Los D’Innocenzo y el viñeteo autodestruido

Jul 2 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 5291 Views • No hay comentarios en Los D’Innocenzo y el viñeteo autodestruido

 

En la aparente armonía de verano de la periferia romana, se desvelan terribles historias de prepúberes que replican los comportamientos dañinos de sus entornos

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Queridos vecinos (Favolacce, Italia-Suiza, 2020), cautivante opus 2 de los gemelos romanos autores totales de 31 años Damiano y Fabio D’Innocenzo (primer film: La tierra de la abundancia 18), premio al mejor guion en Berlín 21, los cuatro integrantes de la familia Placido en la mezquina y frustrante aunque en apariencia idílica periferia de Roma, sirven como aglutinante eje argumental para instituir e ilustrar una visión panorámica y coral, o corte psicosociológico, de ciertas banales vacaciones relatadas en un diario femenino infantil hallado en la basura: el violento padre auxiliar restaurantero semidesempleado que debe alquilar su piscina portátil para sobrevivir pero acaba reventándola de una cuchillada Bruno (Elio Germano), su indiferente esposa apenas acremente reactiva a la eterna defensiva Dalila (Barbara Chichiarelli) y sus hijos prepúberes con excelencia escolar Alessia (Giulietta Rebeggiani), quien sería la presumible autora de las memorias testimoniales evocadas, y el sensible chavito pasiva y subrepticiamente conflictivo Dennis (Tommaso Di Cola imponente), que se hace amigo de la dejadaza joven vecina embarazada pronto sin entusiasmo parida Vilma (Ileana D’Ambra), que es compañerito de un sensitivo angelical Geremia (Justin Korovkin pospasoliniano) aplastado por su brutal padre narcisista Amelio (Gabriel Montesi), que es presa de los incontestables avances de la vecinita sexualmente sobreestimulada por los pornovideos del celular paterno Viola (Giulia Melillo), y que arma en la inteligente clandestinidad una bomba para hacer explotar a los odiados padres rijosos que lo zarandeaban camino a la playa, pero el incipiente artefacto es cándidamente autodenunciado y descubierto, provocando el despido académico del profe manipulador Bernardini (Lino Musella), quien antes de largarse exige impartir una última clase, para ahora incitar y convencer a sus dóciles e influenciables alumnos de la gloria de envenenarse como parte de una ceremonia excitante, dando alma y cuerpo a una más de las infinitas posibilidades recónditas de este multívoco y policéfalo gran viñeteo autodestruido.

 

El viñeteo autodestruido se intitula en italiano Favolacce, que quiere decir grupo de fábulas o cuentos de hadas malvados, y surge a partir del supuesto hallazgo de un inacabado diario íntimo escrito con caprichosa y rechazante tinta verde feminfantil, luego prolongado tan delicada cuan intuitivamente por un extradiegético narrador-comentarista anónimo e inmostrable (“Lo que sigue está inspirado en una historia real que está inspirada en una historia falsa que no es muy inspiradora”), pero acaba pidiendo disculpas por haber sido amarga y pesimista (“y no como las historias normales”), pues desemboca en el paralizante hallazgo paterno del ritual doble suicidio pubescente de Viola y Dennis en torno a la nocturna mesa del antecomedor, como culminación lógica de carnaval entre dulce y absurdo de tantas infelicidades y atroces vicisitudes jamás truculentas ni grotescas recopiladas en el no-relato ambiguo y móvil.

 

El viñeteo autodestruido puede entonces haber comenzado como la seductora erupción de un magma viñetero colectivo lleno de encanto y de pronto afirmarse como un conjunto de minianécdotas y atisbos ficcionales que tercamente se niegan a conformarse en una sola trama bien delineada y continua, al hacer de la discontinuidad una suerte de vigorosa y arrasante carga mayor de líneas de fuerza narrativas y saetas disparadas por todas partes, no para dar la impresión de caos, sino en una síntesis de felices/infelices incidentes jamás dispersos que atacan por cualquier lado, sea por la nostalgia, por el detalle bufo, por la escena tragicómica, por la sonrisa enternecida y por la ternura sonriente, o todo ello al mismo tiempo, como en ese genial top-shot fijo y todoabarcador del atragantamiento del héroe Dennis durante la cena y su agitación bocabajo para desahogarlo como bulto en manos del padre para ser de inmediato culpabilizado por la madre, o ese montaje acelerado del subsumido lindo Geremia conduciendo por vez primera un auto en círculos para júbilo demencial del padre con él identificado hasta la pérdida de su propia identidad, o esos hilarantes subterfugios y desvíos y distracciones corporales de nuestro machito alrededor de su compañerita aventadaza a la orilla de una piscina porque simplemente no siente urgencia alguna para copular y satisfacer la curiosidad ajena.

 

El viñeteo autodestruido aborda de frente y con valentía el difícil e inédito tema de la abyección psicológica, porque (según el escritor-psicoanalista Castilla del Pino) a fuerza de que te digan perro, un día creyendo defenderte empiezas a ladrarle a todos los demás como perro, que es exactamente lo que hacen los niños de esta socavadora fábula ético-coral, aunque sea a costa suya y de su seguridad, desesperadamente, en contra de sí mismos, reaccionando y procediendo en consecuencia con la sádica crueldad de su padre o la vileza indiferente de su madre, en los escenarios de casitas y patios y jardines más bonitos, al calor del verano que es casi el protagonista mayor de film, junto con el dominante clima de insatisfacción y la rampante frustración clasemediera en vilo.

 

Y el viñeteo autodestruido concluye de manera casi natural y anticlimática con la salvaje TVnoticia epilogal pero fundamental del ahogamiento de una bebé por parte de sus enervados padres (reconocibles como la guapa insatisfecha Vilma y su pareja ceroalaizquierda) en un hotel vacacional de Spoleto desde donde ambos a continuación se lanzaron al vacío, todo ello visto desde la conciencia de un pequeño hiperconsciente arrinconado con su padre en casa de un primo añorante que pone al día de los trágicos destinos de los excondiscípulos de la infancia (Enrico Pittani), cerrando en autodevorador anillo un haz de historias real-ficcionales siempre abierto a nuevas vertiginosas y abismadas e interminables historias potenciales.

 

FOTO: Queridos vecinos refleja las frustraciones y el egoísmo de las sociedades “perfectas”/Especial

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