El falso adiós de Frida Kahlo

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La supuesta correspondencia amorosa entre la pintora y Finisterre levanta las sospechas de los especialistas

 

POR SILVIA ISABEL GÁMEZ
La biógrafa de Frida Kahlo, Marta Zamora, se sabe la historia de memoria: “La obra estaba en un cajón del abuelito de un amigo que no quiere que su nombre aparezca; fue al revisarlo que casualmente la encontró”. La leyenda que suele acompañar estas narraciones, advertía la fallecida crítica de arte Teresa del Conde, es que “el objeto, dibujo o carta” había permanecido olvidado por décadas en una bodega o archivo hasta que “un descendiente del propietario lo descubrió por casualidad”.

 

Hilda Trujillo, exdirectora de los museos Frida Kahlo y Anahuacalli, coincide en que todas las historias de “cartas perdidas” de la artista que un día son descubiertas se parecen. “Antes me llegaban más, ahora como una al mes”.

 

El relato del último amor de Kahlo, Alejandro Finisterre, surgió al otro lado del Atlántico, en Galicia. Pero los materiales, explica el escritor e investigador Rafael Lema Mouzo (Ponte do Porto, 1967), proceden de México, de un personaje con iniciales A. P. que los recibió de su abuelo, quien los habría encontrado en “el piso” (o departamento) que le compró al editor, cuyo verdadero nombre era Alejandro Campos Ramírez, cuando regresó a España en 1975.

 

El supuesto legado consiste en dos cajas con 352 cuartillas que incluyen cartas, diarios, dibujos y poemas atribuidos a Kahlo, quien se las habría enviado a Finisterre en la primavera de 1954, tres meses antes de su fallecimiento —ocurrido el 13 de julio—, “esperando que pa’cuando yo muera tú les sepas dar el uso que mejor convenga”.

 

Un primer problema es que Finisterre no vivía, como le dijeron a Lema Mouzo, en un departamento de la calle Montes de Oca, sino que en mayo de 1974, cuando ya preparaba su vuelta a España, habitaba en una casa ubicada en la colonia Florida, según información proporcionada por la Biblioteca Nacional de España, obtenida de una carta que el editor dirigió en esa fecha al poeta Jorge Guillén. La vivienda de fachada blanca, en el número 13 de la calle Olivo 81, se encuentra actualmente vacía. La persona encargada de su vigilancia asegura que estas casas siempre se rentaron, hasta que en los últimos años los propios inquilinos comenzaron a comprarlas.

 

Uno de los dibujos del diario Álbum negro, atribuido a Frida Kahlo. (Cortesía Rafael Lema Mouzo)

 

En una de las supuestas cartas que le envía a Finisterre, la artista advierte a su “adorado niño poeta” que teme más al dolor que a la muerte. Le escribe que vive con la columna vertebral “hecha astillas” y la mente nublada por “el demerol, el pulque, el tequila y el desamor”, y por eso piensa en quitarse la vida como “un acto de gran valentía y honor”.

 

Zamora asegura que durante los ocho años en que investigó la vida de la artista para escribir Kahlo. El pincel de la angustia (1987), en los que habló con familiares, amantes y personas cercanas a la pintora, nunca surgió el nombre de Finisterre. Tampoco es mencionado en la obra de Hayden Herrera Frida: Una biografía de Frida Kahlo (1983).

 

El misterioso A. P., quien pide el anonimato, es según Lema Mouzo un hombre relacionado con la edición y el exilio español, como el propio Finisterre. No le interesa, afirma, vender el acervo, sino recuperar la figura del poeta y editor gallego. Desde noviembre de 2020, el investigador ha publicado una serie de artículos en el medio digital Adiante Galicia sobre el contenido del presunto legado, del que apenas ha mostrado, calcula, el 20 por ciento.

 

Tres reconocidos especialistas en la obra de Kahlo coinciden en afirmar que el material es falso. “Es notable que Frida parece dibujar y pintar más después de su muerte que antes. Una y otra vez aparecen maletas y paquetes llenos de sus escritos y dibujos”, señala la historiadora del arte y curadora Helga Prignitz-Poda, quien pide no prestar atención al acervo: “Sería demasiado honor para los falsificadores”.

 

El investigador y curador James Oles recomienda no confiar en “ese lote de obras y documentos sospechosos. Los cuadros y las cartas son, como otros que han salido en años recientes, simplemente más de lo mismo”, mientras que Trujillo zanja: “Todo es falso”.

