Dante y sus otras Beatrices

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Clásicos y comerciales

 

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
He leído muy pocos de los infinitos libros escritos sobre Dante. El de Borges, sin duda; no hace mucho, el de Gilson sobre el florentino y su filosofía; conozco el de Auerbach (Dante, poeta del mundo secular, 1929), las páginas de Maldeshtam y hace días que me mira retador, desde el escritorio, un Dante, de Pound, libro hechizo en Italia, pues reúne todo lo que el tío Ez escribió sobre él. A esa selecta compañía debo agregar Como un rayo en el agua. Dante y la relación con el otro (Ai Trani, 2022), del crítico italiano Filippo La Porta, traducido al español por Fabrizio Cossalter. El de La Porta es otro hermoso tributo y no debe ser nueva su mirada sobre la Comedia —y sobre el Paraíso, el cántico menos leído del terceto—, el Convivio y la Monarquía, pero para mí, si bien no es novedoso “el uso militante” que La Porta lleva a cabo, me es muy revelador su atrevimiento de escribir un Dante a la luz (subrayo, a la luz) de la ética del siglo XX.

 

Me explico un poco. La Porta (Roma, 1952), cree, como otros críticos italianos (Calvino, por ejemplo), que la mejor manera de impedir que se empolven los clásicos es sacarlos en procesión entre la ciudadanía, es decir, ofrecerlos al pueblo de “los lectores comunes”. Desde luego que para eso están los clásicos, para ser leídos minuciosamente por cada generación de eruditos, pero nada más ajeno del ánimo exacadémico de La Porta que la superstición filológica: Dante debe ser usado por nosotros, “militantemente”, como un argumento a discutirse en la ciudad política. La retórica en Dante, asegura La Porta, vence a la teología porque “aunque rebose de simbologías y alusiones esotéricas”, la Comedia, “ha sido escrita para todos”. Teniendo un “noble origen” las lecturas dantescas “en clave esotérica”, “fallan del todo” porque en Dante “lo profundo y lo sagrado están siempre unidos a la palabra”.

 

No ignora La Porta, por cierto, que Dante es un premoderno y que incluso lo es rabiosamente, nacido antes del Renacimiento y de la Reforma, muy antiguo frente a Petrarca, quien de manera figurada fue su sobrino. Dante, en fin, no es ni puede ser “nuestro contemporáneo”. Le daríamos horror al exiliado y nosotros, multitudinarios, a él. Pero La Porta, en la parte más notable de Como un rayo en el agua, lee a Dante junto a sus “Beatrices del siglo XX”: Edith Stein (1891-1942), María Zambrano (1904-1991), Hannah Arendt (1906-1975) y Simone Weil (1909-1943), cuarteto al cual agrega a un varón “intruso”: Emmanuel Lévinas (1906-1995). Nótese que La Porta, habiendo dedicado esta obra (y no sólo esta entre las suyas) a lo que Kristeva llama “el genio femenino” no necesita hablar de género. Es un verdadero feminista. No temo decirlo.

 

Hay una ética en Dante e inclusive, una teología moral, parece concluir La Porta, quien leyó todo lo publicado, al menos en italiano, sobre el apellidado Alighieri. Y la hay, esa dimensión ética, cuando el Otro (a veces con mayúscula, a veces sin ella) recorre la obra dantesca porque el poeta percibe lo mismo la luz divina o ve en el Paraíso lo divino en el rostro humano, y Dante y Beatriz, en la imagen que más fascina a La Porta “atraviesan la luna sin alterarla, así como un rayo de luz penetra en el agua y no la turba”.

 

Para La Porta, el Otro, sin el rostro, no existe —como para el filósofo judío Lévinas, obsesionado con mirar sin matar. Ya es hora de abandonar la pendencia marxista que exige transformar el mundo en vez de interpretarlo, cuando quizá sea sólo sea hora de mirarlo, “en un cara a cara en que nadie pretende desvelar el secreto del otro”. Lo dice La Porta, quien cree, con Silone, “que el socialismo” extiende “la exigencia ética, de la vida privada al entero dominio de la actividad humana”.

