Clarice Lispector: los misterios de la gran escritora

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La escritora brasileña, una de las grandes voces de la literatura latinoamericana, cumpliría cien años de nacida en unos días. Autores y estudiosos de su obra comentan algunos de sus libros

POR CAROLINA KEVE

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La Nación /GDA

“Se sentía más sólida que nunca, su cuerpo había engrosado un poco, y había que ver la forma en que cortaba blusas para los chicos, con la gran tijera restallando sobre el género. Todo su deseo vagamente artístico hacía mucho que se había encaminado a transformar los días bien realizados y hermosos; con el tiempo su gusto por lo decorativo se había desarrollado suplantando su íntimo desorden. Parecía haber descubierto que todo era susceptible de perfeccionamiento, que cada cosa se prestaría a una apariencia armoniosa; la vida podría ser hecha por la mano del hombre. En el fondo, Ana siempre había tenido necesidad de sentir la raíz firme de las cosas. Y eso le había dado un hogar, sorprendentemente. Por caminos torcidos había venido a caer en un destino de mujer, con la sorpresa de caber en él como si ella lo hubiera inventado”. Clarice Lispector publicó originariamente este cuento, “Amor”, en 1952. Ana, su protagonista, es una mujer casada y con dos hijos, que parece llevar una vida austera hasta que el encuentro fortuito con un ciego asoma como una amenaza.

 

“Amor” es un relato sobre la normalidad, lo normal que asoma como un muro frágil, cimentado en la repetición de los días y en esa calma que dan los hábitos y lo familiar, pero que de tan frágil se puede quebrar ante lo nuevo, ante eso distinto que irrumpe. El cuento va tejiendo de esta forma una escena casi sartriana, que sin embargo se revela en ese universo tan íntimo y propio de la escritura de Clarice, donde las referencias a su propia vida resultan inevitables al mismo tiempo que recupera un sentimiento universal: aquel cuando la vida, simplemente, es mucho.

 

En diciembre se cumplen 100 años del nacimiento de la escritora brasileña, y parece inevitable no pensar en alguno de los tantos textos que han dejado huella en nuestro recuerdo, al mismo tiempo que vuelve a aparecer la pregunta de siempre: ¿Quién era, quién fue? Tanto se ha escrito sobre ella pero tan poco se ha dicho, acaso porque resulta prácticamente imposible no caer en la repetición, o porque terminamos resultando víctimas del misterio que ella misma se encargó de avivar durante años. Renuente a las apariciones, Clarice no ocultaba su terror a las entrevistas, convertidas en verdaderos vía crucis en los que, contra la espesura de su literatura, ofrecía respuestas anémicas, mostrándose distraída, casi como ausente.

 

¿Qué más se puede decir entonces de la autora con ojos de esfinge, dientes casi perfectos y esas erres que nadie debe haber pronunciado de manera igual? ¿Qué agregar de la inmigrante ucraniana que llegó con un año a Río, huyendo con su familia de los pogromos en el Imperio Ruso, y a los 23 publicó su primera novela, Cerca del corazón salvaje, logrando un reconocimiento que –según ella definió en varias ocasiones– le “robó el placer del sufrimiento profesional”? ¿Qué explicar de la escritora que se preguntaba si tener tantas ideas al mismo tiempo podía ser normal, y cuyo biógrafo, Benjamin Moser –que sí ha dicho bastante sobre ella–, consideraba que la debíamos entender en sus orígenes, en una pobreza que “no era la pobreza brasileña, de los campesinos o de las favelas, sino de los refugiados”? ¿Qué concluir de quien hizo de la palabra, el deseo y la pregunta por lo femenino un objeto pese a la molestia que le hubiera producido cualquier etiqueta feminista, y logró convertir con su última novela, La hora de la estrella, su propia muerte en una verdadera epifanía?

 

Ante el centenario de quien sin dudas se volvió en una de las referencias más importantes de la literatura latinoamericana del siglo 20, escritores y ensayistas revisan algunos de sus textos intentando desandar la pregunta, acercándonos a lo que no deja de ser un enigma: el enigma Clarice Lispector.

 

 

Narrar lo inenarrable

Por Florencia Garramuño*
“Joana se acordó de repente, sin aviso previo, de ella misma de pie en la cima de la escalera. No sabía si alguna vez había estado en lo alto de una escalera, mirando hacia abajo, hacia mucha gente ocupada, vestida de raso, con grandes abanicos. Muy probablemente incluso nunca hubiera vivido aquello. Los abanicos, por ejemplo, no tenían consistencia en su memoria. Si quería pensar en ellos no veía en realidad abanicos, sino manchas brillantes nadando de un lado hacia otro entre palabras en francés, susurradas con cuidado por labios apretados hacia adelante, así como un beso enviado de lejos. El abanico comenzaba como abanico y terminaba con las palabras en francés. Absurdo. Por lo tanto era mentira”. Cerca del corazón salvaje, 1943.

