Ser gay fuera de la Ciudad de México

Jun 29 • destacamos, principales, Reflexiones • 8105 Views • No hay comentarios en Ser gay fuera de la Ciudad de México

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Fuera de la gran capital del país aún existen realidades donde la libertad sexual es un estigma. Este texto recopila testimonios sobre el ser gay en estados como Nuevo León, Puebla, Coahuila y Michoacán

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POR OMAR G. VILLEGAS

¿Ser gay fuera de la Ciudad de México? Busqué pistas en las historias que otros han contado, en las cercanas, en la mía. Revisé lo que se publica en redes sociales. Pregunté y en los generosos relatos que me compartieron, a la distancia, algunos conocidos, noté que a todos nos hermana el dolor del clóset, la angustia de llevar máscaras, la búsqueda de una liberación que no deja de ser inquietante. A veces inviable. Parcial. Esa sigue siendo la realidad, por lo menos en México, y me atrevo a decir que en el mundo.

 

Nuestras historias todas se parecen. Cambian los contextos, las épocas, los desenlaces que oscilan entre una plenitud herida y una sobrevivencia a pesar de todo, incluso de uno mismo. Quizá por ello nuestra literatura es el asomo reiterado a esas vivencias que nos marcan. La visibilización mediática actual, la bullente jotería pública, el auge de la corrección política, la tramposa emancipación e irreverencia en internet, jovencitos que eluden el binarismo y desafían, familias que se reeducan, amigos bugas que se solidarizan, compañeros de trabajo que te aceptan, podrían sugerir que derribamos el yugo del secreto. En eso andamos.

 

No minimizaré lo ganado ni alentaré una desesperanza que estorba. Pero en lo cotidiano, en lo sutil, en lo relevante seguimos expuestos a la marginación, a la vulnerabilidad, al estigma. Al odio latente que estalla cuando menos lo esperamos desde cualquier dirección. Puto, maricón, joto, puñal pasan de gracia a afrenta con una soltura propia de un sistema omnipotente y perverso. Quien te abrazó hace un instante puede burlarse o insultarte al siguiente si se siente sacudido, amenazado, desconcertado tan solo por un gesto, por nuestro “degenere”.

 

El lugar donde crecemos nos marca. Es en la infancia y la adolescencia cuando conocemos el máximo suplicio del clóset porque nuestra fragilidad es suprema. Adultos gritándote que estás mal, que te ven con recelo. Será por eso que a algunos nos cuesta mirar atrás, olvidamos, seguimos adelante y evitamos regresar aun cuando nos hayamos reconstruido.

 

Crecí en los violentos, caóticos, polvorientos suburbios del Oriente de la Ciudad de México y en Acapulco. Conocí el terror, el desprecio hacia mí mismo, la homofobia. Avasallado por una curiosidad tan creciente como mi culpa experimenté mi sexualidad con cuanto niño a mi alcance accedió. Luego me retraje invadido por el desasosiego y fui blanco de acosos y golpes en la escuela, de psicólogos a los que me llevaron para curarme y a los que mentía, de profesores y adultos que me reprendían por hacer cosas de niñas, de adultos que me manosearon las nalgas mientras dormía o que me invitaban a subirme a sus autos, de militares que me vieron con saña, de algún hombre que se me insinuó cuando iba a casa de madrugada y al negarme me amenazó diciendo que traía un cuchillo y me asaltó, de gritos y burlas que me sepultaron en miedo y recriminación, que me hicieron normalizar la violencia hacia mí.

 

La Ciudad de México nunca se me mostró como refugio. De niño no figuraba en mis referencias y más tarde fue inaccesible para un jovencito pobre de los suburbios. Con el tiempo me afinqué aquí y sigo sintiéndome extraño. Desconfío de sus quimeras, que siempre me echaron en cara que pertenecía a los desechos urbanos; aunque reconozco que gracias a ellas pude quitarme cargas y hallar cómplices. Refugios. Transformar mi entorno, impregnarlo de cariño. Sin ellas tal vez habría naufragado.

