Contra el olvido de la obra de Ricardo Garibay
Aunque la obra de Ricardo Garibay no ha sido bien promovida, su aporte puede verse como cacería de la belleza en medio de panoramas cruentos. En marzo, la UNAM publicará una selección de cuentos de Ricardo Garibay dentro de la colección Material de Lectura. La compilación y el prólogo los realizó Mary Carmen Sánchez Ambriz
POR MARY CARMEN SÁNCHEZ AMBRIZ
Quién hubiera pensado que Ricardo Garibay (Tulancingo, Hidalgo, 1923 – Cuernavaca, Morelos, 1999) se iba a convertir en una de especie de escritor secreto, de pocos lectores. Pese a que su obra completa —relato, novela, poesía, semblanzas, teatro, guion cinematográfico, ensayo, memorias, artículo de opinión y crónicas—, se recopiló en 2002, en diez volúmenes coeditados por Océano, el gobierno del estado de Hidalgo y Conaculta, no contó con una buena distribución. Si se tiene suerte, todavía se puede adquirir alguno de los tomos en las librerías Educal. En 2013, Cal y Arena inauguró la colección los Esenciales del XX con una antología de Ricardo Garibay hecha por Josefina Estrada; a esta línea editorial se sumaron compilaciones de Elena Garro (2016) y Francisco Tario (2017). Lo cierto es que la obra de Garibay posee una escasa circulación.
Es probable que el carácter y sus ácidas críticas fueran el motivo por el cual su obra quedara varios años, prácticamente, en el abandono. Habría que mencionar que siempre que podía denostaba el trabajo literario de Rulfo, Fuentes y García Márquez. Con facilitad montaba en cólera, como quien enciende un cerillo. Leñe, era una sus palabras recurrentes cuando esto sucedía o al final de frases que remarcaba. Otra situación que tal vez pudo haber opacado su nombre, fue su cercanía con Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría. Carlos Monsiváis leyó el diálogo que publicó con Díaz Ordaz, y le pidió que esclareciera cómo es que recibió dinero de parte del entonces presidente. Garibay atiende a la observación de Monsiváis y expone desde su perspectiva que “el dinero es de la nación, no de Díaz Ordaz”. Aclara que continuó “publicando editoriales en Excélsior, con frecuencia adversos al gobierno y al propio Díaz Ordaz”.
La academia habría marcado una distinción entre la vida del escritor y su obra, asunto que le viene muy bien a la obra garibayesca considerando que las cualidades de su prosa son palpables. No obstante, también en repetidas ocasiones, unos años antes de su fallecimiento, reafirmó la desconfianza que le producía la visión de los académicos sobre su prosa: “Borges decía en una conferencia: recuerden que los que no hacen literatura son los que la conocen y esos se llaman profesores.”
Destrezas narrativas
La narrativa y el periodismo que practica no sólo remiten a un autor con buen oído, interesado en la cultura popular y en recuperar el lenguaje coloquial de sus personajes o entrevistados. En su obra no únicamente figuran el sparring de boxeo del Púas Olivares, retratos de los bajos fondos en un Acapulco contrastante o la crónica sobre los últimos días en la vida de su padre, un hombre rígido e intolerante. Ese sería un reconocimiento elemental de su trayectoria. Su escritura se sostiene por varias destrezas narrativas, por la coherencia en su poética y la forma en que expone temas que van desde la infancia, las secuelas que dejó la Revolución mexicana, la lucha por el poder en varios escenarios, la ternura, la compasión, el amor, el desamor, la ironía, el rencor, el egoísmo en distintas maneras de expresarlo hasta la violencia exacerbada que culmina con feminicidios. Acerca de este último tema, si Garibay no hubiera experimentado indignación con lo que se narra, moneda de cambio del machismo purulento, no habría descrito con tanta fidelidad y crudeza asesinatos que, lamentablemente, a cien años del nacimiento del escritor, ocurren con frecuencia a lo largo y ancho del país.
Hay un marcado interés del escritor por mostrar una serie de reflexiones en torno a la escritura. Decidió ir incorporando ideas a la manera de consejos de un maestro para sus alumnos sobre el acto de escribir, la mayoría de ellos los incluyó en sus “Paraderos literarios”, una suerte de ensayos breves que rastrean distintas facetas de su acercamiento a la literatura como lector y creador.