 

 

En Cerca del corazón salvaje, Lispector expande y tuerce la lengua para darle intensidad a los momentos mínimos, a los objetos, al sonido de un reloj, a la sustancia de una “carne sangrienta –no tibia y quieta, sino vivísima, irónica, inmoral–.”, o de una tarde que puede ser “desnuda y límpida, sin comienzo ni fin”. Con esa lengua novedosa Lispector construye una historia en la que cada detalle de una experiencia vivida importa, muchas veces, más que el acontecimiento mismo que hilvana una biografía. Así, los acontecimientos –la muerte, el casamiento, la separación, el nacimiento– son expulsados de una narrativa que solo se ocupa de lo que esos acontecimientos, fuera de trama, han provocado en las consciencias de los personajes, en sus elucubraciones, en sus deseos y en sus odios más íntimos. Por ejemplo, el capítulo “El casamiento” (citado arriba) narra de ese episodio solo un recuerdo mínimo del que el mismo personaje duda. Es lógico entonces que Cerca del corazón salvaje emerja como uno de los primeros ejercicios brasileños de la ficción subjetiva, concentrada más “en registrar los pensamientos más íntimos de los personajes”, como dijo la propia Clarice. Pero es también tal vez la tentativa más audaz en la ficción de la época por darle consistencia narrativa a la materia viscosa de la vida pulsante, que late más allá de los acontecimientos que como en un rosario organizan una posible historia.

 

Con esa intervención Clarice Lispector le hizo decir a la literatura, y a la lengua literaria –y no solo portuguesa–, aquello que no parecía poder ser narrado con las estructuras que había heredado. No se trata de narrar lo extremo o lo sublime; tampoco, de narrar aquello de lo que no se puede hablar porque la lengua se traba y se anuda en sí misma. Se trata, en cambio, de narrar lo más banal y lo más cotidiano, aquello que anida escondido en los recovecos de sensaciones y percepciones, pero que no alcanza a constituirse en acontecimientos o episodios narrables de una forma tradicional.

 

 

*Traductora de la nueva edición de Cerca del corazón salvaje, realizada por Ediciones Corregidor.

 

 

El coraje del miedo
Por Silviano Santiago*
“Como en todo, también al escribir tengo una especie de temor de ir demasiado lejos. ¿Qué será eso? ¿Por qué? Me detengo, como si retuviera las riendas de un caballo que podría galopar y llevarme Dios sabe dónde. Me reservo. ¿Por qué y para qué? ¿Para qué cosa estoy economizándome? Ya tuve clara conciencia de eso cuando una vez escribí: ‘Es necesario no tener miedo de crear’. ¿Por qué el miedo? ¿Miedo de conocer los límites de mi capacidad? ¿O miedo del aprendiz de hechicero, que no sabía cómo detenerse?” No soltar los caballos, 1971

 

 

En la década de 1950, el Servicio de Documentación del Ministerio de Educación (entonces Ministerio de Educación y Cultura) era dirigido por el señor Simeão Leal. El creó una colección de libritos de sesenta a ochenta páginas que se intitulada Os Cadernos de Cultura. La fecha de publicación es 1952, los libros eran distribuidos gratuitamente. No eran vendidos en librerías, por eso es muy difícil encontrarlos hoy en día. La primera edición de los cuentos de Clarice, Algunos cuentos, fue publicada en esa colección.

 

Clarice Lispector es la primera y quizás la única pensadora en revelar el placer que brinda el miedo [N. de R: el texto original en portugués usa el verbo desentrevar, que es un término propio de esa lengua, y es bíblico, significa curar de la parálisis y describe los milagros de Cristo]. Clarice recupera el texto del goce para asumir el atrevido y delirante lenguaje del miedo. La operación tiene como objetivo eliminar el miedo. En muchos de sus textos breves, “la joven” (como se llama el destinatario) recibe una orden que, por su propia cuenta, acepta, aún si no corresponde a la especificidad de la solicitud: hacer un milagro. En la envidia del deseo de esa joven, nace un caballo; en el delirio, el contenido de un paquete que cae se metamorfosea: ese es el coraje del miedo. Es tan importante como señalar el animal salvaje con el que la joven se asocia en la experiencia de la valentía del miedo, enfatizando que también es de él, un animal, de donde surge la “pura sed de una vida mejor ya que siempre estamos esperando lo extraordinario, que tal vez nos salve de una vida ordenada”.

 

 

*Escritor y ensayista brasileño.