A continuación reproduzco algunas de las confesiones de otros como yo que tuvieron en el clóset un refugio o un calvario autoimpuesto.

 

 

Ser niño gay en Michoacán
“Mi infancia y adolescencia como niño gay zamorano fue en el clóset. Aunque estuve rodeado del amor de mis padres y mi hermana, había ciertas expresiones homofóbicas de mi entorno. Llegué a pensar que mi caso era único o muy reducido y que mi situación, aunque no era un delito y tampoco una enfermedad, no era aceptada por el resto, en especial una sociedad pequeña y católica como la zamorana, siempre atenta al qué dirán, y a la apariencia de una imagen de respetabilidad y dinero. Jamás durante el tiempo que viví en Zamora, casi 18 años, le conté a nadie sobre mi homosexualidad. Para evitar las interrogaciones sobre si tenía novia o me gustaban las mujeres, me dediqué a destacar en los estudios, me concentré en ser un alumno de excelencia, pensando que era una manera de compensar mi homosexualidad ante mis papás. A veces, en secreto, veía películas o escuchaba el programa de radio “Triple G” (Generación de Gente Gay), que se transmitía en W Radio, y pensaba que la Ciudad de México era un oasis donde se podía ser gay, a diferencia de Zamora. Mi mejor amigo también era gay, y los dos nunca lo hablamos mientras vivimos en Zamora. Quizá nuestra adolescencia hubiera sido menos estresante”.

Ernesto Reséndiz Oikión
Zamora, Michoacán
Corrector de estilo, 30 años

 

 

“Pese a que desde los 4 o 5 años de edad era consciente de mis sentimientos hacia otros niños, nunca supe si existía una comunidad diversa que pudiera cobijarme y explicarme lo que sentía. Fui el único hijo varón en un hogar de arraigado catolicismo, por lo que del mundo gay no tenía más referentes que las burlas hechas ‘al joto del pueblo’, tal vez más en tono de advertencia, por lo que quizá adivinaban mis padres, que de genuina denostación. Fue hasta mi llegada a Morelia que, al encontrar a otros ‘rotos y despreciados’ como yo, sentí el cobijo de una comunidad que me daba la bienvenida y a la que yo entendía. Transitar la vida acompañado por gente como yo, y por grandes aliados, me ha permitido liberarme del rancio catolicismo que me rodeó en mis primeros años”.

Ignacio Torres Valencia
Tepalcatepec, Michoacán
Editor, 35 años

 

 

Ser un adolescente gay en Coahuila
“En la secundaria tuve la primera novia y fue mi forma de demostrar mi masculinidad, mi mecanismo de defensa. Después sepulté mis fantasías y decidí no involucrarme con nadie durante toda la preparatoria. A los 22 años apareció Claudia. Cumplía con todo para tener una vida de familia en un pueblo. Aunque fue una relación que me ayudó a crecer, llena de amor, se desbordó lo inevitable. En la universidad me empecé a enamorar de un compañero de clase y aunque nunca pasó nada entre nosotros, fue el detonante para tomar decisiones. Terminé la relación con Claudia y aunque todavía no me asumía como homosexual, decidí experimentar el sexo ocasional con tres hombres. Los encuentros fueron por una vez y a escondidas. Aunque nunca supe de agresión física hacía un homosexual, preferimos vivirlo de manera anónima. La agresión verbal es inevitable y los juicios también. Nunca concebí en ese entonces una relación de pareja en mi natal San Pedro. Aunque llegué a saber de parejas que lo hicieron. Me parecían muy valientes y rebeldes. No fue hasta los 24 que con apoyo psicológico decidí aceptarme y con eso buscar nuevas oportunidades en la Ciudad de México. Cuando compartí mi decisión y preferencia con mi familia pude ver que soy afortunado, aunque en mi hermano vi los mismos prejuicios con los que crecí. Me dijo: ‘Solo quiero pedirte un favor, no te vayas a vestir de mujer’. En nuestro poblado los únicos libres y valientes son los transgénero o transexuales”.

