Del Toro-Gustafson y el dolor gótico

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Situada en la época del fascismo mussoliniano, esta adaptación del clásico infantil narra las aventuras de una marioneta viviente en un panorama bélico

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Pinocho (Guillermo del Toro’s Pinocchio, EU, 2022), hirviente opus 12 del monstruológico tapatío de eficacia internacional a sus 58 años Guillermo del Toro (El laberinto del fauno 06, La forma del agua 17, El callejón de las almas perdidas 21) codirigiendo con el experimentado animador estadunidense Mark Gustafson (cortos estelares: Claymation Easter 92, Bride of Resistor 97, Los PJ 99), con guion suyo y de Patrick McHale basado en la obra de Carlo Collodi, el anciano carpintero Gepetto pierde en un gratuito bombardeo fascista a su adorado hijito Carlo con quien sostenía una solipsista relación afectiva perfecta, y se embriaga de dolor durante dos décadas, hasta que por el azar representado por el aspirante a la fama Sebastián Grillo (traslación del disneyano Pepe Grillo) bendito por el Hada Azul, sustituye al difunto niño con el encantador muchacho marioneta Pinocho dotado de conciencia externa que ha labrado con la madera del pino plantado sobre la tumba del difunto, pero el tierno quasiniño huye para no ser amaestrado por la escuela, se deja enrolar por el mefistofélico-caligaresco feriante Conde Volpe que le hace firmar un contrato abusivo y lo explota sin piedad como sensación suprema en una carpa ambulante, provocando la ruptura del chico inconcluso con su exasperado padre-fabricante Gepetto (“Eres una carga para mí”), así como orillar al buen Pinocho a tres trágicas muertes, con sus respectivas resurrecciones desde ultratumba, pero no más porque se volvería de carne y hueso ahora sí mortales, gracias a una Muerte hermana del Hada que desde el vaciado de un reloj de arena devuelve a Pinocho al mundo, tras fallecer (1) atropellado por un automóvil, (2) baleado por orden de Benito Mussolini en persona a causa de una escatológica parodia suya en el escenario y, habiendo sobrevivido a un campo de entrenamiento fascista (donde se ha hecho amigo de un niño aterrado ante la idea de parecer débil ante su enardecido padre hiperbeligerante) y a los horrores de la guerra, (3) autosacrificado al hacer estallar una mina marítima para escapársele a la monstruosa ballena que se lo había tragado junto con Gepetto y el Grillo, siendo por fin restituido al mundo, para reconciliarse con su padre y vivir nuevas aventuras, hasta agotar su tiempo vital/mortal, siempre sujeto a un ineluctable dolor gótico.

 

 

El dolor gótico arrasa con las anteriores versiones fílmicas del cruel relato clásico decimonónico seudoinfantil (pero sí sobre la condición infantil) de Carlo Collodi (1883), como si se hubiera prolongado al infinito la traumatizante secuencia de los niños convertidos en burros en la Isla de los Placeres de la célebre recreación animada de Disney (1940) y por encima de su inconsciente perverso polimorfo edulcorado aún presente en posteriores versiones actuadas por intérpretes vivos (sea la sangronsísima egotista de Benigni 02, sea la autoexcitada de Zemeckis 22 con Tom Hanks), para ofrecer ante todo una relectura política e insólita a la vez del tema, porque Pinocho rima bien con el terror prePinochet y con la crispación visionaria, pero también con una alegoría de la sobreexplotación laboral, con el narcisismo innato, con el rechazo a la domesticación colegial burguesa, con la infame gloria de la guerra, con el aprendizaje de la solidaridad en la ignominia victimológica, con la memorable anarquizante burla sangrienta a cualquier populismo patriotero, con la ultratumba-interregno del rulfiano Coco (Unkrich-Molina 17), y con el muy psicoanalizable sadomasoquismo intrínseco de los cuentos de hadas.

 

 

El dolor gótico consigue que, menos tragicómicamente de lo estipulado y sobre límpidos ámbitos de fantasía cósmica o feroces fondos de pesadilla barroco-surrealista negra (sin nada en medio), se articulen marionetas en stop-motion que representan en sí inmensos logros plástico-simbólicos, incluso antes de ser expuestas a la superelíptica edición condensadora narrativa de Holly Klein y Ken Schretzmann para ser entregadas a la música del francés Alexandre Desplat falsamente ambiental o meliflua, erizadas marionetas postimburtonianas (El extraño mundo de Jack 94) y postwesandersonianas (Isla de perros 18), marionetas para adultos con voces célebres (Ewan McGregor, David Bradley, Gregory Mann, John Turturro, Cate Blanchett y Tilda Swinton en doble rol), marionetas femeninas idealizadas como el Hada Azul con proliferantes alas y una frizlanguiana Muerte concesiva cual lerdo perro con enormes cuernos de cabra, o marionetas estrafalarias cual juguetes rabiosos como los bélicos fascistas fanáticos o el grotesco botijón Mussolini o el aristócrata decadente Conde Volpe, y reinando frágil e inocentemente por encima de todas, la marioneta satíricamente volteriana (con amargos ecos de El ingenuo y Cándido o el optimismo) de un Pinocho que aún conserva virulentos signos expresivos de la madera aquí palpitante para permitir que sus pies ardan como sabroso chocolate caliente y su nariz mentirosa haga crecer salvadoras arborescencias escalables, mientras él compite en adulador culto magnificente con un gigantesco e inconcluso Crucifijo de madera.

 

El dolor gótico oscila desazonante y tan seductor cuan irritante, entonces, entre las pulsiones de culto al yo (la de Pinocho, la del belicismo mussoliniano) y de simple sobrevivencia, entre el perfecto sucedáneo del Eros y la pulsión de Muerte con mensaje socrático (“Llega a ser lo que eres”).

 

Y el dolor gótico delega su afirmativo pero pesimista oscuro final depresivo al triunfo de la implacable usura del tiempo, a la inevitabilidad del envejecimiento y de la muerte sobre la tumba de Gepetto, cual nuevo Carlo de ese Pinocho huérfano de su único sostén afectivo, pero remitiendo también, vicariamente, a la satisfecha condena-premiación del sacrificado consejero Grillo entusiasta en las postrimerías de un limbo perenne, jugando baraja con los conejos ultraterrenos por toda una feliz eternidad tan lúdica cuan irónicamente indeseable.

 

 

FOTO: Pinocho fue presentada en el Festival de Cine de Londres en octubre de 2022/ Especial

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