puros de México”.

 

En 1971 lo visita en Lecumberri y Revueltas lo registra en una carta a su hija Andrea: “El domingo pasado vino a verme Octavio Paz […] Como siempre magnífico, limpio, honrado, este gran Octavio”.

 

Luego en su diario de Cuba, a mediados de los setenta, Revueltas dirá del Paz ensayista: “el pensamiento de Paz se dispara al aire […] todo él se dispara al aire; es un castillo pirotécnico, la pólvora de un torito de feria”.

 

Paz incluso ubicará a Revueltas sobre Reyes: “Aunque me deleita como antes, siento que a su obra le falta tensión y rigor crítico, tanto en el sentido intelectual como en el moral. No fue un escritor incómodo, como lo fue otro gran mexicano: José Vasconcelos. O como lo fue, ya en mi generación, el novelista José Revueltas. Ambos son escritores imperfectos, especialmente comparados con Reyes. No importa: en ellos sí encuentro, a veces con intensidad dramática, pasión y crítica, frente a sí mismos y frente a nuestro país”.

 

Y sobre Vasconcelos: “Vasconcelos se sentía enviado de lo alto: por eso fue educador; Revueltas creía en los apóstoles rebeldes y se creía enviado del mundo de abajo: por eso fue un revolucionario. El espíritu de Vasconcelos jamás dudó: no lo tentó el diablo, espíritu de la negación y patrono de los filósofos: lo tentaron el mundo (el poder) y la carne (las mujeres) […] pero nunca aceptó que se hubiese equivocado. [Revueltas] al final se arrepintió e hizo la crítica de sus ideas y de los dogmas en los que había creído. […] en nombre de la filosofía marxista, emprendió un examen de conciencia que San Agustín y Pascal habrían apreciado y que me impresiona doblemente: por la honradez escrupulosa con que lo llevó a cabo y por la sutileza y profundidad de sus análisis”.

 

Paz: Huerta, “alba suave de codos en el valle”

 

Huerta muere el 3 de febrero de 1982 en la ciudad de México, a los 71 años de edad, y Paz escribe un obituario entrañable: “Fuimos amigos y nunca dejamos de serlo [..] Más tarde las pasiones políticas nos separaron y nos opusieron pero no lograron enemistarnos. Vi en él siempre al Efraín de nuestra adolescencia: al poeta apasionado e irónico, al amigo un poco silencioso y afable. […] fue ante todo un poeta lírico; sus obras mejores son poemas de amor y de las emociones y sentimientos que acompañan al amor: sensualidad, tristeza, celos, remordimientos, melancolía, júbilo. La ciudad fue para él historia, política, alabanza, imprecación, farsa, comedia, drama, picardía y otras muchas cosas pero, sobre todo, fue el lugar del encuentro y el desencuentro […] Termino esta nota apresurada y apesadumbrada con una observación: hay un Efraín Huerta poco conocido, oculto por lecturas más fervorosas y atentas. La violencia de muchos de sus poemas, sus sarcasmos y su afición a las expresiones fuertes han obscurecido un aspecto de su obra juvenil: la delicadeza, la melancolía, la reserva, el gusto por las geometrías aéreas y las gamas perladas y grises. En sus primeros poemas Huerta fue un poeta apasionado y contenido. No en balde su segundo libro se llama Línea del alba (1936). El título alude a indecisas lejanías y claridades tímidas que poco a poco, conforme la madrugada avanza, se precisan: casas, árboles, calles, gente. Al releer esos poemas de juventud —tenía apenas 21 años— encontré una línea que, estoy seguro, no fue pensada sino vista en algún amanecer y cuya luz siempre lo acompañó: ‘alba suave de codos en el valle’”.

 

El itinerario de la amistad que, puesta a prueba, salió avante y engrandece a los tres aún más.

 

*Fotografía: José Revueltas, Efraín Huerta y Octavio Paz, futuro Premio Nobel, coincidieron en las principales publicaciones de los años 30, donde discutieron sus orientaciones literarias / AGN, Fondo Hermanos Mayo, tomada del libro “Efraín Huerta. Iconografía”, FCE, 2014.

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