Aborto, estigma universal: reseña de “Tienes que mirar”, libro autobiográfico de Anna Starobinets

Jul 2 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 1727 Views • No hay comentarios en Aborto, estigma universal: reseña de “Tienes que mirar”, libro autobiográfico de Anna Starobinets

 

En Tienes que mirar, la escritora rusa Anna Starobinets habla sobre el dilema ético que sufrió cuando se vio obligada a terminar con su embarazo por malformaciones fetales 

 

POR SOFÍA MARAVILLA 
Una de las mayores conquistas en la lucha feminista es la toma de decisiones sobre el propio cuerpo, y entre ellas la más controversial, por antonomasia, sigue siendo la voluntad de interrumpir un embarazo. Pero ¿cuánta libertad tiene en realidad una mujer cuando la fatalidad se está gestando en el vientre al mismo tiempo que un hijo deseado? Esa es la pregunta que surge mientras se lee Tienes que mirar (Impedimenta, 2021, traducido por Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado), crónica autobiográfica de la escritora rusa Anna Starobinets (Moscú, 1978), en la cual relata el calvario que sufrió a partir de que le dijeran, en la semana 16 de su embarazo, que su bebé no sobreviviría a causa de una enfermedad poliquística renal.

 

“Si no mueren en el vientre, estos niños nacen con unas barrigas enormes que se componen básicamente de riñones, y los riñones, de quistes. Sus barrigas son tan grandes que les impiden avanzar por el canal del parto y hay que hacer una cesárea. Sus pulmones no llegan a desarrollarse debido a la presión de los riñones y a la comprensión derivada de la ausencia de líquido amniótico. No pueden respirar. Viven entre unos minutos y unos pocos meses conectados a un respirador artificial”, describe Starobinets para ponernos en contexto de la gravedad de su situación.

 

Lo que empieza como una travesía de “dulce espera”, se convierte en una historia de horror existencial que Starobinets cuenta en un lenguaje escueto, crudo, pero con imágenes punzantes que precisamente nos hacen mirar la violencia obstétrica que sufren millones de mujeres en el mundo: “Este libro no trata sólo de mi pérdida personal. Habla de lo inhumano que es en mi país el sistema al que se ve arrojada una mujer obligada a interrumpir su embarazo por razones médicas”, dice la autora en su prefacio, donde además advierte que cada nombre e institución es real, pues, como periodista que también es, su compromiso con la verdad le permite abrirse un camino a través de su dolor y de las múltiples situaciones humillantes a las cuales se ve sometida, como cuando es observada, desnuda y sin su consentimiento, por los practicantes de un eminente médico de la vieja escuela soviética, pues, al parecer, Anna se convierte en una “rareza médica” digna de estudio, o cuando el doble discurso que parece imperar en la sociedad rusa respecto a “esos procedimientos” la hacen peregrinar entre clínicas gratuitas y de pago para practicarse con seguridad un aborto y termina siendo discriminada, ya que su sola presencia implica un “peligro” para los nervios de las futuras madres: “Se dedican a las futuras mamis y a sus nenes y no a las abominaciones patológicas”, escribe Starobinets con un amargo sarcasmo, y usando el proceso inverso de los cuentos de hadas, compara su situación al de convertirse en una rata que debe escabullirse por la puerta trasera con su hijo: “Yo, sin embargo, no espero a nadie. Soy simplemente una rata. Mi futuro está escrito en las instrucciones del Centro de Control Sanitario y Epidemiológico”, agrega, mientras múltiples estampas de la crónica la muestran dividida entre la entereza de la periodista y el quebranto de la madre obligada por la naturaleza misma a abortar.

 

Para su sorpresa, resultará que los abortos tardíos se realizan en clínicas gratuitas altamente especializadas, entre las que destaca el Hospital Urbano 36 en el distrito de Sokolpinaya Gorá, del cual Starobinets nos pone al tanto que tiene una reputación de ser un lugar donde una va a “parir con vagabundos”. Por otro lado, las clínicas de “este tipo” cuentan también con atención a otros temas tabuados del universo femenino: lesiones purulentas, inflamaciones en el sistema reproductivo, atención a quienes hayan sufrido abortos clandestinos o a quien no cuente con residencia fija, además de atender abortos tardíos en “mujeres drogadictas, alcohólicas, que sufren de trastornos psiquiátricos” y, claro, quienes los practican por razones médicas,  lo cual permite ver la vulnerabilidad en la que el aborto coloca a cualquier mujer, por no mencionar la soledad en la cual deberá permanecer, pues en estas clínicas no permiten la entrada de hombres, lo que nos desvela un problema más: la intersección que divide tajantemente, corporalmente, los problemas políticos masculinos de los femeninos (donde también aparece la figura de la Matrona –recomendada en los foros de internet– como mucho más confiable para estos procedimientos…)

