Babilonia

Abr 20 • destacamos, Escenarios, Miradas • 870 Views • No hay comentarios en Babilonia

 

Ciudad bíblica condenada a la confusión, sinónimo de mundanidad, evocada por su riqueza, vio la luz en el 2300 a.C. y su virtual extinción fue en el 539

 

POR LEANDRO ARELLANO
Incontables Torres desoladas constituyen Babilonia. La confusión generada por la mala levadura. El Génesis lo previó y otras divinidades o manes lo cumplieron. “Cayó, cayó Babilonia; y todos los ídolos de sus dioses quebrantó en tierra” (Isaías, 21.9).

 

Sobrevive latente en la magnificencia del verbo que fue, y la palabra dispersa en todas partes. Allí el cielo abierto es permanente. Al influjo del amanecer su imagen se yergue displicente, retadora. Barullo universal. La tierra habla y no habla una misma lengua. Lo que existe está sujeto a la extinción y al cambio. Babilonia, Babel. El viajero enmudece al hollar los umbrales de su suelo, arropado en suavidad y magia, entre la memoria y la nostalgia.

 

Cada ciudad tiene su vida, sus heridas, su filosofía. La historia de Babilonia tiene precedencia a miles de ciudades.

 

Dos milenios atrás la ubican en territorio de la antigua Mesopotamia, a unos cuantos kilómetros al suroeste de la empolvada Bagdad. Su ingreso en la historia, precisan, se ubica en el 2300 AC y su virtual extinción en el 539. La citan autores confiables. Heródoto comenta asombrado la riqueza de la ciudad y sus señaladas virtudes. Plinio el viejo la evoca, alborozado, y una copia del Código de Hammurabi —su legislación por excelencia— se resguarda en el Louvre.

 

Deriva su nombre de dos procedencias. La primera, del acadio Bab-ilim: La puerta de Dios. La segunda, del hebreo Balbál: confusión. Para los hebreos —a quienes mantuvo en cautiverio—, Babilonia fue sinónimo de ligereza, de mundanidad y de pecado.

 

El Génesis la llama Babel y ésta se acomoda de lleno en la leyenda. No la alcanzó el diluvio. Su barro es de otra ley. Tampoco obtuvo la redención de otro lenguaje. Le fue ofrecida una luz equivocada, una invitación a la renuncia…

 

¿Cómo renegar del caudal arrastrado en tantos siglos? ¿Cómo eludir su heredad, su manto omnipresente?

 

Desde rincones alejados, hasta ella llegan las invocaciones y la imaginación de los devotos del verbo. El fervor se postra con emoción ante su historia. La dispersión de las tribus no acabó su fama. La mantiene viva el halo gozoso de los inmortales.

 

Esa ciudad hablaba en secreto con los hombres. Pero nadie sabe con certeza cuántos, desde ella, escalaron el cielo.

 

 

 

FOTO: Las ruinas del palacio del Rey Nabucodonosor II (604-562 a.C.) en Babilonia. /EFE

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