Aura, ópera triste

Oct 5 • Conexiones, destacamos, principales • 3372 Views • No hay comentarios en Aura, ópera triste

POR HUGO ROCA JOGLAR

 

Mario Lavista escribe música todos los días rodeado de muchas orquídeas en un cuarto estrecho y silente con techo de vidrio que de noche la luna usa para proyectar sombras fantasmagóricas sobre él y sus partituras. Esta atmósfera de humedad y misterio floral evoca la casa en donde Aura es devorada por un tiempo oscuro y estancado que la condena a repetir por siempre la cruel historia de su vida.

 

No es coincidencia. Mario ha estado enamorado de la heroína de Carlos Fuentes durante tres décadas y ahora, a los 70 años, recuerda la ópera triste que de 1987 a 1989, gracias a una beca de la Fundación Guggenheim, le compuso a manera de homenaje por su amor imposible.

 

Aura —que se estrenó el 13 de abril de 1989 en el Palacio de Bellas Artes, en la ciudad de México, y no ha tenido otra representación profesional— es un drama lúgubre y hermético que evade la acción vertiginosa con la que Verdi revolucionó la ópera en el siglo XIX para hundirse en lenguajes introspectivos, musicalmente cercanos al impresionismo de Debussy en Pelléas et Mélisande (1902) y emparentados teatralmente con la narración estática y psicológica, desarrollada entre símbolos y luces grises, de El castillo de Barba Azul (1918) de Béla Bartók.

 

“La ópera está estructurada en torno de cuatro temas asociados a cada personaje (La Casa, Aura, Consuelo y Felipe) que se repiten una y otra vez a lo largo de la partitura con pequeñas variaciones de color; proponen una continuidad musical, de flujo permanente, sin rupturas”, explica Mario.

 

El tema principal, que inicia y termina, es el de La Casa, a cargo de las cuerdas (violines, violas, chelos y contrabajos). Está construido por sonidos armónicos que al efectuar una progresión de acordes muy corta dan la impresión de cerrarse sobre sí mismos en expresiones de quietud y misterio.

 

Es una casa con forma de telaraña en donde el tiempo se detuvo y dejó encerrado el enigma de una mujer que es joven y vieja a la vez.

 

La vieja se llama Consuelo (mezzosoprano, voz femenina grave) y su tema, a cargo de los alientos y las cuerdas, coquetea continuamente con el de la casa, sugiriendo que ha sido absorbida por ella, aunque aquí y allá los alientos la reafirman en una lúgubre individualidad de miradas frías, miedo y pocas palabras.

 

La joven se llama Aura (soprano, voz femenina aguda) y su tema, a cargo de las maderas, los alientos y la celesta, es contemplativo y lejano; al principio algunas melodías sutiles y efímeras dicen de su juventud y belleza, pero conforme avanza la ópera se confunden con el tema de Consuelo hasta perderse en el mismo desesperado lamento.

 

Felipe (tenor, voz masculina aguda) llega a la casa para transcribir las memorias del general Llorente, esposo muerto de Consuelo. El tema de Felipe, a cargo del clarinete, es juvenil y lleno de ilusiones hasta que se enamora de Aura; entonces se desvanece poco a poco, contagiándose de soledad y pena.

 

Todo termina cuando Felipe le hace el amor a Aura y Aura, en la cima del placer orgásmico, se convierte en Consuelo y él, Felipe Montero, en el general Llorente y todos los temas desaparecen en el implacable y aterrador latido de esta casa embrujada.

 

“El libro de Fuentes se lee en una sentada y quise que mi ópera se pudiera apreciar igual: en un acto único de una hora de duración. Literariamente me apegué a la historia original aunque como ésta casi no tiene diálogos, Juan Tovar [libretista de la ópera] tuvo que inventarlos”.

 

Mientras en la obra literaria el misterio es el principal elemento del drama, la música centra sus búsquedas en ampliar sensualmente el significado de la casa con una orquestación que —aunque dirigida a una agrupación sinfónica— está planteada para varios conjuntos de cámara, a la usanza de Mahler. De tal forma que el sonido da la impresión de contener varios hilos independientes que se van tejiendo aterradoramente sobre Aura para condenarla.

 

En abril fue su cumpleaños, pero Mario está más bien nostálgico; se niega a celebrar ser septuagenario. La vida corre intensa y alegre por su sangre y le aterra pensar que la misión de la vejez es detenerla.

 

Los sonidos continúan agolpándose raudos en su cabeza y, aunque el sentido de su arte recientemente ha adquirido inclinaciones espirituales, su Aura, tan críptica y sin esperanzas, siempre ha sido, en su corazón, la preferida.

 

“¿Estuvo tentado a liberarla, a sacarla de esa casa, a materializarla, a romper su condena de fantasma, a distorsionar el final de Fuentes y convertir a Aura en una mujer real?”

 

Es sorprendente cómo Mario Lavista puede cambiar de dimensión en cuestión de segundos y mantenerse elocuente. Antes de esta entrevista, escribía una partitura, pensaba en sonidos, dirigía instrumentos y creaba fluidos mundos musicales; luego abandonó la abstracción para hablar de su ópera y sus palabras se han encadenado fáciles y raudas, en ideas claras y tan melodiosas que da la impresión de que las sopla de una flauta.

 

Sin embargo ahora se queda callado y desvía la mirada; sus ojos recorren las orquídeas y sus manos permanecen inmóviles, una sobre la otra, apoyadas en su regazo. De pronto regresa, levanta los ojos y dice en voz baja, alargando demasiado las sílabas: “Nunca, siempre supe que mantendría su destino original; libre de tragedia, ya no sería Aura”.

 

PARA ESCUCHAR AURA

En 2010, la disquera Tempus, con apoyo del Conaculta, remasterizó la grabación que se hizo el día del estreno de Aura y ahora es posible comprarla en formato de disco compacto.

 

*Fotografía: Mario Lavista en marzo pasado/ARCHIVO EL UNIVERSAL.

 

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