Cruzando el río Suchiate
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POR DANIEL CISNEROS
En inmensas caravanas, marchan los
fugitivos de la vida imposible. Viajan desde el
sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia
el poniente. Les han robado su lugar en el mundo.
Eduardo Galeano, “Los emigrantes, ahora”
Buscamos cruzar hacia México. Avanzamos por las calles guatemaltecas de Tecún Umán. Nos observa gente que atiende negocios o que permanece afuera de sus hogares huyendo del bestial calor. Abundan las casas abandonadas o en venta, quizá producto de la migración o la delincuencia. Transitamos frente a cantinas en las que retumba “por tu maldito amor“, de Vicente Fernández; “adoro la forma en que sonríes”, de Bronco; o “vas a tener ganas de dormir conmigo”, de Banda MS.
Son las 15 horas.
—Jefe, ¿las cámaras por dónde están? —averigua Edgar con un lugareño.
—Hay varias allá adelante, pero ahorita sólo dejan ir al otro lado con DPI [Documento Personal de Identificación] o pase.
A pesar de que múltiples conductores de triciclos de transporte de personas ofrecen llevarnos, el fotorreportero Edgar López, el poeta Valerio Díaz y yo decidimos caminar para captar mejor los detalles en esta travesía que hoy, sábado 13 de julio, iniciamos y en la que pretendemos captar parte del drama cotidiano que enfrentan los migrantes que arriban a México.
Curiosamente un día igual a éste nació el escritor y activista Wole Soyinka (Nigeria, 1934), quien padeció la cárcel y migró (exiliado) cuatro años de su país; y murió la autora Nadine Gordimer (Sudáfrica, 1923-2014), la cual fue hija de familia migrante. Ambos ganadores del Premio Nobel de Literatura. Hoy también es el Día Mundial del Rock: género entre cuyos exponentes figuran férreos defensores de los migrantes u opositores de los muros fronterizos como Roger Waters.
Recorremos la orilla del río Suchiate plagado de maleza, lodo, escombro, basura y, en cierto punto, un insoportable olor a perro muerto. Vemos grupos de hombres en short bebiendo, fumando mariguana, platicando, bromeando. Están acostados en hamacas, o sentados en piedras, troncos de árboles o en el suelo de tierra. Nos ofrecen su servicio de trasporte: enormes cámaras de llanta sobre las que colocaron maderas amarradas a manera de balsas. Suelen contratarles migrantes, o quienes desean cruzar el río para vender o comprar productos.
Continuamos a pie. Al llegar debajo del puente fronterizo Tecún Umán-Ciudad Hidalgo advertimos a un joven descalzo, excesivamente tomado o drogado, restregándose en el suelo lodoso y simulando copular con la tierra. Ahora se voltea boca arriba, mete una mano bajo el short y se masturba. Al mismo tiempo otro sujeto, procedente de México y tal vez su compañero, cruza el río, con el agua a la cintura, caminando libre y tambaleante.
Justo sobre este mismo puente ingresaron a México, meses atrás, las caravanas migrantes con miles de hondureños, guatemaltecos, nicaragüenses y salvadoreños. Iban bebés, niños, ancianos, discapacitados, embarazadas. La Policía Federal intentó contener a la primera caravana poniendo candados a la cerca metálica fronteriza y lanzando gas lacrimógeno. Aunque hubo breves enfrentamientos y desmayos tanto por los apretujones como a causa del calor, los migrantes derribaron la valla y, unos más, se arrojaron al río para poder avanzar.
Una vez dentro se acordó que las autoridades mexicanas los asistieran durante su recorrido hacia Tijuana, donde intentarían llegar a Estados Unidos. En aquellos días fue común ver albergues habilitados; personas apoyando con víveres, ropa, hospedaje, productos de aseo personal, dinero o palabras de aliento; o tráileres, camiones y demás transportes auxiliando en su traslado. Quienes les ayudaban no eran tildados de polleros o criminales, sino de gente noble y solidaria. Por eso hubo indignación con los que, como algunos tijuanenses, rechazaban su presencia.
