Cosecha de mujeres: Las Hijas de la Pandemia, del miedo y la soledad a las ferias y la sororidad

Nov 19 • destacamos, principales, Reflexiones • 1482 Views • No hay comentarios en Cosecha de mujeres: Las Hijas de la Pandemia, del miedo y la soledad a las ferias y la sororidad

 

Este grupo literario surgió durante el aislamiento, y es también un homenaje a las mexicanas que abrieron el camino a las nuevas generaciones de escritoras. Las Hijas de la Pandemia estarán presentes en la Feria del Libro de Guadalajara 2022 

 

POR ETHEL KRAUZE
Nacimos en la oscuridad y la Pandemia nos dio a luz, justo el Día de las Escritoras, en octubre de 2020. Por eso nos llamamos Las Hijas de la Pandemia. Nos acompañamos en el camino de la literatura y construimos comunidad, convocando a todo mundo a ensancharlo.

 

El Día de las Escritoras se celebra el lunes más próximo al 15 de octubre, fecha en la que falleció Santa Teresa de Jesús en el año 1582, la patrona de los escritores españoles, proclamada por San Pablo VI. Se originó en 2016, en conjunto con la Biblioteca Nacional de España, en colaboración con la Federación Española de Mujeres Directivas y Ejecutivas Profesionales y Empresarias (FEDEPE) y con la Asociación Clásicas y Modernas para compensar la discriminación histórica de las mujeres en el sector literario.

 

¿Cómo nacen los grupos y los movimientos literarios? Puede ser por afinidades generacionales o temáticas, por objetivos estéticos o políticos. A veces, son los propios autores quienes así se reconocen y aun se nombran con una identidad determinada; otras, son los lectores o bien los críticos quienes los descubren, los describen y los bautizan. Hago un brevísimo repaso del siglo XX:

 

Justo al final de la Revolución Mexicana, surge el Movimiento Estridentista, cuyo fundador, Manuel Maples Arce, publica en 1921 su manifiesto cosmopolita, urbano y moderno: “Es una subversión en contra de los principios reaccionarios que estandarizan el pensamiento de la juventud intelectual de América”. Arqueles Vela, Salvador Gallardo, Fernando Leal, Germán Cueto, Fermín Revueltas, Ramón Alva de la Canal, Luis Quintanilla, Leopoldo Méndez, sus iniciadores, y todavía me tocó tratar al maravilloso Germán List Arzubide, dándole vida al movimiento hasta sus 100 años, en 1998. Aquí hubo un nombre y un manifiesto asumidos.

 

Pienso en Los Contemporáneos, ese “archipiélago de soledades”, como Xavier Villaurrutia, uno de sus miembros, los reconoció por ser todos ellos escritores solitarios, rechazados y criticados por la sociedad de la época nacionalista que les tocó vivir; la revista que fundaron los nueve principales: el propio Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, Salvador Novo, José Gorostiza, Carlos Pellicer, Bernardo Ortiz de Montellano y Enrique González Rojo, Jorge Cuesta y Gilberto Owen, en 1928, les dejó el nombre para la posteridad.

 

Pienso también en la Generación de Medio Siglo, bautizada por el historiador Wigberto Jiménez Moreno, que, entre 1940 y 1968, refleja la transición de la condición rural y la vocación nacionalista a la visión urbana y cosmopolita en la literatura mexicana. Algunos de sus miembros son Inés Arredondo (1928) y Sergio Galindo (1926), Guadalupe Dueñas (1920), Rosario Castellanos (1925), Emilio Carballido (1925); Amparo Dávila (1928), Salvador Elizondo (1932), Carlos Fuentes (1929), Elena Poniatowska (1932), Juan García Ponce (1932), Sergio Pitol (1933) y Jorge López Páez (1922).

 

El llamado boom latinoamericano es un fenómeno editorial creado desde afuera para hacer de la novela el pulso de una industria corporativa global, cuya novedad se asienta en el “realismo mágico”, concepto surgido de ciertos críticos europeos y estadunidenses, aunque ninguno de los autores asume. García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier, algunos de sus exponentes.

