Céline Sciamma y la imagen desencadenada

Sep 26 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 3419 Views • No hay comentarios en Céline Sciamma y la imagen desencadenada

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Una pintora de finales del siglo XVIII recibe el encargo de retratar a una joven casadera, lo que la lleva a indagar sobre ella y las razones por las que duda del matrimonio

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POR JORGE AYALA BLANCO

En Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, Francia, 2019), magnético opus 4 de la vehemente autora completa lésbica francesa valdosiana de 39 años Céline Sciamma (El nacimiento de los lirios de agua 11, Tomboy 14, La banda de las chicas 18), la madura maestra parisina de pintura académica para damiselas Marianne (Noémie Merlant con intensidad ligeramente estrábica) se confronta en clase con una antes almacenada obra de juventud titularmente denominada Retrato de una mujer en llamas y de inmediato se remite al pasado, cuando en 1770 siendo una recia dama de armas tomar que se lanzaba al mar para rescatar sus lienzos flotantes en estuche de madera, subió a solas la cuesta hasta un lejano castillo de la costa de Bretaña en donde, alojada en un suntuoso salón con chimenea y por encargo de una Condesa italiana cuya lengua ella también dominaba (Valeria Golino), viviría una aventura pasional ejemplar al lado de una inaccesible joven exconventual rubia ojiazul falsamente frágil traumatizada por el suicidio fraterno y condenada a casarse con el mismo noble milanés por su hermana fatalmente repudiado Héloïse (Adèle Haenel con fruncimiento reacio a la sonrisa), algo más, mucho más que una pasión nacida en el engaño para conseguir pintar a escondidas su efigie pictórica de bodas destinada al futuro marido (tras el fracaso de un primer pintor), en la difícil comunicación paulatina con la solitaria muchacha sentenciosa (“La igualdad es un sentimiento agradable”), en la lectura compartida de la Ars amatoria de Ovidio y de otras páginas memorables de la literatura galante del siglo, en la arrebatada destrucción de un primer retrato, en el intercambio confesional, en la unión subrepticia a espaldas de la madre para vehicular el clandestino aborto ritual de la linda sirvientita cómplice silenciosa Sophie (Luàna Bajrami), en la aceptación de Héloïse para posar como modelo voluntaria para la pieza cumbre de Marianne, y finalmente en el acabamiento de la doble seducción erótica y en la consumación de un amor carnal amenazado por los adioses irremediables, con los cuales se embalsamaría el porvenir de esa imposible imagen desencadenada.

 

La imagen desencadenada deja visualizar briznas y escuchan ecos de tragedia pasional con raíces neoclásicas racinianas en la medida en que los grandes hechos amorosos parecen ocurrir varias veces, como mero presentimiento o adivinación de intencionalidades e impulsos inconscientes, como antesala de los acontecimientos en sí, como confidente reflexión racional de lo sucedido y como memoria emocional aún incandescente, para trazar con todos sus tintes un apólogo de las almas contrariadas por el destino y azotadas por la caída y el desprendimiento inevitables cual furioso viento marítimo en el abismo de los acantilados, un virtuosismo solidario con duras virtudes rompedoras que encanta y desazona, una luz nueva sobre mitos pasionales que no quieren saber de otra cosa que su sentido poético y su plasmación mimética en el arte plástico-fílmico.

 

La imagen desencadenada afirma y confirma sus formas insinuantes y sus contenidos líricos entre la límpida fotografía sensible con predominio de oceánicos planos abiertos de Claire Mathon y la señorial casi alevosa ausencia de música con excepción del anacronizante coral barroco de Arthur Simonini que entonan las quasi brujas aborteras-curanderas de ángeles en torno de una hoguera, entre la vivisección de sentimientos ambivalentes al estilo del ambiguo elogio a la niña-niño precozmente trans en el polémico Tomboy y la ávida contemplación de la intocable modelo sucedánea de época de La bella latosa (Rivette 01), entre las simbólicas llamas creadoras bachelardianas que incendian el vestido y el fuego de la intimidad acechante, entre el pictoricismo tenebrista y la diafanidad de la naturaleza denegada, entre el trazo inicial de los contornos de la silueta y el proceso atropellado de captación-robaesencia por el retrato oval a lo Allan Poe, entre la imagen propia enajenada en el espejo de la usurpación fragmentaria y el leit motiv de las oníricas apariciones románticas de la amada en atuendo nupcial, entre los esbozos diseminados en el suelo y el autorretrato al desnudo en la página 28 que sobrevive de retrato pictórico núbil en retrato convencional de la amarga casada.

 

La imagen desencadenada se contrae y se expande a un tiempo en la altiva dialéctica de la potencialidad inminente y del recuerdo melancólico de lo vivido (las impetuosas ganas de besarte cuando me preguntaste cómo es el acto amoroso o en la fiesta alrededor de la fogata o en la boca de la caverna), la dialéctica del acto de pintar y sus sucedáneos (ese complejo bordado imitativo de un ramo de flores por la sirvienta Sophie), la dialéctica de las reglas del arte (“Uno debe mostrar la oreja y estudiar de cerca su cartílago”) y su intemperante condición transgresora-liberadora última y recóndita, la dialéctica de las rapsodias visualistas del cántico sensual y las estaciones dramáticas de su elegía, la dialéctica de la palabra como premonición del acercamiento y como instrumento de tortura, la dialéctica de los retratos inconclusos (borroneados, consumidos por la flama) y el retratos terminado para el disfrute profanador de otros (el invasor del salón claveteando el estuche al modo de un ataúd, la abigarrada exposición en trance de ser inaugurada-ultrajada en la galería de pinturas), la dialéctica de la evocación ante la curiosa alumna del taller (Armande Boulanger) y la creación con lenguaje informulable.

 

Y la imagen desencadenada se anega y se hunde en la ternura remordida de las lágrimas que se vierten al compás instigador del extraviado verano de Las 4 estaciones de Vivaldi dentro de un palco teatral donde sólo se escucha la sublime perennidad del instante ido de todos tan temido que niega la vida y acaso la presencia en sí (“Su presencia consiste en momentos fugaces que pueden carecer de verdad”).

 

FOTO: Esta cinta está protagonizada por Adèle Haenel en el papel de Héloïse./ Especial

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