Varias veces reconoció que dedicarse a escribir no le provocaba dolor o sufrimiento como a otros autores, sino placer. Descubrir la frase deseada “era una forma de orgasmo”, llegó a decir. Hablar de literatura, dar conferencias, aparecer en televisión, dar clases, ser un guía para las nuevas generaciones que deciden incursionar por el camino de la narrativa, entre otras actividades literarias, también las efectuaba con deleite. Así lo demuestran sus intervenciones en medios electrónicos, es la voz enfática que revela y analiza quiénes son los autores que le entusiasma leer. La lista comienza con la Biblia, la Ilíada y la Odisea; y luego desfilan San Juan de la Cruz, Proust, Joyce, Faulkner, Wassermann, Melville, Vasconcelos, Alfonso Reyes, Gabriel Miró, García Lorca, Papini, hasta Hemingway y una pléyade de autores franceses, ingleses, alemanes, estadounidenses y mexicanos del siglo XX.
Lugones y Borges, un lugar aparte
En una entrevista con Ricardo Garibay publicada en la edición número 76 de la revista Tierra Adentro, octubre-noviembre de 1995, el escritor elabora un repaso de su producción literaria, un reconocimiento de sus aportaciones. Para responder si el cuento es un género mayor, revela: “Si se logra un cuento como los de Lugones en Las fuerzas extrañas, sí. Si se logra un cuento como ‘El inmortal’ de Borges, sí, entonces sí es un género mayor”.
Cuando se revisan los relatos de Lugones en Las fuerzas extrañas (1906) es posible corroborar la razón de peso detrás de su comentario. El libro está dividido en dos partes: una docena de cuentos —donde la ciencia, la historia del cristianismo y la mitología conviven de forma armónica— y el “Ensayo de una cosmogonía en diez lecciones”. Las narraciones parecen salidas de la bitácora de un científico porque lo que más se enfatiza son una serie de hallazgos, instantáneas en donde la ficción y la ciencia se intercalan en el desarrollo de la literatura fantástica cercana a Quiroga y Poe. Lugones es el precursor del modernismo; su erudición, estilo preciso y desarrollo de inquietantes historias, antecede a Borges y Cortázar. En el ensayo de una cosmogonía explica el origen del universo, la forma, el tiempo y el espacio, los átomos, la vida de la materia, los elementos terrestres, la inteligencia en el universo y, termina con una reflexión sobre los seres humanos. Era un autor adelantado a su tiempo, con un amplio conocimiento del desarrollo de la ciencia; por ejemplo, hace referencia al radio siendo que en las postrimerías del siglo XIX fue descubierto por Marie Curie. “Psychon” es el nombre de uno de sus cuentos y de una sustancia capaz de licuar el pensamiento; el doctor Paulin, un sabio excéntrico, descubre esta sustancia revolucionaria capaz de materializar los pensamientos. Al narrador argentino le obsesiona abordar los estados de la materia y de la conciencia. Como lo explica ampliamente en la cosmogonía, “el pensamiento es energía absoluta de la que todo procede y todo regresa”, e incluye a todas las manifestaciones de vida como formas de pensamiento. Por lo tanto, los seres vivos, desde los organismos unicelulares hasta el mamífero más grande que es la ballena azul antártica, también lo son.
Ricardo Garibay reconoce en Lugones su virtuosismo, en su peculiar e innovadora manera de frecuentar el cuento. Borges leía a Papini y a Lugones; Garibay hace lo mismo con los tres. Se vuelven una tríada que atesora y sigue de cerca.
Lecciones de escritura
En otro de sus “Paraderos literarios”, Garibay distingue tres tareas en el oficio de escribir. La primera se refiere a tratar de encontrar el alma de los personajes, “una persona cuando entra en la literatura se convierte en personaje y trata de dar su alma, y esto se da a través de los diálogos”. La segunda se basa en la estética, es “la cacería de la belleza de las palabras”. Y la última es la veracidad que “sólo se da respetando el lenguaje original de las regiones por donde anda el escritor”. Respecto a este último punto, es una de las cualidades que más se le atribuyen. Salvador Elizondo solía decir que Garibay era un autor con muy buen sentido del oído. La acertada polifonía, posiblemente como resultado de haberse sumergido en el Yoknapatawpha de Faulkner, fluye como un río caudaloso que hace acopio de los balbuceos de un niño hasta los giros lingüísticos de la gente de diversos estratos sociales. La fuerza de sus relatos se agolpa en el caló de la vida cotidiana.
