El guajolote, puente entre dioses y humanos

Jun 3 • Conexiones, destacamos, principales • 1710 Views • No hay comentarios en El guajolote, puente entre dioses y humanos

 

Se decía que el pavo no era digno de estudio, pero investigadores del Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos rompen este mito. El libro El guajolote en Mesoamérica aborda el rol de esta ave en la domesticación de animales, los rituales prehispánicos, su relación con la gastronomía, la iconografía o como símbolo de Acción de Gracias en Estados Unidos

 

POR FRIDA JUÁREZ
En los últimos 20 años ha cambiado drásticamente el cuidado de los humanos hacia los perros, el animal doméstico más común. Antes, podían pasar horas solos, darles de comer sobras; ahora Dios nos perdone si no les damos suplementos alimenticios y latas con salmón orgánico, si no tienen juguetes que estimulen su cerebro o si no compramos zapatitos para que no se quemen sus patitas… Esta situación actual sobre el cuidado a los perros me hace preguntarme, ¿qué se dirá de nosotros como sociedad en el futuro? Con esta misma curiosidad por descifrar más sobre las antiguas sociedades, un grupo de especialistas decidió aventurarse a profundizar en los estudios sobre el guajolote y ahora este esfuerzo se materializa en el libro El guajolote en Mesoamérica, publicado por el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (Cemca, Fundación Stresser-Péan, 2022)

 

¿Por qué sería relevante investigar al guajolote? Esta es la primera vez en la región que se realiza una investigación profunda sobre este animal. Más allá de encontrarlo en tamales o servirlo en cenas navideñas, el guajolote tuvo una estrecha relación con nuestros ancestros de la época prehispánica. Su lugar en esa sociedad era tan especial porque se trata de “una de las pocas especies autóctonas domesticadas antes de la llegada de los españoles”, junto con los perros y las abejas, y era una especie relevante en el mundo de los dioses y, por lo tanto, en los sacrificios.

 

El libro El guajolote en Mesoamérica —coordinado por la directora del Centro Nacional de Investigación Científica (París), Anath Ariel de Vidas; Nicolas Latsanopoulos, maestro en Ciencias de las Religiones, y Perig Pitrou, antropólogo— consta de 15 capítulos, en los que 19 investigadores abordan al guajolote desde la perspectiva arqueológica, histórica y antropológica. Los textos van desde la representación pictórica del guajolote en manuscritos prehispánicos, en prácticas culinarias y hasta perspectivas contemporáneas, como el simbolismo de este animal como migrante mexicano de la fiesta estadounidense de Acción de Gracias.

 

En una entrevista, los coordinadores del libro —que radican en Francia— explican que en los estudios mesoamericanos, el guajolote “ha sido algo olvidado (por no decir ‘despreciado’)”. Los especialistas destacan que para ellos era importante investigar la domesticación de esta ave emblemática de México —cuya importancia como símbolo nacional la compararon con el maíz—, pues una particularidad del área es “la ausencia de procesos domesticación antiguos como ocurrió en las culturas pastoriles de Oriente Medio o Asia”.

 

“Los seres humanos no sólo interactúan con sus semejantes, sino que también están inmersos en un entorno poblado por otras especies, con las que forjan vínculos, establecen normas y realizan actividades basadas en éstas. Ejemplo de ello son el estatus de las vacas en la India o la prohibición de comer cerdo en el judaísmo y el islam. Estudiar el lugar que ocupan los guajolotes en la vida cultural de los humanos nos ayuda a comprender el sistema simbólico de las sociedades”, dicen los coordinadores sobre la relevancia de conocer más sobre cómo se domesticaron los animales.

 

Pese a que en los últimos años han aumentado las investigaciones históricas sobre procesos de domesticación en el mundo y hay numerosos estudios con la perspectiva arqueológica, histórica y etnográfica sobre animales como el jaguar, el perro, el mono y el colibrí, el guajolote seguía siendo ignorado por la academia hispanohablante. Caso contrario es el de la academia estadounidense, pues en el sur del país sí se han realizado trabajos sobre este animal, ya que ahí también fueron directamente domesticados, como se reporta en el capítulo “Los orígenes de la domesticación del pavo en Mesoamérica”, escrito por las investigadoras Erin Kennedy Thornton, del departamento de antropología de la Universidad de Washington, y Kitty F. Emery, del Museo de Historia Natural en Florida.

 

“El hecho de que las primeras investigaciones sobre el guajolote se desarrollaron en Estados Unidos se debe probablemente a los sorprendentes hallazgos realizados en Paquimé (o Casas Grandes), en Chihuahua, a finales de los años 50, en medio del área cultural conocida como Aridoamérica. Se han encontrado criaderos de guacamayas rojas y de guajolotes, oriundos de regiones mesoamericanas, que integraban un complejo sistema comercial de larga distancia incluyendo también el intercambio de turquesa y de conchas marinas. Por lo mismo, los expertos de la cultura popular se interesaron rápidamente en el problema del origen y de la difusión del Meleagris gallopavo en el suroeste americano”, detallan.

 

Los especialistas tienen otras teorías sobre por qué este tema había sido poco estudiado, y tiene que ver con lo que ellos ellos llaman prejuicio.

 

“Quizá, la omnipresencia de este animal en los patios traseros y en la cocina popular mexicana fue lo que le hizo finalmente invisible y un tema ‘indigno’ para la investigación académica”, plantean.

