Arte o dinero, la falsa disyuntiva; adelanto de “Filosofía de la canción moderna” de Bob Dylan

May 6 • destacamos, principales, Reflexiones • 1705 Views • No hay comentarios en Arte o dinero, la falsa disyuntiva; adelanto de “Filosofía de la canción moderna” de Bob Dylan

 

Por cortesía de Anagrama, presentamos un fragmento de Filosofía de la canción moderna, el nuevo libro de ensayos del Premio Nobel de Literatura 2016. Con voz sentenciosa, en esta obra el artista reflexiona sobre el nexo ilusorio entre creatividad musical y valor monetario

 

POR BOB DYLAN
Este tema del dinero te hace subirte por las paredes, te tiene extenuado y acojonado, es una preocupación que no cesa. El casero está en la puerta y llama al timbre. Pasa un buen rato entre cada timbrazo, y esperas a que se vaya, como si no hubiera nadie en casa. Echas una ojeada por entre las persianas, pero tiene buen ojo y te pilla. El viejo avaro ha venido a por el alquiler por décima vez, y lo quiere ya, basta de mamoneo.

 

Le cuentas la monserga de siempre, que son tiempos difíciles, tus cuentas están embargadas, pero que pronto vas a cobrar un trabajo que te deben. No se lo traga. Te pones a la defensiva. El casero es más bien escéptico: ese roñoso pesetero quiere su dinero ahora mismo. Si quieres que estemos a buenas, paga o vamos.

 

¿Y qué haces? Gritas, aúllas y le ladras a la luna. Estás fuera de ti, en ascuas. Llamas a la mujer más dura que conoces. Lo mejor de lo mejor, la más guay, tu primer amor y el más importante. La despiertas a las 3.30 de la madrugada. Se cabrea, echa humo, está hecha una furia, quiere saber por qué la llamas. Le dices que necesitas que te eche una mano y que si quiere que os sigáis viendo, que te mande dinero.

 

Y ella te suelta mira, chato, gastas demasiado y estás colocado. Te di dinero y te lo jugaste, así que piérdete. Tú dices, oye, espera un segundo. ¿Por qué tanta beligerancia? No te equivoques. No seas tan mezquina, no me seas ridícula. Creía que teníamos un pacto de amor, ¿por qué me rehúyes? ¿Vas a dejarme tirado? ¿Qué te pasa? Venga, seamos amigos, y si no, doy la relación por terminada. Le estás pidiendo dinero. Ella dice el dinero es la madre de todos los males, así que vete a paseo. Tratas de apelar a su lado más sensual, pero ella no pica. Tiene a otro hombre, lo que te enfurece a más no poder.

 

Ningún hombre puede ser lo que tú, ocupar tu puesto. En lo que a ella respecta, nadie puede sustituirte. ¿Cómo podría? Ya veo, ella no está enamorada de ti, lo está del dólar todopoderoso. Has aprendido la lección y lo ves claro. La gente con la que te juntabas solía ser fantástica, ahora son unos borregos, aunque míratelo con cierta distancia. Siempre hay alguien mejor que tú y siempre hay alguien mejor que él. Quieres hacer las cosas bien. Sabes que puedes hacer cosas, pero cuesta hacerlas bien. No sabes qué problema tienes. Las mejores cosas de la vida son gratis, pero tú prefieres las peores. Quizá tu problema sea ese.

 

El arte es discrepancia, el dinero un pacto. A mí me gusta Caravaggio, a ti te gusta Basquiat. A los dos nos gusta Frida Kahlo y Warhol nos deja frío. El arte prospera gracias a estas animadas contiendas. Por eso no puede existir una forma nacional de arte. Si intentamos conseguir una, veremos las asperezas que se liman, el esfuerzo por incorporar todas las opiniones, el deseo de no ofender. Rápidamente, todo pasa a ser propaganda o mercantilismo puro y duro.

 

 

No es que el mercantilismo sea malo en sí, pero, como todo lo monetario, se basa en un acto de fe; más abstracto que las geometrías de Frank Stella. La única razón por la que el dinero vale algo es porque así lo hemos acordado. Como la religión, estas convenciones pueden cambiar según el país y la cultura, pero son cambios meramente cosméticos, de nombre y de confesión. Los principios básicos siguen siendo los mismos.