 

A partir del movimiento del 68 surge una nueva voz en la literatura mexicana desplegada por escritores mucho más jóvenes que aportaron el lenguaje de la calle y sus cuitas personales a la prosa, para escándalo de muchos. René Avilés Fabila, José Agustín, Gustavo Sainz, Gerardo de la Torre, Parménides García Saldaña, Armando Ramírez, entre otros, trajeron a jóvenes de su generación al mundo de los libros y construyeron muchos lectores. Fue la propia Margo Glantz quien así los llamó, un tanto despectivamente, en aquel momento. Ellos nunca se reconocieron en el mote, pero les ha quedado para la historia de nuestra literatura.

 

Finalmente, otro grupo con su nombre y su manifiesto, el Crack. El 7 de agosto de 1996 en la Casa de la Cultura de San Ángel, en la Ciudad de México, Ricardo Chávez Castañeda, Ignacio Padilla, Pedro Ángel Palou, Eloy Urroz y Jorge Volpi, dan a conocer el Manifiesto Crack, un conjunto de ideales y convicciones en defensa de la novela total, pretenden defender al género de “la superficialidad, de la réplica facilona de estilos y de la complacencia del best seller”.

 

Es escandaloso, obvio y al mismo tiempo predecible, que en todas estas listas sólo aparezcan unos cuantos nombres de escritoras. ¿Acaso las escritoras no se han juntado alguna vez en el siglo? Hay que batallar para encontrar las agujas en el pajar, no porque no haya escritoras, sino porque el canon, la academia, la industria editorial y la crítica, no las han legitimado o las ha colocado en el último anaquel. No aparecen los nombres de Elena Garro, de Luisa Josefina Hernández, de la China Mendoza y tantas otras esperando ser exhumadas del panteón literario, ni de las que siguieron con grandes escritoras nacidas en los 40 ni de mi propia generación, nacida en los 50.

 

El primer número de Rueca, una primera revista mexicana hecha por mujeres universitarias, aparece en el otoño de 1941 con un cuadro editorial integrado por Carmen Toscano, María Ramona Rey, Pina Juárez Frausto, Ernestina de Champourcín, Emma Sánchez Montealvo y Emma Saro. Pronto se añadieron María del Carmen Millán y Laura Elena Alemán. Hacia el número 17 se integraron Margarita Mendoza López y Margarita Paz Paredes. Los números 18 y 19, salieron de manos de Martha Medrano, Helena Beristáin y Lucero Lozano. Con esfuerzo salió el número 20. Las mujeres se fueron casando, se ha dicho. Sin embargo, no se dijo la otra mitad de esta verdad: se casaron con hombres. Es decir. No tenían como estos, una esposa que llevara la casa y criara a los hijos para que aquellas pudieran consagrarse a sus afanes literarios. Parecería que hubiera sido “culpa”, o frivolidad o indiferencia de las mujeres no poder sostener una labor editorial, profesional. No se tomaban en cuenta, como motivos de esta situación, la contundente división de roles de género y la indiferencia tradicional de los varones para asumir las responsabilidades domésticas y filiales de sus contrapartes, de modo que se ambos miembros de la pareja pudieran compartir vida familiar y profesional. Parecería una debilidad intelectual de las mujeres o, en el mejor de los casos, la naturaleza femenina que hace su llamado. Los temas feministas no estaban todavía en el cuadrante social. La paridad, la equidad y la perspectiva de género no existían como conceptos, ni se consideraban derechos a conseguir.

 

Esta revista nació porque todo lo hacían los hombres, según palabras de la propia Carmen Toscano. En ese momento, ya había un grupo de mujeres que empezaban a escribir poesía, ensayo, prosa, teatro, altamente capacitadas como sus colegas varones, pero ellas no aparecían en el panorama editorial, y sentían que tenían mucho por decir, por hacer, por compartir.

 

La llama se había encendido en una Rueca. Pero al revés del cuento de hadas, al pincharse con las letras, la princesa no cayó en un profundo sueño por 100 años esperando el beso del príncipe azul, sino que se espabiló y reunió a otras, como ella y juntas se lanzaron a construir un reino propio. Así, en 1961, surge la revista El Rehilete, publicación, también trimestral, editada durante su primera época sólo por mujeres, bajo la dirección de Beatriz Espejo, la colaboración de Margarita Peña, Carmen Rosenzweig y varias más.

 

Estos ejemplos muestran la necesidad de las mujeres por reunirse, integrarse, encontrar identidad, comunidad, y plataformas de exposición, conversación entre sí, y hacia un público amplio y abierto, pero poco se sabe de ellas.

