El “nosotras” de Elena Poniatowska
Un ensayo sobre el origen de su obra Hasta no verte Jesús mío, en el que la insistencia de la periodista en escuchar las experiencias de la mujer real detrás de Jesusa Palancares, permitió hacer visible la labor de las mujeres durante la Revolución mexicana
POR NAYELI GARCÍA SÁNCHEZ
Elena Poniatowska es una mujer que no usa los pies para recorrer un lugar, las manos para tocar o los ojos para ver, porque desde los 20 años aprendió a habitar el mundo a través de su escucha. Su obra más conocida, sobre el movimiento estudiantil de 1968 y la posterior masacre perpetrada por el Estado, no podría haber existido si ella no hubiera empezado su vida laboral con una entrevista diaria en el Excélsior, tampoco sin la elaboración de Hasta no verte Jesús mío (Era, 1969). Esta novela, que mereció el Premio Mazatlán de Literatura 1970, es el relato de vida de Josefina Bórquez rebautizada en la ficción como Jesusa Palancares. Se trata de una autobiografía escrita en una primera persona singular que, sin embargo, configura una nueva especie de nosotras. De tal manera que cuando la narradora dice en el párrafo inicial: “Ésta es la tercera vez que regreso a la tierra, pero nunca había sufrido tanto”, comienza la puesta en escena de un diálogo.
Elena es la mujer con el mejor oído de México. Por su escucha han pasado miles de anécdotas y confesiones que ella ha sabido transformar en literatura. Lo suyo es la escritura crítica, pero no solemne; de una curiosidad casi infantil, como si una niña supiera lo que es la lucha de clases pero todavía se interesara por los placeres simples de la vida. Su carrera como periodista inició en 1953 y dio un giro con la publicación del libro de crónicas Todo empezó el domingo diez años después. Ella se encargó de la parte textual y Alberto Beltrán, del Taller de Gráfica Popular, de los dibujos. Juntos, retrataron lo que hace la gente mexicana en su día de descanso.
Quizás en aquellos paseos dominicales de observación, Poniatowska descubrió que su oído tenía un alcance mayor. Que era capaz de escuchar a los que nadie escucha. Así fue como llegó a Jesusa: la oyó mientras platicaba en un lavadero y la sorprendieron su locuacidad y su capacidad de indignación. Decidió que escribiría no un libro sobre ella, sino un libro con ella. En un artículo publicado en 1978 en la revista Vuelta, Poniatowska relata:
A regañadientes, Josefina accedió a que la fuera a ver el único día de la semana que tenía libre; el miércoles de cuatro a seis. Empecé a vivir un poco de miércoles a miércoles. Jesusa en cambio no abandonó su actitud hostil. Cuando las vecinas le avisaban desde la puerta que viniera a detener al perro para que yo entrara, decía con un tono malhumorado: “¡Ah, es usted!”
El mismo texto señala más adelante la distancia que hay entre ambas mujeres por su educación y sus costumbres. No sólo la más evidente, que es la de la participación de Poniatowska en la cultura escrita, sino también la diferencia de clase social. Cuando la periodista intentó auxiliar a su informante en alguna de sus labores, se encontró con su propia inutilidad: no halló cómo lavar unos overoles tiesos de mugre y se vio en severas complicaciones al sacar a las gallinas para que tomaran un poco de sol. Al principio, Jesusa no quería que Elena grabara sus palabras: la grabadora antigua gastaba mucha energía eléctrica y no funcionaba tan bien como ella esperaba. Eso determinó el proceso de escritura y lo ató a la memoria y a las notas que la escritora podía hacer al llegar a su casa.
La novela narra la búsqueda de sentido que Jesusa (Josefina en la realidad) hace para entender por qué ella ha sufrido tanto en la vida. Por qué le ha ido tan mal. Hija de una familia campesina y pobre, Jesusa pronto se tuvo que integrar a las filas de la Revolución mexicana. Pasó de una campaña a otra hasta que llegó a la Ciudad de México y comenzó una vida de trabajo. Hizo de todo lo que una mujer sin educación tenía permitido en una sociedad postrevolucionaria que, por lo menos a ella, la dejó al margen: dedicar la fuerza de su cuerpo a lo ajeno.
Y desde entonces todo fueron fábricas y fábricas y talleres y changarros y piqueras y
pulquerías y cantinas y salones de baile y más fábricas y talleres y lavaderos y señoras
fregonas y tortillas duras y dale y dale con la bebedera del pulque, tequila y hojas en la
madrugada para las crudas.
Pero sobre todas las cosas, Jesusa conservó su independencia y su autonomía. En su artículo de 1978, Poniatowska habla de las proximidades de la vivienda de Josefina, dibuja un terreno desolado donde nada sobrevive, excepto la gente pobre y trabajadora como ella. La descripción de una tierra desabrigada y rasa da la idea de lo áspero que debe ser vivir allí, de las dificultades a sortear, de la inseguridad y de la imposibilidad de formar una comunidad a la cual pertenecer.
En el segundo ensayo (escrito en 1987) que Poniatowska le ha dedicado a su narradora, retoma algunos pasajes del artículo de Vuelta y —a la luz de los años— modifica su postura respecto al personaje como representante de la Revolución. De cierta manera en este obituario que la escritora publicó a la muerte de su amiga, hay un reconocimiento de la relación entre el recuento de ocupaciones de Jesusa que puede rastrearse en Hasta no verte y el papel de las mujeres en la Revolución, como fuerza de trabajo no remunerado.