 

Tienes que mirar también recae en la conciencia colectiva que carcomió a Starobinets, cuando al sumergirse en los foros de internet descubre a la Rusia más retrógrada, y es que entre los diversos testimonios de mujeres que se vieron obligadas a abortar por complicaciones médicas, no puede evitar horrorizarse por aquellos en los que una madre desesperada indica que a su hijo “lo cortaron vivo en pedacitos dentro de mi cuerpo y lo sacaron”, o donde afirman haberse convertido, existencial y corporalmente, en una “herida abierta que sangra constantemente”, o que juran haber perdido la cordura —“soy como un cadáver andante”—, además de enfrentar, claro, a los grandes inquisidores de estas mujeres. “No hay nada en el mundo que me interese más que estos reportajes patológicos desde el infierno”, confiesa Starobinets, quien encuentra en la idea del legrado una de sus mayores pesadillas.

 

A pesar de estar rodeada de su familia —un marido compresivo y una hija de nueve años por demás empática—, el dolor que expresa Anna es completamente íntimo, pues es una decisión que sólo la involucra a ella: dar a luz al niño aun cuando pueda con ello poner en riesgo su propia vida, o asumiendo la decisión “fatal” que podría suponer la absoluta pérdida de la cordura e incluso la fragmentación de su hogar, según las voces de los foros, pues en un universo tan plenamente femenino y silenciado, parecería un mandato, o una forma de castigo, enfrentar sin compañía las vicisitudes de su cuerpo: “En mi interior tengo la muerte”. Afortunadamente, en medio de este viacrucis, Sasha, su pareja, siempre aparece a su lado, porque Starobinets también nos muestra esa otra realidad poco mencionada: la del dolor de quien a su manera y desde su corporeidad ajena, forma parte del hijo al que deberá renunciar:

 

“Me abrazo la barriga con una mano… y lo noto estremecerse ahí dentro, en la oscuridad. Yo también estoy tendida en la oscuridad, la oscuridad está dentro y fuera de mí, es como si estuviéramos los dos juntos bajo el agua, bajo la tierra, como si compartiéramos una misma tumba. Y sé que hoy se repetirá una vez más. Me acostaré de lado para que esté cómodo. Es cierto, tengo intención de deshacerme de él mañana, pero hoy debo tener cuidado para no aplastarlo. Tiene que estar más cómodo dentro de mí esta noche”.

 

Starobinets encontró la respuesta en Alemania, donde la fría cordialidad de los teutones le permitió llevar un procedimiento abortivo no libre de sufrimiento, pero sí de un escarnio innecesario, después del cual deberá enfrentar su mayor miedo sólo para poder liberarse después de una lenta sanación emocional, que culminará con la llegada de un tercer hijo que le hará comprender que, a veces, engendrar la muerte es necesario para comprender que también en ella se puede florecer: “No hay razón ninguna para sentir dolor… esta es la diferencia entre las clínicas europeas y los hospitales rusos. Entre las enfermeras, los médicos, los funcionarios las señoras y los señores de Europa y Rusia. Sencillamente, unos están convencidos de que no hay razón por la que sufrir. En cambio, los otros están convencidos de que el dolor es la norma”.

 

Pero me surge la terrible reflexión que me acompaña hasta el momento: Anna es un caso privilegiado frente a millones de mujeres que no pueden escapar a Alemania a practicarse abortos de primer mundo. Y no sólo mujeres de Rusia, sino del mundo entero. Urge un llamado de empatía como el que hace Starobinets, pero a nivel mundial. Porque como señala en las primeras páginas de su libro, habrá valido la pena compartir su experiencia si alguien encuentra en sus palabras alguna ayuda, y le dará a ella algún sentido de todo el sufrimiento que la arrojó a la depresión: “Al menos, habrá tenido algún sentido lo que nos pasó”.

 

Tienes que mirar nos hace saber que el aborto sigue contándose como una experiencia límite, un tabú del que pocas hablan aunque tantas mujeres hubieran pasado por él, cualesquiera que sean sus circunstancias, y que nos deja muy en claro que la política de los cuerpos de las mujeres se sufre en la intimidad de la carne, pero se recrimina en el escarnio de lo público. Y eso que Starobinets viene del primer país que lo legalizó, en 1920, casi un siglo antes de que comenzara su lenta despenalización en nuestra nación (en 2007) y de que la potencia política vecina nuestra y rival suya ideológicamente cometiera uno de los peores retrocesos sobre la libertad de las mujeres para decidir sobre sus cuerpos. Definitivamente, el aborto se nos revela como una experiencia estigmatizadora universal que va más allá de cualquier bloque político.

 

FOTO: Especial

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