Bastián y Bastiana, los diez años de Arpegio
POR IVÁN MARTÍNEZ
No pude salir más dichoso del Lunario del Auditorio Nacional el domingo pasado. Fue una de esas mañanas, una de esas funciones, en las que no se puede sino agradecer el trabajo de reseñista que permite esta vida. Uno de esos espectáculos en los que uno recupera el entusiasmo por el arte operístico. En el que el amor por el género se reconcilia con lo que, en otros espacios, se padece. Qué alivio saber que las cosas se pueden hacer bien, con efectividad –y economía– de recursos, con solvencia técnica, con pasión por la escena, con respeto hacia un público que lo agradece y que aplaude con sinceridad la honestidad de esos artistas.
Asistí a la primer función –hoy tiene la segunda– de Bastián y Bastiana, la operita que Mozart compuso a los doce años de edad y con la que Arpegio, la compañía de ópera para niños que dirige Sylvia Rittner, llega a su décimo aniversario. Queda en mi registro personal como una de las funciones más hermosas que haya contemplado. Y estoy seguro que quedará en el registro de esta compañía que reparte cada proyecto entre los artistas a los que está ligada, como el mejor equipo posible.
La escena fue encargada a Jaime Matarredona, conocido y exitoso personaje en el mundo del teatro comercial. Transportó espléndidamente la historia de los dos jóvenes y el brujo Colás a la actualidad –con ingenio y precisión en su adaptación para el joven millenial enajenado a las redes sociales, literalmente– y dirigió un trazo a sus cantantes nada exagerado, divertido, nunca estático y siempre en ritmo. Totalmente adecuado para el público infantil que no despegó sus ojos de una escena que con agilidad se movió entre el público, además del escenario. Coloridísimos y refinados entre lo Walt Disney y el anime japonés, justo antes de llegar a la delgada línea que separa lo moderno de lo kitsch (algo tendría que aprenderle César Piña y compañía), resultaron también los diseños de vestuario, peluquería y proyecciones multimedia preparados por Ryttner y su equipo: Luis Bermejillo, Sol Kellan y Marcelo Martínez.
Con la refinada adaptación al español de los diálogos, y la espléndida actuación de los tres cantantes, imposible cuestionar, como lo he hecho en otras ocasiones, el que las partes musicales se cantaran en su idioma original. No hay forma viendo la concentración de los niños durante de la función y su entusiasmo tras ella.
Diferente a ocasiones en las que uno de los elementos constituye el éxito de una presentación, en este caso se aplauden por igual la escena, el exquisito acompañamiento del pianista Isaac Saúl, a quien quizá injustamente se ha encasillado por el extraordinario trabajo que realiza como concertador de teatro musical, muchas veces olvidando sus cualidades como acompañante de ópera, especialmente en repertorios como éste, y el desempeño de los solistas encargados: la soprano Irasema Terrazas, quizá la más importante voz mozartiana que tenga este país, el joven tenor Hugo Colín y el bajo Charles Oppenheim, todos en su mejor nivel de cualidades, de canto transparente, fraseo puro y un planteamiento escénico óptimo para esta comedia juvenil y pastoral.
Imposible no comentar la magia de la escritura vocal del joven Mozart, la musicalidad de su libreto y su habilidad comiquísima para la parodia. Aprovechando la forma de este pequeño singspiel en un acto, fue presentado en su versión completa, a diferencia de otras producciones de Arpegio en las que las óperas son reducidas.
Durante los dos fines de semana anteriores, Arpegio presentó en ésta su ya tradicional temporada de verano en el Lunario otro título del género “ligero”, el intermezzo Livietta y Tracollo, de Giovanni Battista Pergolesi: una especie de antecesor a las comedias rossinianas.
Presentada igualmente en su versión completa, no obtuvo el éxito de Bastián y Bastiana, pero hay aciertos de gran mérito, empezando por la escenografía y multimedia, enriquecida con el arte pictórico de Pieter Brüeghel y la mayoría de los vestuarios y elementos de utilería. También, por la presencia de un ensamble barroco formado ex profeso y encabezado por el violinista Eduardo Espinoza, tanto por la ausencia de ensambles en otras producciones de esta compañía como por la rareza que tristemente significa ver una ópera de la época acompañada “como se debe”.
Más allá de ello, poco hay que decir del desempeño mediano brindado por los otros actores involucrados: la soprano Denise de Ramery al igual que el barítono Alberto Albarrán brindaron en general un canto correcto sin ser notable, aunque con mayor auge él, al abordar con buen ánimo un estilo al que poco se había acercado.
A Albarrán salva también su ya desarrollado colmillo para la comedia juvenil y el público infantil de Arpegio, contrario a De Ramery, quien poco pudo hacer con la pobre escena trazada por Antonio Zúñiga, director que evidenció dos faltas grandes de sensibilidad: una musical siempre requerida por creadores escénicos que se acercan a la ópera y otra de ritmo actoral siempre urgente al preparar algo para un público poco tolerante al ritmo pasmoso con que impregnó este título.
*FOTO: El diseño escénico de Bastián y Bastiana logró integrar los estilos de las producciones de Walt Disney y el anime japonés./Cortesía El Lunario/Fernando Aceves.
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