Sin las soldaderas no se sostiene la Revolución, pues ¿quién mantenía a los soldados? Sin ellas, todos hubieran desertado. Les hacían casa y calor de hogar y hasta los enterraban (…) quién sabe cómo se las arreglaban para que aun en las peores circunstancias el campamento amaneciera oloroso a café.
La colaboración entre Elena y Josefina alcanzó a formar una amistad compleja y profunda que continuó gracias a la palabra compartida por más de diez años. Si Elena viajaba, Josefina iba con los escribanos del Centro Histórico de la ciudad a dictar cartas para enviárselas a Francia.
A pesar de esta cercanía fuera de la ficción, en la novela la voz de la entrevistadora sólo puede entreverse en frases de Josefina que implican una conversación. Cada tanto, la narradora se dirige a una “usted” que se esfuerza por aparecer poco de manera textual, pero que organiza el relato en su totalidad. Por ejemplo, cuando Jesusa habla de una cicatriz que dejó en su cuerpo un enfrentamiento violento con su esposo Pedro, hay marcas textuales que indican la presencia de varios gestos hechos al momento de la conversación:
No sé ni cómo vivo. No me acuerdo si fue esta mano la que levanté pero la tengo señalada, la izquierda; me entró el machetazo en la espalda. Mire, me abrió. Aquí se me ve la herida porque este espadazo entró hasta el hueso. Me sangró pero yo no lo sentí; de tanto golpe yo ya no sentía” (mis cursivas).
La presencia del demostrativo que acompaña a la palabra “mano” es, por lo general, indicadora de que un movimiento físico aclaró a qué hacía referencia. En este caso, se da a entender que Jesusa movió ya sea la mano derecha o la izquierda para mostrar en qué lugar recibió el golpe del machete que la dejó “señalada”. A este indicio textual, se suman el imperativo de “mire” y el adverbio “aquí”, que actualiza su sentido cuando se sigue de una señalización gestual o se comparte tiempo y espacio. El cuerpo de Jesusa es un mapa que contiene información probatoria de su narración verbal. El personaje tácito del relato (ese “usted” que sugiere la forma de los verbos) está presente cuando la mujer cuenta su historia. Esto no implica necesariamente un llamado al lector, que podría identificarse con cualquier forma de la segunda persona de la conjugación y sentirse directamente interpelado por el relato de Jesusa. Debido al conocimiento que existe sobre el proceso de elaboración del texto, es fácil asumir también que en algún momento ese “usted” fue la mismísima Poniatowska, sentada enfrente de Josefina, escuchándola. La “usted” es un personaje más del relato y una huella de la entrevistadora, que se delimita precisamente en ausencia. Aunque nunca aparezca nombrada, sus evocaciones repartidas aquí y allá por todo el texto, la convierten en una criatura textual más.
La historia de Josefina llegó a convertirse en un libro debido a la insistencia de Poniatowska en escribirla. Cuando se publicó, Josefina no recibió ninguna atención mediática, debido a que su nombre verdadero ni siquiera era parte de la esfera pública. No hubo, en este caso particular, un proceso de movilidad social mediado por la publicación de su vida. En su momento, fue Poniatowska quien recibió capital cultural por escribir este relato. Sin embargo, ya para 1969 la autora era una intelectual reconocida en el medio letrado mexicano, papel que se reforzó en gran medida con La noche de Tlatelolco (1971) y se ha reforzado durante su larga trayectoria. Para el momento del encuentro con la escritora, Josefina no era militante de ninguna causa social, ni tenía un interés previo en “dar a conocer” sus experiencias: esa necesidad surgió de la escucha sensible de Poniatowska, que decidió acercarse a la otra mujer, atraída por su peculiar forma de hablar, cuyo registro recreado es uno de sus mayores aciertos.
En este sentido, la reunión entre la escritora y la informante evidencia relaciones contradictorias que dificultan llegar a una interpretación monolítica de algunos aspectos del proceso de creación literaria: por las particularidades de la situación no es sencillo determinar quién sacó mayor provecho de la situación o quién debería recibir el crédito por el resultado final. Poniatowska decidió escribir la vida de Bórquez sin proponerse el fin específico de hacerle justicia en términos materiales, sino históricos. Bórquez, a su vez, no pidió ninguna ayuda; por el contrario, en un principio se resistió a hablar. Al final, Poniatowska narró una historia representativa de una clase social, recuperó una historia digna de contarse y lo hizo de forma estéticamente relevante; aunque Bórquez no quedó del todo conforme con la versión final del texto, el anonimato que solicitó fue respetado hasta el final de sus días.
A sus lectores, ambas nos regalaron un nuevo “nosotras” que permite a cada una su individualidad pero las conjuga en la colaboración. En días cada vez más aciagos para las mujeres en México, quizás en ellas podamos encontrar una forma de unir batallas. La lucha de clases no tiene por qué estar desprendida de la lucha feminista, sólo hace falta aprender a escuchar y “nosotras” nos hará fuertes.
FOTO: Este 19 de mayo Elena Poniatowska celebró 90 años/ ARCHIVO EL UNIVERSAL
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