“El rompimiento es la creación”, afirma Eduardo Matos Moctezuma en entrevista
En una conversación muy personal, el arqueólogo revela la cartografía emocional por la cual ha navegado su vida y obra, con datos poco conocidos. El Premio Princesa de Asturias 2022 comparte su gusto por la poesía de Rilke y la admiración por mujeres como Lou Andreas-Salomé. Como síntesis de vida, responde: “He hecho lo que me he planteado”
VALERIA MATOS
Eduardo Matos Moctezuma (arqueólogo, antropólogo, merecedor de numerosos premios y distinciones, entre otros, el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2022) platica sobre algunas de las mujeres que admira, como Lou Andreas-Salomé, Breton, Hildegarda von Bingen, su madre… Infarto al miocardio, ¿le tema a la muerte? La certeza: duerme en cama de latón.
(…) una se pregunta cada día
dónde puede encontrarse alguien:
si elevado hasta los confines de la atmósfera humana,
o si hundido en el fondo de un cráter,
debatiéndose entre los más violentos fuegos
que jamás hayan ardido en el seno de la tierra.
Para Rainer María Rilke de Lou Andreas-Salomé (junio, 1914)
Más de 30 años antes: Cartas a un joven poeta, de Rilke. La casi niña leyó ahí un posible destino. Libro, regalo de él. La casi niña baila. Yo bailé. Mamá perfecta canta Bola de Nieve, mi padre sube el volumen del estéreo.
Eduardo Matos (EM): Antes de que empecemos te tengo un regalo. Acaban de enviármelo. Hecho a mano. Lee la dedicatoria.
A manera de dedicatoria para quienes lean el Erectario,
exclamaré, como lo hiciera Rainer María Rilke en su primera Elegía de Duino, las siguientes palabras:
¿Quién, si yo gritara,
me escuchara en el Coro de los Ángeles?
EM: Es una historia de amor. Quiero que la leas, me gustaría oír tu opinión. Guárdalo en la bolsa. Está firmado para mi pequeña Scarlett.
Sobre amores… Nos sentamos frente al retrato de su madre, Edith Moctezuma Barreda. Una pintura al óleo realizada por J. Claró, 1950. Él tenía nueve años, no sabe quién es el artista. “Pintó a mi mamá a partir de una foto. Aparece con estos adornos, la pulsera, los aretes, el medallón. Recuerdo el vestido, a veces a las fiestas iba así”. Guardo dicha foto de la abuela. Perfil, mujer joven, nariz recta, cabello en ondulación, oscuro, hombros escotados, vestido de seda. Algo de ella quisiera reconocer en mí.
EM: Mamá era una mujer muy inteligente. Algo que la retrata a la perfección es lo que te voy a contar: una mujer profundamente católica. Pertenecía a asociaciones como las Damas vicentinas, fundó las Damas guadalupanas, en Honduras. Sin embargo, estando en Panamá, donde le hicieron esa pintura, en las noches (yo tendría unos ocho años, mi hermano diez), iba a nuestro cuarto y nos leía, ¡agárrate!, El origen de las especies de Darwin, libro vetado por el Vaticano. Qué contraste. No sé si lo hacía para que nos durmiéramos, lo cual conseguía de inmediato, o quería darnos a conocer el proceso de la humanidad, de su desarrollo. Conseguía ambas cosas. A una pregunta que me hicieron no hace mucho comenté que a lo mejor alguna reminiscencia quedó de esta cuestión del pasado para que más tarde me dedicara a la arqueología.
Mi madre me lo dijo: “Cuando vivieron en México, tu abuela demostró fortaleza. Trabajó para ayudar a sacar adelante a la familia después de haber estado en su papel de labor social siendo esposa de un diplomático”.
EM: Estuvimos acompañados por mi abuela María, una mujer de carácter fuerte. Mi mamá creo que heredó algo de eso. Cuando vinimos a radicar a México (mi madre era mexicana, poblana), ambos, mi papá y mi mamá, trabajaron. Mi papá limitado como extranjero, no podía trabajar en cualquier puesto [Rafael Matos Díaz, diplomático, nació en Santo Domingo, República Dominicana], se dedicó a construir pequeños edificios para venderlos, para infortunio de quienes habitaran en aquellos departamentos (ríe). Mi mamá emprendió de inmediato a trabajar. Puso una casa de venta de ropa para mujeres en las Lomas, un espacio no muy grande, en la calle de Aguiar y Seijas. Nosotros vivíamos enfrente, en un edificio que era de un tío mío, Mauro Gomezperalta. Ella todos los días iba a atender su negocio. Ahí conocí a Rebeca Iturbide, actriz del cine mexicano. Conocí a varias personalidades que iban a vestirse en aquella tienda que se llamaba María Fernanda, llevaba el nombre de mi hermana.
