Albert Serra y la amenaza planetaria

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La película Pacifiction, protagonizada por Benoît Magimel, ofrece una demoledora denuncia de la inestable burbuja existencial de los diplomáticos europeos en tierras vírgenes

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Pacifiction (ídem, Francia-España-Alemania-Portugal, 2022), antiexotista sexto larguisimometraje del perturbador autor total catalán de 47 años Albert Serra (de Honor de cavallería 06 a Libertad 19), el calculador y siniestro alto comisionado galo de gesto adusto y ocultadoras gafas negras más un elegante atuendo porque nunca descompondría su intemporal figura republicana De Roller (Benoît Magimel soberbio en su asumida desintegración axiológica) se hace pasar por diplomático de ideas avanzadas exclusivamente interesado en ayudar al establecimiento de casinos con regia variedad dancística para la diversión de los habitantes originales, cuando en realidad está propagando el insidioso e incomprobable rumor de la ronda de un submarino por la bellísima bahía de una isla de la Polinesia Francesa y está fomentando la división entre las facciones e intereses locales, con el objeto de sacar provecho de ello y lograr apoyos en la reimplementación de un devastador centro experimental de pruebas nucleares en el archipiélago luego de 20 años de haber sido prohibidas, para lo cual sigue los pasos de un Almirante alcohólico (Marc Susini) tan sexodivergente discreto aunque fantasioso como él mismo, gestiona la devolución del pasaporte robado en su hotel al diplomático portugués Ferreira (Alexandre Melo), tiende lazos con el elitista blanco dueño del bar-discoteca axial Morton (Sergi López), se hace rodear de un pequeño séquito cómplice encabezado por la silenciosa seudovisionaria escritora escuálida presentando su nueva novela dieciochesca Romane (Cécile Guilbert) y el delicado amante-cómplice de inquietante omnipresencia trans Shannah (Pahoa Mahagafanau) para recorrer la isla recabando otros aliados manipulables como dos corruptos relevos en la alcaldía o rechazantes como el joven dirigente tahitiano amenazante con movilizaciones masivas Matahi (Matahi Pambrun), se intriga con el tráfico en lanchas nocturna de compañeras sexuales para marineros encubiertos, vigila a todas horas la bahía y se hace vigilar, al fungir como emboscado agente doble, sin detectar muy bien quién es su verdadero adversario (¿bajo órdenes chinas, rusas o estadunidenses?) ni a quién acaba sirviendo, ya en el apogeo enardecido y nefando de una subyacente amenaza planetaria.

 

La amenaza planetaria sintetiza y desborda por el camino de la sobriedad impertérrita todas las anteriores cintas excedidas de su heterodoxo realizador anticinefílico-autosuficiente todavía desconcertante e inclasificable, pues aquí pueden contemplarse en el puesto de mando, si bien con una falaz apariencia más latente que virulenta, rasgos cruentos, briznas puntillosas y ecos incallables de la quijotada baldíamente errabunda de su Honor de cavallería, del recuperador augurio resonante de El canto de los pájaros (08), de las semifantásticas obsesiones automoribundas en el extremo límite mórbido de Historia de mi muerte (13) y La muerte de Luis XIV (17), y del escocido libertinaje crepuscular de Libertad, todo ello tan oblicuo cuan sigilosamente inscrito por una transida fotografía de Artur Tort en vilo preciosista y en éxtasis, una laxa edición de Ariadna Ribas (con el director y su fotógrafo) provocadoramente llena de campos vacíos y la música percutiva de Joe Robinson y Marc Verdaguer con ecos de imitación primitiva.

 

La amenaza planetaria dicta su propia relevancia e inusitada jerarquización narrativa, en la medida en que los grandes momentos del relato no son solamente los henchidos más virtuosísticos y obvios e irrepetibles, como la feroz danza tahitiana semidesnuda con violentas plumas de ave en el antro que enardece a De Rolle, el oteo circular con prismáticos para descubrir el espejismo del submarino, la inconcebible competencia de surf sobre demenciales olas gigantescas que presencia el héroe en mar abierto, o el fascinante sobrevuelo pasmoso de la isla en avioneta particular a su servicio, sino ante todo la discusión-enfrentamiento con el fiero líder local, el adoctrinamiento satisfecho al neosúbdito trans, el monólogo comparativo de la política actual con una discoteca ante un chofer adormecido, el espionaje mutuo entre De Rolle y sus inidentificables enemigos en decenas de planos a distancia o en uno solo de sarcástico ímpetu paródico, y sin duda la eternizada deambulación preculminante del antihéroe para llegar al sobreiluminado césped perfecto de un espacio deportivo donde agradecerá con los sacrificiales brazos en cruz martirizada la inexistente ovación de su exaltado fuero interno cual autista Kevin Costner en El campo de los sueños (Robinson 89), rumbo al propiciatorio baile amanerado del Almirante canoso-casposo en la triunfal intemperie oscura.

 

La amenaza planetaria se afirma entonces en insidiosas viñetas como una milenarista y cruel fábula moderna sobre el paraíso masacrable ya invadido y sobre la inexorabilidad del irónico arrasamiento ejemplar supuestamente bienaventurado, una pieza anticipada del cine-objeto del futuro con los intérpretes parcialmente improvisando sobre situaciones esbozadas y acciones apenas distinguidas e insinuadas, una demoledora denuncia de la inestable burbuja existencial de los diplomáticos europeos en tierras vírgenes como no se había conseguido desde la clásica hipertrofia minimalista-literaria de India Song (Duras 75), una feraz revaloración viviseccional del edénico archipiélago polinesio bajo ancestral e idiosincrática hipócrita protección francesa, una sutil si bien severa desmitificación de la falsa neutralidad liberal de la política exterior europea en el estratégico y aún sacrificable Tercer Inmundo.

 

Y la amenaza planetaria culmina con la bendición patriótica del Almirante ubicuo a los intimidados marineritos que con un trayecto en lancha de retorno cierran el relato en anillo, aún atónitos antes de erigirse en heroicos protagonistas del lanzamiento de una nueva bomba nuclear a ser probada para el presunto salvamento de una distante especie sobrehumana.

 

FOTO: Pacifiction se estrenó en el Festival de Cannes de 2022 y compitió por la Palma de Oro. Crédito de foto: Especial

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