Aníbal de Jesús Toledo Martínez
San Pedro, Coahuila
Psicólogo, 33 años

 

 

El primer amor en Puebla
“Muchas veces los papás se dan cuenta antes que nosotros mismos. Mi papá siempre me insistió: ‘Te tienen que gustar las mujeres’, ‘Camina bien’, ‘Esas cosas son de afeminados’. Y así continuó hasta que se divorció de mi mamá y se fue a vivir a otro lado. No lo culpo. Quiero pensar que buscaba lo mejor para mí. Pero esas palabras me atormentaron por muchos años, tanto que crecí con miedo de no cumplir las expectativas de mis padres. Por esa razón traté de mitigar cualquier sentimiento hacia otro niño. Cuando entré a la secundaria las cosas no mejoraron. A pesar de que me aterraba la idea de que alguien descubriera que me gustaban los hombres, nunca traté de aparentar ser más varonil o fingir que me gustaba alguna chica y de eso me siento muy orgulloso. Nunca utilicé a nadie para ‘cubrir las apariencias’. Recibí innumerables burlas y críticas. Era muy introvertido y estudioso así que la mayoría eran por ser matado. En el fondo prefería un millón de veces oír la palabra nerd antes que maricón.

 

“Cuando entré a la preparatoria me enamoré por primera vez. Fue lo mejor que me había pasado en la vida. Él y yo pasábamos mucho tiempo juntos. Ante los ojos de los demás solo éramos amigos, pero cuando estábamos solos era como si en el mundo solo existiéramos los dos. Aunque nunca nos dimos ni siquiera un beso, estoy seguro que el amor que sentí fue correspondido. Me hubiera gustado aceptarme mucho antes, pero en ese momento era algo impensable. En toda la secundaria y preparatoria no había un solo estudiante abiertamente gay. Me pregunto cuántos habremos padecido dentro del clóset. Era la ciudad de Puebla y principios de los 2000. Posteriormente me mudé solo a la Ciudad de México. Estudié Física en la Facultad de Ciencias de la UNAM y hasta hoy no he encontrado sitio donde haya sido más feliz. Además de la pasión por la investigación científica, en ese lugar impera un ambiente de respeto, tolerancia, civilidad y armonía. Hoy en día vivo en Ensenada. Estudio el doctorado y ya no me preocupa más lo que los demás puedan pensar u opinar de mí. Soy abiertamente gay y si bien no es algo que le ande contando a todos, no tengo ningún problema en que cualquiera lo sepa”.

José Ricardo Santillán Díaz
Puebla, Puebla
Estudiante de Doctorado en Óptica, 32 años

 

 

Salir del clóset en Monterrey
“Desde chavo me di cuenta que era diferente. Viví depresión en la adolescencia al saber que iba a ser difícil para mí pues en mi familia siempre se mostraron cerrados y mi mamá es muy devota. Tuve mis aventuras con chavos, pero dentro de mi cabeza quería ‘una familia normal’. Al paso de los años en vez de salir del clóset, me metí más, aunque seguía viendo hombres. De rato conocí a una chava. Anduvimos y llegamos a casarnos, pero mi relación con ella no era la idealizada. Sacamos nuestra casa. Vivimos lo nuestro. Queríamos tener hijos, pero no se dio.

 

“Un día por Instagram empecé a seguir a un chavo. Me gustaba y comenzamos a charlar. Ya sabía que él era gay. En la primera cita nos besamos y fajamos. Me sentí como nuevo. Esa tarde quedé de verme con mi esposa después de mi encuentro. Cuando la miré, pensé: ‘¡Madres! Ya la engañé y con un hombre’. Algo en mí se rompió. Nuestros problemas de pareja se hicieron más grandes. No me satisfacía y se daba cuenta. No tenía libertad de nada. El amor que sentíamos se iba acabando. El chavo ganó terreno y llegó un punto que ya no tenía erecciones cuando estaba con mi esposa.