Pienso en la fertilidad, hablando de la madre, no porque deba asociarla con las mujeres forzosamente. Mi asociación llega al erotismo, que lo recorre todo.
EM: En mi obra (que, claro, principalmente es arqueológica, aunque también he escrito cosas literarias y de cultura popular) el aspecto del erotismo ha estado presente. Fundamentalmente he hablado sobre el tema en Erectario. Escribí una historia de amor en la que intervienen varias mujeres. Lo inicié en París, allá por los años ochenta. Trece pensamientos (me niego a llamarle poesía, respeto mucho la poesía, aunque no falta quien dice que en mi forma de escribir en general, inclusive en temas arqueológicos y tan tremendos como es el de la muerte, también hay poesía, eso dijo Miguel León-Portilla en algún momento). Poco a poco se enriqueció Erectario con partes de algunas vivencias amorosas. Finalmente, cobró su forma. Se publicó en Letras Libres hace algunos años; ahora es una edición pequeña. Quien tuvo a su cargo corregirla fue un gran poeta y amigo, recientemente fallecido: David Huerta. David, tres días antes de morir, me escribió, a mí y a Juan Nicanor Pascoe, el editor (que hizo a mano esto en un pueblito de Michoacán), para decir “está listo”. Murió poco después. Una pérdida lamentable para la literatura mexicana.
El primer contacto con la muerte (la muerte que cada quien introyecta de maneras distintas, y cuyo resultado de la fisura psíquica es incierto).
EM: Quizá la primera vez que sentí a la muerte tendría trece años, cuando murió mi abuela María. Estaba enferma del corazón. Mi mamá, poco antes de que muriera la abuela, nos decía a mis hermanos y a mí, con gran solemnidad: “su abuela está muy mal, si sucede algo, así como ella los cargó de chiquitos, ustedes cargarán su ataúd”. Yo temblaba de terror de tener que cargar un ataúd, ¡imagínate! No sé qué pensarían mis hermanos, pero aquellas palabras de mi madre me tenían sin dormir. Afortunadamente no tuvimos que cargar nada… Lo sentimos mucho. Le decíamos mamábuela. Vivía con nosotros, era quien nos cuidaba mientras mis papás tenían que atender sus compromisos diplomáticos. Había un gran apego entre la abuela y nosotros, en particular la sentía muy cercana. Igual que a mis papás, pero se daba un fenómeno interesante. Mi papá era poco expresivo en cuanto a cariño, aunque notabas en algunas acciones que nos quería muchísimo, lo sentíamos cerca. Mamá era más cariñosa.
El abuelo no se acercaba a nadie, el tacto no era para él. Dicen, en cambio, que mi abuela Edith le hacía mimos al tío Eduardo en el cabello (cuando este último existía), después de que llegaba a casa, al terminar el trabajo de campo, con sus botas manchadas de lodo.
Regreso a la fertilidad… el caracol. Él y yo en el Museo del Templo Mayor. Mirándolo dijo: “Mi pieza favorita”. Escultura tallada en piedra, belleza que mide casi un metro.
El caracol es símbolo de vida.
El artista que lo creó hizo no solo vida a través de la forma,
sino que unió volumen y ritmo y logró,
con líneas que se desparraman suavamente,
el movimiento constante y eterno del símbolo vital.