En pos de la belleza, emprende esa cacería palabras en la novela corta La casa que arde de noche (1971), título posterior al auge de los libros sobre prostíbulos que promovieron varios autores del boom latinoamericano. Juntacadáveres (1964) de Onetti, La casa verde (1966) de Vargas Llosa, El lugar sin límites (1966) de Donoso, y Pantaleón y las visitadoras (1973) de Vargas Llosa. Tanto en los narradores del boom como en el escritor mexicano, el prostíbulo es un espacio para explorar la cultura popular y los distintos matices que lo conforman. En el libro de Garibay, Eleazar Resendes regresa a El Charco, una casa de citas ubicada en el norte del país, en un pueblo llamado El Chapul, una zona sórdida y agreste, casi abandonada. Esperaria, matrona del lugar, es relevada por La Alazana, la prostituta líder, enamorada de Eleazar, a quien le suplica que él se convierta en su padrote. Sara es una mujer con quien tuvo un amorío Eleazar y le prometió que un día regresaría para casarse con ella. La Alazana rivaliza con Sara; sin embargo, cuando esta última ya se hace a la idea de que ha perdido para siempre a Eleazar, él recuerda por qué se sentía a gusto con ella. El protagonista es un hombre enigmático, parco al hablar, de escasa cultura, huérfano; nada se sabe de los siete años que se alejó del pueblo y la razón por la que decidió exiliarse. La prosa del escritor, pese a que se trata de un ambiente inhóspito, logra dimensiones cercanas a lo poético; puede percibirse que los sonidos de la naturaleza dialogan más que la voz del padrote. Describe:
“La arena sisea bajo los pies pausados de Eleazar. El desierto es una infinita plasta de silencio y sol.
Y de pronto, frente a él, junto a un huizache está una mujer como si no se hubiera movido de ahí en años.
Eleazar ve a una mujer color de arena, y laxa, casi lánguida.
Los pies de Eleazar se detienen, su cuerpo se alza unos milímetros, sus ojos ven a la mujer como si vieran un fantasma inocuo y perfectamente desconocido. Sus pies avanzan tres pasos más y sus orejas oyen:
—Eleazar.
El cansancio en el rostro de Eleazar parpadea, luego dibuja una línea de disgusto, ligerísima, muy fugaz, como ante una impertinencia, luego aquieta los párpados, luego mueve los labios
—Sara”.
En el Diccionario crítico de la literatura mexicana (1955-2005), Christopher Domínguez Michael, en la página que le dedica al narrador hidalguense, reconoce: “se trata de una resta estilística, que hace que, en La casa que arde de noche, Garibay escoja lo más intenso de su repertorio, demostrando ser un realista cruel y exacto, un prosista de hondo patetismo poético”.
Por su parte, Vicente Leñero, a quien Garibay le apodaba El Mezclas, en el estudio introductorio a la obra completa, “Aproximaciones al oficio literario de Ricardo Garibay”, señala que la novela por la que más apostaba el autor era Par de reyes (1983) y lamentaba que no se mirara como la cima de producción literaria. Siempre se habló más de Beber un cáliz (1965), un ensayo autobiográfico sobre la muerte de su padre, prosa que encuentra resonancias en el libro a caballo entre la memoria y la crónica que es Fiera infancia y otros años (1982). Beber un cáliz es innovador aunque, es probable, no haya sido comprendido como lo que era en su momento: una bocanada de aire fresco para la literatura mexicana, una manera de exorcizar la presencia de familiares incómodos. He aquí un claro ejemplo de la hibridez de los géneros literarios a la que se refiere George Steiner. En 1926, Virginia Woolf publica el ensayo “Estar enfermo”, donde lamenta que en la literatura no se hable de la enfermedad como del amor, las batallas y los celos. Casi 40 años después, Garibay emprende esta revisión de los claroscuros sobre su padre, una bitácora de los días aciagos que acabaron con la vida de su progenitor lo conduce a externar sentimientos que rivalizan con el presente.
Al mirar la antología de Ricardo Garibay en la misma colección que se editó la de Francisco Tario, resulta inevitable no imaginar a ambos autores como cazadores de palabras y de la presencia de fantasmas —incluso aparecidos o ángeles en el caso del hidalguense—, siendo ejecutores de una narrativa depurada, ágil, nada turbia; y como continuadores de la literatura fantástica y, en particular, de las entelequias borgeanas. Se sabe que Tario tenía en su biblioteca personal la Antología de la literatura fantástica.
En el prólogo a los cuentos de Papini, apunta Borges: “El olvido bien puede ser una forma profunda de la memoria”. Quizá no hemos olvidado a Garibay y, este año, con motivo de su centenario, es un pretexto para desempolvar esa cercanía con su obra.
FOTO: Ricardo Garibay decía que su novela más lograda era Par de reyes, según recordaba Leñero/ ARCHIVO FAMILIA GARIBAY
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