Cuatro poemas de Clemente Guerrero
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POR CLEMENTE GUERRERO
Cuchara
Imagino tu sensualidad
para servir helado
sobre conos
derritiéndose,
tus curvas limpias,
tus intentos por llegar al fondo
con que intentas llenarte.
Pero siempre estás insatisfecha
con un hueco que no logras llenar
ni con el plato más hondo.
Preocupada por subir de peso,
deja ya de obsesionarte
por las calorías en los postres.
Tú, que anhelas ser como esas cucharas
que aparecen en catálogos
y escenas de películas
para que alguno en la calle
te pida una foto
y conozca tu nombre.
Tú, que fuiste un avión
jugando en las sillas de la infancia:
Dime quiénes,
cuántos rostros, en tu espejo de sopera,
se habrán perdido
sin decirte adiós
y ahora extrañas.
Sé que no ha sido fácil
que te usen para saciar el hambre
y después te olviden,
que hablen tan mal de ti
y te culpen
por aquello que del plato a la boca.
Pero quiero decirte, cuchara,
que todos encontramos el amor
aún con los huecos tan visibles
y que llegada la noche
a todos nos tocará dormir
de cucharita.
Afilador
En la multitud del jueves salgo a la calle
y pido: Un kilo y esta salsa por favor.
Sigo mis pasos y el sonido azul del afilador se me afila en el oído,
se me queda ahí,
777777777777/tímpanamente incrustado,
me obliga a mirar
cómo trabaja con sus manos ese frío,
esa aleación de grises que pasa y repasa
con ansiedad y miedo
como si de sus manos surgiera
una novela llena de venganzas.
Me detengo junto a él y lloro,
lloro a su lado 7777777 azuladamente
por la mujer del 304 y su corte en el índice,
por ese pedazo de su carne
que se conectaba con el dedo cordial.
Lloro, porque en cada discusión
sus trastes van al piso
junto a la voz de su esposo
que se vuelve un filo que le canta:
Perdóname, perdóname
y por un momento pienso que lloramos juntos,
pero el afilador no
él siempre avanza hacia atrás
intentando ignorar lo que desbasta.
Tianguis
No es verdad, no dijo muerte.
Dijo: se nos fue.
Y no dijo madre. Dijo: mi mamita.
Y yo quería preguntarle
qué era eso de irse,
de ser una prisa, un fuésemos,
un ir y venir como este tianguis.
Quería preguntarle
cómo se hace para estar entre tanto
—Ajos, ajos, ¿no gusta, joven? ¿Qué le vamos a dar, mar-chan-ti-ta?
como para estar entre tanta cumbia triste
y no bailar.
Yo quería, pero no.
No me salieron palabras.
Me congelé a la mitad del puesto
y cuando me atreví a hablar,
el tianguis había partido,
ya era un fuésemos, una prisa,
un bailar hacia la muerte.
Metamorfosis 9 A.M.
desde Enrique Fierro
Desde el fondo nos mira
una vaca,
una vaca manchada de negro, una vaca pintada de negro
en un cartón de leche.
La luz del mediodía no la hace más delgada
Es un prado muy hermoso
se escucha el agua turbia del cencerro
y es como si una mano le hicieran cosquillas al aire
o diera pinceladas y retocara digitalmente un árbol.
Sólo dejaron un árbol, su publicidad es
engañosa.
Aquí, no dice leche, dice: fórmula láctea,
1924, nutrimentos para toda la familia.
No dice leche, dice: agua blanca.
Y yo la vierto sobre un plato,
un mar de vaquitas mugiendo contra mi cereal de chocolate;
las trazo con la cuerda de mi cuchara,
las saco a pastar en este campo de
hojuelas
y dejo que alguna se me pierda.
Lamo hasta la saciedad
este pasto de vacas ajedrecistas,
de bovinos cuya mierda no huele
hasta la fecha de expiación.
Levanto el envase y el mugido pasteurizado me reclama.
Necesita refrigerar, dormir unas horas más en hielo.
No es posible
que tanta felicidad, mu, muuucha felicidad
dure pasado el desayuno.
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