Londres: tres imposturas y un testimonio
POR NOÉ CÁRDENAS
Al caminar por las calles principales de Londres uno va persiguiendo fantasmas. Figuras veneradas que poco importa si son autores o son personajes librescos o las dos cosas, y que por lo general están muertos: los pubs que se adjudican la preferencia del Dr. Johnson (como el Ye Olde Cheshire Cheese), Bloomsbury, el East End de Jack the Ripper, el 221b de Baker Street o, en Richmond, la casa campirana de los Woolf, por mencionar al paso sólo unas pocas muestras. Sin embargo, en la mayoría de los casos, hay un correlato literario vuelto deseo que sobrepasa la vivencia directa.
De la conmovedora novelita epistolar 84, Charing Cross Road (1) destaco una idea relacionada con los libros y la realidad, mejor dicho con la realidad que emana de los libros.
Helen Hanff, neoyorquina bibliófila, gran lectora de clásicos ingleses y generadora de una correspondencia con los empleados de la librería de viejo inglesa Marks & Co., posterga indefinidamente un viaje a Londres en el que conocería a sus corresponsales. Ella iba a ver películas para familiarizarse con las calles de aquella ciudad anhelada, iría en busca de la Inglaterra de la literatura inglesa. Sin embargo, Helen no se arrepiente de no haber realizado el viaje.
La autora ofrece una explicación al final de la novela: rodeada de sus tesoros bibliográficos dispersos en la alfombra mientras los ordena, Helen reflexiona que Inglaterra (y por tanto su capital) está menos en la geografía que en los libros que le enviaban de aquella librería de Covent Garden hoy desparecida.
Este aserto dice mucho acerca del poder que tiene la literatura para generar una realidad que guarda parentesco con el deseo y con los sueños, pues aunque intangible, la realidad que emana de ellos es más duradera que la realidad palpable.
En el caso de Helen lo leído en sus clásicos ingleses es perdurable en comparación con la fugacidad de haber pisado las calles de aquella ciudad, pues un anhelo, una narración o un poema tienen un carácter espiritual formado por esencias y sublimaciones. A diferencia de la realidad real, que es anecdótica, la realidad literaria trasciende. Helen sabe, como eco shakesperiano, que los grandes amores son grandes porque son inconclusos o irrealizables.
Además de trascendente, la realidad emanada de la literatura es totalizante, pues atiende a lo universal a partir de lo particular. Es famosa la anécdota que cuenta Borges en Atlas cuando le fue impuesto el encuentro con un tigre a modo de atención por parte de sus anfitriones. El hombre ciego palpó al animal grandioso, sintió su calor viviente a través de su pelaje, advirtió su respiración y olió su magnífica bestialidad. Concluyó que, a pesar del impresionante encuentro, él prefería al tigre de sus poemas, al tigre de la literatura, pues este tigre es todos los tigres. (2)
El Londres que amó Helen Hanff es como el tigre de Borges, pues en ese Londres literario están cifrados todos los Londres.
Primera impostura
La novela Los tres impostores de Arthur Machen (3) es una de las obras en las que las calles de Londres no sólo son escenario, sino que alcanzan el estatus de voluntad suprema que, como la voz omnisciente de una novela, genera los encuentros en apariencia casuales entre los personajes: las coincidencias que estos convierten en vivencia, juego y destino. El Londres que surge de Los tres impostores es como un árbol añoso que hace brotar algunas ramas a modo de calles o plazas inexploradas para que el azar opere.
La grandeza de Machen consiste en crear una atmósfera en la que las calles londinenses palpitan y exudan los vahos de su ancestral existencia citadina. De tal suerte que los hechos oscuros y fantasmales no son muy distintos a la cotidianidad más ordinaria, pues ocupan el mismo nivel de realidad.
Esta novela -que, como El Quijote, incluye otras novelas dentro de la misma- invita al lector a dejarse ganar por la imaginación y abrirse a la influencia de lo fantástico. Así, uno será testigo de las elucubraciones acerca de si las coincidencias y los hechos fabulosos existen o no durante los paseos por las calles de Londres que realiza Dyson, sólo o con su amigo Phillips: dos jóvenes cultos cuyas herencias respectivas les permiten fomentar el ocio así como deliciosas charlas sobre teoría literaria.
