De la onda a la contracultura: el cine de José Agustín
Una revisión a su obra fílmica, que buscó representar, de manera auténtica, la complejidad de la juventud, como en Ya sé quién eres
POR FERNANDO MINO
…que lo condenen los cherryburgueses, no importa; la historia lo absolverá.
José Agustín, 1969
Una novicia mira con antojo unos “champiñones mazatecos” sembrados en un pequeño huacal a la luz de una ventana del convento; la virginal Esperanza es dechado de virtudes, salvo por los arrebatos de gula que la acometen de vez en vez, como confiesa ante un sacerdote. Un corte directo traslada la acción a una casona con una amplia escalera de la que desciende Angélica María, idéntica a Esperanza, pero acá con larga melena ensortijada, maquillaje a go go y breve vestido colorido de pedrería. Canta, por supuesto (es preciosa la casita y la gente presente y formal que hay aquí / sus prejuicios tan hipócritas me enferman, su dinero y sus costumbres me dan risa / lucen falsas siempre todas sus sonrisas / qué triste sociedad / les ofrezco mi desprecio y deseo que se destruya / su cruel mundo, decadente, triste y fugaz), y siembra de dudas a la venerable concurrencia burguesa que celebra una fiesta y no sabe quién es la bella intrusa que ya ha fascinado a cinco jóvenes invitados.
Expulsada de la fiesta, la mordaz protagonista es seguida por sus cinco admiradores universitarios en una inocente parranda que incluye el robo con pistolas de juguete, en el Sanborns de Lafragua, de una charola con helados para el grupo: Cinco de chocolate y uno de fresa (Carlos Velo, 1967). El guion disparatado está lleno de apuntes irónicos que señalan los desfases entre el discurso triunfalista de la posrevolución y una juventud urbana ansiosa de encontrar referentes menos anacrónicos, sea comiendo hongos alucinógenos o, de perdida, “cotorreando la onda”.
El guionista José Agustín tenía 23 años y estaba en la cresta de la ola como escritor emergente. Sus primeras novelas, La tumba (1964) y De perfil (1966), habían llamado la atención por la franqueza coloquial de su prosa para describir las preocupaciones juveniles y sus intentos cotidianos de subvertir una realidad ampliamente percibida como solemne y hueca. Su irreverencia lo hizo tomar distancia de los círculos intelectuales y acercarse al underground musical, la publicidad y el cine; se asoció con Angélica Ortiz y Carlos Velo para realizar una película anclada en el carisma de la estrella hija de la productora, Angélica María. El éxito del experimento derivó en dos películas más de este equipo: Alguien nos quiere matar (Carlos Velo, 1969) y Ya sé quién eres (te he estado observando) (1971), dirigida por el mismo José Agustín. Las tres son desparpajadas comedias románticas que juegan a asomarse al abismo de la provocación, pero sin trascender los límites del género en la timorata industria del cine mexicano de la época.
Ya sé quién eres (te he estado observando) es un compendió del estilo, las preocupaciones estéticas, las habilidades y también de las limitaciones de su director. Egresado del CUEC (una muestra más de sus vocaciones culturales que incluyeron también la filosofía, la historia, la música y la literatura), José Agustín intentó en su película jugar con los límites de la representación a través del uso de una cámara en mano de torpe naturalidad, la fragmentación en episodios anunciados en letreros ingeniosos y, sobre todo, de una reiterada metaficción que revela al equipo técnico en el proceso de la filmación, incluido él mismo en su papel de director. Más allá del resultado, era un intento por reelaborar, con los recursos cinematográficos, su propuesta literaria: “un uso estratégico de elementos de la realidad cotidiana combinado con situaciones y personajes enteramente ficticios e incluso improbables desde un patrón realista” (La contracultura en México, 1996, p. 94).