Pero no todo fue miel sobre hojuelas: fallecieron dos hondureños al caer de los vehículos que los transportaban. A decir de la embajada de Honduras en México, en la primera caravana hubo nueve catrachos fenecidos durante el trayecto y dos asesinados en Tijuana. Y, en la segunda, se registraron migrantes lesionados y un muerto por contusión en la cabeza al ser repelidos, con gas lacrimógeno y balas de goma, por la Policía Federal en este puente fronterizo. Igual ocurrió el deceso de un salvadoreño a causa de problemas de salud y otro al ser atropellado en la frontera norte.
Viajemos algunos párrafos al futuro:
A mediados de enero de 2020 saldrá una nueva caravana migrante de Honduras. Aunque el rechazo y la mano dura del gobierno mexicano se hará sentir. La advertencia inicial de la Secretaría de Gobernación será: “De ninguna manera tenemos visa de tránsito o salvoconductos, habrá operativos especiales y desde luego habrá agentes migratorios” (15 de enero, El Universal).
Cuando los migrantes lleguen a esta frontera Guatemala-México harán intentos de cruzar, pero les impedirán el ingreso y habrá enfrentamientos. Armada de cascos, escudos, toletes y gas lacrimógeno, la Guardia Nacional buscará contenerlos. Algunos policías repartirán golpes, amenazas, empujones, jaloneos, piedras (“Entre gases y golpes desmantelan la caravana migrante”, 24 de enero, El Universal). La fotógrafa Isabel Mateos, de Cuartoscuro, mostrará cómo un elemento somete violentamente y, en el piso, se recuesta sobre la espalda de un integrante de la caravana para inmovilizarlo.
Migrantes correrán, caerán, llorarán, gritarán, experimentarán crisis nerviosas, extraviarán familiares, lanzarán lamentos, suplicarán auxilio y compasión, se desmayarán, se cubrirán temerosos, se abrazarán entre sí para consolarse. Y pese a que en medio de la desesperación se aferrarán a sus pertenencias agarrándolas con todas sus fuerzas, muchas quedarán dispersas en el suelo.
Habrá operativos contra quienes logren pasar, detenciones (que el gobierno insistirá en llamar, eufemísticamente, “rescates”), traslados a estaciones migratorias y deportaciones. Varios desistirán de cruzar, se ocultarán en donde puedan (“Buscan a 58 migrantes que se internaron en selva de Chiapas”, 20 de enero, Excélsior) o se dispersarán hasta llegar a albergues (“500 migrantes se refugian en el albergue Belén; es una tragedia: Iglesia”, 25 de enero, Quadratín).
Luis García Villagrán, activista y coordinador del Centro de Dignificación Humana A.C, manifestará no sólo haber recibido amenazas de muerte por apoyar a miembros de la caravana sino, además, la existencia de heridos, desaparecidos o, inclusive, interceptados por militares que portarán armas largas (“Denuncia ONG amenazas, heridos y dos migrantes desaparecidos en Suchiate”, 20 de enero, La Silla Rota).
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos se pronunciará timorata y tardíamente: “La CNDH condena, tres días después, la violencia contra migrantes en el sur” (24 de enero, La Jornada). En contraste, distintas organizaciones reprobarán la actuación gubernamental: “La ONU y Amnistía reclaman a México trato a migrantes y a sus defensores” (24 de enero, Expansión Política). Empero, el cinismo se hará presente: “La CNDH reconoce a la Guardia Nacional en medio de las críticas por migrantes” (25 de enero, Expansión Política).
Y aún no bastará:
Dulce Susana Jacobo Cruz, estudiante mexicana, se adherirá al segmento de la caravana que pretenderá cruzar a través de El Ceibo, Tabasco, fingirá ser migrante hondureña para realizar un trabajo de investigación y la mantendrán 5 días en el interior de la estación migratoria El Anexo. Afirmará que las autoridades les mintieron, ya que muchos se entregarán a Migración debido al ofrecimiento de empleos y albergues.