Por este camino, “La aventura del Tiberio de oro” –con la que arranca la novela y que Dyson le cuenta a Phillips- es tan cierta y fantástica como las imposturas contadas a éste por los transmutados del título de la obra (en inglés se intitula The Three Impostors or The Transmutations): “Novela del valle oscuro”, “Novela del Sello Negro”, “Novela de la Doncella de Hierro” o la “Novela del polvo blanco”, historias en las que sectas secretas, vestigios de civilizaciones protohistóricas, maleficios delicuescentes o la muerte irónica por artefactos de tortura hallan natural y terrible acomodo.
En el prólogo a esta obra, Borges escribe: “El hecho de saber que los relatos de los tres personajes son imposturas no disminuye el buen horror que sus fábulas comunican. Por lo demás toda ficción es una impostura; lo que importa es sentir que ha sido soñada sinceramente.” Así, la sensación que nos queda de las calles de Londres, aunque estén hechas con el material de los sueños, se nos revela como una realidad sólida y memorable.
Coludidos, los tres impostores andan en busca de un elusivo joven de anteojos que, aterrorizado, anda en fuga durante toda la novela. Hacia el final el autor introduce la “Historia del joven de anteojos” -que ata los cabos de la historia principal, o sea “La aventura del Tiberio de oro”-, acaso una de las subtramas más notables de la narrativa de Arthur Machen que comienza en la Sala de Lectura del Museo Británico.
… aquí es la casa de las sombras, el asedio de fantasmas desplegados, la pugna con espectros, la guerra en que no hay victoria. ¡Oh cúpula, tumba de los ardientes! Por tus galerías, donde no se escucha ninguna voz resonante, corren suspiros susurrantes, murmullos de esperanzas muertas; las almas de los hombres ascienden como mariposas atraídas por la llama y caen quemadas y ennegrecidas a tu suelo, ¡oh sombría, elevada y poderosa cúpula! (4)
Bajo los efectos de este lugar imantado y magnífico, el joven de anteojos es seducido por el doctor Lipsius, un personaje diabólico que preconiza el placer absoluto como el único y genuino sentido de la vida. Un poco más tarde, asqueado de verse cómplice de un crimen truculento perpetrado por aquella secta licenciosa en la que fue iniciado, el joven de anteojos se da a la fuga. Su huida es, indirecta pero no casualmente, el disparador de las andanzas por las calles de Londres tanto de Dyson como de los impostores.
Segunda impostura
Unos ciento quince años después de publicada Los tres impostores (1895) Mark Samuels se aventuró a emular, con buena fortuna, en The man who collected Machen (5), el encuentro de Lipsius con el joven de anteojos y la huida de éste por las calles de Londres pero volviéndola un extravío sin retorno.
En el relato de Samuels, Robert Lundwick, quien se dedica de lleno al estudio de la vida y la obra de Arthur Machen, es abordado en la Sala de Lectura del Museo Británico por Aloysius Condor, quien lo engancha para visitar su casa en la que, presume, tiene la mejor colección del mundo de Machen. El disparador del relato es el previo hallazgo en varios viejos volúmenes de una página negra pegada en donde debería estar el relato “The Lost Club”. Desde el momento en que la página negra es encontrada, un misterioso proceso es echado a andar.
Esta vez, a diferencia de los recorridos de Dyson y los impostores, la caminata de Lundwick ya no abarcará las calles de Soho, Covent Garden, Bloombsbury o Holborn, sino que se introducirá a un Londres más trascendental, al más profundo Londres.
Al salir de la casa de Condor, y extraviado en calles desiertas, Robert Lundwick vive una aniquilación del tiempo. Observa construcciones georgianas de principios del XIX, advierte que está entrando a un territorio oculto. No ve rastro alguno de alma viviente. Tiene una revelación: alcanza a vislumbrar a los romanos engrandeciendo Londinum, a la ciudad pagana de los anglo-sajones, a los Londres sucesivos, testigos de la Muerte Negra y el Gran Fuego; se convence de que aun cuando los nazis bombardearon la ciudad, las calles del Londres más profundo permanecieron intocadas.
Si bien Aloysius Condor completa su magnífica colección con el volumen de Machen que estaba en posesión de Lundwick (The House of Souls, 1923), éste reflexiona orgullosamente, en las calles sin peligro y sin tiempo de su Londres oculto, que él mismo ahora es el hombre que creyó en Machen.