La trama, deliberadamente caótica, busca satirizar el melodrama (la película va sobre el amor romántico lastrado por la obsesión por la virginidad femenina y el miedo a la infidelidad) y gira en torno a los equívocos en el proceso de consolidación de una pareja en ciernes. La voluntariosa Rosalba (Angélica María) sale con múltiples pretendientes y hace alarde de libertad, lo que la hace blanco fácil de chismes que cuestionan su sexualidad en el barrio acomodado en el que vive; su vecino David (Octavio Galindo), por su parte, es tímido, torpe e infantil, y vive enamorado de Rosalba desde niño, al grado de aceptar su súbita propuesta de matrimonio, creyendo que así la salvará de ser madre soltera. La abigarrada narración de José Agustín suma alusiones al tarot, al clasismo, al aborto, a la corrupción policiaca; hace múltiples guiños literarios y cinéfilos, muestra el contraste entre la rígida familia tradicional que “odia a los mugrosos, greñudos y vagos” y otra buenaonda, con madre esotérica y padre técnico de cine; juega con cierta homosexualidad latente y, para compensar, consiente la homofobia instintiva; exalta la idea de la libertad sexual femenina y luego da vuelo al terror moralista de su ejercicio. Todas son puntadas que se desvanecen con la final declaración de amor y pureza virginal de la aguerrida Rosalba (“nunca he estado embarazada, aunque tengo muchas ganas como cualquier mujer normal, pero todo a su tiempo, cual dijera tu mamá”), quien, sin embargo, voltea a la cámara y le guiña el ojo al espectador durante el close up con que concluye la película.
A diferencia de Cinco de chocolate y uno de fresa, Ya sé quién eres (te he estado observando) resultó un fracaso. Fue incomprendida por la crítica y no atrajo al público a las salas. Apenas en cuatro años el panorama era distinto. El mismo José Agustín percibió que “había quedado atrás una fase de la contracultura, la romántica, paz-y-amor, de los sesenta” (La contracultura en México, 1996, p. 99). Tal etapa había sucumbido a una feroz mercantilización, a la catalogación facilona de sus manifestaciones como “literatura de la onda” y a una campaña moralizante desde todos los flancos políticos –su provocación y su proclividad a las drogas pone en riesgo la estabilidad, según la derecha, o incita a la frustración y al fracaso de los impulsos verdaderamente revolucionarios, según cierta izquierda–. La onda, finalmente, fue superada, como la juventud de sus primeros devotos, por la propia estrechez del universo clasemediero que impone el tránsito de la pretendida intelectualidad y la búsqueda de redención existencial al acomodo y la integración al despreciable sistema.
Epílogo: Contracultura
Curtido por la cárcel (pasó algunos meses en Lecumberri, acusado de tráfico de drogas, por apoyar protestas estudiantiles y fumar marihuana, previo a la filmación de Ya sé quién eres), José Agustín abandonó para siempre la tersura encorsetada de la industria, pero, aunque espació sus colaboraciones, no dejó de experimentar con el cine. En 1973 filmó en súper-8 el corto Luz aexterna, adaptación de un cuento propio y un acercamiento al mismo entorno juvenil de su cine previo, pero libre de las ataduras melodramáticas. Un jipiteca (Gabriel Retes) cuenta con desenfado y crudeza sus desencuentros vitales con su chava (July Furlong), que culminan con un pasón de LSD y marihuana que, a ella, la reencuentra con su religiosidad y a él lo hunde en el desencanto. La película se filmó hace medio siglo, pero no se editó hasta 2007, revelando una inesperada riqueza descriptiva de una época ya remota.
Sus colaboraciones posteriores fueron en guiones brillantes: El apando (Felipe Cazals, 1975), junto a su gran amigo, el veterano José Revueltas; El año de la peste (Cazals, 1978), El amor a la vuelta de la esquina (Alberto Cortés, 1985), Ciudad de ciegos (Cortés, 1990). El conjunto es una obra fílmica robusta y congruente en su intención de representar a la juventud en su compleja maraña de contradicciones y en su impetuosa búsqueda de cambios.
FOTO: Still de la película Cinco de chocolate y uno de fresa (1967), con guión de José Agustín. /Especial
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