Cuando duele la igualdad

Mar 5 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 3571 Views • No hay comentarios en Cuando duele la igualdad

POR ETHEL KRAUZE

 

Hay un mundo ideal que, para algunas personas, se volvió real: la igualdad de género es un hecho en Suecia. Es el paraíso del verdadero primer mundo. Inspiración para todo tipo de discursos de avanzada, paradigma de movimientos sociales, políticos, culturales, abocados a la inclusión y la equidad.

 

Justo ahí, en el centro de la más pura modernidad, o posmodernidad, si se quiere, una autora sueca, en la madurez de sus cuarenta y cinco años de edad, explora cuánto, cómo y por qué duele esta soñada igualdad entre hombres y mujeres, desde el signo del cuerpo que los convoca a la hora del amor.

 

Esto parece un atentado a las conciencias, a las ilusiones, a la retórica de lo bien que nos irá en la vida si llegamos a ser tan evolucionados como los suecos. Confieso que leer esta novela me ha dejado una herida que no sé cómo restañar. Ester, la protagonista, una periodista de treinta y un años de edad, en plena libertad en un país de democracia e igualdad perfectas, conoce a un pintor al que debe entrevistar para una importante conferencia sobre arte. Luego de intensas conversaciones durante meses, desembocan en la cama. Y él, simplemente, no vuelve a aparecer en mucho tiempo, a pesar de que ella había roto con su pareja durante aquellos meses. Se reencuentran intermitentemente para una cena y una cama. A veces, él está con una de sus discípulas, o saliendo a otra ciudad para reunirse con su amante habitual. Ester sabe que no tiene nada que reclamar. Todo ha ocurrido con la voluntad de ella y sin ninguna de las formas de violencia conocidas. “Pero, ¿por qué deseaba una intimidad física con ella si no quería la intimidad espiritual?”, terminará preguntándose a solas luego de sentir que él se ha apropiado indebidamente de su cuerpo. No entiende nada, si un día escribe un libro de poemas lo titulará: No entiendo nada.

 

En México los feminicidios son pan de cada día. La violencia física, sexual, laboral, económica, emocional contra las mujeres se visibiliza diariamente y se ha convertido en alerta para la agenda pública. Paradójicamente, ¿o debería decir “consecuentemente”?, se han acendrado los maniqueísmos de ambos bandos entre la juventud. Por un lado, los jóvenes varones acuñan el término feminazi para incendiar a sus compañeras ante cualquier levantamiento de voz. Éstas, por su parte, se rebelan ante las generaciones de mujeres luchadoras y activistas que las preceden, rechazando la bandera e incluso la palabra feminista, por considerarla pasada de moda y excluyente. Unos y otras se defienden del ataque de esta visibilización. Ellos no quieren ser señalados como los malos del cuento. Ellas, no quieren convertirse en nuevas víctimas. Todos quieren sentirse iguales y ser tratados en igualdad. Pero la realidad no refleja este sentir ni este trato.

 

La realidad es que la visibilización de la desigualdad ha traído más encono entre unos y otros. Y esto no es para recular, sino para reflexionar sobre qué concepto de igualdad estamos trabajando. Lena Andersson, multipremiada por esta novela recién publicada en español bajo el sello de Alfaguara, nos ofrece un microscopio de la introspección femenina en los terrenos de la igualdad cuerpo a cuerpo, no la que ocurre en los discursos políticos, sino la de todos los días en la vida de una mujer.

 

En su lógica moderna, Ester tiene claras una serie de cosas: el pintor no estaba obligado a amarla. Ser amado no es un derecho. Cortejar a una mujer o acostarse con ella no genera obligaciones. La moral sexual tradicional es una construcción de desigualdad, rancia y anticuada, que finca deberes del hombre hacia lo que se considera el sexo débil. Pero esta lógica no parece ser suficiente para ella. Entonces va articulando la teoría de la apropiación indebida, basándose en la cultura del honor.

 

La cultura del honor no es una restricción de la libertad, sino “el producto de una constatación de considerable importancia para la vida humana: que uno no tiene derecho a huir de ese algo tan maravilloso que se produce entre dos personas que llegan a tener una relación íntima”. La autora, en voz de su protagonista, recoge del armario de los deshechos políticamente incorrectos en el discurso público, las frases “sentido de la decencia” para evitar el sufrimiento, y “responsabilidad” derivada en el trato con otro ser humano: “cuanto más desnudo y profundo sea ese trato, tanto mayores serán los deberes aparejados”.

 

No se trata de condenar a dos individuos a seguir viéndose en contra de su voluntad sólo por haber iniciado un contacto, ni tampoco de mantener a la mujer oprimida y bajo control. Lo que la cultura del honor propugna es disuadir a las personas de iniciar ese trato, si una de las partes sabe, de antemano, que no tiene intenciones de continuar la relación o, más aún, si su intención es abandonarla. Es un intento de salvaguardar a las personas del riesgo del juego frívolo.

 

Si no existe la cultura del honor en el trato, una de las partes se apropia indebidamente de la otra. Se apropia de los anhelos, de las esperanzas, de las expectativas, de las esperas, de los suspiros, de los sudores de un cuerpo al que no habrá de satisfacer, de un espíritu al que dejará ahíto de vacío.

 

El grito de Ester es: “¡No infundas a nadie esperanzas acerca de algo que sabes que no va a ocurrir!”  Todo esto queda por escrito en un artículo que manda a una importante revista sueca en la que colabora.

 

Pero el artículo es rechazado.

 

Y nos quedamos, aquí, en estas páginas que ponen el dedo en la realidad desde los ojos de la literatura, con el corazón oprimido, sintiendo cómo la autora se ha apropiado indebidamente de nuestro prefigurado paraíso, y con el deber de poner manos a la obra en la construcción de uno nuevo.

 

*FOTO: Apropiación indebida, Lena Andersson, Alfaguara, México, 2015/ Especial.

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