El final de nuestros días

Oct 7 • destacamos, Lecturas, Miradas • 1012 Views • No hay comentarios en El final de nuestros días

 

Con Cien cuyes, novela ganadora del Premio Alfaguara 2023, el peruano Gustavo Rodríguez toca los hilos más dolorosos de la vida: la vejez y la muerte

 

POR JOVANY HURTADO GARCÍA
La piel adelgazada en las manos y las pecas que se marcan en las cuencas de las venas, cada día más verdes, anuncian el fin de aquel cuerpo sobre la tierra. Ese momento anuncia sobre la complejidad de vivir sin el cuidado de los padres. Ser anciano es sinónimo de ser bebé, la única diferencia: que ya no hay una madre que cuide. La edad viene junto con la soledad, el andar por el mundo es quedarse cada día con menos personas de las que se conocieron y las que existen van a otro ritmo y pertenecen a otro tiempo. El anciano habita un mundo del cual no se siente parte. La vejez es un tema poco comprendido en América Latina, pero en los próximos años la realidad será diferente, la población tenderá a envejecer. Seremos sociedades llenas de adultos mayores, ¿qué sucederá en nuestros países?

 

A esa realidad se adelanta Gustavo Rodríguez con su novela Cien cuyes, que mereció el Premio Alfaguara de Novela 2023. Su novela, que dialoga entre la tragedia y la comedia, construye al personaje Eufrasia Vela, quien es puente de unión entre los actores que tejen la trama, todos viajan desde un principio en la Combi, conocen el destino: tener una muerte digna, o es mejor decir: morir decidiendo de qué manera.

 

Rodríguez, construye a través de su novela un nuevo mapa del Perú, ya no es el que Mario Vargas Llosa nos mostró, ha cambiado “cuando por fin se inauguró el metro elevado, luego de veinticinco años de construcción, los aplausos ocultaron las críticas de que su larguísima verruga marcaría para siempre a la ciudad”.

 

Eufrasia camina por aquella ciudad y busca ganarse la vida, cuida ancianos y debe soportar el dolor de espalda; el ser madre de Nico la impulsa a buscar mejores ingresos, cuenta con el apoyo de Merta, su hermana; aquí tenemos la construcción de la familia latinoamericana: la mujer como cabeza del hogar, debe buscar la manera de llevar un ingreso.

 

Ella tiene la paciencia para cuidar de aquellas personas, aparecen en su vida de manera vertiginosa. La muerte es el hacha que corta la relación, y la necesidad de sobrevivir la invita a buscar otro hogar, donde sabe que la muerte esta próxima. Así va, de Doña Carmen al doctor Harrison, y llega a los Siete Sabios, parece que aquel destino, del cual quiere escapar, la va a alcanzar por más que brinque de un lugar a otro.

 

Los personajes a los que cuida Eufrasia inician negando su condición, su dignidad la defienden hasta el último momento, no quieren perder ese rasgo de independencia que les queda, aunque ello signifique ponerse en riesgo. “Eufrasia le sugirió colocar un banquito para que se duchara sentada, pero tampoco aceptó. El alarido fue espantoso. Y la escena incluso peor: un pollo inerme en un cuenco de sopa jabonosa”. Aquel cuerpo indefenso y enjabonado es el que con gran delicadeza traza el autor en su novela.

 

La soledad se traza en la pantalla de televisión que trasmite las películas en blanco y negro. Aquellas escenas remueven los recuerdos y trasladan el cuerpo inerme a su pasado. Vuelven a vivir aquellos años donde su cuerpo se movía con ligereza. La imagen va acompañada del sonido, la humanidad encontró en la música la manera idónea de comunicar sus sentimientos y pensamientos, sin darse cuenta que de esa forma regresarían a otro tiempo. Aquellas melodías hacen que el cuerpo se vuelva a mover al ritmo que el tiempo marcó.

 

Los cuerpos solitarios tienden a ser olvidados. Tienen la necesidad de ser escuchados y de sentirse comprendidos. El doctor Harrison extraña a su hija y se lamenta de la trágica muerte de su mujer, tiene al igual que doña Carmen y los Siete Sabios la fortuna de tener dinero para que alguien los cuide, y de manera tangencial el autor nos deja una pregunta: ¿qué sucederá con todos aquellos ancianos que llegan a tan compleja edad sin el dinero necesario para pagar que alguien los cuide? ¿Su muerte será más trágica ya que no sólo tendrán que resignarse a perder sus fuerzas sino a estar a expensas de lo que otros quieran hacer por ellos? ¿Les quedará solo soñar para intentar recordar lo que fueron? “En mi sueño estaba viendo mi novela —continuó la anciana—, cuando de pronto empezó un terremoto, como si el cielo se hubiera caído con todos sus planetas. No sabes qué susto…”.

 

Gustavo Rodríguez toca con su prosa los hilos más dolorosos de la vida: el final. ¿Quién esta preparado para morir? Harrison respondería: “La gente le tiene miedo a lo que no conoce —continuó el doctor—. Y me imagino que mientras más culposa es la persona, más miedo le debe tener a un supuesto castigo que habrá al final. Eso lo puedo entender —Jack sorbió otro trago—. Yo mismo fui educado en un colegio donde siempre te sermoneaban sobre el castigo a los pecados.”

 

Estamos frente a una novela que se adelanta a su tiempo, que a pesar de la dificultad del tema la manera cómica, como Rodríguez lo maneja, hace que esa etapa final se vea con menor dolor. Estamos frente a una de las plumas más desafiantes de Iberoamérica, que se atreve a tomar un tema doloroso y complejo y anunciar el futuro de nuestras sociedades. Nos dice que eso que pensamos es el futuro, y puede ser más complejo de lo que pensamos: ¿sabremos llevar nuestra vejez? ¿Tendremos el valor de poner fin a nuestra vida como lo hacen algunos de los personajes de la novela? ¿Sabremos reconocer a la soledad como la única compañera? Y, por cierto: ¿Qué sucede con Harrison y los Siete Sabios? ¿Cómo termina sus días Eufrasia? No lo he querido decir para extender la invitación al lector para que disfrute la prosa de Gustavo Rodríguez.

 

 

 

FOTO: Gustavo Rodríguez nació en Lima (1968), también es autor de Treinta kilómetros a la medianoche y Machista con hijas. Crédito de imagen: El Comercio /GDA

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