Periodismo al rescate

Ene 11 • Lecturas, Miradas • 2619 Views • No hay comentarios en Periodismo al rescate

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La biblioteca en llamas es una minuciosa investigación que permite conocer las causas y pormenores del incendio de la Biblioteca Central de Los Ángeles, en abril de 1986, historia que había sido condenada al olvido

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POR LEONARDO TARIFEÑO 

“Allí donde se queman libros, acaban quemándose hombres”, sentenció el poeta alemán Heinrich Heine, sin saber que menos de un siglo después de escribir esa frase sus propias obras literarias arderían en las Feuersprüche nazis. Heine fue profético y la triste lucidez de sus palabras llega, por lo menos, hasta la mañana del 29 de abril de 1986, cuando un brutal incendio de siete horas devoró más de un millón de ejemplares de la Biblioteca Central de Los Ángeles. ¿Se trató de un accidente o de un desastre intencionado? En su notable reportaje La biblioteca en llamas (Temas de Hoy), la periodista estadounidense Susan Orlean busca respuestas y encuentra más preguntas. Por ejemplo, ¿por qué alguien querría quemar “nuestro ADN cultural, el código de lo que somos como sociedad”? Y la más inquietante: ¿hasta qué punto ese intento representó un ataque a las personas, un verdadero “acto de terrorismo”?

 

“Todas las maravillas y los fracasos, todas las leyendas y las ideas y las revelaciones de una cultura permanecen para siempre en los libros –destaca Orlean–. Destruirlos es un modo de indicar que esa cultura ha dejado de existir, que su historia ha desaparecido, que la continuidad entre el pasado y el futuro se ha roto. Apartar a una cultura de sus libros es como apartarla de su memoria, de la capacidad de recordar sus sueños. Acabar con los libros de una cultura es sentenciarla a algo peor que la muerte: es sentenciarla a parecer que nunca existió”. Apenas tres días antes del siniestro de Los Ángeles, otra catástrofe apuntaba al corazón de la humanidad. En el noroeste de la ex URSS, la explosión del reactor 4 de la central nuclear Vladimir Ilich Lenin inmortalizaba a Chernóbil como el principio del fin del mundo. Una ola radioactiva llegaba del frío, amenazaba con contaminar todo el planeta y, a su manera, también condenaba a la inexistencia a todo aquello que encontrara a su paso. Las consecuencias biológicas de la radiación y los previsibles derrumbes económicos posteriores se transformaron en los grandes temas del momento; el incendio de Los Ángeles, aún cuando ya podía saberse que había sido uno de los mayores en la historia de la ciudad, no mereció más que dos artículos en toda la semana en The New York Times.

 

Por esa época, Orlean vivía en Nueva York. Su profesión la mantenía en contacto permanente con los libros y buena parte de su formación intelectual había transcurrido dentro de bibliotecas (sus padres, marcados por la Gran Depresión de 1929, “aprendieron por las malas que no había razón alguna para comprar aquello que se podía tomar prestado”). No parecía imposible que la futura autora de El ladrón de orquídeas se topara con la noticia de la fatalidad de Los Ángeles; sin embargo, la nube nuclear y mediática de Chernóbil ocultó justo aquello que para ella también constituía un golpe inhumano, una forma doméstica del llamado de la extinción. Dos décadas después, el azar o algo parecido la depositó en el hall del edificio quemado en 1986, ya recuperado y otra vez en funcionamiento como Biblioteca Central. Orlean seguía sin saber absolutamente nada del mítico incendio cuando descubrió, entre los anaqueles, que los libros más antiguos no olían a tiempo. Olían a humo. Y así creyó sentir que, a través de las páginas heridas, otra nube llena de misterios se formaba a su alrededor y la invitaba a sumergirse en la historia que se convertiría en La biblioteca en llamas.

 

Como cualquier reportero sabe, un hecho adquiere la estatura de noticia cuando pasa por el filtro del periodismo y se transforma en relato. Mientras tanto, al mismo tiempo y en una infinidad de lugares, una cantidad innumerable de grandes o pequeños hechos se quedan al costado del camino, listos para perderse en alguna de las tantas variantes del olvido. La prensa estadounidense había borrado el incendio de 1986 de la memoria colectiva; con La biblioteca en llamas, Orlean lo rescata e indaga en las razones, el significado y la vigencia de la noticia que no fue. La memoria, en definitiva el centro espiritual de todo libro, se activa en el trabajo periodístico de Orlean para decirle al lector que mucho de lo que es, piensa y cree se lo debe a aquello que todos los días de su vida ve sin ver. La noticia de La biblioteca en llamas no es el incendio, sino el olvido al que había sido condenado. Aquello que ya nadie recuerda ni siquiera cuando abre un libro que huele a humo.

 

Detrás de las páginas de La biblioteca en llamas hay una minuciosa investigación periodística de casi diez años, esfuerzo que garantiza el peso de lo exhaustivo. Sin embargo, podría pensarse que los méritos del libro no se apoyan tanto en el enciclopedismo informativo como en una sensibilidad afable y sutil, para la que narrar una historia (o muchas, como es el caso) parece más importante que convencer de una idea. La abrumadora información de la que dispone Orlean se pone al servicio del significado del incendio, sentido que la autora examina a través de la historia de la biblioteca, la evolución del concepto que la constituye y los múltiples personajes involucrados en su llamativa supervivencia. En el medio, además, hay un pirómano sospechoso (el actor frustrado Harry Peak), una ciudad que desprecia su memoria (Los Ángeles) y la propia peripecia vital de Orlean, que en el silencio de la biblioteca persigue las huellas de su madre, al borde de la demencia senil. “Mi madre me inculcó el amor por las bibliotecas –reconoce la autora–. La razón por la cual finalmente me comprometí con este proyecto –primero quise hacerlo y después necesité escribirlo– fue que entendí que la estaba perdiendo. Me pregunté si existía o no un recuerdo compartido si la persona con la que lo compartías ya no podía recordarlo. La memoria oscurecida, ¿rompía el circuito?”. Orlean sabe que el tiempo es aliado del fuego. ¿Y el suyo? El periodismo entendido como arte, la certeza de que “escribir un libro, al igual que construir una biblioteca, es un acto de puro desafío. Es la declaración de que uno cree en la persistencia de la memoria”.

 

 

FOTO: La biblioteca en llamas, de Susan Orlean. Traducción de Juan Trejo. Planeta, Temas de Hoy, Ciudad de México, 2019, 397 pp.

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