En cambio, relatará, los llevarán a un centro de detención, los tendrán incomunicados y varios aceptarán volver a su país luego de que les digan que, al menos, estarán encerrados 6 meses. Y, asegurará, al darse cuenta de la farsa los migrantes buscarán huir, pero la Guardia Nacional querrá evitarlo utilizando golpes y otros métodos (“‘Aplicaron descargas eléctricas para atraparlos’, acusa mexicana detenida en estación migratoria de Tabasco”, 26 de enero, Animal Político).
Aterricemos nuevamente en nuestro previo tiempo narrativo:
Si bien algunos migrantes de las primeras caravanas que prefirieron permanecer en México lo lograron, muchos retornaron a sus países de origen, no consiguieron pasar hacia Estados Unidos o se quedaron varados en Tijuana. Aquel tiempo medio hospitalario de las caravanas quedó en el pasado y, de nuevo, toca ocultarse hasta regularizar su situación migratoria.
Y ahí no paran las malas noticias:
Además, estamos muy cerca de que venza el plazo de 45 días que Estados Unidos dio a México para reducir el flujo migratorio hacia aquella nación a cambio de no cumplir la amenaza de subir los aranceles a las exportaciones mexicanas. De ahí que nuestro país, en una acción polémica, haya desplegado alrededor de 26 mil efectivos de las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional en la frontera sur, norte y otras zonas estratégicas del territorio en apoyo al Instituto Nacional de Migración (INM).
Proseguimos nuestra marcha por la orilla del río. Sorpresivamente topamos con un señor recostado en una hamaca junto a su esposa. Reposan fuera de una aislada casa de techo de lámina, paredes de hule, e improvisada a la sombra de un frondoso árbol.
—¿Hay movimiento en esta zona últimamente? —indago con el señor.
—Poco, porque está Migración y no pasa nadie sin permiso.
—A ustedes que viven aquí, ¿qué es lo más fuerte que les ha tocado ver?
—No sé, compa, de esas cosas no hablo —responde a la defensiva y se voltea.
Nos retiramos. Más adelante dos jóvenes guatemaltecos fuman mariguana al lado de una silla de ruedas, pues uno de ellos está convaleciente de la columna y no caminará un tiempo porque hace ocho meses chocó el transporte público en el que trabajaba como cobrador. Este último vende dulces en Tecún Umán para sobrevivir y, su acompañante que porta una playera con la imagen del disco Yellow submarine, de The Beatles, flores que elabora con latas recicladas.
—¿Tendrán un toque que nos regalen, una fumada? —les pregunta Valerio.
—Sí, siéntense —nos invita el chico de la playera de la banda de Liverpool, cuyos integrantes, se dice, en 1964 fueron iniciados en el consumo de mariguana por el tercer ganador del Premio Nobel de Literatura que se nombrará en el presente texto: el cantautor Bob Dylan—. Esta hierba es de la buena.
—¿De dónde es? —le consulto mientras nos acomodamos junto a ellos.
—De la oaxaqueña, me la traigo cuando voy a Tapachula. Aquí en Guate sólo consigues chafa y hasta dolor de cabeza te da.
—¿Y no hay problema con la policía?
—No, pero siempre estamos viendo que no venga.
—Aunque ya se puso difícil para los migrantes y vigilan más, ¿no?
—Bastante, y más del otro lado —contesta el muchacho de la silla de ruedas—. Aquí en Guate ya están revisando que no haya migrantes hasta en las combis.
