Claustrofobia: proyecto escénico dinámico

Nov 26 • Escenarios, Miradas • 3786 Views • No hay comentarios en Claustrofobia: proyecto escénico dinámico

POR JUAN HERNÁNDEZ

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Uno de los retos del teatro mexicano contemporáneo es encontrar nuevas formas de producción que permitan, por un lado, superar los obstáculos económicos de las grandes puestas en escena y, por el otro, dar salida al talento de dramaturgos emergentes.

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De esa necesidad nace el proyecto Claustrofobia, cinco obras y cinco autores, que se ofrece en distintos espacios de El Círculo Teatral, en la colonia Condesa. Se trata de explorar una alternativa de aproximación al hecho escénico, lejos de la solemnidad del teatro convencional.

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La apuesta se centra en “desautomatizar” la percepción del observador y provocarle ver el mundo desde el asombro. Eso, en primera instancia, implica ya un riesgo. El riesgo de la resistencia que podría encontrar en el público una propuesta que se aleja de la costumbre pasiva con la cual el espectador usualmente se enfrenta al hecho escénico.

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En Claustrofobia el espectador es parte del fenómeno teatral; es el protagonista invitado de último momento y sin previo aviso a la escena, para darle a la experiencia del teatro un signo de vida indiscutible.

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La idea original de este proyecto es de la dramaturga Estela Leñero, en cuyo taller fueron trabajadas las obras El último baile, de Eréndira Márquez; Permanencia no voluntaria, de Vicente Ferrer; Un lugar común, de Rafael Silguero; La fortuna de la rueda, de Sharon Kleinberg; y En el rincón de una cantina, de Luis Osorio. Piezas dirigidas por Marta Luna, Víctor Carpinteiro, Tato Alexander, Rocío Belmont y Aldebarán Casasola, respectivamente. Cinco autores y cinco directores unidos por la coincidencia discursiva de la claustrofobia.

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Así, en una de las habitaciones de la casa, Marta Luna ofreció un montaje hiperrealista, en el que introduce al público al espacio íntimo de los personajes de El último baile: una madre soltera interpretada por Jessica Gocha y el hijo de unos 4 años, a cargo del pequeño Mateo Luna.

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La mujer se prepara para salir a bailar, pero no tiene con quien dejar a su vástago. Entre llamadas telefónicas, la elección del vestuario con el cual pretende salir a seducir el mundo y las exigencias de su hijo, el personaje trasluce la neurosis hilarante que le ha provocado el encierro físico pero, sobre todo, el confinamiento de sus deseos.

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De ahí, los espectadores son invitados a pasar a una de las terrazas de la casa. Ahora toca mirar hacia arriba, pues en lo alto se lleva a cabo la revelación de otro universo: el conflicto de una pareja, interpretada por los actores Isabel Raigosa y Alan Téllez, la cual se ha quedado literalmente atascada en una rueda de la fortuna, desde donde pueden ver el abismo.

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La fortuna de la rueda”, resuelta con gran solvencia por la directora Rocío Belmont, figura la experiencia del vértigo, al mismo tiempo que la sensación de asfixia, en este caso como metáfora de la relación de los personajes, vivida como una trampa sin salida.

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El tour teatral continúa en una habitación oscura, apenas iluminada por un rayo de luz púrpura. El director de Permanencia involuntaria, Víctor Carpinteiro, provoca que la experiencia claustrofóbica sea vivida por el público en su máxima potencia. Los espectadores rodean el cuerpo de la actriz Dánae Luna, quien interpreta a una joven que después de una juerga marca diablo, despierta en un ataúd y bajo tierra. El personaje —a cuya disposición se pone un teléfono móvil— no tiene a quien pedirle ayuda, pues con la mayor parte de sus contactos ha tenido problemas, incluso con su hermana y su madre.

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Después de ese punto alto de la experiencia claustrofóbica, el público pasa a otra habitación, por la que se cuela el viento frío de la noche, y en donde esperan los actores Edgar Muñiz y Manolo Guzmán, para escenificar Un lugar común, de Rafael Silguero. Una comedia negra sobre un dramaturgo-actor, quien trata de dar vida al texto que ha escrito. Intento que es echado a perder por los supuestos equívocos de su comparsa. Una obra hilarante, bien resuelta por los actores, que termina, como es debido, de manera trágica.

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Silguero maneja el recurso del teatro dentro del teatro y hace apuntes sobre la neurosis de la creación, la naturaleza narcisista del actor, la vanidad insuperable del escritor y, finalmente, la condición humana manifiesta en la explosión de las pasiones, llevadas hasta sus últimas consecuencias.

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El proyecto Claustrofobia termina con la obra En el rincón de una cantina, de Luis Osorio, dirigida por Aldebarán Casasola y las actuaciones de París Roa y Juan Carlos Sáenz. Con un ritmo y una atmósfera densos, la pieza no encaja por completo en el viaje hilarante del recorrido realizado hasta ese momento por el público. Salvo el tema del encierro, la puesta en escena rompe el ritmo general del proyecto, al adolecer de una dirección actoral eficaz, que mantenga el nivel de energía que se había experimentado en los montajes precedentes.

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En el rincón de una cantina es la historia de un hombre que despierta, luego de una noche de juerga, en un bar del cual no puede salir; acompañado por el cantinero que es el anunciador de la muerte.

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Claustrofobia resulta ser un proyecto gozoso, que propone una forma dinámica de experimentar la escena, tanto para los creadores como para el público, ávido de propuestas que expresen una visión crítica del mundo y de la condición humana de manera divertida e inteligente.

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