 

Tuvo que pasar algo inédito en el mundo para que nacieran Las Hijas de la Pandemia, un grupo de escritoras que, en medio del confinamiento, la confusión, la soledad y el miedo, empezamos a mandarnos mensajes en redes, unas a otras fuimos convocándonos para reunirnos por zoom a fin de no pasar por alto el Día de las Escritoras el 19 de octubre de 2020 a las nueve de la noche. Algunas nos conocíamos personalmente; otras, sólo nos habíamos leído; otras más, nos descubrimos esa noche larguísima hasta el amanecer, en la que, a través de los cuadritos de nuestros rostros en la pantalla, desde diferentes ciudades y países, nos acompañamos, lloramos, nos descubrimos el alma, nos contamos qué era para cada una de nosotras, ser una escritora en ese trance frente a la familia, los hijos, el trabajo, los duelos, la incertidumbre. Supimos que tendríamos que seguir juntas, hacer algo, escribir, nombrarnos. El chat que abrimos esa misma noche así se llama: Las Hijas de la Pandemia. Y asumimos el reto de nombrar nuestro alumbramiento sin ambages.

 

En cuanto fue posible, nos organizamos para tener presencia en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en 2021, festejando el primer aniversario de nuestro grupo, nos abrazamos por fin, más allá del zoom. Preparamos cuatro mesas temáticas sobre literatura, pandemia y sororidad. No tenemos un manifiesto propiamente dicho, lo vamos tejiendo en nuestras conversaciones y en los debates ante el público que ahora se han convertido en nuestra actividad conjunta.

 

Varias de nosotras estuvimos en la Feria del libro de Coyoacán, en abril de este año, en la Ciudad de México. Y para la Feria Internacional del Libro de Monterrey, que acaba de celebrar en grande su treinta aniversario, nos presentamos con el tema Guerra y Literatura, en cuatro mesas de debate, porque la guerra entre Rusia y Ucrania, como si no hubiera sido suficiente la Pandemia, vino a cruzarse como cicatriz en plena cara, y decidimos enfrentarla desde la visión de la literatura. Fue muy grato saber que ya se hablaba de nosotras y se nos esperaba calurosamente en una feria, bajo la nueva y estupenda dirección de Consuelo Sáizar, marcada por el lema “la subversión de las autoras”, con la genial Siri Hustvedt reclamando al Estado que saliera de su útero, y a Ida Vitale y Elena Poniatowska hablando de escribir después de los 90 años. También estuvimos en el Tec de Monterrey con mesas redondas y presentaciones.

 

Ya pronto estaremos presentes en la Fil de Guadalajara, en esta próxima emisión, con otras mesas de debate donde compartiremos propuestas, lecturas, y, sobre todo, la vitalidad de la literatura escrita por mujeres que ciertamente es revolucionaria, desde todos los ángulos. No somos un grupo para darnos difusión a nosotras, sino para exponer y reflexionar en lo que hacen todas, ojalá cada vez más, autoras. Aprender de las que nos preceden, estimular a las más jóvenes.

 

¿Quiénes somos? Iniciamos quince y fuimos creciendo hasta conformar las que aquí presento, mencionando sólo una de sus obras. Gabriela Riveros, Olvidarás el fuego; Ligia Urroz, Somoza; Mónica Castellanos, Aquellas horas que nos robaron; Sofía Segovia, El murmullo de las abejas; Claudia Marcucetti, Fuego que no muere; Sophie Goldberg, Lunas de Estambul; Mónica Hernández, La cofradía de las viudas; Cristina Liceaga, Infestados; Mónica Salmón, Debajo de mi piel; Victoria Dana, A donde tú vayas, iré; Rayo Guzmán, Cuando mamá lastima; Tamara Trottner, Nadie nos vio partir; Paulina Vieitez, Helena; Isabel Revuelta Poo, Hijas de la historia; Silvia Cherem, Ese instante; Olga González, Detox digital; Verónica de Llaca, La herencia; Ethel Krauze, El fragmento impertinente. También las promotoras de lectura Maura Gómez McGregor y Nadia Jiménez, con Terapias literarias; y Valentina Trava con Confieso que he leído, forman este grupo.

 

Nos convoca la literatura y la sororidad.

 

FOTO: La escritora Ethel Krauze/ Germán Espinosa/ EL UNIVERSAL

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