Eduardo Matos Moctezuma
EM: Esa pieza, desde que salió en el Templo, llamó mi atención. El artista anónimo mexica que la hizo era un genio. La foto que me tomó Daisy Ascher, gran fotógrafa, la publicó en un libro editado por el INBA. Retrató a varios personajes de la cultura mexicana. Ahí aparezco junto al caracol maravilloso. Yo sabía sobre el trabajo de Ascher, pero a ella no la conocía. Llegó una mujer muy inteligente, muy bella también. Vio el caracol. Lo teníamos exhibido para la gente que visitaba el Templo. “Quiero que te pongas en cuclillas junto a esta pieza”. En esa época yo usaba pipa (¡te acuerdas que tengo mi colección!). Me puse en cuclillas. Ella empezó a tomar fotos. Pas, pas, pas, caminaba en semicírculo. Le pregunto, “¿y qué otras fotos me tomarás?” “No, con ésta”. Una semana después me manda la foto: “aquí está la que he seleccionado para el libro”. Cuando la vi, pensé: “Esta mujer tiene una sensibilidad impresionante, todo hace juego”. Es más, hagamos un paréntesis, quiero que veas la fotografía, a ver si la encuentro, te la traigo (digo, te traigo la foto, no a ella porque ya murió; menudo susto nos llevaríamos si se aparece Daisy). Quiero que veas en la foto cómo mi calva, por ejemplo, hace juego con la pipa y las ondulaciones de la pieza, es una joya.
Cruzamos el patio central, la perrita nos acompaña, se hacen cariños. Entramos a su estudio (me encanta buscar entre los títulos, sus fotos, el silencio). Los ojos míos tienen imán necromántico. Miro los retratos favoritos, blanco y negro en la pared, “gente con barbas”, como él los llama: Walt Whitman (el poeta), Pissarro (el pintor) y Rodin (el escultor). Éste aparece en su lecho mortuorio. “Esa fotografía es una maravilla, Rodin en el momento en que muere. ¡Mira qué perfil del gran escultor…! Del cual Rilke fue secretario. Alguna vez escribí: ‘La mejor escultura de Rodin es su perfil después de muerto’”.
Laberintos de caracoles, caracolas… Para mí es vital crear vínculos con mujeres (es así como somos un todo atemporal), también con quienes están muertas, pero les sobreviven sus investigaciones, pensamientos, arte. A él y a mí nos gusta hablar de ellas. Quiero escuchar acerca de Adela Breton.
EM: Adela Breton de Inglaterra. Una mujer que yo admiro. Es increíble dentro de la historia de la arqueología. Artista, primero que nada, pintora. En el siglo XIX, que tú ubicas muy bien, ella conoció a un arqueólogo, mayista, y a través de sus pláticas se interesó en venir a México. Él la convenció de que valía la pena que viniera. Viajó. Breton hizo un recorrido a caballo desde Michoacán hasta la zona maya, acompañada siempre por un purépecha de apellido Solorio, hay fotos de ambos: ella en el caballo (yo reproduje esta fotografía en mi Historia de la arqueología), él deteniendo las bridas, Adela con su sombrerito, su vestido largo, muy de la época (imagínate con aquellos calores, claro que le servía contra los mosquitos, me imagino).
Adela Breton emprendió el camino tomando fotografías y pintando. Pasó por el Tajín. Para llegar en aquel momento al Tajín en Veracruz era una odisea, pues ella llegó y pintó. La importancia que yo le veo es, primero, el arrojo de una mujer inteligente, sensible que enfrentó lo que implicaba viajar en esas condiciones. Segundo, no se detuvo. Fue pintando, fotografiando, documentando. La mayoría de sus acuarelas se encuentran en Bristol. Una mujer única por el tiempo que vivió. Como tú bien dices, a las mujeres se les restringía en muchos ámbitos, pues ella rompió con eso. Emprendió lo que quiso hacer y lo hizo.
Mujeres irruptoras de los cotos de poder masculinos… Siempre han existido.
EM: Algunas eran esposas de arqueólogos que los acompañaban en sus trabajos, pero ellas tenían parte fundamental en el quehacer arqueológico y, en ocasiones, escribían. Fíjate nada más… era la época: tenían a veces que ocultar su nombre y poner el del esposo, ¡cuando eran ellas las que habían escrito! Fue el caso de Caecilie Seler-Sachs, la compañera de Eduard Seler (un prusiano que tiene unas profundísimas investigaciones sobre todo de la religión mexica). Está Zelia Nuttall, un códice lleva su nombre, el códice Zouche-Nuttall, pues ella lo interpretó.