Al terminarse el cigarrillo nos despedimos y seguimos andando. Vemos a dos señoras, un niño y una niña lavando ropa en la orilla del río, cuya agua es visiblemente sucia. Nos detenemos un momento en la pequeña cantina Las Brisas del Suchiate a refrescarnos con una cerveza Dorada Ice, que cuesta 10 quetzales (25 pesos mexicanos). Un hombre sonriente pone en la rocola la canción “Fíjate que sí”, de La Trakalosa de Monterrey, y se acerca a cantarle a una mujer que bebe junto a otra señora:
Quiero que tú sepas
que ya no te quiero
ni estando borracho
recordarte puedo.
—Va con dedicatoria —le digo jocosamente a la mujer.
—Que a mí no me cante, sino a su esposa que lo engañó —sugiere provocando la risa de todos—. Le agarro el rollo nomás porque me gusta ser loca.
Damos el último trago y salimos del lugar. Nos disponemos a atravesar el río. Subimos a dos inmensas cámaras de llanta que cobran 10 quetzales por persona (alrededor de 25 pesos mexicanos). Un par de jóvenes reman ayudados de largos palos. Viajan con nosotros guatemaltecos que llevan productos para venderlos en México. Hay otros transportes cruzando también y se distinguen camionetas que esperan del otro lado la llegada de mercancía.
—Amiguito, ¿están revisando o no? —indaga una pasajera con un remador.
—No, sólo de aquí hacia allá —asevera el chico—. Nomás piden pase y el documento de su mercadería para ver que todo sea legal.
—Y si, por ejemplo, tengo un familiar que quiera pasar ilegal, ¿existe algún punto de cruce? —le inquiero al joven.
—Sí, por allá arriba pero cobran más lana y debe llevarte alguien que te conozca.
—Ayer averigüé que por 20 quetzales te cruzan en el paso de El Armadillo —puntualiza la mujer.
Aun así es dificultoso. Precisamente hace nueve días en El Armadillo, informó el periódico local El Orbe, elementos de Migración y la Guardia Nacional detuvieron a un grupo de “indocumentados de Angola (4), Haití (2), República del Congo (3), Somalia (1) y Bangladesh (2).” Previo al despliegue de tanta vigilancia era habitual presenciar el cruce de un sinfín de migrantes y, actualmente, no se ve ninguno porque suelen pasar ocultos en la noche o en la madrugada.
Descendemos en Ciudad Hidalgo, Chiapas. Nos reciben oficiales de Migración que nos piden identificación al igual que a los guatemaltecos, a quienes, además, inspeccionan superficialmente la mercancía. A nosotros no nos revisan las mochilas. ¿Y si pasáramos droga, armas u otros productos ilegales cómo se enterarían? Luego de comprar una bolsita de pepinos con limón y chile a una señora, nos sentamos, sobre piedras, junto a una mujer de lentes oscuros de la Guardia Nacional.
—En toda esta orilla del río hay agentes de la Guardia Nacional —nos explica—. Estamos desde el 3 de julio.
—¿Cuáles son las acciones que llevan a cabo para detener el flujo migratorio? —le interrogo.
—Eso lo hacen los de Migración, nosotros sólo brindamos seguridad por si llega a haber problemas con los migrantes. Claro, no usando violencia.
—¿Pero también pueden realizar detenciones y canalizarlos con Migración?
—No.
—¿Qué tanto cruce de migrantes se ve aquí?
—Ya poco. Los primeros días sí hubo bastante.
—¿Y se da el paso de narcóticos?
—No, puro comercio y migrantes.
¿Será?
Tan sólo el pasado 2 de abril se comunicó, en El Sol de México, que en Ayutla San Marcos, Guatemala, la Fuerza de Tarea Interinstitucional de Tecún Umán decomisó 933 kilos de cocaína que eran trasladados en una camioneta y pretendían ingresarse a nuestro territorio por el río Suchiate; y el 23 de marzo se anunció, en el Cuarto Poder de Chiapas, que el Ejército Mexicano confiscó un kilo de mariguana en la orilla, sí, querido lector, adivinó, del río Suchiate.