 

“En una cena de reconciliación que mi esposa me armó en casa nos miramos fijamente y ella me notó nervioso y atormentado. Me afirmó que yo tenía algo que decirle. Ese día no pude más y le confesé que era gay. Ya había pensado en hacerlo, pero la mayoría de las personas con las que hablaba me decían que no destruyera mi matrimonio, que trabajara en él, que hiciera cosas nuevas y que no lastimara a mi esposa.

 

“Me solté a llorar como un niño y temblaba horrible. Ella se acercó y me abrazó y me dijo que cómo podía hacerme eso, cómo aguanté tanto. Vivimos una semana más juntos y por la paz decidimos mudarnos. Yo por mi lado y ella por el suyo. En mi casa fui el rechazado. Mi mamá decía que me iba a ir al infierno y que por mi culpa ella iría también porque Dios le iba a reclamar por mi vida. Mi mamá y yo nos dejamos de hablar y pasé mi separación en compañía del chavo que conocí en Instagram.

 

“No dejé tiempo para mí ni para pensar qué quería hacer con mi nueva vida fuera del clóset. No duramos mucho el chavo y yo. Parece que no tenía suficiente autoestima para amarlo como él quería. Sufrí pues teníamos una codependencia. Me hice de mi lugar y mis cosas. Comenzaba de nuevo de cero. Lloraba pues me sentía solo y comencé a buscar compañía en Grindr. Conocí mucha gente. Hubo uno que me hizo sentir muy bien, pero me confesó que era VIH positivo y eso me alarmó pues teníamos relaciones sin condón. Me fui a hacer los exámenes y me dijeron que tenía que esperar al menos un mes para hacerlos de nuevo y ver si estaba contagiado. ¡El peor mes de mi existencia!

 

“Por desahogarme le conté a una de mis hermanas y le pedí guardara el secreto. No lo hizo. Mi mamá vino a buscarme y la enfrenté. Le expliqué qué onda con el VIH, que no iba a morir pero que tendría que medicarme. Le dije todo lo que tenía que saber de mí como si le hablara de la vida de un desconocido. Me abrazó. Me hizo sentir querido mas no aceptado. Seguía diciendo que oraría por mí. Ya no nos volvimos a ver. Me saqué los estudios y salí negativo. Decidí hacer mejor las cosas y dejar de andar dando las nalgas por sentirme acompañado, querido o satisfecho.

 

“Cuando me preguntan si soy gay y les digo que sí, me ven y me dicen ‘Ay, es que no pareces’. Aquí siempre se basan por lo que ven. No tienen una opinión real de la gente, solo sus prejuicios. La gente aquí en Monterrey es retrógrada, muy defensora de las buenas costumbres. Caen en la hipocresía y la doble moral. Hay mucha burla. Respecto a mi familia, está rota, llena de malas ideas sobre mi homosexualidad. Soy aquel que rompió la cadena, soy aquel que quiere hacer las cosas diferente”.

David Garza
Monterrey, Nuevo León
Chofer, 32 años

 

Epílogo: La ciudad de las posibilidades
¿Cómo hubiese sido mi vida sin el bullying? Menos agobiante sin duda. Con menos heridas, que no necesitaba para ser más fuerte porque los desafíos que te transforman no deberían provenir del odio.

 

En la Ciudad de México encontré alternativas, cómplices, espacios. Conocí nuestra historia, derechos que comencé a ejercer. He marchado sumando mi voz, mi solidaridad y mi respeto mientras presidentes, gobernadores, alcaldes, líderes religiosos, grupos ultraconservadores, empresarios, ciudadanos guardan silencio, engañan y pactan.

 

No hay una forma de ser gay y el tesoro de esta ciudad apabullante es que puedes elegir cómo quieres serlo mirándote en el espejo. Ser tú mismo resquebraja el clóset que a todos nos lastimó y que comenzamos a quebrar con orgullo hace 50 años desde los disturbios de Stonewall.

 

 

ILUSTRACIÓN: Dante de la Vega

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