Una de narcos

May 25 • Lecturas • 8159 Views • No hay comentarios en Una de narcos

César López Cuadras, Cuatro muertos por capítulo, México, Ediciones B, 2013. 208 pp.

POR GENEY BELTRÁN FÉLIX

Cuatro muertos por capítulo cuenta el ascenso y caída de una familia de narcotraficantes de Sinaloa. Eso, en la superficie. Porque, como ocurre en las obras de César López Cuadras (1951-2013), uno de los secretos más inexplicablemente relegados de la narrativa mexicana, la historia es el pretexto para operaciones literarias de mayores miras: la exploración psicológica de la violencia, el cuestionamiento de la ficción, la sátira del machismo y la creación de una lengua regionalizada.

Cuadras es un novelista que ve al personaje detrás de la nota roja. “Lo interesante de la historia no es el asesinato entre hermanos, mi Güera”, arranca la novela. Y así es: del sustrato de violencia surgen elusivos y complicados entes de ficción. En Cuatro muertos destaca la rivalidad fraterna de Emmanuel, reconcentrado y vengativo, y Juan, impulsivo, parrandero y traidor. El conflicto, que empeora debido a la pelea por la hermana, el robo de un cargamento y una vieja infidelidad de la madre, es desarrollado con los matices y las complejidades de quien cuenta con dotes de escrutinio psicológico nada comunes, un lector aventajado de Tolstoi y George Eliot.

Al lado de esa prerrogativa decimonónica, Cuadras es un fabulador que hace de la conciencia del narrar el eje de su escritura. En La novela inconclusa de Bernardino Casablanca (1994), el mismísimo Truman Capote viaja a una playa sinaloense para orientar, entre burlas y veras, a un lugareño sobre cómo escribir el relato de un homicidio. En Cuatro muertos, dos narradores contrapuntean el despliegue de la trama. El ex chofer Pancho Caldera cuenta su versión a una muchacha estadounidense, quien prepara el guión de una película de narcos. El diagrama narrador-hombre/oyente-mujer, tan posible en entendidos eróticos, es parodiado con no escaso humor y con una permanente conciencia sobre los qués y cómos de la ficción: gozoso y mordaz, Caldera, por su condición de testigo, contextualiza, especula, inventa. La otra versión viene del monólogo narrado de Emmanuel: su presente inicia en su infancia y termina trágicamente, ya adulto. Este ir y venir del ayer al hoy, del fluir inmediato de la acción a su recapitulación especulativa no es nuevo, pero en Cuatro muertos hay dos elementos (el machismo satirizado y el regionalismo estilístico) que enlazan el perfil metanarrativo con el horizonte social.

En su asedio sexual de la gringa, Pancho deja ver la contracara risible del machismo mexicano y, también, descubre que la ficción no sólo no sirve para seducir chicas sino tampoco para conocer con certidumbre la naturaleza de los personajes y sus motivos. El contrapunto de los dos relatos deja ver así en Cuadras a un artista que construye y al mismo tiempo desconfía de sus construcciones, explora la violencia y sugiere lo resbaladizo de ese examen.

Cuadras crea el discurso de sus narradores con un oído poroso al habla regional: arcaísmos, pochismos y barbarismos colaboran en dar no sólo plasticidad y verosimilitud, sino en crear una prosa hiperreal, tan carnavalesca y delirante cuanto crítica e inquisitiva del escenario de violencia en que crecen, trafican y mueren sus personajes.

Aunque los ingenuos siguen descalificando el narcotráfico, por verse abaratado en manos amarillistas, como asunto de la ficción, Cuadras demuestra que, al involucrar destinos humanos en conflicto, el narco puede dar pie a una fabulación compleja, con las herramientas literarias más audaces y exigentes.

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