Del mismo modo, este año “Marina incauta 720 kilos de cocaína frente a costas de Chiapas” (27 de febrero, Notimex). “Aseguran submarino con cocaína en Puerto Chiapas” (31 de marzo, Diario del Sur). Y, lo siguiente, se dará a conocer en 23 días: “Las autoridades mexicanas incautaron una aeronave en la que se transportaban 450 kilogramos de cocaína en el estado de Chiapas” (EFE).
Resta un ejemplo más:
En mayo del año anterior un coyote, refiriéndose al Suchiate, comentó al semanario Ríodoce (con sede en Culiacán, donde su fundador y periodista especializado en temas de narcotráfico, Javier Valdés Cárdenas, fue asesinado a balazos y cuyo crimen, al igual que el de muchos otros colegas, continúa impune):
—Se mueve desde comida, cerveza, y herramientas, hasta indocumentados, armas, tabiques de droga.
Y pese a que en Chiapas se instalen retenes, existe forma de superarlos:
—Hablando por mí, yo llego sin nada al retén; pregunto por el jefe, y le aviso lo que llevo: droga o indocumentados, y ahí le pregunto si se puede, o no se puede —reveló a Ríodoce el coyote, quien aseveró tener más de 20 años trasladando narcóticos y migrantes de Centroamérica a Estados Unidos—. Y es cuando uno se arregla con ellos; si es droga, el precio es uno, y si son indocumentados, el precio va de 100 o 200 dólares por indocumentado.
—Hay presencia aquí del Cártel de Jalisco, el Cártel del Golfo, los Zetas, pero el que más presencia tiene es el Cártel de Sinaloa —declaró, por su parte, un agente federal al mismo medio—. Y a veces hay encontronazos entre ellos, pero tienen acuerdos para mantener este cruce tranquilo.
Agradecemos a la oficial por la charla y nos alejamos. A escasos pasos advertimos a miembros de la Marina y transportes de la Policía Militar. Aunque otro agente de la Guardia Nacional (quien dice encargarse de la supervisión) accede a conversar, de inmediato desprende su nombre de la chaqueta. Es muy escueto y evasivo; y, prácticamente, ratifica parte de lo expresado por su compañera:
—Tenemos prohibido detener migrantes. Eso lo hace Migración y sólo apoyamos resguardando su actuación. Nosotros ni nos arrimamos a los migrantes. Somos disuasivos, ya que al vernos se van sin que nos les acerquemos.
De nuevo… ¿será? Líneas arriba vimos que es mentira. Juzgue usted:
Las siguientes noticias ocurrieron (o sucederán) el presente año: “Captan a Guardia Nacional deteniendo a mujeres y niños en frontera norte” (25 de junio, Milenio). “Migrante suplica a agente de Guardia Nacional que la deje cruzar a EU con su hijo” (23 de julio, Milenio). “Integrantes de la Guardia Nacional y policías federales agreden a migrantes y periodistas en Chiapas” (27 de agosto, Aristegui Noticias). Quizá por eso “Human Rights Watch critica uso de Guardia Nacional para contener migrantes” (13 de junio, Milenio).
Va el pilón:
Otras corporaciones policiacas también han consumado (o cometerán) abusos: “El padre de la migrante asesinada María Senaida culpa a la policía mexicana: ‘ellos la mataron’” (28 de junio, Proceso). “Policía de Saltillo mata a migrante que iba con hija de 8 años” (2 de agosto, La Razón).
Nos alejamos por una vereda al lado de la cual figuran coloridos murales y textos: del río Suchiate brotando dos manos que sostienen una puerta abierta (“Con la inclusión y protección de las personas migrantes ganamos todos”, “Tu vida vale, elige migrar de forma regular y segura”). Son las manos de una pareja huyendo y, junto, tanto el logotipo de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) como la dirección de un centro de atención (“Si tienes miedo de regresar a tu país porque tu vida corre peligro, solicita protección como refugiado en México”).
Al tiempo que contemplo las obras pienso en que ojalá fuera tan sencillo y solidario como parece.
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