 

El dinero depende de la escasez de aquello que apuntala su valor, pero ¿no es también eso una ilusión? Los metales raros y preciosos, igual que los diamantes, están bajo el control de mercaderes de sangre que gestionan las existencias para mantener el valor a un nivel aceptable. Y si el oro es tan escaso, ¿cómo puede ser que solo en Fort Knox haya suficientes lingotes como para construir una casa unifamiliar entera?

 

Tampoco ayuda que todo se devalúe constantemente. Antes de que Gutenberg inventara los tipos móviles, solo los más ricos podían permitirse los libros, y una Biblia de piel repujada, páginas de bordes dorados y encuadernación con incrustaciones de joyas no era un símbolo estrictamente de piedad, sino de estatus, riqueza y gusto. En pocas generaciones, la chusma ya pudo seguir el cantoral desde los bancos de segunda, obligando a los ricos a encontrar otro símbolo para señorear sobre la plebe.

 

Siempre fue así. La batalla entre el rico y el pobre se libra en muchos campos, no todos ellos evidentes. Hoy día, los ricos se visten de chándal y los indigentes tienen iPhones. Gente sin una fuente de ingresos clara se compra relojes falsos perfectos con una errata en la marca para prevenir pleitos por derechos de propiedad. Y luego los ricos se compran el mismo “Rulex” para que, cuando salgan a cenar, no les roben el reloj auténtico que les costó un millón.

 

El pobre se desespera en su cacharro destartalado durante una hora en el mismo embotellamiento que el rico en su coche de lujo. Sin duda, los asientos serán suntuosos, el espacio más agradable, pero sigues atascado en la 405. El tiempo es algo que no puedes comprar. El compositor profesional de country Bob Miller escribió una canción sobre las desigualdades entre ricos y pobres, pero hallaba consuelo en el hecho de que ambos se igualarían al final de camino.

 

Hace un tiempo cené con un amigo que acababa de perder a su mujer y me dijo algo que me hizo pensar. Dijo: “La única razón por la que las cosas tienen sentido es porque todo se acaba”. A diferencia de los diamantes y el oro, el tiempo que pasó con su mujer era efectivamente finito y lo había disfrutado en todo momento.

 

Si pudiéramos vivir para siempre, sería como con el dinero, sostenidos por un espejismo, por algo que estaría ahí tanto si se cimienta en algo real como si no. En 2017, Venezuela tuvo que emitir un comunicado de prensa en el que declaraba que no tenía suficiente dinero para pagar su dinero. Pero sabéis qué, Venezuela sigue ahí. Porque, en última instancia, el dinero no importa. Ni las cosas que puede comprar. Por más sillas que tengas, solo tienes un culo.

 

El casero de “Money Honey” es un vago. Un hombre de posibles, que tiene propiedades, trata de cobrarle él mismo el alquiler a quien parece más bien un moroso. El cantante le hace esperar un rato largo mientras escudriña entre las persianas antes de preguntarle qué se le ofrece. Resulta que el dinero es lo que ocupa a ambos hombres. A uno le lleva a esconderse, al otro a intentar cazarle.

 

Al final de la pieza, nuestro narrador dice que ha aprendido la lección, pero ¿de qué lección se trata? Saldrá el sol, soplará el viento, las mujeres irán y vendrán, pero antes de que pueda apreciar las maravillas de la naturaleza o jurarle amor a ninguna de esas mujeres, necesita dinero. Como constatación es más bien poca cosa.

 

Me acuerdo de cuando salió este disco. Alguna gente decía que los Drifters la tocaban mejor. Otros apostaban por Elvis. Podían discutir toda la noche. Una cosa de la que no podían discutir era cuánto costaba el disco. Esa es otra diferencia entre el dinero y el arte.

 

Ojalá tuviera cinco céntimos por cada canción que conozco sobre dinero, desde Sarah Vaughan cantando a los peniques caídos del cielo hasta Buddy Guy bramando su blues por un billete de cien. Si te gustan los billetes, Ray Charles tiene una canción al respecto; los New Lost City Ramblers tienen otra sobre el jornal. Berry Gordy construyó Motown con dinero, los Louvin Brothers querían pago por adelantado y Diddy sabía que todo gira en torno a los billetes de cien. Charlie Rich cantaba “Easy Money”, Eddie Money cantaba “Million Dollar Girl” y Johnny Cash cantaba lo que quería.

 

FOTO: Bob Dylan tras bambalinas en su famoso concierto en Free Trade Hell, el 17 de mayo de 1966. Crédito de imagen: Mark and Colleen Hayward/Redferns

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