Tenemos también a Isabel Ramírez Castañeda. Hablaba el náhuatl, nació en Milpa Alta, lo que hoy es Ciudad de México. Fue estudiante de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americana, que abre sus puertas en 1911. Aparece en las fotos con sus compañeros, había pocos los alumnos, con los que iba a sus prácticas de campo, entre otras con Seler, el gran maestro. Su compañero de estudios fue una persona que admiro, don Manuel Gamio, con quien tuvo fricciones. Franz Boas (otro de los grandes antropólogos de ese momento, el segundo director de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología —gracias a Boas y a Gamio se lograron dilucidar muchos aspectos de la arqueología, sobre todo del centro de México—), sostuvo alguna correspondencia con Gamio donde se lee que Isabel Ramírez Castañeda era una calamidad. Por lo que se escriben, parece que era un tanto retraída, y no era de carácter fácil. Isabel Ramírez se abrió paso en ese medio fundamentalmente masculino.
Symphonia Armoniae Celestium Revelationum. Voz contra cuerpo y muros, llamarada en el cielo. Le gusta escuchar la música de Hildegarda, la sibila del Rin (teóloga, mística, filósofa, compositora, poeta, escritora, médica, doctora de la Iglesia). Nos gusta escucharla. Tomás Zurián me contó que le regaló un disco con parte de su obra.
EM: La primera vez que escuché a Hildegarda con sus cantos gregorianos para mujeres fue en casa de Juan José Bremer. De repente, puso un disco… Escuché una música maravillosa… “Oye, ¿qué es esto?” Me mostró la portada, “Hildegarda von Bingen, una monja”. Indagué quién fue. Una mujer que tomó los hábitos, brillante, que según he leído, espero no equivocarme, escribió cartas al papa en aquel momento (plena Edad Media), haciéndole ver determinadas cuestiones eclesiásticas. Creó música, canto en los conventos de monjas.
Sor Juana es fuera de serie. Fantástica. Lo que tiene que enfrentar y decidir en un momento dado a través de sus relatos, de su poesía. El pensamiento de esta mujer dejó una crítica severa al machismo, a la masculinidad mal comprendida. Ojalá escribieras un recuento histórico de mujeres, porque tienes muy buena pluma, además una pasión por la cuestión feminista bien entendida.
Lou Andreas-Salomé, otra mujer admirable, excepcional. Lou, amante de Rilke, él de ella. Rilke era mucho más joven. ¡Cómo rompe Lou en aquel momento con todos los cánones establecidos! Lo hace con una inteligencia enorme, y en esa época de incomprensión total.
Lou… Te doy una imagen vanguardista: ella, hija de un general ruso (el apellido Andreas era del marido, un lingüista al parecer destacado) va en un tren rumbo a Rusia con su amante Rilke y su esposo, Andreas. Otra imagen: Lou vive con dos personajes, Nietzsche, ni más ni menos, y convive en la misma casa con Paul Rée. Ahí la famosa foto: ella sostiene un látigo, ellos dos delante. Una foto maravillosa que pinta el pensamiento de los tres. Nietzsche se enamora profundamente de ella. Lo interesante es su relación con Rilke. Él comienza a destacar como poeta, y ella, discípula querida de Freud. Lou era un cerebro impresionante. Le decían sus compañeros: “sería bueno que analizaras a Rilke, psicológicamente”, respuesta: “déjenlo como está, si lo psicoanalizo, a lo mejor pierde toda su capacidad poética”.
Querida Lou, tú sabes y comprendes; y que yo no pueda ni por un segundo ver las cosas a partir de ti misma, tal como las imagino vistas por ti, que no pueda tener la inteligencia del otro…
Rilke a Lou Salomé, 1914
EM: Es fantástico leer a Rilke, lo que escribió sobre el amor y la mujer en sus Cartas a un joven poeta, es de un avanzado… Cuando se refiere al amor entre dos personas: “Deben formar una unidad sin dejar de ser dos”.
¿Crees que si hubieras sido mujer en este sistema patriarcal, hubieras llegado a donde estás ahora?
EM: En la arqueología te diría que, más o menos, el 50% son mujeres. Hay arqueólogas que han destacado de una manera formidable. Me parece que todo está en uno, seas hombre o mujer, siempre y cuando se rompa con… Mira, allá por los años 80 monté un taller en una vecindad en la colonia Guerrero donde habitaban varios artistas, me llevaba mucho con pintores, escultores, literatos (ya estábamos excavando en el Templo Mayor). Quedaba libre solo la cocina en el fondo, yo la alquilé. En la pared pinté un centauro junto a una dama con la que yo andaba en aquel momento, cuyos cabellos caían, luego iban subiendo por las paredes. El centauro era yo, tenía mi rostro. Lo importante: en ese muro escribí “rompimiento es creación, rompamos con todo lo establecido, para crear algo nuevo y superior”. Pasó algún tiempo, dejé de alquilar el espacio, antes cubrí el mural. Quizá alguien un día llegue a esa cocina, limpie un poco… A lo mejor ahí está el mural.