 

 

Resaca de una confusión
Por Camila Sosa Villada*

“Allí en pie estaba, pues, la mujer más pequeña del mundo. Por un instante, en el zumbido del calor, fue como si el francés hubiese, inesperadamente, llegado a la conclusión última. Con certeza, solo por no ser loco, es que su alma no desvarió ni perdió los límites. Sintiendo la necesidad inmediata de orden y de dar nombre a lo que existe, la apellidó Pequeña Flor”. La mujer más pequeña del mundo, 1960

 

Se me vienen a la cabeza dos cuentos, uno del cual no recuerdo el nombre en el que unos chicos que van disfrazados a un carnaval, saltan dentro de un jardín para robar unas flores en medio de la noche y desde adentro, una muchacha completamente desorbitada los mira, ellos la miran a ella disfrazados desde el otro lado. Un cuento bellísimo donde el acontecimiento es el principio, el nudo y el desenlace. Algo muy propio de ella. O éste: “La mujer más pequeña del mundo”, que se enamora del explorador que la encuentra en África. Gallinas, gallinas que protagonizan cuentos. Era una mujer capaz de escribir sobre estas cosas, un tipo de acontecimiento que el resto ignoramos. Creo que eso de escritura femenina es tan solo para una escritura que se resiste a cierta costumbre sobre cómo acercarse a un libro. Podríamos decir que fue masculina por la sencilla razón de que eran muchos escritores produciendo al mismo tiempo y como ya sabemos… están cortados por la misma tijera, salvo las locas, como Lorca. Ella entraba en el lenguaje un poco como entran las mujeres a vivir la vida. Esto puede verse. Sentada frente a la máquina de escribir, completamente desnuda. La experiencia de leerla es como la de una borrachera e incluso deja una resaca de confusión, nunca sé bien qué he leído del todo. Durante la lectura de “La araña” dudé muchas veces de mi inteligencia. Me acusé de ser pésima lectora. Fui vencida por la escritura de Clarice. Y fue un lindo combate.

 

 

*Escritora y actriz transgénero, autora de Las malas, ganadora del premio Sor Juana Inés de la Cruz.

 

 

Mujeres rotas
Por Tamara Tenembaun*

Las protagonistas de Clarice Lispector son mujeres rotas. En ninguna parte esto es más claro que en la novela La hora de la estrella, quizás su libro más famoso, pero en los muchísimos cuentos que escribió a lo largo de su vida esos motivos vuelven a aparecer. Es en lo abierto de sus heridas, en lo incompleto de sus mundos, donde aparece la literatura, y también donde aparece la pregunta por las mujeres: no como una ruptura que tiene arreglo, no como una situación que se solucionaría en algún mundo futuro, sino como una relación entre el cuerpo y el mundo donde, en cualquier caso, es la literatura, la ficción, la fantasía, lo que puede darlo vuelta todo. La protagonista de La hora de la estrella es Macabea, una mujer humilde que vive en Río de Janeiro; el narrador, un hombre melancólico de buena posición llamado Rodrigo, que reflexiona y se maravilla con ella. En manos de otra persona la decisión de que no sea Macabea quien cuenta su propia historia podría ser un desastre; en las de Lispector, en cambio, es una pregunta sobre la verdad, sobre el significado de habitar el mundo como Rodrigo y como Macabea, sobre la posibilidad de él de comprender la historia de ella. Y en rigor es eso lo que parece preguntarse siempre Lispector. La filósofa feminista Hélène Cixous dijo que el valor de Lispector estaba en ir más allá, allá donde la filosofía no podía llegar, y eso es lo que hace, una investigación sobre la naturaleza de la verdad y el modo en que ella se vincula con ocupar un cuerpo y un lugar en el mundo que no se puede expresar en otro lenguaje que el suyo. En “Miss Algrave”, un cuento incluido en El vía crucis del cuerpo, una virgen adulta, soltera y puritana despierta a la sexualidad a partir de un ser de Saturno que la visita por la ventana. Nadie le cree cuando cuenta esa historia. Ninguno de los hombres que levanta por la calle mientras espera una nueva visita de Saturno parece dar el mínimo crédito. Podría decir que ni quien lee sabe si le cree, pero es una pregunta que nunca me hice, porque la verdad, en Clarice Lispector, es ese lugar intermedio entre lo corpóreo y lo fantasmático que parece ocuparlo todo.

 

 

*Periodista y escritora, autora de El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI.

 

 

La imaginación del desastre
Por Daniel Link*
Lo primero que podría decir es que no hay que confundir imaginación del desastre con imaginación de la catástrofe. El desastre es sólo esa manera de habitar el mundo con la certeza de que no hay ningún aster (estrella) que nos guíe (la razón, Dios, la ciencia, lo que se quiera). La escritura del des-astre es, entonces, no necesariamente una catástrofe, sino la oportunidad de inventar a partir de ese andar sin rumbo prefijado. Las apelaciones a lo sobrenatural son como entradas y salidas de una dimensión (literalmente) desconocida.

 

Pienso en La hora de la estrella, que es un libro que sirve además para denominar esa fórmula tan típica de Clarice, que aúna la vida precaria con una infinita esperanza. Es como si vivir, en esas circunstancias, requiriera de un esfuerzo particular para poder, sencillamente, sobrevivir al vacío de sentido.

 

 

*Escritor y ensayista, actualmente dirige en la Universidad Nacional de Tres de Febrero la Maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos y el Programa de Estudios Latinoamericanos Contemporáneos y Comparados.

 

FOTO: Clarice Lispector a mediados de los 60. / Especial

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