Darwin y la teoría de la evolución

Dic 11 • Reflexiones • 2419 Views • No hay comentarios en Darwin y la teoría de la evolución

 

La publicación de El origen de las especies en 1859 supuso una revolución científica y social, pues demolía siglos de ideología religiosa que había supuesto que el hombre era la “corona” de la Creación; entre los postulados más famosos de Darwin se encuentran la evolución humana a partir de los primates y la selección natural en todas las especies

 

POR RAÚL ROJAS 
Hay libros que fueron escritos al vapor, como El Jugador de Fiódor Dostoievski. El afamado autor ruso lo dictó en sólo 26 días porque necesitaba urgentemente el dinero para pagar sus deudas de juego. Pero hay libros que toman décadas escribir. Es el caso de El origen de las especies, de Charles Darwin, una de las obras cumbre de las ciencias naturales. Darwin comenzó a ordenar sus notas de campo en 1837 y tenía ya un borrador del libro en 1844. Se tardó 15 años más en terminarlo, hasta que salió a la venta en 1859. Fue un éxito fulgurante, como si el mundo entero hubiera estado esperando la aparición de una obra así, profunda y contundente, pero escrita para el público en general.

 

Aunque ya algunos naturalistas habían propuesto que nuevas especies se podrían derivar de otras ya existentes, ninguno de ellos había acertado a dar una explicación coherente basada en observaciones y datos como los que recopiló Darwin. Ni siquiera Alfred Russell Wallace, quien llegó a las mismas conclusiones que Darwin, lo pudo explicar de manera tan incuestionable. Por eso, lo que hoy llamamos la teoría de la evolución ha quedado indisolublemente ligada al nombre de Darwin. Con su libro el explorador e investigador inglés demolía siglos de ideología creacionista basada en los relatos bíblicos. Por eso, según Freud, la teoría de Darwin sería el segundo gran “agravio” al género humano, al haber puesto en claro que somos descendientes de animales “inferiores”. El primer agravio, el cosmológico, habría sido obra de Copérnico, al expulsar a la tierra del centro del universo. De hecho, diría después Darwin, si no fuera porque somos los humanos los que estamos clasificando a las especies, tal vez no se hubieran creado tantas ramificaciones para ordenarnos biológicamente. La genética moderna nos dice que nuestro genoma difiere sólo en un 1.2% del código genético de los chimpancés (aunque para ser justos habría que agregar que hay un 3% adicionales de eliminaciones o inversiones al comparar los genomas).

 

La segunda expedición del navío británico de exploración HMS Beagle, que a partir de 1831 circunnavegó la tierra, fue la gran oportunidad para Darwin de coleccionar muestras geológicas, de plantas y de animales. El joven biólogo, de sólo 22 años de edad, se embarcó en el Beagle, que se convirtió en su hogar y laboratorio durante los siguientes cinco años. El buque circunnavegó el norte de África, Sudamérica hasta las islas Galápagos, el Pacífico del Sur, Sudáfrica y parte de Europa. Con la publicación en 1839 de sus resultados en El Viaje del Beagle, Darwin se hizo muy conocido entre los naturalistas de la época. La fecha es importante, ya que indica que cuando Darwin regresó de su circunnavegación del mundo ya estaba precisando la teoría de la evolución. Se había dado cuenta de que las especies no son inmutables, que algunas desaparecen mientras otras emergen. Pero aún había que enmarcar todos los datos en una teoría convincente.

 

La primera reflexión en El origen, es que el proceso de selección de características de la descendencia es algo conocido y que ha sido explotado por los agricultores y por criadores de animales domésticos. Durante siglos se han combinado animales con ciertas características favorables y de hecho todos los animales domésticos surgieron de esas cruzas. Lo mismo sucede con variedades vegetales que son seleccionadas para obtener mejores cosechas. A la selección consciente de los productores, Darwin contrapone el proceso de “selección natural” que es más aleatorio, pero que operando en escalas de miles de años conduce a la “supervivencia del más apto”, es decir, de aquellos animales que por una razón cualquiera se han adaptado mejor al medio ambiente y a sus circunstancias particulares.

 

El gran problema para Darwin, durante todos los años que le tomó terminar El origen, era explicar la forma en que la selección natural modula la reproducción de seres vivos. En la introducción al libro, Darwin menciona que las teorías de Malthus sobre la población le sugirieron un mecanismo que puede imponer la selección natural. Según Malthus, las poblaciones humanas crecen exponencialmente mientras los recursos naturales no lo pueden hacer. El resultado es la muerte y miseria de una parte de la población. Darwin simplemente trasladó esta idea del mundo social al mundo natural. Es sabido que los seres vivos producen mucha más descendencia que la que puede sobrevivir. Un solo pez puede depositar millares de huevecillos en las rocas para que sean fecundados por otro pez. Los insectos también producen miles de descendientes. Incluso aquellos animales que se reproducen lentamente, como los elefantes, podrían extenderse rápidamente si no tuvieran enemigos naturales y límites ecológicos. Todos los descendientes procreados entran en competencia, entre sí y con otras especies, y sólo los mejor adaptados sobreviven.

 

Sin embargo, el mayor problema para Darwin es que no conocía el mecanismo genético detrás de la variabilidad de la descendencia. Lo admite explícitamente en el primer capítulo: “las leyes que gobiernan la herencia de caracteres son desconocidas”. Aunque Gregor Mendel publicó sus experimentos sobre la cruza de plantas en 1866, su reporte pasó desapercibido hasta principios del siglo XX, cuando apenas surge la genética como rama de la ciencia. Darwin intuye en El origen que de alguna manera la variabilidad de la descendencia se plasma en el
sistema reproductivo. A través de ese mecanismo desconocido, aprovechado por los criadores, se pueden heredar características favorables.