Me lo ha dicho, lo ha escrito: “Soy un hombre del siglo XX”. Sin embargo, creo que tiene trazos profundos decimonónicos. Duerme en una cama altísima de latón del siglo antepasado (se la compró a la familia de María Luisa, su segunda esposa). Cama fascinante para la evocación. Se desarma. La rodea un palio. “Como sabes, necesitas una escalerita para subir; ya en la práctica del amor debes usar paracaídas, por si te caes, puedas alivianar el sopetón que te darás. Esta cama ya Rainer, mi hijo, me la pidió, él quiere tenerla”.
Lo recuerdo con capa española (arriba de los pants). Tiene vestigios de romanticismo. Volvemos a Rilke, a la soledad interior, esta soledad profunda que, según el poeta, si se logra abrazar y entender, resulta la creación.
EM: Así como he estudiado la dualidad en el mundo antiguo, vida/muerte, he observado que tengo una dualidad muy clara, una que me conforta. Por un lado, el aspecto académico, el rigor, el estudio, la lectura de tipo académica, arqueológica. La otra mitad es a la que por lo general no dejas pasar a nadie, es muy propia, muy tuya, muy íntima, solo la compartes con quien quieras compartir. Esta otra parte es Rilke, es la soledad. Soledad entendida como él la entendía, es decir, una soledad que te permita reflexionar, ver un atardecer, ¿entiendes?, o sea, enriquecerse interiormente. Yo lo sentí, lo viví desde muy joven.
Cuando empecé la escuela de antropología, mis ideas eran de izquierda, lo siguen siendo, pero entonces era más militante. Dicho pensamiento materialista, desde el punto de vista filosófico, me llevó a ocultar esa otra parte, hasta que la volví a recuperar, y lo hice en el Templo Mayor. Cuando tengo la oportunidad de hacer un proyecto en el cual yo pongo mis ideas, planteo los principios que regirán la investigación, está aflorando esa vertiente académica; pero recupero también aquello que había dejado un tanto oculto, y la manifiesto e integro a través de la escultura, como aquella que conoces, la que estuvo afuera de la galería de tu papá, de Rafael. De dónde venimos y a dónde vamos. París. Es una gran vagina en piedra, la tallé en el Templo. Se enriqueció otra vez esa parte mía, con todas mis vivencias anteriores. Ahí estaba Rilke con su pensamiento, sus principios. La soledad se vincula con ese otro quehacer.
Recostarse, letargo… Tornamos a la muerte, a donde vamos. Ha tenido pérdidas terribles, la de su hijo mayor, mi extrañado Lalo. De la muerte de su madre platicaré otra tarde. También ha estado cerca de morir. Hace año y medio sufrió un infarto severo al miocardio.
EM: Me molesta mucho cuando la gente trata de evadir a la muerte diciendo: fulano de tal “nos dejó” o “se fue”. No. Se murió. Siempre he escrito que uno debería estar preparado para la muerte. No creas que no le temo… No soy creyente, no tengo el alivio que la mayoría de la gente tiene: “voy a morir, pero, si Dios quiere, iré a gozar al cielo”. La madrugada que Gabriela (su esposa actual) me llevó al hospital, llegué rezongando. No tenía ni dolor del brazo izquierdo, podía respirar perfectamente, solo sentía una molestia en el pecho. Llegamos a urgencias, estaban dos señoritas, me imagino que una de ellas era médica, la otra sería enfermera, y después de hacerme el electro, imprudentemente, una de ellas le dice a la otra: “Viene infartado”. Estuve tranquilo. Pensé: “Que se haga lo que se tenga que hacer…”. Lo que me da terror es la aguja en la mano, en la vena. Además, soy diabético, tomo diario una pastillita, ya no me acuerdo qué diabetes es, soy hipertenso, o sea, soy una joya. La muerte ha de estar feliz aguardando con su guadaña diciendo “a ver en qué momento éste se me descuida y le caigo…” Llegará… El asunto es que he hecho lo que me he planteado. El tiempo se acorta, lo que realicé, bueno o malo, realizado está, lo que siga es ganancia. Sí, le temo a la muerte misma.
