Una crisis no se supera recortando fondos para la cultura, sino duplicándolos

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Discurso pronunciado en nombre de los ganadores del Certamen Nacional de Literatura Laura Méndez de Cuenca y Certamen Nacional de Ensayo Humanismo y Sociedad el 29 de septiembre de 2022

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POR LUIS PANIAGUA HERNÁNDEZ

Quizá sea referir una verdad de Pero Grullo decir que la obra de arte debe su emergencia, entre otras cosas, a la disciplina, al compromiso y, sobre todo, a la imaginación. Pese a ello, me resulta necesario dirigir la atención a ese último atributo enlistado debido a que si bien es palabra común, es por lo regular una facultad sumamente desatendida, aunque se diga lo contrario; a mi juicio, la imaginación en el arte siempre será su punto nodal. Y no es gratuito: la imaginación propicia un don que debería de ser cotidiano en el horizonte vital de los seres humanos: la obra de arte. Pero no como un objeto más entre los muchos del mundo material ni como producto con valor de mercado: la obra de arte como corroboración del mundo del espíritu, pues cuando realmente cumple su cometido, la obra de arte deviene una especie de combustible mediante el cual podemos obtener un particular tipo de fuego: a su vera no solamente obtenemos calor y cobijo, sino claridad de visión: podemos vernos a nosotros mismos, y más, podemos ver al otro, podemos estar con el otro. La obra de arte se me presenta así, pues, como un largo ejercicio de paciencia en el que aprendemos, los que la fraguamos pero también los que la atestiguamos, a estar con los otros; de cierta forma, a ser los otros; a ser libres y a entender las libertades de nuestro prójimo. No en balde Manuel Azaña decía que la libertad hace verdaderamente humanos a los individuos de nuestra especie.

 

En medio de un clima oscurecido por las descalificaciones hacia los gremios artístico y científico, y de los recortes presupuestales que tienen como fin la disminución de la producción intelectual y con ello la mengua de la crítica, es pertinente recordar el digno reclamo que Victor Hugo, en 1848, lanzó ante el congreso constituyente: una crisis, decía, no se supera recortando los fondos para la cultura, sino duplicándolos (para “atender las causas” diría, de dientes para afuera, un personaje de triste recordación). Y es que, siguiendo a Victor Hugo, las reducciones en el presupuesto de las ciencias, las letras y las artes son doblemente perversas. Son insignificantes desde el punto de vista financiero y son un ahorro ridículo para el Estado que, sin embargo, se revela mortal para las bibliotecas, museos, archivos nacionales, conservatorios, escuelas y muchas otras instituciones. Así, se hace evidente que no sólo es menester el desarrollo material, no sólo es importante proveer la iluminación de las ciudades, pues no sólo se oscurece el mundo natural: también se hace de noche en el mundo del espíritu. A esa noche, desde hace algún tiempo, estamos asistiendo, y pareciera que tenemos, si no todas, la gran mayoría de las luminarias fundidas.

 

Podemos atestiguarlo claramente ahora que, amén de la crisis de salud, vivimos la peor crisis de seguridad de la que se tenga noticia. “El pueblo sabio y justo”, a la manera del Buen Salvaje rousseauniano que la demagogia quiere ver, está cegado por el consumo y el entretenimiento basura, muriendo por una salud deficiente debida, entre otras cosas, a una paupérrima nutrición derivada de unos sueldos miserables. Cuando a la población la embiste un desastre natural se despliegan planes de salvamento para lograr que los daños materiales y sus consecuencias sean los menos; entonces, ¿por qué no hacer lo mismo por su consciencia, por su espíritu, por su inteligencia, por su verdadera libertad?, ¿por qué no, como dijera un escritor de cuyo nombre no quiero acordarme, utilizar la cultura como un paraguas que proteja al individuo en medio de esta tormenta de mierda? Hace falta caer en la cuenta de que es necesario completarse, y más: inventarse a través de la resiliencia que, entre otras cosas, proporciona el arte; al final del día el arte y la cultura no necesariamente hacen mejores a los seres humanos (como se ha querido ver desde una anacrónica y facilista posición), pero sí los hacen conscientes, los hacen caer en la cuenta de que siempre pueden ser otros, que pueden ser individuos verdaderamente libres y, gracias a ello, verdaderamente humanos.

 

FOTO: Victor Hugo en 1876 retratado por Éttiene Carjat. / Biblioteca Nacional de Fracia.

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