Amistades peligrosas

Abr 30 • Conexiones, destacamos, principales • 6193 Views • No hay comentarios en Amistades peligrosas

José de la Colina y Juan García Ponce

POR HUBERTO BATIS

 

Los amigos de la facultad de otras carreras me llevaron a conocer y hacer amistad con otros, en especial con los que trabajaban en el área de Difusión Cultural de la UNAM. Alicia Pardo, secretaria de Jaime García Terrés, fue especialmente benefactora conmigo porque me daba tips. Incluso me llevó a su casa, donde me presentó a su hermana y a sus sobrinas, una de ellas, guapísima. Alicia Pardo era también secretaria del poeta Max Aub y su hermana era secretaria del rector Ignacio Chávez. Cuando el nuevo rector Javier Barros Sierra me nombró encargado de la Dirección de Publicaciones, me la llevé de secretaria; era muy eficiente y me tenía informado perfectamente de todo. Ahí freceunté a Juan Martín, a Carlos Valdés, a José Emilio Pacheco, a José de la Colina y a Juan García Ponce, a quien vi por primera vez en el Centro Mexicano de Escritores, cuando fue por Luisa Josefina Hernández, su maestra en la UNAM.

 

El ambiente de Difusión Cultural era muy cordial, lleno de visitantes, artistas, pintores, escritores. En una ocasión encerramos en un cuarto a José Emilio Pacheco con Cristina. Le dijimos: “No los dejamos salir hasta que te la cojas”. Acabaron casados: el intelectual y la secretaria, estudiante de la Facultad de Filosofía, creo que de la carrera de Historia.

 

A Pepe de la Colina lo empecé a ver mucho en casa de Enrique Alatorre, en donde vivió un tiempo. Íbamos mucho al cine y comentábamos las películas. Me acuerdo que vimos Vidas rebeldes, con Marilyn Monroe, en la que el personaje interpretado por Clark Gable se dedica a atrapar caballos salvajes. Cuando Marilyn se entera de que la finalidad es convertirlos en comida para perros y gatos enlatada, se pone muy triste y se declara en huelga. Pepe de la Colina decía que los caballos eran los países latinoamericanos y que Clark Gable era el testaferro del imperialismo. Discutimos mucho ese comentario que me parecía politizado en demasía.

 

Siendo mi amigo cercano, De la Colina y yo hemos discutido y peleado toda la vida. Hemos compartido trabajo en la coordinación del suplemento de El Heraldo de México, con Luis Spota, como jueces en el Concurso de Cine Experimental y en el suplemento sábado con Fernando Benítez. Eso pasó muy poco tiempo porque se separó de unomásuno y se fue con Eduardo Lizalde a fundar un suplemento en EL UNIVERSAL, de donde salió poco después para irse al Semanario Cultural de Novedades, donde estuvo más de veinte años. Entre sus colaboradores estaba Juan José Reyes, puntualísimo y excelente colaborador.

 

En una ocasión en el Palacio de Bellas Artes me calló: “¡Ya apúrate! ¡No tenemos tiempo para tus chismes!”

 

Los banquetes con García Ponce

Con Juan García Ponce y Juan Vicente Melo hicimos muchas actividades en la Casa del Lago: funciones de teatro con Juan José Gurrola, series de conferencias temáticas, exhibiciones de pintura, cineclubes y muchas conferencias. Casi vivíamos en la Universidad en las mañanas y en las tardes y noches en la Casa del Lago. Ahí comenzó una amistad con Juan que iba a durar toda mi vida hasta el día de su muerte.

 

Acostumbrábamos ir a cenar con él una vez a la semana, a veces con amigos pero casi siempre con mis compañeras, sobre todo Patricia González, por más de cuarenta años. El miércoles era sagrado. Yo contribuía con vino y a veces con manjares, pero Juan nos preparaba exquisiteces yucatecas que doña Monina, su madre, le enseñó a cocinar a sus empleados. En esas cenas bebíamos martinis exquisitos, muy fuertes, ginebra pura helada con un gotita de Vermut. Eran famosos los martinis de Juan. Heredé su receta, que consistía en poner unas gotas de Vermut en una vasija y luego tirarlas. Después se añadía la ginebra helada en el congelador con una aceituna: Shaken, not stirred, como James Bond.

 

Recuerdo con gula la cochinita pibil, el queso relleno, el cazón y el pescado encebollado en frío. En una ocasión llevé conejo y me fui a otro compromiso ineludible. Regresé a comerme mi conejo. Ahí estaba Manuel Felguérez, quien me reprochó que llegara tarde y que pidiera la cena. Juan le respondió: “¡Pendejo, los conejos los trajo Huberto!” Por supuesto no faltaban los panuchos, los salbutes, la sopa de lima y ocasionalmente faisán y venado: todo acompañado por dos botellas de vino tinto, Rioja casi siempre.

 

A las dos o tres de la mañana nos íbamos a dormir bien servidos. Pero lo más importante era la plática siempre literaria, comentando libros recientes o lo que Juan estaba escribiendo o traduciendo. También me tocó compartir mesa con invitados notables como José Bianco, Humberto Moreno-Durán, Alejandro Rossi, etc. Naturalmente recibía un baño de agua helada cuando me hacía sus críticas al suplemento sábado, que yo dirigía. A sus hijos Juan y Mercedes García de Oteyza les construyó un piso arriba de su casa, que había diseñado su hermano Fernando. Tenían una escalera interna como de estación de bomberos: un tubo.

 

A Juan le tenían que dar de comer en la boca. Tenía una sirvienta veracruzana, Eugenia, que le ayudaba a comer, que siempre estaba presente en las reuniones y a la que le decía: “Usted es invitada de piedra; no hable”. Pero también tenía una asistente a la que le enseñó tanto que le adivinaba el pensamiento. Era zacatecana, muy guapa: Angelina García Jasso. A ella la enseñó a usar incluso zapatos de tacón alto y vestidos generosamente escotados por el frente y por la espalda, y con la falda abierta, dejando ver la pierna.

 

Recuerdo haber visto una escena que parecía una Pietà de Miguel Ángel: ella lo tenía recostado después de darle un baño y lo secaba mientras lo tenía abrazado. Luego le enseñó a manejar y a llevar sus cuentas bancarias. La convirtió en una ayudante imprescindible. Nadie sabía darle de beber martinis a Juan. Si no le atinabas te decía: “¡Pendejo!”

 

Las únicas que sabían hacerlo eran Angelina y Eugenia.

 

*FOTO:  Tomada del libro Huberto Batis. 25 años en el suplemento cultural sábado de unomásuno (1977-2002), de Catalina Miranda, Editorial Ariadna, Colecc. Laberinto de Papel.

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