 

Hoy en día se habla de la micro y la macroevolución. La microevolución es paulatina, se refiere a los ligeros cambios que se pueden registrar entre los progenitores directos y sus descendientes. La macroevolución, por su parte, lleva al surgimiento de nuevas especies con el tiempo, especies que ya no pueden fertilizarse mutuamente. El problema para Darwin, y para la genética moderna, es mostrar cómo una cadena de microevolución se transforma en macroevolución. Darwin argumenta que todas las especies están sujetas a variación permanente, ya sea por cambios ecológicos o por aislamiento de poblaciones. Pero todo este proceso es “ciego”, detrás de él no tenemos la mano del criador de especies y ni siquiera la mano invisible de Dios.

 

Para hacer más sólida su argumentación, Darwin tiene que adentrarse en la geología y paleontología. A pesar de que en todo el mundo hay muchos fósiles, el hecho es que el proceso de fosilización es muy poco frecuente. La mayor parte de los animales que perecen son consumidos por otros animales y sus restos se descomponen, incluido los huesos, sin dejar rastro alguno. Para que un esqueleto sea preservado como fósil se requiere la cercanía al agua, por ejemplo, de manera que los restos mortales sean encapsulados en lodo. A veces lo mismo puede ocurrir en desiertos muy secos, que sepultan las osamentas en una gruesa capa de arena o polvo. Al final de cuentas, sólo un número mínimo de animales se fosilizan. La cadena de transformación de una especie en otra distinta no queda preservada completamente, como podemos apreciar hoy simplemente considerando cuantos fósiles de homínidos han sido encontrados sin que la cadena de transición al Homo sapiens esté todavía completamente expuesta. Así que para Darwin era importante conectar la microevolución con la macroevolución, pero los registros de rastros fósiles son muy incompletos para lograrlo.

 

El origen fue atacado de inmediato por una generación de naturalistas que había crecido creyendo en la inmutabilidad de las especies. Fue atacado también por la iglesia. Y es que una teoría que postula la evolución como un ciego proceso de selección natural le quita su propósito y finalidad a la naturaleza. La Creación deja de serlo, se convierte en un cosmos sujeto a leyes naturales impersonales y la humanidad pierde su destino bíblico, el dominium terrae, es decir el privilegio de regir sobre el planeta. Seríamos tan sólo uno más de los animales que han surgido accidentalmente en la lucha de todos contra todos.

 

Darwin admite en El origen que es más difícil entender la herencia de comportamientos que la herencia de características físicas. Las últimas están ligadas directamente al cuerpo de un animal, los primeros tienen que ver con la organización cerebral. Es claro que todos los animales heredan comportamientos innatos, pero es difícil entender cómo se pueden ir transformando paulatinamente. Un ejemplo serían los diversos tipos de celdas construidas en los panales por abejas de diferentes razas. Es dificultoso encontrar la cadena que lleva de un comportamiento al otro, pero Darwin no duda de que haya existido. Otro ejemplo, que parecería discordante con la teoría de la evolución, son las diferentes castas en las hormigas, que no entran en competencia. Pueden coexistir pacíficamente, aún con diferentes tamaños de mandíbulas y cuerpo. Pero Darwin nos recuerda que no compiten realmente entre sí, ya que no se reproducen, y eso explicaría la división del trabajo entre los insectos sociales como las abejas o las hormigas.

 

En 1868, Darwin trató de subsanar el problema que tenía en El origen, es decir, no poder explicar el mecanismo preciso que regula la herencia de caracteres. Propuso que quizás la teoría de la pangénesis, ya intuida por filósofos griegos y redescubierta por Lamarck, podría ser una explicación. Según la pangénesis, existen partículas excretadas por los órganos del cuerpo, las que circulan en la sangre y están asociadas a ciertas características de los seres vivos. La reproducción sexual produciría una mixtura de estas partículas y eso explicaría la fusión de los rasgos de los progenitores en su descendencia. Sólo unos pocos años después Francis Galton, primo de Darwin, realizó transfusiones de sangre entre conejos blancos y negros, y eso no afectó para nada a sus descendientes. Con eso, la teoría pangénica pasó rápidamente al olvido. Sería hasta casi a fines del siglo que se redescubren los experimentos de Gregor Mendel y que se comienza a ubicar en los cromosomas el sitio donde habría que buscar la explicación de las leyes de la herencia de características. En 1909, se acuñó la palabra “gene” para referirse a las unidades hereditarias descubiertas por Mendel, que él llamaba “factores”.

 

Darwin resume de manera muy precisa todo su libro en el último párrafo, en el que nos pide imaginar la rivera de un río, rebosante de vida: “y pensar que todas estas formas tan elaboradas, tan diferentes entre sí, interdependientes de una manera tan compleja, han sido producidas por leyes que actúan alrededor nuestro. Estas leyes, en el sentido más amplio, son el Crecimiento con Reproducción; la Herencia de Caracteres, implicada ya por la reproducción; Variabilidad por la acción directa e indirecta de las condiciones externas, y del uso y desuso; una Tasa de Reproducción tan alta que lleva a la Lucha por la Existencia, y consecuentemente a la Selección Natural, que implica la Divergencia de Características y la Extinción de las formas menos aptas”. Y agrega: “la consecuencia directa de la guerra en la naturaleza … es la producción de los animales superiores … De este origen tan simple, infinidad de formas bellísimas y maravillosas han y siguen evolucionando”.

 

FOTO: El naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882)/Crédito: Especial

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