¿Qué querrá en el minuto último de la vida? ¿Qué deseará ante el quinto rompimiento? Mi tío enfatiza que ha pasado por cuatro rompimientos. El primero fue con la religión, cuando tenía quince años; el segundo fue romper con el poder dentro de su profesión (llegó a ser director de Monumentos Prehispánicos y presidente del Consejo de Arqueología, sin embargo, decidió regresar a la investigación); el tercero lo concibe como el rompimiento con la familia; el cuarto, alejarse de lo superfluo de la vida; el quinto y último: su encuentro con la muerte.
EM: Ese quinto rompimiento tan importante… No lo sé, no lo he pensado. Si no me lleva una muerte súbita, me gustaría platicar, digo, si es que todavía puedes platicar un poco, con las personas allegadas.
Mientras esperamos el quinto rompimiento, ¿tendrá algún lugar favorito en la memoria, algo que recordemos por él cuando no esté?
EM: Quizá algunos de mis trabajos, de mis escritos o de mis libros para que perduraran, que otras generaciones los leyeran, a lo mejor para criticarlos en forma dura o quizá que les sirvan para reflexionar
¿Qué implica para él la palabra esperanza frente a nuestra realidad entramada de lo terrible, un país donde se comenten feminicidios al por mayor, desapariciones forzadas, pobreza en aumento, una cultura tan vasta, pero sin los recursos para ser investigada, difundida?
EM: La esperanza es algo que se desea, no está presente, por lo tanto, es a futuro. Como una idea de esperanza quisiera que cambie la situación del México que estamos viviendo, como tú lo has descrito, sin apoyos a la cultura, sin apoyos a la ciencia, y más. Debe cambiar, la vida es cambio constante. Nada es eterno. No es que se regrese al pasado, porque también se vivieron cosas tremendas, sino algo más promisorio. Creo que hoy estamos inmersos en la mentira. En el discurso que dije en Oviedo, cuando recibí el premio Princesa de Asturias, mencioné: “Mala consejera es la ignorancia, que por lo general conduce a la mentira”. Llevaba dedicatoria, obviamente. Los cambios necesitan dirección, necesitan empuje, no se dan por sí solos.
Miramos por la ventana… Una camioneta estacionada
EM: ¡Mira! Serás testigo… Creo que está la mensajería en la puerta, espero que me traiga algo que te va a gustar. Sí es la mensajería, ¡¿verdad?! Hablando del premio Princesa de Asturias, me enviaron el diploma que me dio la Princesa Leonor. ¡Acaba de llegar!
Complicidad: entre él y yo nos guardamos secretos, existen desacuerdos, un lazo. Se develan apenas fragmentos de mi historia, de mi cartografía emocional, afectiva. Sí. Sin embargo, su trabajo (aunado a las circunstancias históricas que le permitieron desarrollarlo), y el conocimiento generado por él nos pertenecen a la sociedad.
EM: Llevas ya, pequeña niña, mis dos mitades, una más visible que la otra. Te llevas dos libros: uno, el interior, los sentimientos, el amor, y el otro lo académico, lo racional (me regaló además su libro Arqueología de un arqueólogo).
Escojo uno de los muchos recuerdos: nos asomamos uno junto al otro a un espejo que formaba parte de la ofrenda en Templo Mayor… La muerte posa sentada al centro, nos toma de la mano. Destino compartido. Yo, una niña de cinco años que miraba curiosa las barbas negras de su tío, largas hasta el pecho.
Sucedió el jueves 15 de diciembre de 2022… Desenrolló el pergamino, diploma enviado desde España. “Qué hermosa letra”.
Valeria: ¿¡Te tomo video?!
EM: ¡Claro, el chiste es ese!
Su barba ahora es corta, cana, perfectamente acicalada. Sus zapatos impecables.dónde venimos y a dónde vamos.
El baile en el umbral… ¿Mi tío? Mi tío baila chachachá.
FOTO: Eduardo Matos Moctezuma tiene 82 años. Su trabajo arqueológico ha sido premiado. Crédito de imagen: Archivo El Universal
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