 

Amigo de la templanza, Dante fue un hombre de paz y por eso quiso el Imperio, una “paz estable, una amistad universal”. Una de sus Beatrices, Weil, muerta en un hospital inglés al serle negado el poder arrojarse en paracaídas sobre la Francia ocupada, habría respingado: el heredero de aquel imperio imposible de los gibelinos fue el hitleriano y su chozna, la Roma imperial. Weil quería volver a la luz de los griegos que iluminaba, sin piedad cristiana, el poema de la fuerza.

 

Las místicas, admite La Porta, asustan porque son personas de verbo perentorio. Por ello, Stein, a quien Juan Pablo II santificó en 1998 como víctima católica de las cámaras de gas en Auschwitz, es la menos conocida de las Beatrices protagonistas de Como un rayo en el agua. Judía conversa de origen alemán, Stein, a diferencia de Weil, se bautizó hasta profesar de carmelita descalza. Fue Beatriz, si leemos a Stein más allá del “feminismo 3.0”, el ser que supera la dicotomía entre lo masculino y lo femenino porque, paradójicamente, le parece imposible disociarlos: no se comprende a Santa Teresa de Jesús sin hacerlo con San Juan de la Cruz porque amaron a Dios —dijo la monja— como mujer y como hombre. Y así lo amaron perfectamente, según Stein.

 

El amor de Zambrano por Italia —denuncia La Porta— no se ha visto correspondido, en la bota, porque infatuados con Viena y la llamada Mitteleuropa, los del Norte, sobre todo, se ufanan de ignorar a la otra península —un espejo donde todos los italianos no se quieren ver. Zambrano, indiferente a esas pequeñeces, se acerca a Dante de otra manera. Es más empática con Arendt que con las místicas (nadie menos mística que Hannah). Para la filósofa española, el Mal es una hipertrofia de la imaginación. El “Satán sin glamour” del último canto del Infierno es sólo “una máquina bruta, condenada a producir un viento helado”. La banalidad del Mal pudo ser un concepto de interés para Dante. Nos dice La Porta: “Para Dante, el diablo es ante todo lógico, hiperlógico, y siempre nos ofrece algún ‘buen argumento’ a fin de justificar el mal. ¿Si la bondad de la doctrina nazi fuera demostrada en el plano lógico, se interroga Arendt, se podría justificar el exterminio de una raza? Orwell observó que un intelectual siempre hallará alguna razón en defensa de la tortura”.

 

Como un rayo en el agua. Dante y la relación con el otro, de La Porta es un libro en verdad excepcional, de lo mejor que se ha traducido en México durante los últimos años. La Porta lo concluye recordándonos el relato platónico del pastor Giges, quien se vuelve invisible gracias a un anillo mágico. No teniendo que rendir cuenta de sus actos, mata al rey de Lidia. Ese pastor es, “para Lévinas, una metáfora del poder, o mejor, del poder invisible, del Panóptico, o bien del Gran Hermano de Orwell: puede mirar a los demás sin ser visto (como el usuario de la Red, protegido por la invisibilidad del anonimato y, por tanto, sujeto irresponsable, amoral)”.

 

“Ver sin ser visto por el otro, es para Dante, injurioso: ‘Pensaba yo que, andando, escarneciera / a aquellos que, sin verme, yo veía” (Purgatorio, XIII. 73–74)”. Por ello, “frente a la multitud de ciegos apoyados en la pared rocosa, entre los envidiosos (el contrapaso consiste en los párpados cosidos)”, Dante decide, “bajar la vista, renunciar a la posición de dominio que esto lo otorgaría y restablecer con ellos” la igualdad de esa mirada recíproca que es amor, es amistad y es vida en sociedad. Ése es el Dante ético que nos ofrece Filippo La Porta.

 

 

 

FOTO: Dante y Beatriz, de Henry Holiday, óleo sobre lienzo (1884). Crédito de imagen: Walker Art Gallery

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