 

Aunque se tenga la técnica, falsificar a Kahlo es difícil porque no es posible reproducir la emoción del pincel, agrega la directora de Cultura de la Alcaldía Coyoacán. “Los falsificadores están seguros de que te van a engañar. El tema lo conozco bien. Son muy ingenuos. Aunque traten de empatar datos y montar historias, siempre les caes. Y ese material es muy burdo”.

 

Quien falsifica es porque tiene información, afirma Hilda Trujillo. Pero en este caso se ve que no conocen los archivos, dice sobre esta página de Mi voz sometida y mi cuerpo mutilado. “No hubiera usado esa foto así, está inventado”. (Cortesía Rafael Lema Mouzo)

 

A Blanca Garduño, conocedora de la obra de la artista y exdirectora del Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, no le convence el supuesto hallazgo. Desconfía del lenguaje de las cartas: “Frida era muy clara en sus ideas; además, siempre usaba un léxico elegante, aunque escribiera palabras arrabaleras”, y considera que la caligrafía es irregular: “Ella aprendió a escribir manuscrito muy bien, ya que usó cuaderno de doble raya en el Colegio Alemán”.

 

Las cartas cuentan una historia de amor entre el editor y la artista que habría iniciado tras conocerse, el 23 de agosto de 1948 en la pulquería La Bomba Atómica, cuando Kahlo aún mantenía un romance con José Bartolí, que terminará al año siguiente. “Eran amantes. Solían irse de juerga”, asegura Lema Mouzo.

 

“Se me hace raro que coincidan en el tiempo”, dice Zamora, “porque es cuando Frida está más inclinada a las drogas, menos consciente de sí misma, y era bastante que tuviera una relación con Bartolí con la poca energía que le quedaba”.

 

El escritor gallego, autor de una amplia obra que incluye poesía, novela infantil y juvenil, y ensayo, asegura que fue una relación de altibajos, en parte porque la artista rompía y se reconciliaba con su esposo, Diego Rivera, y también por los constantes viajes que hacía Finisterre para atender sus negocios. Pero poco antes de la muerte de Kahlo, agrega, planeaban una vida en común.

 

“Eso nunca se iba a concretar”, sostiene Zamora. “Una de las grandes prioridades en la vida de Frida era estar cerca de Rivera, le era necesario de muchas maneras, no solo económicamente”. A sus amantes les hacía creer que eran el amor de su vida, dice, pero solo como parte del juego. “Era una experta en lanzar luces de bengala sobre una relación que no conducía a nada”.

 

En esta carta, que forma parte también del Álbum negro, la caligrafía no es uniforme, aparece torcida, señala Blanca Garduño. “Frida tenía más recursos para decir palabras de amor. Acá repite hasta tres veces ‘quiero’. Falta de imaginación”. (Cortesía Rafael Lema Mouzo)

 

Lema Mouzo afirma que, antes de conocerse, Finisterre entrevistó a la artista para la revista Rueca (número 10, primavera de 1944), en un texto titulado “Frida Kahlo y la melancolía de la sangre”. Una consulta a la edición facsimilar de la publicación muestra que se trata de un artículo, no una entrevista, y que las iniciales A. F. que lo firman identifican a Águeda (Pía) Fernández, una exiliada española que fue asistente de Alfonso Reyes, estuvo casada con Raúl Anguiano y escribió notas de arte para Rueca.

 

El investigador defiende la autenticidad de los documentos, pues asegura que ha comparado las cartas con otras que se han publicado de Kahlo y se trata de su caligrafía. Pero reconoce que ningún especialista ha autentificado el acervo, que conserva escaneado y ya se encuentra en poder de su propietario.

 

“Aquí en España no hay grandes expertos en la figura de Kahlo, pero a los que estaban un poco más enterados les pareció un material interesante, en primer lugar a nivel de editores”, señala Lema Mouzo, cuya intención es publicar en un solo libro los dos poemarios atribuidos a Kahlo: Mi voz sometida y mi cuerpo mutilado (55 páginas) y Pura manzanilla (81 páginas).

 

Zamora recuerda que existen oficinas de Christie’s y Sotheby’s que podrían examinar el material. “El dueño, si tiene interés en justificar su procedencia, debería acudir con una empresa seria y de prestigio mundial”. Dar difusión a un material apócrifo, agrega, solo beneficia a los falsificadores. “Ganan autenticidad”. Hasta que se conoce la verdad, porque como Trujillo concluye: “Un falso vale cero”.

 

FOTO: Retratos de Frida Kahlo y Alejandro Finisterre atribuidos a la artista/Cortesía Rafael Lema Mouzo

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