Call me Debbie, confesiones de una diva
POR IVÁN MARTÍNEZ
Un debate infinito: entrar al mundo privado del artista. En una entrevista al compositor Mario Lavista quise preguntar un detalle personal. Aunque hubo un intercambio de ideas, no obtuve mi respuesta. Mencionaba yo la importancia que debía tener para los historiadores conocer el momento que había pasado, por decir un ejemplo, cuando escribió su Responsorio. Y para contextualizar, lo importante que es hoy conocer los detalles, las condiciones en que Tchaikovsky escribió sus sinfonías quinta y sexta; hay en la partitura anotaciones demasiado personales: el destino, la homosexualidad, la fe, el final que se acerca.
Lavista insistió en su negativa. “Para que se hable de la obra, la obra debe ser importante (…) Sigo pensando que el arte es artificio, un artificio maravilloso y muy curioso porque una vez que se compone esa obra, si la obra tiene vida, llega un momento en que forma parte de la vida misma. Nosotros pensamos que la Quinta Sinfonía de Beethoven es parte de la vida, pero hubo un momento de la vida en que no había Quinta”. Me contó de su entonces nueva biografía, en la que no iba a permitir que se hablara más allá de la música.
En estos días, he tenido muy presente también al actor Kevin Spacey, que con firmeza se ha negado a hablar “de más”: “hablar de mí, pondría en prejuicio al público sobre mi actuación”. Pero los prejuicios ya están ahí y la crítica lo liga con sus dos personajes más recientes, Ricardo III y Frank Underwood, en quienes lo ven proyectado.
En la charla con Lavista, el compositor me sugirió que además, ni México ni la música tenían grandes tradiciones autobiográficas. Habrá que fomentarla y ojalá las venideras se hagan tan detalladamente como las que aquí firmaron Salvador Novo y Jorge Castañeda o, en terrenos musicales, como la que esta primavera lanzó la soprano Deborah Voigt.
Creo que ningún personaje del mundo musical clásico había escrito una tan personal. Tan abiertamente honesta, conmovedora, y, en muchos momentos, cruda. Tan emocional.
Call me Debbie comienza con una anécdota casi infantil, sucedida durante la adolescencia: la mañana en que Dios le habló para confirmarle que había nacido para cantar.
Tras una detallada narración sobre sus padres, adolescentes, ultrarreligiosos en una forma excesiva y obsesionada a la que todo está ligado y en la que se concentran las posibles soluciones a los problemas y pasiones que la han acompañado: la música, las adicciones, a veces el sexo; aparece la primera confesión infantil que marcará su vida y personalidad: la urgencia alimenticia y la obsesión familiar por cuidar el peso; en su caso, desde los cinco años de edad.
Hay algunos momentos narrativos imperdibles: el más es quizá el episodio de la famosa historia con el “little black dress” y el contrato que Covent Garden le canceló, y que terminó en el bypass gástrico que le cambió la figura, la vida y la carrera, contado a detalle, incluida una conversación con Pavarotti, la leyenda viviente con la que había cantado en innumerables ocasiones y con el que hasta ahora tenía oportunidad de tener una charla personal, emotiva y para él, vulnerable, sobre el peso, la vida y la muerte; para quien no conozca el episodio, diré que –con todo– es uno de los capítulos narrados con la mayor ternura de quien ha superado la crisis, la toma con humor y con orgullo se asume como la nueva, ultra sexy Salomé con la que regresó a los escenarios.
El episodio de alcoholismo y otras adicciones está contado con una asombrosa sinceridad y elocuencia, al igual que los pasajes de la vida sexual, a veces también descontrolada. Y hay un inmejorable tono jocoso en las anécdotas de otros personajes conocidos –un par de ellos con nombres ficcionados– del mundo de la ópera que cualquier lector que se acerque al libro, los identifique o no, disfrutará plácidamente.
No se trata de contar aquí la historia, porque además en un sentido literario el resultado de esas páginas es impecablemente sensible, debe leerse, si no de insistir en la apertura, en la forma tan vívida y puntual de cómo la Voigt narra, con esa prosa tan limpia que logró junto a la escritora Natasha Stoynoff, los conflictos y luchas con sus adicciones, las que la acompañan desde niña.
Tampoco la autobiografía ha tratado de contar únicamente los momentos difíciles o de hacerlo trágicamente, aunque muchos detalles gráficos la vuelvan estrujante: hay momentos contados en un tono deliciosamente hilarante que habla de un sentido del humor que no perdió con su peso y que le permite destapar la coraza de simpatía que destila. Permite entenderla a ella, a cada rol al que se ha acercado y a la manera en que lo ha hecho.
¿Nos hacía falta conocer todos los detalles que devela? No, pero tampoco sobran y algo ayudarán a enfrentarnos nosotros a su realidad, a conocerla; a entender el caso de los artistas, o mejor dicho de las cantantes, en femenino, criticadas por no ubicarse en el estándar de belleza (no podía ser menos devastadora su anécdota con Sir Georg Solti).
Para ella es catarsis y también es saludable: para la industria y para su arte.
*FOTO: En su libro autobiográfico Call me Debbie, la soprano Deborah Voigt narra sus experiencias con el alcohol, sus problemas de salud y su relación con el mundo de la ópera./Jorge Serratos/EL UNIVERSAL.
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