Cosecha de mujeres: atrapando al cazador. Reseña de “El consentimiento”, de Vanessa Springora

Abr 23 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 2377 Views • No hay comentarios en Cosecha de mujeres: atrapando al cazador. Reseña de “El consentimiento”, de Vanessa Springora

 

En El consentimiento, Vanessa Springora relata el abuso sexual que vivió en su juventud, experiencia que, por desgracia, es compartida por muchas mujeres

 

POR ETHEL KRAUZE
“Llevo muchos años dando vueltas en mi jaula, albergando sueños de asesinato y venganza. Hasta el día en que la solución se presenta ante mis ojos como una evidencia: atrapar al cazador en su propia trampa, encerrarlo en un libro.”

 

Qué excelente párrafo en el prólogo de un libro que me dispongo a leer. Me había llegado esta recomendación: El consentimiento, una novela de la francesa Vanessa Springora, traducida por Noemí Sobregués para editorial Lumen (2020). Sabía que su publicación había provocado escándalos en el círculo intelectual en Francia, porque la autora nombraba con todas sus letras el abuso sexual prolongado por parte de un renombrado escritor, cuando ella era menor de edad; este abuso se había revestido de “consentimiento” como parte de los usos y costumbres de la fauna literaria de la época, en los años 80.

 

No es la primera vez que habría de leer algo de esta naturaleza, que me implica directamente y que vuelve sobre mí, de tanto en tanto, como perro rabioso, al que las terapias, los años, y el amor de un hombre, han logrado domesticar, pero no siempre; algunas veces, ese perro viejo y traicionero se suelta de la cuerda hecho una furia y con las fauces salivosas corre a atacarme.

 

Paso los ojos por los renglones y van desprendiéndose las capas. Ya no soy la doctora en literatura, la académica analizando una novela. No soy la escritora que observa las estrategias de una colega para dar forma a su historia. Pero tampoco soy una simple lectora que se dispone a recibir el universo que cada libro engendra en su corazón. Las palabras de Vanessa Springora me van despojando de todo lo que he construido para armar mi esqueleto, plantarme en el piso y caminar por el mundo.

 

De pronto. Soy solamente una mujer. Una mujer que se ahoga.

 

“Si quería calmar de una vez por todas mi rabia y reapropiarme de este capítulo de mi vida, sin duda escribir era el mejor remedio. (…) Porque escribir suponía volver a ser el sujeto de mi propia historia. Una historia que me habían confiscado hacía demasiado tiempo.”

 

En mi ya larga trayectoria he publicado decenas de obras literarias, novelas, cuentos, poemas, ensayos en los que he circunnavegado el tema. Pero sigo siendo la mujer que se ahoga, que no ha escrito la historia frontal que le han confiscado desde hace demasiado tiempo.

 

Pero no sólo eso, siento que la autora de este libro está “robándome” mi propia historia, y de un salto aparto la vista del párrafo que leo, unos golpes muy fuertes en mi corazón me llegan a las sienes, de pronto me he convertido en un personaje literario, me miro las manos, las paredes de mi cuarto… floto en una dimensión difuminada… me he perdido, no sé quién soy, ¿o soy la que está ahí, en los renglones, de trece años de edad, ante un hombre de 49?

 

“Su mirada no deja de espiar cada uno de mis gestos, y cuando me atrevo por fin a girarme hacia él, me sonríe, (…) es escritor, cautiva a su público, conoce al dedillo los códigos de las cenas mundanas. Cada vez que abre la boca estalla una carcajada general, pero siempre detiene en mí su mirada, divertida e intrigante. Jamás un hombre me ha mirado así (…) veo a mi madre coqueteando con el seductor G, que parece prestarse a juego con toda naturalidad…”

 

Mi madre. La inicial G. Ahí ya se me doblan las piernas. No voy a dar cuenta en esta cosecha de mujeres lo que cualquier lector puede averiguar en las entrevistas que ella misma ha dado a la redonda a partir de la publicación de la obra, en las que sale a luz el nombre del escritor Gabriel Matzneff, conocido por su pedofilia, ni la pléyade de grandes intelectuales franceses que defendían y solapaban este tipo de “relaciones” inclusive con la firma de cartas aceptando que son fruto del consentimiento en las menores de edad. Gabriel Matzeff tiene actualmente 86 años de edad, ha publicado alrededor de 50 obras, y recibido importantes premios literarios. A raíz de la edición de El consentimiento, se han abierto dos procesos judiciales contra él, y el cese de la comercialización de sus obras.

 

Estoy hablando de mí. Dando cuenta de lo que un libro puede provocar en una lectora, en una mujer, en una mujer como yo. Springora (cuyo apellido es de origen ucraniano, ¡como el mío!) escribe esto casi 40 años después de haberlo vivido. Antes no pudo. Y ahora, su escrito “me escribe”, como seguramente lo hace con muchas otras, quienes lo han vivido o lo están viviendo. Porque yo todavía no he podido hacerlo. Hay una sombra con garras atrapándome en una zona de mí que no atino a descubrir y que me impide lanzarme con la genuina, fresca, envidiable, admirada libertad con la que esta autora “me describe”:

 

Desde niña, los libros son mis hermanos, mis compañeros de viaje, mis tutores y mis amigos. Y por ciega veneración al “Escritor”, con E mayúscula, desde entonces confundo al hombre con su condición de artista (…) Acabo de cumplir catorce años. Él tiene casi cincuenta. ¿Y qué? En cuanto he mordido el anzuelo, G. no pierde un minuto.”

 

No es cosa de leyes, no es cosa de juicios, no es cosa argumentos. Vanessa Springora no había podido escribir su historia porque temía que salieran los defensores del gran escritor negando o minimizando; las sospechosas incrédulas que siempre “saben decir no” a tiempo, por lo que a ellas “nunca les habría pasado algo semejante”, “¿por qué se esperó tantos años?”, “¿busca publicidad?”; y la ya larga tradición de “separar” al hombre de su obra.

 

Hasta que un día, se dijo: “Ya está, no es tan difícil”. Entonces, se puso ella misma en el centro de su historia y supo que había llegado ahí.

 

Mientras tanto, yo sigo en deuda conmigo. “Mi” G. hace años que está muerto. Ya no tendré nunca la plenitud de esta autora. No sé si este texto, de alguna manera, en alguno de los laberintos en los que a veces vuelvo a extraviarme, me envíe una salida por donde alcance a atrapar al cazador.

 

FOTO: Portada del libro El consentimiento/ Especial

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