Palabras desde un futuro posible

Abr 11 • Conexiones, destacamos, principales • 2409 Views • No hay comentarios en Palabras desde un futuro posible

/

Mientras la ciudad de Boston, una de las más equipadas en servicios médicos en Estados Unidos, lucha por evitar el colapso por la epidemia de coronavirus, sus habitantes buscan salvar el día a día en las redes de ayuda comunitaria

/

POR MARIEL GARCÍA MONTES
Boston. Vengo de uno de los posibles futuros que se avecinan a la Ciudad de México. Aunque todavía es un futuro menos trágico que el que han enfrentado ciudades de España e Italia, el sentido de pérdida colectiva ya es palpable en Boston, una de las principales ciudades de la Costa Este de Estados Unidos. Aquí ya no se habla de ventanas de oportunidad para evitar la pandemia, no se piensa en el icónico maratón que tendría lugar en abril, ni se hace planes para la primavera o el verano. Ya no se habla de la crisis en futuro.

 

En el día 32 de pandemia, 122 familias ya han perdido a uno de sus integrantes en mi estado. Más de 7 mil 700 confirmaciones de Covid-19 han surgido a partir de casos que se contaban con los dedos de una mano a inicios de marzo. La sociedad está en paro total; hace una semana, por decreto gubernamental, cerraron todos los negocios no esenciales. Hace dos, pararon las construcciones y cerraron restaurantes y bares. Mi universidad, las escuelas y los edificios públicos cerraron hace tres semanas.

 

La esperanza de Boston, la ciudad con la mejor infraestructura médica de Estados Unidos, es evitar el colapso visible en ciudades como Nueva York, donde las sirenas de ambulancia no paran en todo el día, o Seattle, donde hoy una madre joven se despidió de sus seis hijos con un walkie talkie en el hospital. Las historias de pérdida de Bérgamo y Madrid son a diario sustituidas por tragedias locales: en el país entero, al primero de abril suman casi 215 mil casos confirmados y más de 4 mil defunciones. Cuando este texto sea publicado, la pérdida habrá crecido exponencialmente.

 

Como mexicana en el extranjero, habitar este futuro posible y seguir a la distancia el desarrollo de la pandemia en México ha sido un acto de disonancia: justificada, sí, pero disonancia al fin. Los contextos y líneas del tiempo son distintos. Sin embargo, tenemos que reconocer que una de las características de los sistemas globales de comunicación que utilizamos es que la disonancia es percibida también por mexicanos que no viven en el extranjero.

 

Incluso si la pandemia se controla mejor en México que en otros países, incluso si la planeación sanitaria comenzó ahí antes que en otros países, las glorias y tragedias globales se sienten más cercanas en el mundo hiperconectado. Todos perdemos con esta tragedia y eso nos recuerdan las imágenes de torres de féretros en Europa, las de los médicos de Nueva York vestidos con bolsas de basura, las capturas de llamadas de despedida entre enfermos terminales y sus familias fuera del hospital.

 

En este momento de emergencia por la crisis de salud pública y por la pérdida que todos sentimos, y ante el más grande catalizador de lo que promete ser una crisis económica alrededor del mundo, es difícil y a la vez urgente actuar conforme el llamado de la socióloga Zeynep Tufekci a pensar la pandemia en el contexto de la complejidad del sistema; en función de las capacidades de resiliencia, eficiencia y redundancia de la infraestructura con que contamos para enfrentarla.

 

Mientras la emergencia pasa, esta cuarentena nos debe servir para pensar en el mundo que queremos ver cuando la pesadilla acabe. ¿Será que Covid-19 nos traerá estados autoritarios reforzados a base de recolección de datos para vigilancia de la pandemia, de estados de excepción y de sanciones para quienes violen el principio de sana distancia? ¿Será que, para evitarlo, haremos un mundo con redes de solidaridad más entramadas para tolerar la incertidumbre y superar los cálculos que no estén a nuestro favor?

 

En el futuro posible que habito, el llamado a la precaución, base del autocuidado y de la solidaridad, es contundente: lávate las manos y quédate en casa, pero eso no es suficiente. Cuando salgas a pasear a tu perro o a surtir la despensa, distánciate. Cuando compres en línea para evitar salidas, no satures la infraestructura de comunicación con envíos no esenciales. Cuando entres a tiendas de comida o farmacias, no expongas a los trabajadores o a las personas que entrarán contigo o después de ti: no es hora de tocar todos los aguacates para escoger el mejor, ni de dar vueltas en todos los pasillos para ver qué se antoja. Si sabes coser, haz máscaras para normalizar su uso entre la población.

 

Sé especialmente juicioso con la información que consumes, y mucho más con la información que compartes: no es hora para especular, protagonizar, desinformar. Mientras otros países se enfrentan principalmente a Covid-19, México simultáneamente tiene que prepararse para el brote de sarampión resultante de las campañas de desinformación sobre vacunación. Más que actitudes críticas por defecto, necesitamos construir confianza en uno de los mecanismos de toma de decisión más ágiles para enfrentar la pandemia: escuchar a los científicos de salud pública en temas de salud pública, a los expertos de sus campos en temas de sus campos.

 

Si ya haces todo eso y estás en condiciones de hacer más, es hora de pensar maneras de apoyar a las personas que son y serán las más afectadas por las medidas necesarias para disminuir la velocidad del contagio. Es hora de nutrir redes de ayuda mutua para dar alimento a vivienda a los desplazados laboralmente; coordinar logística barrial para conseguir despensa para las personas más vulnerables al virus.

 

Desde este futuro posible, no quiero hacer un llamado vacío a la esperanza, porque no sabemos cómo o en qué condiciones esta pesadilla va a terminar. Sólo sabemos que, aunque todos somos susceptibles, los peores estragos de esta enfermedad tendrán las peores consecuencias para las personas de por sí más afectadas por la desigualdad. Y es este escenario catastrófico el que más endulza los actos de generosidad entre vecinos de barrio, ciudad, mundo.

 

Hoy en día agradezco a quienes han condonado renta a sus inquilinos, a los negocios que han hecho malabares para seguir pagando dignamente a sus empleados, a quienes han donado su equipo de protección a los hospitales en su comunidad. A la gente que, de Wuhan a Buenos Aires, ha coordinado redes de ayuda solidaria para apoyar a los más afectados. A quienes han abogado por los derechos de las personas que están a punto de perder su vivienda, de los migrantes en detención, del personal sanitario y de infraestructura crítica que sale a trabajar más arduamente que antes. A quienes han buscado la manera de aportar desde su campo, ya sean imprentas regalando menús de reparto a domicilio a restaurantes en crisis o costureras cosiendo máscaras para personal sanitario.

 

El mismo sistema complejo, globalizado, que hoy está en juego por un virus que empezó con pocos pacientes en una ciudad, es el mismo sistema complejo que nos permite escuchar los aplausos y cantos barriales en Italia, ver las acciones de ayuda mutua en Estados Unidos, conocer la labor voluntaria de los médicos cubanos, presenciar las donaciones trasnacionales de suministros para la pandemia. Gracias a la gente que ante el distanciamiento y la amenaza existencial, encuentra la fuerza y la generosidad en su corazón para no dejar que la pandemia nos separe moralmente.

 

FOTO: Enfermeras del hospital Beth Israel Deaconess Medical Center de Boston reciben flores enviadas como agradecimiento por distintos grupos sociales de la entidad.  / Michael Dwyer/AP

« »