 

 

Silbatos en forma de pavo en unas culturas prehispánicas, del esquematismo al naturalismo. Cortesía Nicolas Latsanopoulos

 

Nuevos hallazgos

 

Otra razón por la que no se había profundizado sobre el tema es por una problemática que plantea la investigación arqueológica y antropológica de este animal: dificultades para identificarlo con certeza, algo que se aborda en el libro.

 

Kennedy Thornton y Kitty F. Emery explican que, si bien se puede diferenciar a primera vista entre un guajolote silvestre (ocelado) de uno domesticado, no es posible hacer esta distinción a partir de los huesos que se descubren en zonas arqueológicas porque son iguales. No había manera de indicar con certeza si el animal vivía con los humanos, o era salvaje y se encontraba de paso por la zona habitada.

 

Precisamente, la solución a esta problemática es una de las aportaciones que ofrece El guajolote en Mesoamérica, dice Guilhem Olivier, investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y autor del “Epílogo”. En el libro se registra que con estudios de isótopos, los arqueólogos ya pueden precisar si las osamentas de guajolotes son de un animal salvaje o uno domesticado: “Si comieron maíz, sí fueron parte de un proceso de domesticación”, detalla Olivier. Al igual que los guajolotes, en su momento fue un reto identificar a un coyote de un perro, animal que, por extraño que parezca, es muy cercano al guajolote, como veremos más adelante.

 

En las representaciones pictóricas también había confusión: era complicado saber cuándo una figuración era sobre un guajolote y cuál era sobre un zopilote. Si bien podría parecer un problema nimio, en realidad tiene repercusiones en la interpretación de códices antiguos.

 

Los coordinadores indican que como la figura del guajolote había sido poco estudiada, no existían criterios de identificación “firmes” para señalarlo “de manera segura dentro del amplio repertorio iconográfico existente”.

 

“La necesidad de diferenciar las imágenes de guajolotes de los zopilotes es importante porque tiene fuertes repercusiones a nivel interpretativo, ya que ambas especies remiten a distintos espacios simbólicos. El análisis iconográfico permitió definir cuáles son los rasgos morfológicos más comúnmente figurados y demostró la existencia de criterios figurativos para diferenciar los pavos de las pavas y de los pavipollos. Si la cabeza y el cuello sin plumas, con piel arrugada y cubierta de carnosidades, así como el mechón de filoplumas o ‘barba’ son comunes en toda la especie, los machos están generalmente representados con la carúncula frontal suelta, espolones sobre las patas y con la cola desplegada en abanico; mientras que una carúncula frontal corta y la ausencia de espolones caracteriza más bien a las hembras y los pavipollos”, exponen de manera detallada.

 

Xólotl: dualidad entre el guajolote y el perro

 

Otra aportación que se registra en El guajolote en Mesoamérica es el hallazgo de restos de guajolote en sepulturas ubicadas en Oaxtepec (Morelos), Paquimé (Chihuahua), Vista Hermosa (Tamaulipas) y en Tikal (Guatemala). Esto es un elemento más que se suma a la lista de conexiones que hay entre el perro y el guajolote. Pero, ¿cómo puede haber dualidad entre un mamífero y un ave? Todo se remonta a la etimología náhuatl. Guajolote se dice huexolotl, mientras que perro se dice xolotl. “En ambos casos la palabra xolotl se puede traducir también como ‘gemelo’, lo cual remite a un sistema de dualismo asimétrico que constituye uno de los fundamentos del pensamiento mesoamericano”, se lee en el “Epílogo”.

 

“El encontrar guajolotes en contextos funerarios nos permite pensar que el guajolote como el perro podrían haber sido concebido como el animal que guía a los muertos al más allá. En el caso del perro ese dato es bien conocido, pero en el caso del guajolote era un aspecto que se desconocía y, ahora, sí hay varios elementos que hablan de su posible papel como acompañante de los muertos”, asegura Olivier. Este planteamiento se puede ver ilustrado en la lámina 45 del Códice Laud, donde se ve a una persona realizando un autosacrificio y del otro lado ya la esperan un perro y un guajolote.

 

Para los coordinadores de este libro, las aportaciones radican en ver al guajolote como actor en las relaciones con los humanos y no sólo como un animal entre otros y en que estas investigaciones dan pie a nuevas incógnitas.

 

“Un estudio comparativo más detallado entre el perro y el guajolote arrojaría luces sobre varios aspectos de las concepciones indígenas de la fauna mesoamericana, desde las prácticas sacrificiales hasta los nexos entre estos dos animales y el mundo de los dioses”, propone Olivier. El investigador también señala que hace falta un estudio que explique por qué, con el paso del tiempo, el perro dejó de ser un animal de consumo humano, mientras que el guajolote sigue sirviendo de alimento.

 

Entre las conclusiones, los coordinadores reconocen que hay mucho más que investigar sobre esta “compleja y enriquecedora” relación entre el pavo y el humano, y afirman:
“Estas investigaciones que se hacen eco mutuamente en este libro han permitido abordar de una manera más conceptual la participación del guajolote en la vida social y religiosa en Mesoamérica del pasado y de hoy, tanto en la composición y la recomposición de las fronteras, declinadas en sus múltiples variantes, entre lo autóctono y lo alóctono, entre humanos y no humanos, como, de una manera más amplia, en los mecanismos de identificación y diferenciación”.

 

 

FOTO: Chalchiuhtotolin, Códice Borgia, lámina 64. Crédito de imagen: Especial

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