Tercera impostura
Casi en la misma época en la que los tres impostores imaginados por Machen perseguían al joven de anteojos por las calles de Londres, en una taberna de Soho Max Beerbohm sostenía una plática con Enoch Soames –narrada en el magistral relato homónimo de aquél (6)-. Era el 3 de junio de 1897.
Poeta maldito, Soames frecuentaba los establecimientos bohemios del Londres de finales del siglo XIX, pero su grisácea presencia solía despertar más recelo que aceptación en aquellas tabernas. Siempre estaba escribiendo una obra maestra que, de entrada, estaría condenada con razón o sin ella a la incomprensión de sus contemporáneos. Estaba obsesionado con la fama y durante la charla con Beerbohm aseguró con fervor que sería capaz de hacer cualquier cosa para confirmar su gloria futura. Quiere el relato de Beerbohm que en una mesa aledaña estuviera la persona indicada para celebrar un pacto diabólico con Soames y ver su deseo cumplido, por supuesto, a cambio de su alma.
De las 2 pm a las 7 pm del 3 de junio de 1997, es decir, exactamente 100 años adelante de la charla y el pacto con el extraño, Enoch Soames estuvo en la sala de lectura del Museo Británico escudriñando las historias de la literatura inglesa sólo para confirmar que su nombre no figuraba en ninguna.
Como si la realidad hubiera tenido un gesto de cortesía con la ficción, el 3 de junio de 1997, entre las 2 pm y las 7 pm, un grupo de admiradores del relato de Beerbohm apenas tuvieron tiempo de darse cita bajo la cúpula en la Sala de Lectura del Museo Británico, pues ésta dejó de usarse tan sólo unos meses después de tal fecha para ser trasladada a St. Pancras.
Acaso aquellos entusiastas del relato “Enoch Soames” fueron testigos de la aparición del poeta astroso con el alma infatuada por el anhelo de fama, agotando febrilmente los diccionarios y los manuales de literatura en busca de una ficha, de una mención, como cuando uno mismo se busca narcisista e infructuosamente en Google…
Testimonio
La novela de Helen Hanff termina cuando su principal corresponsal de la librería Marks & Co. (Frank Doel) y el dueño de ésta han muerto. Al despuntar la década de los 70 del siglo pasado, el edifico cambió, como muchos otros de Covent Garden, al giro restaurantero. Helen decidió publicar su correspondencia en forma de libro y pronto ganó el reconocimiento del público. Hasta hay una versión teatral y otra fílmica de esta obra. Una placa conmemorativa fue colocada en la fachada del antiguo edificio:
84
Charing Cross Road
The booksellers
Marks & Co,
Were on this site which
Became world renowned
Through the book by
Helen Hanff (7)
Citando a un muchacho conocido, Helen decía que “las personas que viajaban a Inglaterra encontraban exactamente lo que buscaban”. Ella la encontró en sus libros testimoniales, pues respetaba a los autores que pudieran presumir: “yo lo vi, pues estuve ahí”, por eso no le gustaban las novelas. Otros la encuentran en las seductoras fabulaciones de autores que han colocado a Inglaterra y a su capital en una geografía imaginaria a través de su narrativa prodigiosa.
De la placa dedicada a Helen Hanff sólo queda una huella circular en una de las columnatas del 84, Charing Cross Road, que hasta hace poco era una sucursal del restaurante-bar belga de mariscos Lèon de Bruxelles.
Notas
(1) Helen Hanff, 84, Charing Cross Road. Anagrama, Panorama de narrativas 522, Barcelona, 2002, 126 pp.
(2) “Mi último tigre”, en Jorge Luis Borges, Atlas. Lumen, Barcelona, 1999, pp. 53-54.
(3) Arthur Machen, Los tres impostores. Hyspamerica, Biblioteca Personal Jorge Luis Borges, Barcelona, 1987, 216 pp.
(4) Arthur Machen, id. p. 191.
(5) Mark Samuels, The man who collected Machen And Other Weird Tales. Chômu Press, Kindle Edition, 2011.
(6) Max Beerbohm, “Enoch Soames”, en Antología de la literatura fantástica. Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo. Debolsillo, México, 2014, pp. 25-53.
(7) http://www.84charingcrossroad.co.uk
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